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Volumen 19 | Número 2
Septiembre 2023 | Marzo 2024 - Septiembre 2023
Publicado: Septiembre 2023
Inteligencia Artificial y Bioética


Resumen

Desde la última década del Siglo XX, y en particular desde la primera década del siglo XXI, se ha venido consolidando una digitalización hipertextual de los datos, así como de la producción y gestión de conocimiento. Si bien ello precede a la pandemia global del COVID-19, ésta aceleró significativamente su naturalización. En armonía con este orden de cosas, se ha configurado una transformación radical del hacer universitario que lo ha posicionado como un auxiliar estratégico del Capitalismo Cognitivo. Este ensayo busca reflexionar sobre sus efectos y sobre el proceso de centralización que lo caracteriza.

Palabras clave: Digitalidad | Precariedad | Conocimiento | Universidad

Abstract English version

[pp. 29-40]

Virus y metáforas zombi

La universidad en la era del capitalismo digital
Gabriel Eira

Universidad de la República, Uruguay

El acontecer universitario

La Declaración de Bolonia (EEES, 1999), pese a no ser vinculante, serviría de referencia a las reformas educativas que se iniciarían en los primeros años del siglo XXI. Lo allí inaugurado ha demostrado exceder lo firmado, yendo más allá de la Magna Charta Universitatum Europaeum (EUS, 1988) que promoviera libertad de investigación, alto nivel académico, garantías estudiantiles y libre circulación. Si bien en la periferia su influencia no ha llegado a profundizarse, estas iniciativas han sido tomadas como referencia para ejecutar los programas universitarios. Al facilitar competencias con una retórica mercantil, también se facilitó orientar su perfil a modalidades empresariales. Al menos desde el Manifiesto Liminar (Roca, 1985), la misión universitaria no consistía en priorizar la formación de jóvenes disciplinados para el empleo. Su visión también buscaba cultivar la crítica analítica. La práctica universitaria exigía una rigurosa crítica académica, entendiendo de que la sola transmisión se arriesgaba a la constitución de una escolástica más vinculada con el status quo institucional que con las de las comunidades de las cuales formara parte.

2400 años antes, Platón habría fundado su Akádêmos; una escuela filosófica impulsada a partir de sus diálogos con Sócrates. A partir de este ễthos, sería donde David Sacks (2005, p.117) identificaría a la primera universidad tal como se la reconoce en Occidente. La Akádêmos, fiel a la mayéutica socrática, se inscribía como comunidad de iguales que investigaba a partir una constante discusión entre preguntas y respuestas. Así, se asignaba el ejercicio de un libre pensamiento que buscara reducir los riesgos tanto de la dogmática como de la ortodoxia; la síntesis entre teoría y práctica serían, desde aquella perspectiva, los modos de vida más acordes con la existencia humana.

Estos aspectos de la Akádêmos serían los fundamentos que sostendrían la Reforma Universitaria de Córdoba. No obstante, la gestión del conocimiento se inscribe en las condiciones en las cuales éste se efectúa, lo cual impone dar cuenta de lo allí comprometido. El Manifiesto reivindicaba la mayéutica igualitaria de la Akádêmos, pero se oponía a la dogmática que se habría instituido hacia las primeras décadas del siglo XX.

Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. (Roca, 1985, p. 5).

Este movimiento se extendió por toda Latinoamérica y trasladó sus huellas hacia el dêmos universitario global, impactando tanto en las revueltas estudiantiles de los Estados Unidos de la década de 1960 como en las protestas de 1968 en Francia. Como las universidades se encuentran situadas de acuerdo a sus condiciones, el impulso de sus pronunciamientos se asentaba en las mismas trazas que fueron diagramando las luchas políticas que caracterizaron al siglo XX.

Es la economía, estúpido

The economy, stupid fue una de las frases que James Carville, estratega de la campaña electoral de Clinton (1992), pegó en su oficina para enfocarse en mensajes que le permitieran enfrentar la popularidad que su rival había adquirido a fines de la Guerra Fría. Dichas frases solo orientaban sus actividades de campaña, pero su potencia imperativa adquirió tal relevancia que se transformó en el eslogan que facilitó el triunfo de Clinton. Pero se trata de mucho más que de un eslogan, configura un reconocimiento de donde se localiza el carozo del asunto. Como de economía se trata, resolvimos expropiarla para jerarquizar el impacto de los modelos económicos en la paideía universitaria.

A partir de la obra de Keynes (2014), se desplegó un modelo económico orientado a controlar las variables de la mano invisible del mercado mediante un gasto presupuestario del Estado, esto permitiría incrementar la demanda a través de un efecto multiplicador. El keynesianismo fue aplicado, desde fines de la Segunda Guerra Mundial y de diversas formas, para instrumentar los proyectos del Estado de Bienestar que caracterizaron a varios países occidentales. Pero en la década de 1970 éste fue cuestionado desde un modelo que propuso liberar completamente al mercado. La revolución liberal conservadora de la década de 1980, encabezada el gobierno de Thatcher en el Reino Unido y el de Reagan en los Estados Unidos, apuntaló la promoción de una maquinaria más amistosa con los negocios y con la acumulación de capital. En esta escena, el Fondo Monetario Internacional impulsó la reducción de los presupuestos públicos, minimizando los gastos sociales para facilitar unos modos de gestión que operen en acuerdo con las reglas del libre mercado. La Declaración de Bolonia de 1999 se inscribe en esta trama de huellas, iniciando una transformación universitaria desde unos principios que objetan la precedente Reforma Universitaria de 1918.

No obstante, como lo señala Fernando Errandonea, la metáfora de la mano invisible sólo aparece una vez en “La riqueza de las naciones” (Smith, 1996), y lo hace para ilustrar antes una probabilidad que una necesidad; esta mano sólo operaría idealmente ante una gestión que se apartara del mercantilismo hegemónico al cual objetara la obra del economista. Lejos de rendir culto irreflexivo a la competitividad acumulativa, Smith advirtió que la riqueza de las naciones también se ve amenazada por su interés predador, el cual no es precisamente el mismo que el de la población trabajadora.

Los salarios corrientes dependen en todos los lugares del contrato que se establece normalmente entre dos partes cuyos intereses en modo alguno son coincidentes. Los trabajadores desean conseguir tanto, y los patrones entregar tan poco, como sea posible. Los primeros están dispuestos a asociarse para elevar los salarios y los segundos para disminuirlos. (Smith, 1996, p. 110).

Si, como lo advierte, los trabajadores se encuentran sometidos a beneficiar con su miseria al capital, ello haría del mercado una herramienta de segregación social antes que una fuerza para la riqueza nacional. El crecimiento del mercado implica también un crecimiento de la división del trabajo que deteriora las condiciones de existencia de sus trabajadores. Como podemos percatar, la lucha por los intereses de clase fue identificada tanto por Smith como por Marx, aspecto que suele ser olvidado por divulgadores de izquierda y de derecha. Tal vez por ello Errandonea (2022) haya calificado estos olvidos con dos epítetos; caricaturas y falsedades. La mano invisible del mercado se configuró como una sinécdoque, orientada a recuperar la metáfora de una sola frase (dentro de una obra de 820 páginas) que justifique una naturalización predadora del capital, retórica instrumental a la revolución liberal conservadora de las últimas décadas del siglo XX.

Si “las metáforas que usamos habitualmente modelan nuestra percepción, nuestro pensamiento y nuestras acciones” (Lizcano, 2006, p. 75), el uso de la metáfora crédito para nominar los indicadores de la actividad universitaria no puede evadir sus cualidades performativas. Así, la universidad fue cediendo espacio al concepto de universidad-mercado, caracterizado como un espacio de acumulación crediticia, distribución de títulos y precarización de sus condiciones de trabajo. Ello promovió una elaboración de burbujas con excelentes resultados cuantitativos, pero también contradicciones y dilemas éticos ineludibles. Aquí se pueden identificar las relaciones entre las entidades y aquellas acciones enfocadas hacia el alcance de un propósito; un propósito que resulta procesado intelectualmente, pero que también conduce acciones que no gozan de las mismas condiciones porque operan como no cuestionadas, sencillamente ocurren. Quienes firmaron la Declaración de Bolonia se comprometieron no solo a coordinar sus políticas para alcanzar “antes del final de la primera década del tercer milenio” sus objetivos, sino también a “la promoción mundial del sistema europeo de enseñanza superior” y el “establecimiento de un sistema de créditos como medio de promover la movilidad de estudiantes”. Como el accionar universitario sencillamente ocurre, las universidades latinoamericanas se han aproximado a los cronogramas previstos por la Declaración de Bolonia, configurando sus titulaciones a partir de acumulaciones crediticias y promoviendo la adopción de un sistema basado en dos ciclos. El primero otorgaría un título utilizable como cualificación en el mercado laboral, y el segundo conduciría a un título de máster o doctorado, como en los países europeos. Resultaría ingenuo desconocer que los egresados del primer ciclo se encuentren en las mismas condiciones que los del segundo para acceder al ámbito laboral.

Las universidades siempre se sitúan en sus condiciones de posibilidad, su estar en el mundo resulta funcional a las condiciones en las cuales se asientan. Por esto, la producción universitaria se ha visto desbordada por las exigencias de una mercantilización de sus signos que ha favorecido reducir su valor de uso en beneficio del valor de cambio. Jugando con estas reglas, las publicaciones académicas contribuyen con una suerte de inflación semiótica, lo cual se expresa a través de una acumulación de signos que resultan cotizados desde una acumulación de citas y de referencias cruzadas.

“La inflación semiótica puede ser descrita como un exceso de signos que abruma la atención consciente hasta romper el vínculo entre signo y referente” (Berardi, 2017, p. 132). El mercado semiótico acarrea agrupamientos para permitir afrontar la circulación mercantil de sus signos. Ello convoca a negociaciones desde las cuales los autores configuren burbujas de mutua citación, dentro de burbujas de revistas indexadas y correlativamente citadas para acceder a un mayor Factor de Impacto (FI). Este jugueteo entre publicaciones y citas facilita la auto-promoción de los actuantes asociados, desdibujando el valor de uso (científico u operativo) de la producción académica y jerarquizando su valor de cambio.

Lo que sucede con los FI de las publicaciones también sucede con el tránsito, la operativa y los sistemas evaluativos del ámbito estudiantil. Quien no publica muere, como también lo hace quien no refiere de acuerdo al disciplinamiento textual de la American Psychological Association. Se trata también de un disciplinamiento cognitivo, facilitado a través de la migración que el vocablo crédito ha desarrollado desde la actividad financiera hacia la universitaria. Si toda metáfora opera como auxiliar ilustrativo, cuando ésta se naturaliza muere su cualidad alegórica para instituirse como literalidad que ignora sus condiciones de producción. Lizcano (2006) llamó a estos productos metáforas zombis porque, si bien han muerto en tanto metáforas, continúan configurando la narrativa en la cual se inscriben. Estos zombis contaminan todos los roles actanciales, impulsándolos hacia una acumulación crediticia iterativa.

El capitalismo adquirió múltiples adjetivos en los juegos del lenguaje de las primeras décadas del siglo XXI, sin que éstos necesariamente se contrapongan. El Capitalismo Cognitivo (Moulier Boutang, 2007), se reconoce como un modo de gestión del conocimiento que actúa en conformidad con la operativa mercantil. Lo cual coincide con múltiples valoraciones asociadas a la operativa del capitalismo contemporáneo; el Semiocapitalismo de Berardi (2017), el Capitalismo de Plataformas de Srnicek (2018) y el Capitalismo de la Vigilancia de Zuboff (2020). La expansión de las modalidades operativas del capitalismo otorga a cada escena un valor de cambio que trasciende su empleo no mercantil. Aunque la teoría del valor subjetivo de la Escuela Austríaca de Economía no considere que haya una diferencia relevante entre el valor de cambio y el de uso, los modos vigentes de existencia obligan a no ignorar que sus reglas mercantiles determinan tanto a la producción como al consumo. El fetichismo de la mercancía, figura con la cual Marx (2019) objetara la paradoja del diamante y el agua de Smith (1996), ha logrado que la ley de mercado jerarquice el proceso de intercambio sobre el proceso de producción. Por esto, valor de uso y valor de cambio resultan inversamente proporcionales en el capitalismo, más allá de los adjetivos que usemos para valorarlo.

Cuando el conocimiento adquiere el estatuto de un valor destinado al intercambio, su plus-valor deja a su utilidad sumergida en segundo plano. El mercado consolida tanto la estratificación como la compulsión crediticia de los colectivos allí configurados, aunque lo objete la utopía de Hayek (2012). Todo rol actancial se encuentra sometido a una existencia precaria; cada actuante se ve obligado a acumular un capital semiótico que desdibuja el valor cualitativo de su creatividad. La evaluación de pares, en estas condiciones, se asemeja más a una competitividad crediticia que a una revisión epistemofílica de lo realizado.

Relatos del cógnito-precariado

La ética hacker (Levy, 2010), proclamaba el libre acceso a la información, la descentralización de datos y la apropiación comunitaria de las tecnologías. El activismo hacker las empleó para políticas orientadas a la defensa de la libertad de conocimiento y para crear herramientas a disposición del dominio público. Sin embargo, estos principios no lograron evitar la estupidez sobre la cual advirtiera Carville. Los sueños dígito-libertarios se inscribieron en un capitalismo integrado, que derivó en el estallido de la Burbuja Puntocom de 2002 y consolidó a las cinco grandes de internet; Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft (GAFAM). El mercado erradicó tanto a la descentralización de datos como a la apropiación comunitaria de la Web. La riqueza se concentró en las empresas propietarias de aquellos servidores que les permitieran acceder más eficazmente a todos los datos de la red. Aquel sueño libertario, gracias a una caricatura de la mano invisible del mercado, derivó en un Capitalismo de la Vigilancia (Zuboff, 2020). La neutralidad de la información, que postularan los hackers, evolucionó hacia una acumulación de datos que les permitiría a los servidores sirena de las GAFAM controlar el futuro (Lanier, 2014). Esta mercantilización diagramó a la información con el formato de un fetiche, tal como objetara Marx a la paradoja del diamante y el agua que postulara su predecesor Smith.

El tsunami Web aparenta proporcionar todo el conocimiento necesario para resolver todas las necesidades de la vida. La información se instaura, así, como un fetiche que desdibuja la explotación del colectivo que la produce. Este colectivo configura un acrónimo que permite verificar nuevas precariedades; el cognitariado (cognitivo/proletariado). El valor de cambio de éste se sustenta en sus habilidades para negociar lo que configura su componente productivo; el conocimiento. Pero en las sociedades digitalizadas éste se torna aceleradamente efímero, obsolescente y competitivo; la constante actualización y reciclaje se imponen como eufemismos que permiten desdibujar la precariedad oculta tras la sinécdoque del mercado. Todo trabajador es precario; el eufemismo de la empresa unipersonal otorga inculpabilidad al capital. La auto-fiscalización punitiva de los trabajadores permite que éstos adjudiquen los éxitos a su capacidad competitiva, y los fracasos a su propia incompetencia. En esta trama se inscriben las universidades del siglo XXI; la mayéutica de Akádêmos se desdibuja tras la competitividad semiótica del Capitalismo Cognitivo.

El despliegue de la red de computadoras ARPANet (entre 1969 y 1990) prometió una comunicación global entre las universidades y acceso inmediato al conocimiento, cosa que entusiasmaba tanto a los hackers como a los universitarios que comenzaban a vislumbrarla. Sin embargo, como fue creada por encargo del Departamento de Defensa de los Estados Unidos en plena Guerra Fría no dejaba de despertar sospechas, aunque se reconociera su utilidad operativa. Mientras se multiplicaba la comunicación digital (hasta 1990 por ARPANet, y desde entonces por la World Wide Web), 430 rectores universitarios europeos suscribieron un documento que reconocía a la educación, el pensamiento crítico, la libertad, el conocimiento, la investigación y la enseñanza, como derechos universales que convocan al intercambio de todos los actuantes; la Magna Charta Universitatum Europaeum. Tales principios coinciden tanto con el Manifiesto Liminar cordobés como con las reformas universitarias que se iniciaran antes en Latinoamérica. No es de extrañar que éstos convocaran la adhesión de una generación de cuadros universitarios que habían protagonizado las reivindicaciones que caracterizaran las precedentes revueltas estudiantiles. Pero, como siempre, se producen efectos no esperados; ninguna prospectiva puede atender a todas las variables. Aquello sobre lo cual se ha actuado por lo que en su momento fueron consideradas buenas razones suele conducir hacia resultados no previstos.

Cuando once años después de la Magna Charta Universitatum comienza a desplegarse el Modelo Bolonia, los riesgos de la mercantilización convocaron a la sospecha de muchos de los actuantes que con anterioridad habían manifestado –en mayor o en menor medida– su adhesión. Como lo advierten Castillo y Moré (2018), los resultados de estas transformaciones dieron visibilidad a una precariedad laboral cada vez más relevante. Aunque ésta no sea advertida desde el orden estudiantil, urgido por las necesidades de acumulación crediticia que le impone su propio rol actancial. La vieja epistemofilia libertaria de la Akádêmos se obnubila, tras el protagonismo burocrático-empresarial del Capitalismo Cognitivo.

El ễthos universitario nunca aconteció como una maravilla, al menos no para todo su dêmos. Y si alguna vez lo hizo, esto ocurrió en burbujas reducidas. Pero la perspectiva de las revueltas estudiantiles del siglo XX, así como el Manifiesto Liminar, prometieron un ágora de interpelación constante, desde una adscripción casi mítica a la mayéutica socrática. No obstante, las naturalizaciones emergentes han ido desdibujando aquellas reivindicaciones. La precariedad universitaria que opera sobre sus docentes se impone también en las condiciones de vida sus estudiantes. Así, la matriz del mercado semiótico formatea las posibilidades de pensar de todos los universitarios, dando por inapelables a sus lógicas mercantiles. El compromiso con las necesidades sociales, tradicional eslogan de las universidades públicas, pasa también a componerse desde dichas lógicas; los indicadores utilizados para diagnosticar cuáles son las necesidades de la sociedad también pasan a regirse por la ley del mercado.

Z-Dígito-Cyborgs

Desde la consolidación de la Web las condiciones de producción han ido desterritorializando a productos, productores y consumidores en todos los ámbitos. Así, se han venido instituyendo características que se imponen globalmente a partir de la mercantilización de sus acciones. De este modo, las reglas del mercado universitario terminan alterando el equilibrio afectivo y psíquico de sus actores y, por otro lado, dicho desequilibrio también actúa sobre la economía que lo diagrama. En el Semiocapitalismo de Berardi (2017), la producción de signos se vuelve el ciclo principal de la economía y la valoración económica se vuelve el criterio principal para la producción de signos.

Negroponte, un cuarto de siglo antes de que la pandemia global de la Covid-19 robusteciera el uso de las herramientas digitales, expuso una prospectiva que terminaría coincidiendo con la actualidad. En “Ser digital” (1995) sugirió un paralelismo entre un mundo físico (compuesto de átomos) y un mundo informático (compuesto de bits) que le permitiría desarrollar una retórica orientada a fundamentar de qué manera se configurarían la existencia contemporánea. Esto terminaría instituyéndose tras el epíteto digitalidad, que daría cuenta de los constantes hiperenlaces digitales que se impondrían a partir de las primeras décadas del siglo XXI.

Los modos del ser digital se potenciarían a partir de la generalización de los smartphones en 2012, incluyendo contactos continuos entre todos los actuantes mediante dispositivos móviles, acceso instantáneo a la información a través de la Web y modos de almacenamiento de información en los cuales cualquier fragmento de texto puede ser buscado y usado para su categorización mediante motores de búsqueda.

Ello conforma una disrupción en los modos de existencia del siglo XXI, instaurando cotidianidades insistentemente digitalizadas. Los smartphones se han constituido en hiperenlaces imprescindibles. Las actividades diarias se inician con contactos a través los teléfonos inteligentes; apagar el despertador, verificar mensajes, atender el estado del tiempo, recurrir a las múltiples aplicaciones, informarse o clickear en redes dígito-sociales. Las llamadas telefónicas van siendo sustituidas por mensajes de texto, fotografías, o grabaciones a través de WhatsApp y Telegram. La búsqueda de locaciones específicas se ha ido asociando a un uso cotidiano del GPS y a la ubicación en el Google Map. Del mismo modo, los juegos del rumor se han instaurado a partir de posteos en redes y jugueteos obstinados a través de fake news no verificadas.

El biólogo keniata Dawkins (1976/1993) propuso la existencia de pequeñas unidades básicas de información cultural, difundidas entre individuos, colectivos y generaciones. Desde allí, sugirió denominar a estas unidades memes, recurriendo tanto a la semejanza fonética que este vocablo tendría con aquel que refiere a los genes y, de paso, con el griego mimema. De acuerdo a Dawkins, el animal humano poseería dos formatos desde los cuales extraería los datos necesarios para resolver las eventualidades de la vida. El primero de ellos sería el genoma, determinante de un genotipo que, mediante su replicación, posibilitaría la transmisión hereditaria intergeneracional. No obstante, esta procedencia sería insuficiente para resolver lo cotidiano en la medida en la que las formas de vida se tornan más complejas. Las bacterias podrían resolver la mayor parte de sus dificultades a partir de lo almacenado en su genotipo, pero cuanto más compleja se conforman las unidades vitales éstas más dependen de lo adquirido a través del aprendizaje. Los primates en general, y el Homo Sapiens en particular, configurarían un ejemplo de ello. Su sistema nervioso les permite procesar una información obtenida por aprendizaje que adquiriría el formato de múltiples modalidades cognitivas conformadas desde los memes. Dawkins ha sostenido que éstos también se replicarían, como lo hace la información genética. Así como los genes se agrupan en cromosomas, los memes también lo harían en agrupamientos culturales que posibilitarían reforzar nuevas adquisiciones. Como sucede con la información genética, la memética también se encontraría sujeta al azar de una lucha que la modifica en función de correlaciones de fuerza. Se trata de modificaciones constantes, tal como sucede con las alteraciones de frecuencia en la secuencia del ADN. En lo inmediato estas mutaciones podrían parecer perjudiciales, al menos para el formato preestablecido del ser. No obstante, desde una perspectiva evolucionista, sin mutaciones no habría posibilidades de cambio y sin cambio no habría posibilidades evolutivas.

Como las unidades de información cultural también evolucionan, el vocablo propuesto por Dawkins también se ha transformado. En correspondencia con la digitalidad, que previera Negroponte, su migración hacia la web lo ha hecho referir a contenidos que asocian elementos gráficos y textuales en un mismo significante. Hoy los memes digitales representan opiniones, conceptos o situaciones, que pudieran dar cuenta de un estado de cosas que aspira a ser propagado viralmente (metáfora que, en el estar-siendo digital, también se ha instituido como meme).

Donna Haraway (1991/1995) jugó con la imagen del cyborg para referir las particularidades de la performance humana, mucho antes de que los sistemas operativos iOS y Android evolucionen hasta la actualidad. Su metáfora resulta altamente significativa, pues la popularidad de los dispositivos digitales integra a sus usuarios en una esfera que los configura como cyborgs integrados en una red global.

Los indicadores dígito evaluativos

Aquello que se denominara evaluación de pares viene siendo sustituido, paulatinamente, por algoritmos que cuantifican registros de enlaces, descargas y referencias. Esto se realiza a través de los FI, que miden artículos y revistas en función de las citas recibidas por otros artículos publicados y recogidos en la web. Uno de ellos es el Journal Citation Reports (JCR), una publicación digital anual que realiza el Instituto para la Información Científica de la empresa Thomson Scientific. El JCR. es uno de los principales indicadores a la hora de evaluar la actividad científica en el mundo. Diversas universidades, centros de administración y ministerios encargados de educación superior, hacen sus evaluaciones de profesores universitarios y otros investigadores sobre el número y las referencias de los artículos publicados en revistas indexadas.

El FI se calcula en períodos comprendidos en torno los dos últimos años, lo cual genera varias dificultades. Para muchos trabajos, el tiempo entre la recepción y la publicación suelen superar los períodos admitidos. Por otra parte, la cantidad de citas no resulta un indicador confiable, pues la compulsión cuantitativa habilita modos de citación coercitiva que retroalimentan negociaciones orientadas a reforzar su valor de cambio. Estos procedimientos ya han sido expuestos por una encuesta realizada por Wilhite & Fong (2012) en la cual se revela que la citación coercitiva ha sido experimentada por uno de cada cinco investigadores de economía, sociología y psicología, y resulta más habitual en revistas con bajo FI. La mercantilización del conocimiento, auxiliada por los indicadores del JCR, devela la distancia cada vez mayor entre los signos y aquello a lo cual se proponen referir.

El Altmetrics (Priem, Taraborelli, Groth, & Neylon, 2010) se propuso como un nuevo procedimiento que operaría a través de métricas de impacto alternativas. Si bien dicho indicador considera artículos, también se lo usa para revistas, libros, presentaciones, videos, repositorios de código fuente, páginas web, prensa, y menciones en medios sociales. No obstante, del mismo modo que sucede con los indicadores del JCR, Altmetrics tampoco logra inhabilitar auto-referencias ni especulaciones que permitan intensificar el FI. Por esta razón, no logra garantizar que su propuesta evite derivar hacia un simulacro camuflado tras dichos procedimientos.

Como siempre se trata de economía, surgieron dos modalidades de lucro que, por un lado impulsaban a que las universidades debieran pagar para acceder a las publicaciones de los resultados de investigaciones que ellas mismas habían financiado y, por otro, convocaran a fraudes editoriales que se aprovechan de las presiones para publicar constantemente. Pese a que autores y revisores no cobran por su trabajo, un número significativo de las revistas de alto FI sí lo hacen; tanto a quienes logran publicar (por CPA, Cargos de Procesamiento de Artículos) como a quienes quieren acceder a dichas publicaciones a través de suscripciones. Por otra parte, se han multiplicado las revistas depredadoras, que desvirtúan el modelo de acceso abierto para su propio beneficio; afirman tener gran FI, un comité editorial con académicos reconocidos, un veloz proceso de aceptación de artículos y aseguran que para poder publicar alcanza con pagar los CPA y enviar el artículo. Así, obtienen el pago de los autores, alimentándose de la necesidad de publicar.

En 2001 Lawrence Lessig, Hal Abelson y Eric Eldred fundaron la organización Creative Commons (CC), orientada a desarrollar instrumentos jurídicos gratuitos que facilitaran el uso y la distribución de la creatividad. Las licencias de esta organización buscaron una forma de habilitar que los autores accedan a un control que les permita compartir su creatividad satisfactoriamente. Hacia 2017 la cantidad de estas licencias registradas superaba los 1400 millones, como puede verificarse en su banco de datos. CC buscó dar un soporte legal a quienes buscaran comunicarse libremente sin perder sus derechos. Pero, de todos modos, las reglas del mercado académico continuaron permitiendo que las revistas indexadas se apropien del valor de cambio a través de los CPA. Éstos continúan siendo un negocio multimillonario. “La transformación del sistema de publicaciones académicas está evolucionando hacia un mayor encarecimiento, no hacia una mayor universalización” (Tosar, 2022, p. 250). CC no logró la comunicación libre que ambicionaba, de acuerdo a este profesor, entre un 10 y un 20 % de lo que su país invierte en investigación termina enriqueciendo a un pequeño número de editoriales académicas.

En 2008, Richard Price y Brent Hoberman fundaron Academia.edu, un portal que manifiesta compartir libremente sus artículos, verificar su impacto y facilitar las búsquedas en todos los campos del conocimiento. Ofrece distribución instantánea, y un sistema de revisión por pares que en lugar de hacerse antes de su publicación lo hace durante la distribución. Sin embargo, no se configura como un repositorio de acceso totalmente abierto. Acceder al impacto también requiere el pago de suscripciones. En 2022 declaró 33 800 millones de dólares americanos en su haber (fundamentalmente a través de fondos inversionistas como SPARK, Tencent 腾讯, Khosla Ventures y True Ventures). Como con CC, nada escapa al Capitalismo Cognitivo.

Arianna Becerril-García, Eduardo Aguado y Eduardo Sandoval fundaron la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (Redalyc) en 2002. Sus objetivos se situaron en la necesidad de configurar una red de acceso abierto y de carácter no lucrativo, posicionándose desde una política que no admite los CPA. Desde esta perspectiva, Redalyc ofrece un sistema de información y enlaces que proporciona indicadores en torno a la publicación, la colaboración y el uso de una literatura científica de carácter universal. Cuenta con la colaboración de cientos de centros de investigación, asociaciones, editoriales y universidades de todo el mundo, los cuales comparten un modelo de publicación académica que sea propiedad de la propia academia. De acuerdo a su portal, en julio de 2022 el sistema ya contaba con 1475 revistas en línea y 715 instituciones de 26 países, con una cantidad de artículos cercana a las ocho centenas de miles.

En 2019, Redalyc se adhirió a la Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación (DORA), realizada en la reunión anual de la American Society of Cell Biology de 2012. En la DORA se manifestaron las limitaciones conllevan los sesgos en la distribución de citas dentro de las revistas, la manipulación a la cual convocan los FI y la falta de transparencia de los datos que se utilizan para desarrollar su cálculo. Dicha declaración confirma la necesidad de nuevas modalidades evaluativas que eliminen el uso de métricas basadas en el FI de las revistas, valorando a las investigaciones por sus propios méritos y flexibilizando los límites innecesarios en el número de palabras, figuras y referencias de los artículos que éstas difunden. Recomienda no recurrir a las métricas basadas en revistas como una medida sustitutiva de la calidad de las investigaciones, ni hacerlo para evaluar las contribuciones científicas, ni para resolver contrataciones, promociones o financiaciones. Por otra parte, exhorta a impugnar las prácticas de evaluación que dependen indebidamente del FI, y a promover prácticas centradas en el valor de los resultados específicos de la investigación. De este modo, la DORA atiende a la importancia de considerar una amplia gama de medidas de impacto cualitativo más allá del arbitraje editorial; impacto en el campo, influencia sobre la política, prácticas científicas, y capacidad de interpelar lo establecido. Ponderando la misión definida para Redalyc por sus fundadores, lo único que no armoniza en su adhesión a la DORA es que hayan tenido que pasar siete años para que así se manifestara.

Como nada escapa a estas reglas de juego, y buscando proteger los derechos del cognitariado, en 2012 se iniciaron las operaciones de un servicio abierto e independiente de registro –por código alfanumérico– que identifica a los colaboradores en investigación y publicaciones; el ORCID (Open Researcher and Contributor ID). De acuerdo a como lo hace en su espacio en la web, se presenta como una organización orientada a que todos los participantes en investigación, erudición e innovación, estén identificados y conectados de manera única con sus contribuciones. El servicio se esmera por habilitar enlaces transparentes y confiables, tanto entre los autores como entre sus filiaciones, y desde un identificador gratuito.

El valor de cambio que adquirió la gestión del conocimiento impulsa tanto a la explotación de su cógnito-dígito-precariado como a las maniobras, más o menos fraudulentas, en las cuales éste se ve comprometido a realizar para sobrevivir. La mercantilización del conocimiento ha promovido modalidades de inclusión/exclusión instrumentalista, afines a las evaluaciones empresariales que desdibujan aquella mayéutica de la Akádêmos. Dichos procederes se han naturalizado tanto por parte de sus trabajadores como por parte de aquellas organizaciones en las cuales operan. Sin embargo, las mismas dígito-herramientas que consolidaron al Capitalismo Cognitivo también contienen la posibilidad de rupturas que puedan dar lugar a la objeción. Los posicionamientos desarrollados por CC, ORCID y Redalyc han habilitado impugnaciones como las que se manifestaron en 2012 a partir de la DORA. El accionar de los predadores invoca, también, al desarrollo de estrategias que permitan sobrevivir a sus presas.

El Capitalismo Cognitivo, como resulta natural en todo capitalismo, traslada los costos de sus efectos secundarios tanto a los colectivos más subordinados como a las generaciones subsiguientes; se esfuerza para que las deudas las paguen otros. Su modalidad predadora desplaza sus facturas a las generaciones venideras y a los actuantes que operan desde la periferia de los dictámenes algorítmicos del World University Rankings. Estos modos del hacer resultan, por naturalización, tan opacos que a las propias universidades se les dificulta pensar reflexivamente sobre su diagrama. Centro y margen se retroalimentan como dualismo; la identidad de uno hace a la identidad del otro. Se manifiesta, tanto en el centro como en la periferia, modalidades operativas que retroalimentan los procesos de centralización del conocimiento. Así se impone una desvalorización de las necesidades del margen, y una lengua franca universal procedente del modelo anglo.

Como el accionar universitario sencillamente ocurre, en las universidades latinoamericanas a los trabajos de investigación, a las ponencias o a las comunicaciones académicas se las agrupa tras el anglicismo paper. En armonía con esta koiné, se impulsa a que estos sean resumidos abreviadamente en inglés tras otro anglicismo como lo es el abstract. Esta lengua franca opera, entonces, tanto en el centro como en la periferia, validando aún más aquellas que se publicaran completamente en ella. También en los organismos evaluadores latinoamericanos se jerarquizan las publicaciones que podrían ser perjudiciales para sus formas de producción científica, y en un idioma que no les corresponde. Aspirando a alcanzar un mayor factor de impacto crediticio, margen y centro se retroalimentan en tanto tales.

Spivak (2010) se ha preguntado si puede hablar el sujeto subalterno y ha respondido que, si bien puede hacerlo, carece la posibilidad de ser escuchado; su lugar de enunciación no lo habilita. Vale reconocer, sin embargo, que la afamada pensadora no deja de caer en la paradoja; ella puede ser escuchada porque habla como una intelectual reconocida desde una Academia formateada desde el mismo modo operativo que con razón objeta. Centro y periferia se retroalimentan desde su lugar de tales. El Capitalismo Cognitivo logra imponer sus acreditaciones, incluso dentro de aquellas perspectivas que lo interpelan.

La única certeza inevitable es la muerte, las restantes sugieren una metafísica que intenta acallar dicha certeza. Para que las reglas del juego se modifiquen se debe reconocer que el juego no se trata nada más (ni nada menos) que de un juego, cuyas reglas se pueden cambiar, o al que se puede dejar de jugar. La perspectiva subalterna puede hablar, gritar y desobedecer, pero debe luchar con mucha más fuerza para abandonar su subordinación y lograr ser escuchada.

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