Del descubrimiento del Anillo
Como se cuenta en El Hobbit, un día llegó a la puerta de Bilbo el gran Mago, Gandalf el Gris y con él trece Enanos: nada menos que Thorin Escudo-de-Roble, descendiente de reyes, y doce compañeros de exilio. Bilbo salió con ellos, del todo perplejo, en una mañana de abril del año 1341 de la Cronología de la Comarca, a la búsqueda del gran tesoro: el tesoro oculto de los Reyes Enanos de la Montaña, debajo de Erebor en el Valle, lejos al este. La búsqueda fue fructífera, y dieron muerte al Dragón que custodiaba el tesoro. Sin embargo, aunque antes del triunfo final se libró la batalla de los Cinco Ejércitos, en la que murió Thorin, y se realizaron muchas proezas, el asunto habría incumbido apenas a la historia posterior o sólo hubiera merecido algo más que un comentario en los largos anales de la Tercera Edad, de no haber mediado una causa fortuita: el grupo fue asaltado por Orcos en un alto paso de las Montañas Nubladas, en el camino hacia las Tierras Ásperas, y sucedió que Bilbo se perdió un tiempo en las profundas y negras minas subterráneas de los Orcos, bajo la montaña, y allí, tanteando en vano en la oscuridad, posó la mano sobre un anillo, caído en el piso de un túnel.
Se lo guardó en el bolsillo. En ese momento sólo pensó que había tenido suerte.
Tratando de encontrar la salida, Bilbo siguió descendiendo a las profundidades de la montaña, hasta que no pudo continuar. En el fondo de la galería había un lago helado, lejos de toda luz, y en una isla rocosa, en medio de las aguas, vivía Gollum. Era una pequeña y aborrecible criatura; impulsaba un botecito con unos pies anchos y planos, acechando con ojos pálidos y luminosos; metía los dedos largos en el agua, sacaba un pez ciego, y se lo devoraba crudo. Se alimentaba de cualquier cosa viviente, aun Orcos, si podía apresarlos y estrangularlos sin lucha. Era dueño de un tesoro secreto que había llegado a él en pasadas edades, cuando todavía vivía a la luz: un Anillo de oro que hacía invisible a quien lo usaba. Era lo único que amaba, su «tesoro», y hablaba con él aunque no lo llevaba consigo. Lo mantenía oculto y a salvo en un agujero de la isla, excepto cuando cazaba o espiaba a los Orcos de las minas.
Quizás habría atacado a Bilbo inmediatamente, si cuando se encontraron hubiese llevado el Anillo; pero no fue así, y el hobbit tenía en la mano una daga de los Elfos, que le servía de espada. Para ganar tiempo, Gollum desafió a Bilbo al juego de los enigmas, diciéndole que propondría un enigma, y si Bilbo no podía resolverlo, lo mataría y se lo comería. Pero si Bilbo lo derrotaba, haría lo que él quisiera y le mostraría la salida a través de los túneles. Perdido sin esperanza en las tinieblas y no pudiendo avanzar ni retroceder, Bilbo aceptó el desafío. Se plantearon mutuamente los enigmas. Por fin Bilbo ganó, quizá más por buena suerte que por inteligencia, pues al plantearle a Gollum otro enigma, encontró en el bolsillo el Anillo que había recogido y olvidado y exclamó: ¿Qué tengo en el bolsillo? Gollum no pudo responder, aunque consiguió que Bilbo aceptara tres respuestas.
Las autoridades, es cierto, difieren acerca de si esta última era una simple pregunta o un verdadero enigma, de acuerdo con las reglas estrictas del juego; pero todos están de acuerdo en que después de aceptar y tratar de adivinar la respuesta, la promesa ataba a Gollum. Bilbo lo obligó a mantener su palabra, pues se le ocurrió la idea de que ese ser escurridizo podía ser falso, aunque tales promesas eran sagradas y aun las criaturas más malignas siempre habían temido romperlas. Pero después de pasar tantos años solo en la oscuridad, el corazón de Gollum era negro y abrigaba la traición. Se escabulló y retornó a su isla no muy lejana, en las aguas oscuras, de la que Bilbo nada sabía. «Allí, pensaba, estaba el Anillo.» Se sentía ahora hambriento y enojado; pero una vez que tuviese el «tesoro» con él, ya no temería ningún ataque. Pero el Anillo no estaba en la isla; lo había perdido o había desaparecido. El grito penetrante de Gollum estremeció a Bilbo, quien todavía no entendía lo que había pasado. Gollum había encontrado por fin la respuesta al enigma, pero demasiado tarde. ¿Qué tiene en el bolsillo?, gritó. Los ojos le brillaban como una llamarada verde cuando volvió rápidamente sobre sus pasos, decidido a asesinar al hobbit y recobrar el «tesoro». Justo a tiempo, Bilbo vio el peligro y huyó ciegamente por el pasaje, alejándose del agua; y una vez más la buena suerte lo salvó. Porque mientras corría metió la mano en el bolsillo, y el Anillo se le deslizó suavemente en el dedo; de modo que Gollum pasó a su lado sin verlo cuando iba a vigilar la puerta de salida para que el «ladrón» no escapase. Bilbo siguió cautelosamente a Gollum, que corría maldiciendo y hablando consigo mismo sobre su «tesoro». Por esta charla Bilbo entendió al fin y la esperanza acudió a él en las sombras; había encontrado el maravilloso Anillo y con él la probabilidad de escapar de los Orcos y de Gollum.
Por fin se detuvieron frente a una abertura oculta que llevaba a las puertas inferiores de las minas, en la ladera oriental de las montañas. Allí Gollum se agazapó, acechando, husmeando, y escuchando. Bilbo estuvo tentado de atravesarlo con la espada, pero le dio lástima, pues aunque tenía el Anillo, que era su única esperanza, no lo utilizaría como ayuda para matar a la miserable criatura a traición. Por último, armándose de coraje, saltó por encima de Gollum en la oscuridad y huyó pasaje adelante perseguido por los gritos de odio y desesperación de su enemigo: ¡Ladrón! ¡Ladrón! ¡Bolsón! ¡Te odiaré siempre!
Cosa curiosa, pero ésta no es la historia que Bilbo contó al principio a sus compañeros. Les dijo que Gollum le había prometido un regalo, si él, Bilbo, ganaba en el juego; pero cuando Gollum fue a la isla descubrió que el tesoro había desaparecido: era un Anillo mágico que le habían regalado en un cumpleaños mucho tiempo atrás. Bilbo sospechaba que ése era el Anillo que había encontrado y como había ganado el juego, le correspondía por derecho. Pero como en aquel momento se encontraba en un apuro, no había dicho nada y dejó que Gollum le mostrase la salida al exterior más como recompensa que como regalo. Bilbo asentó este informe en sus memorias, y parece que nunca lo alteró, ni siquiera después del Concilio de Elrond. Evidentemente sigue apareciendo así en el Libro Rojo y en varias copias y resúmenes. Pero muchos ejemplares contienen la verdadera versión (como una variante), derivada sin duda de notas de Frodo o Samsagaz, pues ambos conocieron la verdad, aunque parece que no desearon cambiar nada de lo que el viejo hobbit había escrito.
Gandalf, sin embargo, en seguida puso en duda la historia original de Bilbo y quiso saber algo más del Anillo. Al fin obtuvo la verdadera historia después de mucho preguntar a Bilbo, lo que por un tiempo enfrió las relaciones entre ellos; el mago entendía que la verdad era importante. Aunque no se lo dijo a Bilbo, pensó que era también importante y perturbador saber que el buen hobbit no había dicho la verdad desde el principio, cosa bastante contraria a su costumbre. La idea de un «regalo», sin embargo, no era mera invención del hobbit. Se la había sugerido a Bilbo y así lo confesó, lo que alcanzó a oír a Gollum, quien en efecto denominó al Anillo muchas veces «regalo de cumpleaños». También esto le pareció a Gandalf extraño y sospechoso, pero no descubrió la verdad al respecto hasta muchos años después, como se verá en este libro.
De las posteriores aventuras de Bilbo muy poco hay que decir aquí. Con ayuda del Anillo escapó de los Orcos que guardaban la puerta y se reunió con sus compañeros. Usó el Anillo muchas veces mientras iba de un lado a otro, principalmente para ayudar a sus amigos, pero guardó el secreto todo lo que pudo. Ya en su casa nunca habló de él con nadie, excepto con Gandalf y Frodo; y ningún hobbit de la Comarca supo de la existencia del Anillo, o por lo menos así lo creyó él. Sólo a Frodo mostró el informe de viaje que estaba escribiendo.
Colgó la espada, Dardo, sobre el hogar, y la maravillosa cota de malla, regalo de los Enanos, tomada del tesoro escondido del Dragón, la prestó a un museo: la Casa de los Mathoms de Cavada Grande. Pero en una gaveta, en Bolsón Cerrado, conservó el vicio manto y la caperuza que había llevado en sus viajes. En cuanto al Anillo, lo guardó siempre en un bolsillo sujeto a una hermosa cadena.
Volvió a su hogar en Bolsón Cerrado el 22 de junio de su quincuagésimo segundo año (1342 CC), y nada digno de mención sucedió en la Comarca hasta que el señor Bolsón comenzó a preparar la celebración de su cumpleaños centésimo decimoprimero (1401 CC). En ese punto comienza esta Historia.