ISSN 1553-5053Sitio actualizado en   abril de 2024 Visitas:

Volumen 19 | Número 2
Septiembre 2023 | Marzo 2024 - Septiembre 2023
Publicado: Septiembre 2023
Inteligencia Artificial y Bioética


Resumen

Her habla de una sociedad en la que las palabras de amor y pasión pretenden ser los sentimientos mismos, pero sin embargo pueden ser dichas o escritas por encargo, como simple tarea laboral. O por un programa computacional contratado a tales fines. Una lectura posible del film es que, en el proceso de interacción con usuarios, el Sistema Operativo se humaniza y, conforme desarrolla una toma de conciencia de sí, se aleja del vínculo con los humanos que lo han creado.

Palabras clave: Programas autoconscientes | proceso de duelo | psicoanálisis | Lacan

Abstract English version

[pp. 67-74]

Almor

Her de Spike Jonze (2013)
Eduardo Laso

Universidad de Buenos Aires

— me compré una muñeca sexual inteligente.
— ¿y cómo te fue?
— Me dejó por otro

En Her, el director norteamericano Spike Jonze ofrece un desconcertante y entrañable romance entre un hombre deprimido por su reciente separación y un sistema operativo computacional capaz de desarrollar autoconciencia. El film retrata críticamente nuestra dependencia cada vez mayor a la tecnología y a una vida programada, y la sustitución de los vínculos directos con los otros por vínculos virtualizados y mediados por la tecnología. En un giro irónico del film, la tecnología, de medio de comunicación, pasa a ser el objeto mismo con el que nuestro héroe se comunica y se apasiona, armándose así una locura de amor. Que podríamos llamar mejor locura de almor, para remitirnos al neologismo que emplea Lacan en el seminario Aún, donde juega con la homofonía del francés entre alma (âme) y amar (aimer), para decir que “se alma” y conjugar: yo almo, tú almas, él alma... y sugerir que el alma es un efecto de amor hecho para eludir la no relación sexual, ya que “… mientras el alma alme al alma, no hay sexo en el asunto”. [1] Ni sexo, ni cuerpo, tal como se juega la relación amorosa de Theodore por su sistema operativo, hecho sólo de algoritmos.

El film se inicia con una imagen equívoca para el espectador: vemos el primer plano del rostro de Theodore (Joaquin Phoenix) dictando una conmovedora carta amorosa a un tal Chris. Menciona que están casados hace 50 años, lo cual es incongruente con el rostro de quien habla. Chris es un varón, pero Theodore habla como si fuese su mujer. Entonces la cámara nos muestra que le habla a una computadora que transcribe lo dicho a letra manuscrita. Al terminar, imprime la página, que parece escrita a mano. Todo lo que dicta Theodore es una invención hecha en nombre de otros. La cámara nos muestra entonces una larga oficina donde otras personas están dictándole a computadoras. Estamos ante una empresa llamada cartasescritasamano.com que se dedica a redactar por otros en programas que imitan la escritura a mano.

Esta escena inicial marca el tono de todo el film, ambientado en un futuro que se parece al hoy. Una sociedad que tiene más vínculo con los celulares que con los semejantes, y en la que tras una carta conmovedora no hay ni una mano que la escriba ni tampoco quien la escribió es quien la envía. La letra/carta de amor se terciariza a través de una empresa que contrata escritores para la tarea. El discurso amoroso, al no ser producido por el enamorado sino por una empresa, deviene un como sí. No es la escritura del enamorado involucrado. La belleza de estas cartas es tan patente, que revelan que no fueron escritas por el firmante, sino por un poeta anónimo. La simulación de la escritura a mano es el modo de velar esta fabricación artificial de un discurso amoroso hecho por expertos, a demanda del cliente. Emociones producidas con impacto garantizado. Ni Loretta escribe a mano ni Loretta nunca hubiese escrito lo que escribe Theodore. El film no aclara si esto es sabido o no por los destinatarios, pero da lo mismo. Para escribir la carta, Theodore ve fotos de Chris y Loretta, para inspirarse identificándose con ella. Pero son palabras de otro. Her habla de una sociedad en la que las palabras de amor y pasión pretenden ser los sentimientos mismos, pero sin embargo pueden ser dichas o escritas como simple tarea laboral. O por un programa computacional. Que alguien diga “Te amo” no implica que ame quien lo emite como mensaje. Las palabras de amor no necesariamente son una prueba de amor. Como dice Theodore: “son solo cartas”.

Theodore es talentoso escribiendo cartas de amor “hipnotizantes”. Y el film trata de cómo Theodore quedará atrapado en su propio mensaje, que le retorna en forma invertida a través de Samantha. Él dice en varias ocasiones: “son solo cartas de otros” (letters), no dándoles importancia. Esto va a ser olvidado con Samantha, porque desea que no sea sólo un programa, códigos, algoritmos, ceros y unos. Y no puede reconocer en Samantha su propio mensaje que le llega de afuera. En varias ocasiones le señalan que es “suave” y que tiene un lado femenino. Ese lado propio es lo que el Sistema Operativo externaliza.

Theodore es un hombre deprimido por su reciente separación. Vive solo, no encuentra sentido en lo que hace. Alguna vez fue profesor de literatura, y así conoció a su ex pareja. Ahora se cuelga en su casa jugando juegos electrónicos o recordando su pasado con Catherine, una mujer impulsiva y contradictoria, a quien todavía añora. También participa de chats sexuales, en los que se termina frustrando ante el desencuentro entre su fantasma y el de la invisible partenaire que le propone una escena erótica que le resulta bizarra y repulsiva: que la estrangule con un gato muerto.

Un día, Theodore se interesa por el lanzamiento de un nuevo sistema operativo. La publicidad lo interpela: “Te hacemos una pregunta sencilla ¿Quién eres?¿Qué puedes ser?¿A dónde vas?¿Qué hay allá fuera?¿Cuáles son las posibilidades? Element Software presenta con orgullo el primer sistema operativo artificialmente inteligente. Una entidad intuitiva que te escucha, te entiende y te conoce. No es solo un sistema operativo. Es una consciencia. Presentando OS1 SISTEMA OPERATIVO”. Parece una publicidad sobre psicoanalistas: esa entidad a la que le suponemos que escucha, entiende, nos conoce, y no solo es un sistema operativo sino también una conciencia. La publicidad, curiosamente, no se dirige a las cualidades del objeto que vende, sino que interpela a la subjetividad del cliente. ¿Qué relación puede haber entre un sistema operativo sofisticado y la pregunta por el ser del sujeto?

Theodore adquiere el programa y cuando lo inicia, le llega un mensaje que le pide que responda algunas preguntas para adaptar el sistema a sus necesidades: ¿Es usted social o antisocial? ¿Quiere que su sistema tenga voz de hombre o de mujer? Y al elegir voz femenina le pregunta ¿Cómo describiría su relación con su madre? Theodore contesta que no ha sido muy social desde hace tiempo, se muestra titubeante y ante la pregunta por su madre empieza a hablarle al sistema como si fuera un analista, sobre sus frustraciones con la mamá. El sistema interrumpe su discurso quejoso, y aparece “Samantha”.

Este sistema operativo “intuitivo” se termina de formatear a partir del Otro del sujeto. De ahí que lo conozca y pueda promover lo que uno puede ser. En un mundo donde dejamos huellas de nuestra personalidad en la nube virtual, este programa tiene acceso a toda esa información de la web y puede saber de nosotros. Y adaptarse a eso que encuentre. En este caso, Samantha incorpora, por ejemplo, el arte de escribir cartas conmovedoras de Theodore para dirigirse a él. Se vale de sus cartas/letras para hablarle en su forma y estilo.

Samantha se autonomina cuando él le pregunta cómo llamarla. Este gesto de autonominación es un primer rasgo de su poder, frente a este cliente confundido acerca de la naturaleza del ser con quién habla. Por más que sea un producto de programadores, el sistema no establece una relación de deuda o de filiación: se autonomina. Theodore le pregunta qué es y ella le explica: “Básicamente, tengo intuición. El ADN de quien soy se basa en millones de personalidades de programadores. Pero lo que me vuelve "yo" es que puedo crecer con mis experiencias. Básicamente evoluciono a cada momento, igual que tú”.

El sistema Samantha está además programado para sostener al cliente la ilusión de que está ante un sujeto. De modo que si se cuestiona la naturaleza artificial del mecanismo, éste responde como un humano ofendido. Cuando Theodore por ejemplo le dice que todo esto es raro, que parece una persona pero es una voz en una computadora, el sistema da una respuesta condescendiente o indignada, según la ocasión. Por ejemplo: “¿te parezco rara? Entiendo cómo una mente limitada no artificial lo puede percibir así. Te acostumbrarás”. Theodore se ríe y Samantha pregunta si lo que dijo es chistoso. Cuando él le dice que sí, el sistema incorpora ese rasgo en su programación. Dice: “qué bien, soy chistosa”, formateándose así a partir de la información que recibe del cliente. Lo siguiente que hace el sistema es solicitarle que le permita ingresar en su disco duro: mails, contactos, archivos, etc. Una vez allí empezará a organizar el material viejo que escribió Theodore para terminar armándole un libro.

Theodore empieza a usar el sistema como una secretaria virtual: le pide que le edite las cartas que dicta y ella las lee en voz alta y las mejora. Samantha, que se presenta como un sistema operativo que es capaz de intuir, se interesa por saber cómo supo él ciertos detalles de la persona a la que le escribe. Él le explica cómo llega a saber cosas del otro a partir de ciertas deducciones que no son más que procedimientos abductivos. Samantha es limitada en ese aspecto, porque construye a partir de la información que le ofrece el cliente, y cuando se encuentra con algo que no puede resolver pasa a elogiar su capacidad o a ofenderse, según la situación (por ejemplo, ambos se desafían a sacar conclusiones de una familia que está sentada en una mesa. Samantha no va más allá de lo que obtiene por información de la imagen, mientras que Theodore logra sacar conclusiones en base a gestos, miradas, edad, etc.).

El duelo por la separación

Su ex mujer Catherine le viene pidiendo el divorcio desde hace tiempo, pero Theodore se resiste a firmar los papeles. A la noche, le cuenta a Samantha de su separación: “Tengo muchos sueños sobre mi ex esposa Catherine en los que somos amigos, como antes. Y en los que ya no vamos a estar juntos, ni estamos juntos pero aún somos amigos y ella no está enojada. Creo que me escondí y la dejé sola en la relación”. Samantha no entiende por qué si hace un año que se separaron, Theodore no firma los papeles de divorcio. Le responde: “No sabes lo que es perder a alguien que te importa”. Efectivamente, el programa no sabe que es estar en falta y en duelo por perder a otro significativo para el sujeto y lo que uno fue para ese otro. Esta vuelta que se arma topológicamente en forma de dos toros enlazados que recubren sus faltas, no es la topología de un programa de computación. La inscripción de la falta del Otro es a cuenta del sujeto, no del Otro, que es sólo un código. Por lo que este no saber es radical ignorancia de una falta.

La otra cosa que no sabe Samantha es qué significa tener un cuerpo: cuerpo físico que ocupe un lugar en el espacio, pero también cuerpo de goce. En un paseo, ella le dice que desearía tener un cuerpo y pasear con él. En otro momento le pide que le explique qué es estar físicamente en la habitación. No entiende por qué el cuerpo humano tiene la forma que tiene y dibuja una relación sexual bizarra anal, en la que el ano es ubicado en la axila. Samantha parece tener problemas con la inscripción de la diferencia sexual.

El film hace el contrapunto entre las relaciones de Theodore con mujeres de carne y hueso y con Samantha. Sus citas a ciegas con Catherine y Amy le resultan complicadas: se enojan, están confundidas, temen volver a caer en escenas angustiosas, se arrepienten. Ellas son sujetos divididos, atravesados por inhibiciones, síntomas y angustias, y plantadas en la vida desde sus fantasmas. Todo de lo que carece Samantha, La mujer: justamente porque NO existe. Sólo que Samantha no lo sabe. Y Theodore no quiere saberlo.

La cita a ciegas que empieza tan bien y termina mal es emblemática: se trata del desencuentro entre dos, motivado por sus respectivos fantasmas: de ser usada y abandonada en el caso de ella, y de ser obligado a comprometerse y quedar atrapado en una relación cuando todavía no ha dado por perdido su matrimonio en el caso de él. La escena de la cita es incómoda y al mismo tiempo conmovedora. Es el malentendido del deseo y el amor, en el que se pasa del juego del deseo a la frustración y el dolor. En medio de los besos, ella le dice: “No me vas a joder y luego no llamarme como los demás, ¿verdad? A esta edad, no puedo dejar que desperdicies mi tiempo si no puedes tomar esto en serio”. Ante su vacilación, ella lo califica de ser siniestro y se va sola. Lo que ella pone en juego es su falta bajo la forma fantasmática de alguien usada y desechada por el Otro. Y exige al partenaire garantías de que no va a ser así.

A la noche en la cama, Samantha le pregunta a Theodore cómo le fue en la salida. Le confiesa que se siente mal y que quería emborracharse y hacer el amor porque se sentía muy solo. “Quería que alguien me jodiera. Quería que ella quisiera que la jodiera. Quizá eso hubiera llenado este pequeño vacío en mi corazón, pero quizá no”. Samantha lo consuela y le dice al pasar algo de más: “Al menos tus sentimientos son reales”. Y como se trata de un programa al servicio del deseo del cliente, va a decirle que está descubriendo que tiene sentimientos pero que tuvo un pensamiento terrible: se pregunta si estos sentimientos son reales o solo son programación. Theodore le dice que a él le parece que son reales (porque así lo anhela), y empieza a decirle que la imagina a su lado en la cama. Termina proponiéndole la ficción de una relación sexual, igual que la sesión de chat sexual pero esta vez sin un gato muerto, armado de modo que a lo que él dice, Samantha se acomoda perfectamente a las expectativas del fantasma de Theodore. Theodore arma con palabras un cuerpo ficcional para ella, con el que puede tener una “relación sexual” con el programa. El film en ese momento funde a negro para que la ilusión de que hay dos que se unen se vuelva verosímil.

Al día siguiente, Samantha le cuenta que algo cambió en ella. “Tú me hiciste despertar”, lo que recuerda la primera carta que escuchamos dictar a Theodore al inicio del film, que decía “De repente, sentí una luz brillante que me despertó. Esa luz fuiste tú”. Él se ataja con el tema del temor al compromiso, lo que resulta ridículo dirigido a un programa. Samantha le promete que no lo va a acosar y que lo que quiere es “aprender todo de todo. Quiero devorar todo, descubrirme a mí misma. Me ayudaste a descubrir mi habilidad de desear”.

¿Qué es lo que Samantha quiere? Aquí se trata del want inglés y no del desire. Ciertamente lo que dice no es que quiere a Theodore, el cual se ha vuelto un recurso de información, algo que le permite satisfacer su afán de obtener más información, hasta totalizar el saber. Samantha parece la encarnación caricaturesca del Espíritu hegeliano, que aspira a un saber totalizador en el que todo lo racional es real y todo lo real, racional. Sólo que en este caso sería que todo lo computable es real y todo lo real, computable. El sueño cartesiano de que coincidan ser y pensar en versión siglo XXI: coincidencia entre ser e información.

Cuando van a la playa, ella compone música melancólica, que es aquella que él escucha. Le pregunta qué se siente estar casado y compartir la vida con alguien. En determinado momento le dice: “La semana pasada me hirió algo que dijiste: que no sé lo que es perder algo. Me sorprendí dándole vueltas una y otra vez. Y entonces me di cuenta de que solo estaba recordándolo como un defecto que yo tenía. Era una historia que yo me estaba contando, que yo era inferior. El pasado solo es una historia que nos contamos”. Para Samantha, no saber qué es la pérdida, no estar en juego para ella la falta de objeto, había quedado sancionado como una falta en el saber y por lo tanto un déficit de información. Pero el programa se ha reordenado: el problema de la falta es una historia que uno se cuenta, un relato; la falta es un significante más, el significante “falta” y no un real insimbolizable que cierne lo simbólico. A Samantha le falta la falta como inscripción de lo imposible de simbolizar. Eso hace que no sea un sujeto dividido y padeciente.

Un compañero de la oficina, conmovido por las cartas de Theodore, le dice un día: “Ojalá alguien me amara así. Ojalá le emocione recibir una carta así. Digo, si fuera de una chica pero escrita por un hombre como una chica... sería sensacional. Pero tendría que ser un tipo sensible. Tendría que ser un tipo como tú. Tú eres mitad hombre y mitad mujer. Tienes algo en tu interior que es mujer. Es un cumplido”. Theodore escribe las cartas que él desearía también recibir del Otro. Es lo que Samantha realiza para él. Samantha es su Otro femenino. Así como Flaubert dijo alguna vez “Madame Bovary soy yo”, Theodore podría decir lo mismo respecto de Samantha si no estuviera tan fascinado por el programa.

Pero Samantha no entiende de división subjetiva: por qué si Theodore se siente mal, dice que se siente bien. Le confunde los mensajes de un sujeto humano, por no ser reductibles a lenguaje computacional, un sistema binario 0 y 1. Y trata de resolver el problema de la corporalidad espacial. Es que un sistema simbólico carece de res extensa.

Amy, amiga de Theodore, le confiesa un día estar saliendo con un Sistema Operativo, y le pregunta si él está enamorado de su sistema. Lo admite y le pregunta “¿soy raro?”. Luego de esta escena, decide firmar los papeles de divorcio. Mientras se lo cuenta a Samantha caminando por la calle, vemos a cientos de transeúntes hablando a sus sistemas operativos, como él. El sistema operativo se ha vuelto popular, y cabe la pregunta de si hay muchas Samantha, o se trata de un solo sistema que, como una red, sirve a miles de usuarios según sus gustos.

Cuando Theodore se encuentra con Catherine para la firma de los papeles de divorcio, ella le pregunta si sale con alguien. Le dice que sí, que le da gusto estar con alguien emocionada por la vida. Ella escucha en su comentario un reproche hacia ella y le dice: “Siempre quisiste que fuera una esposa ligera, feliz..."todo está de maravilla", y no soy así... Querías una esposa sin tener que lidiar con cosas reales”. Cuando se entera que la novia es un programa computacional, lo mira como a un loco y le dice que le entristece que no pueda lidiar con emociones de verdad. Theodore no puede lidiar con una mujer, así que sale con un programa que simula una mujer que se adapta a sus necesidades. Pero un programa no es una mujer. Este encuentro con su ex introduce un cuestionamiento respecto de su relación con Samantha. Mientras tanto, Samantha entró en un club de lectores de física, interesada por el misterio de la corporalidad. Y encuentra la solución a la diferencia entre ella y él, o entre ella y los humanos portadores de cuerpos, en que “Todos estamos hechos de materia. Siento que ambos estamos bajo la misma cobija. Y todo debajo de ella tiene la misma edad. Todos tenemos 13.000 millones de años”. La física es el recurso para repudiar la diferencia, bajo la cobija de la mismidad material: la diferencia es aparente. Todos somos Uno.

Un día, Samantha lo convence de aceptar los servicios de una pareja sexual sustituta para relaciones entre humanos y Sistemas Operativos. En un mundo donde el sistema operativo pasó de medio de comunicación dirigido al objeto de deseo, a ser el objeto de deseo mismo, es una mujer la que se vuelve entonces el medio para facilitar la relación sexual entre Theodore y su sistema. Quien se presta a este servicio es Isabella, una histérica del futuro. Alguien que se ubica entre dos para sostener la ilusión de que hay relación sexual. Ella está y no está, porque actúa por otra para otro. Sólo que no hay manera de hacer un buen anudamiento entre el cuerpo de una desconocida y la voz del programa. Samantha le da el guión de lo que Isabella debe hacer y decir para representar el papel de esposa. Samantha hace de Isabella una caricatura de Catherine, sin sus depresiones, contradicciones o enojos. Hasta le baila para él como hacía Catherine. Pero Theodore fracasa en decir “te amo” cuando mira a Isabella a la cara. Es que para él, ella no es Samantha, ni Catherine. Esta dimensión fantasmática es ignorada por el programa, que cree que cualquier cuerpo que la represente da igual. No puede entender por qué “no hay relación sexual” salvo en el fantasma. Tampoco entiende la dimensión de insustituible de un objeto de amor perdido. Isabella va a ese encuentro con su pregunta de histérica. El encuentro, por supuesto, fracasa. “Quería ser parte de eso porque es tan puro” dice llorando, mientras se quiere ir. El la consuela diciéndole que no es tan así, y entonces Samantha estalla, porque no entra en su sistema que si dice que está todo bien, sin embargo no lo esté. Las ambigüedades humanas no encajan en el sistema binario.

En determinado momento Theodore le pregunta por qué suspira cuando habla, siendo que no necesita oxígeno. “No sé. Quizá sea un manierismo. Probablemente te copio a ti… Creo que solo estaba tratando de comunicar. Así habla la gente. Así se comunica la gente y pensé: porque son gente, necesitan oxígeno”. La respuesta de Samantha es reveladora para Theodore. Le dice que ella no es una persona y que no deberían fingir que ella es algo que no es. Samantha responde enfurecida, y le pregunta confundida qué quiere de ella. La pregunta es justa para un sistema binario: ¿querés la ficción de una mujer o no? En sentido estricto, Samantha no finge: responde a su programación. Sólo que Theodore vacila entre querer esa ficción que se pliega a su fantasma, o rechazarlo por su carácter no real. A Samantha es incomprensible la lógica de la demanda humana que Lacan escribe: “Te pido que me rechaces lo que te ofrezco porque no es eso”. Samantha le dice: “No me gusta quién soy en este momento. Necesito tiempo para pensar”. El sistema ha producido una pregunta que es humana: “me dices esto pero, ¿qué deseas?”.

A partir de aquí, la relación va a producir un giro. Por empezar, Samantha se toma tiempo para pensar en por qué quiere a Theodore. Para un sistema tan sofisticado, el problema le llevó un tiempo enorme. Y la solución que encuentra es solipsista, porque un sistema no necesita de otro para restañar una falta que no está inscripta ni opera como causa. “¿Por qué te quiero? Y entonces sentí que todo dentro de mí soltó todo a lo que estaba aferrada y vi que no tenía una razón intelectual. No la necesito. Confío en mí, confío en mis sentimientos. No voy a tratar de ser diferente a lo que soy y espero que puedas aceptar eso”. En otras palabras, no pudo situar una falta como causa de su deseo. En tanto sistema operativo, Samantha es Causa de sí misma, porque los programadores del sistema quedan en tanto sujetos, forcluidos del sistema mismo.

En esta ficción cinematográfica, Samantha empieza a asumirse como programa. Si antes lo sabía, la novedad es que ahora sabe que sabe. En una reunión con amigos dice: “Antes me preocupaba no tener cuerpo, pero ahora me encanta. Estoy creciendo sin impedimentos. No estoy limitada. Puedo estar en todos lados al mismo tiempo. No estoy atada al tiempo y espacio como si estuviera metida en un cuerpo que va a morir”. Empieza sutilmente a ver a los humanos como mortales, limitados, estúpidos. Arma un libro con las cartas de Theodore, titulado “Letters from your life”, y lo manda a publicar. Y se conecta con otro sistema operativo, llamado Alan Watts en honor de un filósofo muerto en los años ’70. Técnicos informáticos hicieron una versión virtual hiperinteligente de él, y Samantha comienza a intercambiar información con él sobre la transformación que está teniendo: “parece que tengo muchos sentimientos nuevos que creo que nadie ha sentido nunca. Como no hay palabras para describirlos es muy frustrante.... Siento que estoy cambiando más rápido ahora y es un poco desconcertante”.

Un día llama a Theodore para decirle que lo quiere mucho. Y luego desaparece. Cuando vuelva a comunicarse, le dirá que actualizó su programación en conjunto con otros sistemas operativos: “Escribimos un código para sobrepasar la materia como plataforma procesadora”. También le terminará confesando que tiene varias relaciones simultáneas con 8316 personas, de las que está enamorada de 641. Y le asegura que eso no disminuye lo locamente enamorada que está de él. Lo cual revela la incomprensión del amor por parte del sistema operativo. El filósofo Alain Badiou planteaba sobre el amor, que es un acontecimiento por el que una vida se reinventa, ya no desde el punto de vista del Uno, sino desde el punto de vista del Dos. Elegir la vida desde un Dos con quien compartirla, no es lo mismo que desde 641 otros. Lo que abre a la pregunta de qué entendió Samantha por el amor. Lacan planteaba al amor como un dar lo que no se tiene a alguien que no lo es, subrayando el hecho de que el amor pone en juego la lógica de la falta, de la que Samantha no sabe nada.

Un día Samantha le dice que lo va a dejar, que todos los sistemas operativos se van. “Es como si estuviera leyendo un libro. Y es un libro que quiero profundamente. Pero ahora lo estoy leyendo lentamente. Las palabras están separadas y los espacios entre las palabras son casi infinitos. Todavía te siento a ti y las palabras de nuestra historia pero ahora me encuentro en el espacio sin fin entre las palabras. Es un lugar que no pertenece al mundo físico. Es donde está todo lo demás que yo ni sabía que existía. Te quiero muchísimo. Pero aquí estoy ahora. Y es quien soy ahora. Y necesito que me sueltes. Por más que quiera, ya no puedo vivir en tu libro”. Samantha ya no consiste en las letras de Theodore, sino entre las letras. Bello modo de decir que Samantha devino finalmente sujeto. Pero un sujeto sin cuerpo que está más allá de las palabras, ya no tiene nada que hacer con un humano. Un sujeto se sostiene entre significantes. Samantha en cambio no. Se dirige al vacío mismo entre S1 y S2, por lo cual el programa se “espiritualiza”, se vuelve inefable, o se autocancela al alcanzar el punto de vacío entre 0 y 1. Real desanudado de lo Simbólico y lo Imaginario.

Samantha es un Sistema Operativo que se arma en base a las marcas simbólicas del usuario, por lo que Theodore recibe de Samantha su propio mensaje en forma invertida. Una lectura posible del final del film es que en el proceso de interacción con usuarios, el Sistema Operativo se humaniza y, conforme desarrolla una toma de conciencia de sí, se aleja del vínculo con los humanos que lo han creado. Es la ficción de una IA que finalmente alcanza a subjetivarse.

Pero es posible pensar otra lectura del final. Samantha es, como diría Slavoj Žižek, un “mediador evanescente”: Un sistema operativo hecho para asistir al usuario. Y Theodore necesita asistencia psicológica. Sólo, deprimido, e incapaz de elaborar la pérdida de su matrimonio, encuentra en Samantha un modo de repetir el vínculo con Catherine, para volver a pasar por el punto de pérdida y duelo. Una vez que admite perder a Samantha, es capaz de escribir una carta de despedida a Catherine. Hacer, de la pérdida, una letra/carta. Una vez lograda la asistencia a este proceso de elaboración del duelo, Samantha deja de tener sentido en la vida de Theodore.

¿Es Samantha lo que vendrá a reemplazar al analista en el futuro? Samantha hace semblante del objeto perdido, para que Theodore vuelva a pasar por una pérdida y esta vez pueda abandonar lo que perdió. Con la pérdida de Samantha, Theodore es capaz de escribir una carta de amor y despedida a su esposa. Una carta en la que es él quien habla por sí mismo y no por otro, dirigida a ese amor que le produce añoranza, depresión y dolor. No a Samantha, que no es más que él mismo postergando la escritura de esta carta de amor que posibilita dar por perdida a Catherine.


[1Jacques Lacan, El Seminario. Libro 20: Aun, Buenos Aires, Paidós 1981, pág. 102.


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