Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea escribieron este texto sobre La Era de Hielo en 2002, coincidiendo con el estreno del film en Argentina. Las ideas allí contenidas fueron ocasión del diseño de varios módulos educativos sobre intervención en desastres, utilizados en cursos de capacitación para maestros de escuelas, e incluidos en versión multimedial en la serie IBIS “Intervención en Desastres: Etica y Complejidad” y luego traducidos al inglés en 2005 por James Shultz y Zelde Espinel como parte de la multimedia IBIS-WPA “Intervention in Disasters: Mental Health Guide”, utilizada durante la intervención en el Tsunami asiático, el huracán Katrina y otros desastres alrededor del mundo.
Pero el texto original de Lewkowicz y Corea permanecía inédito. En marzo 2007, a tres años de la trágica muerte de sus autores, se realizó un homenaje en la UBA, en el cual la lectura y análisis del texto fue presentado junto al tributo de Andrea Hellemayer. La sección In memoriam de este número de Aesthethika reúne ambos materiales.
Es la ley de la manada: nos cuidamos entre todos. Así enuncia Manfred, el mamut de la Era de hielo, la dimensión de decisión subjetiva que tienen los cuidados cuando el mundo viviente está amenazado de extinción y no existen instituciones de respaldo que garanticen la supervivencia. Recordemos la escena: Manfred acaba de salvar de la muerte a Diego, el tigre dientes de sable, devenido compañero "ocasional" de Manfred en la misión de salvar a un cachorro humano.
La película es una buena alegoría para pensar nuestras circunstancias: sin instituciones, o decidimos armar nuestra propia manada, o nos extinguimos.
La alegoría nos sigue tentando, porque la manada de la Era de hielo no es una manada que se arma bajo el dictado de la naturaleza, sino por pura decisión animal. Se arma cuando Manfred decide arriesgar su vida para salvar a Diego; cuando Sid decide hacerse cargo del “bodoque humano” y cuando Diego decide traicionar a su banda –en rigor, su manada “natural” para proteger a los suyos: Manfred, Sid y el bodoque.
La manada que se arma por decisión subjetiva se sostiene por la decisión de los mutuos cuidados y no por las leyes que dicta la naturaleza -o la institución-. Se diría que los cuidados son las operaciones en las que se sostiene la decisión de integrar la manada. Esos mutuos cuidados, sin embargo, no son recíprocos ni suponen algo así como una semejanza entre los miembros de la manada. Qué cuidar, a quién cuidar, cómo cuidar y quién cuida son operaciones que se implementan bajo la presión de las circunstancias y que dependen, ellas también, de decisiones situacionales precisas y no de mandatos o saberes –así sean instintivos.
El mamut es el animal menos apto para sobrevivir en el hielo; sin embargo, es quien salva a Diego, el tigre, de caer en un río de lava. El menos apto salva al supuestamente más apto: la condición felina de Diego lo habilitaría, naturalmente, a desempeñarse eficazmente en los albores de la glaciación. Pero lo que se obstina en mostrar el film es cómo las decisiones animales contrarían permanentemente los designios naturales.
En la Era de hielo, se viven las circunstancias de una catástrofe. Y para habitar esa catástrofe tres desconocidos que devienen amigos: Sid, Manfred y Diego deciden constituirse como manada. Aquí la distinción entre habitar y sobrevivir es decisiva. Puesto que si se tratara de una mera operación de supervivencia, no sería la alianza de un perezoso con un mamut y un tigre lo más eficaz. En la economía de la supervivencia -dado que se trata de sobrevivir en la glaciación- el primer excluido habría sido el mamut, puesto que es el más inepto. Sin embargo, la película ofrece la curiosa paradoja de que sea el mamut quien enuncie la ley que funda esa heterogénea asociación animal como manada: Nos cuidamos entre todos.
Hay otra indicación de que lo que está en juego entre estos amigos es el habitar y no el sobrevivir: lo que liga a Sid, Manfred y Diego es una misión: reintegrar a su tribu un cachorro humano que se ha extraviado. Curiosa misión esa que los mantiene juntos; curiosa misión esa que los implica en rescatar a un predador -no hay que olvidar aquí que la perspectiva de la narración cinematográfica es animal y no humana-. Al respecto resultan bien interesantes los conflictos éticos que se suscitan entre los camaradas: ¿corresponde o no corresponde rescatar a un futuro predador de tigres y mamuts?
La ardilla encarna en la película la imagen de la pura supervivencia. Obstinada, la ardilla cruza glaciaciones y milenios, tras un único objeto que la impulsa, la bellota, sin ninguna chance de que en ese recorrido asome nada parecido a un destino distinto del suyo. A lo largo de los milenios, la ardilla no establece vínculo alguno; ella sólo corre tras la bellota.
Indudablemente, la tarea de ardilla resulta altamente eficaz desde el punto de vista de la supervivencia; pero es nula en la dimensión de la experiencia.
Diego es un personaje paradigmático. En su devenir miembro de la nueva manada, este tigre exhibe las precisas operaciones que lo van constituyendo en situación. Diego primero está haciendo un trabajo: tiene que servirle un lindo bebito como desayuno a su jefe.
Después vacila: en la medida en que avanza su vinculación con los compañeros de la nueva manada –esa manada que en un principio integró sólo como pretexto para lograr la codiciada presa- Diego se encariña, asume responsabilidades, se deja afectar. Y finalmente, cuando las circunstancias apremian y la situación pone en riesgo a la manada que ya asumió que su misión es rescatar al bodoque humano, Diego decide traicionar su identidad de origen para constituirse definitivamente como miembro de la manada advenediza.
Llama poderosamente la atención un procedimiento de La Era de hielo: el doblaje [1]. En el doblaje no hay traducción, ni adaptación ni interpretación. ¿Qué cosa es esa poderosa entonación que tienen las voces de los protagonistas, voces con una impronta propia, con estilo, con humor, incluso con ironía? Si hay un arte en esa película, ese arte está en las voces; está en haber intuido que es la enunciación la marca propia de todo vínculo constituido en una experiencia. Así la voz, que es el hallazgo genial de la película, es en La Era de hielo el testimonio de que allí se juega la decisión de constituirse en una experiencia: por decisión, la manada advenediza ha sido capaz de otro destino que el suyo.