Entre sus muchas facetas, la actual fase de expansión del capitalismo obliga a repensar categorías del campo de la subjetividad en sus entrecruzamientos con las nociones de nomadismo, diáspora y desplazamiento postcolonial. Para los sujetos afectados por la creciente movilidad espacial, las nuevas políticas migratorias, o la precariedad laboral, no se trata tan solo de cruzar fronteras o mudar destinos, sino del malestar ligado a la incertidumbre del tener que rehacer la propia historia. Se trata, en definitiva, del malestar de una identidad itinerante. Claro está, se puede ser absolutamente itinerante sin nunca tener que moverse de casa. Hoy, no solo es posible elegir qué se quiere consumir, sino donde se quiere vivir o qué cultura asumir. Esta ilusión de elección ilimitada, de un goce de incorporación que atraganta y que hace su síntoma más ilustrativo (pero no el único) con las patologías de incorporación—adicciones, consumismos y trastronos de alimentación.
En esta paradoja se esbozan los ribetes mórbidos del síntoma histórico contemporáneo: Mientras el consumidor del nuevo milenio busca asirse a un ideal codificado en las quimeras de la globalización, de las telecomunicaciones instantáneas, del comercio electrónico, de la programación genética y del consumo online, el sujeto de la precariedad balbucea frente a la renovada ola de xenofobia, los cierres de frontera, las relaciones familiares a distancia, y los trabajos temporales. Este no es un sistema a punto de estallar. Es un sistema que ha ya hecho implosión sobre sí mismo, a pesar que pocos parecen advertirlo.
Y sin embargo, este malestar no es del todo nuevo, razón por lo cual hablamos de un repensar el campo de la subjetividad más que de un deshacerlo. El movimiento de personas a lo largo de geografías físicas y culturales es tan viejo como la humanidad misma. De hecho, los primeros pueblos humanos fueron nómades. Sin embargo, hoy en día la misma problemática toma una significación distinta, ya que se trata de una migración que puede suceder, repetimos, sin movimiento alguno. Y si bien las posibilidades de elección se multiplican, las condiciones sobre las que ellas se imponen pueden ser algunas veces muy debilitantes.
Inauguremos este número de Aesthethika preguntándonos qué significa ser un sujeto itinerante. Según algunas fuentes, el vocablo itinerante, de raíz indoeuropea, se remonta al siglo dieciséis, en coincidencia con la expansión colonial de Europa sobre el nuevo mundo. En un principio, el término se reservaba para los juristas y comerciantes del viejo continente, los cuales improvisaban reglas para el tráfico de mercancías y esclavos, beneficiando con ellas los intereses de los colonizadores. Es interesante, sin embargo, que el término admita también otra acepción, sugerida en la aparición aún más temprana de la palabra en pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento. En estos textos, itinerante es una cualidad característica del Maestro, quien viaja de aldea en aldea preservando las enseñanzas religiosas de una comunidad a través de exposiciones orales en público o a discípulos iniciados—es decir que aquí no se trata de una improvisacion de la regla sino de una transmisión en la cual las mismas reglas deben ponerse a prueba para así validarlas. En este sentido, el núcleo semántico de la palabra itinerante parece insinuar una peculiar relación entre ley y transmisión del patrimonio simbólico, un anudamiento entre aquello que se preserva de lo simbólico como legado fundador u organizador histórico y aquello transitorio o improviso que lo avasalla y le obliga a ensanchar sus horizontes.
Irónicamente, en el corazón del significante itinerante late algo errático e incluso errante. De hecho, la efectividad de lo simbólico depende no tanto de su poder de determinar un destino cuanto de un disponer los medios para que lo humano se realice, es decir, para que lo simbólico se actualice a sí mismo como un universo siempre incompleto. Por esto mismo, los itinerarios de la condición humana confrontan al sujeto por fuera de los margines del azar o la pura determinación. En este sentido, vale afirmar que el sujeto se caracteriza por el movimiento—en el sentido de emerger para desaparecer y de una cierta confrontación de lo desconocido en el acto de desear aquello que no se tiene. Pero este mismo movimiento es posible en tanto al menos un elemento significante sirva de anclaje, o de rasgo fundador que pacifique y acote la insoportable inestabilidad de los otros significantes.
Cuando lanzamos la convocatoria a este cuarto ejemplar de Aesthethika quisimos entablar un diálogo alrededor de algunas de estas ideas. La respuesta de escritores, artistas y estudiantes no se hizo esperar. El resultado es, una vez mas, una apuesta al pensamiento crítico, con cinco aportes teóricos y metodológicos originales en estudios culturales, ética, arte, educación y psicoanálisis. Finalmente, los escritos aquí publicados representan también la proyección de la revista a nivel internacional, ya que fueron enviados por autores de Argentina, Colombia, España, Estados Unidos, Francia e Irlanda. Esperamos que los lectores de la revista encuentren la lectura de estos cuatro ensayos tan estimulante como nosotros.