La mirada, la imagen, los espejos, lo imaginario, la representación, la corporalidad. Lo Real, el acontecimiento, la producción, la creación, el acto, el sin sentido, lo incorpóreo, lo esférico, el vacío. La nada y el ser. La significación: signo, símbolo, significado. Las subjetividades. El eterno retorno. Los temas, los conceptos, las visiones. Los autores, los pensadores, los creadores. Se trata de pensar en esto que es, al decir de Guattari (1996), un caosmos. Del caos al cerebro, como dice Deleuze, se intenta trazar planos en el caos, con él y no sobre él. Y ése es el trabajo incesante de los pensadores que se transforman en artistas, devienen creadores. El desafío es adentrarse en las lógicas, diferentes, caóticas por momentos, anárquicas también; para intentar reflexionar sobre los juegos de significaciones, sobre los limites de éstos, sobre sus institucionalizaciones, y sus desterritorializaciones.
Descartes es el autor que da comienzo, con su pensamiento, a la Modernidad y más específicamente a la filosofía moderna. Esta iniciación, de la cual el filosofo y su teoría dan cuenta, se realiza a partir de incluir La Razón como factor principal de la vida del hombre y de lo social. La bien conocida frase de Descartes lo ilustra perfectamente:
pienso, luego existo. Se descree de todo, menos de la Razón, que es la que va a determinar el inicio de una Era antropocéntrica, que deja de lado las justificaciones místicas y religiosas.
En relación al imaginario, Descartes (1641/2002) va a llamar imaginaciones a aquello que escapa a la voluntad, lo que podríamos llamar hoy la conciencia. Según la definición que da el autor, las imaginaciones “. . . son las ilusiones de nuestros sueños y también las divagaciones que solemos tener estando despiertos, cuando nuestro pensamiento deambula despreocupado sin fijarse determinadamente en nada.” [1] En este sentido, debemos tener en cuenta que si bien es posible equiparar en nuestras mentes las percepciones del alma y la voluntad con la conciencia y las imaginaciones y los sueños definidos por Descartes con lo inconsciente, esto es erróneo. En el comienzo de la Modernidad solo se conceptualizaba el plano de la conciencia a través de La Razón, sin considerar un más allá de este campo. Habrá que esperar a la creación Freudiana del psicoanálisis para comenzar a hablar del plano del inconsciente como hoy lo entendemos.
Por otro lado, Lacan (1984) da un lugar principal a la mirada en términos de construcción sujetiva. En principio, la concepción del estadio del espejo marca en los primeros tiempos de la obra de Lacan la fuente de inspiración para conceptualizar la noción de imaginario como uno de los tres registros en los cuales funda sus desarrollos.
En cuanto a lo que significa el estadio del espejo, Lacan sugiere que la cría del hombre reconoce su imagen en el espejo desde muy temprana edad. El punto más importante en cuanto a este estadio es la constitución de la instancia del Yo. Se constituye el Yo-Moi como construcción imaginaria, y el Yo-Je como posición simbólica del sujeto. Lacan se refiere de la siguiente forma al estadio del espejo:
Es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la
anticipación; y para el sujeto, preso de la ilusión de la identificación
espacial, maquina las fantasías que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su
totalidad. [2] El niño solo puede reconocerse especularmente (a- a‘) gracias a la mirada del Otro primordial (A- a) que da unidad y anticipa la constitución de un cuerpo unificado. Es aquí donde podemos decir que la constitución del sujeto no es sin un Otro del lenguaje.
Este Otro es quien da un lugar simbólico al niño antes de su nacimiento, ese Otro no son solo los padres que nombran e idealizan al hijo, sino que es también la cultura y el lenguaje, donde se inscribe todo ser humano. Luego, Lacan anuncia, basándose en Hegel, que el deseo es el deseo del Otro. Según Hegel, la historia de la humanidad es la eterna lucha por el reconocimiento. La dialéctica del amo y del esclavo se basa en el deseo de reconocimiento, que encuentra su origen en una lucha a muerte entre
adversarios, que solo se interrumpe cuando uno de éstos consiente en reconocer al otro sin ser reconocido por él. Entonces, la mirada es una mirada de reconocimiento, se busca que el Otro mire y reconozca la imagen que el niño, en un primer momento, percibe frente el espejo.
En relación al movimiento de alienación-separación Lacan nos explica que en los primeros momentos de constitución del Sujeto es necesaria la unión (alienación) con el Otro. Pero en un segundo momento será necesaria la separación que se atribuye a la intersección de la función del Nombre-del-Padre para que se constituya un Sujeto deseante.
Lo que en la naturaleza del individuo se presenta como un momento de alienación por su condición prematura, puede ser equiparado en la cultura con la imaginarización de un Otro completo que ocupa el lugar del liderazgo, de totalitarismo. Por esto, ninguna suerte de totalización podría mantener un límite, ley. No hay apertura al deseo, no hay apertura
a la libertad. El lugar que ocupan las masas es el de objeto de goce de un Otro sin falta.
En este sentido la pretensión totalitaria consiste en el intento de anular cualquier línea de fuga, al decir de Deleuze, en querer cerrar la estructura en la creencia de una verdad absoluta que se presenta como una Verdad de carácter social. Žižek (1992) se refiere a este punto en las siguientes palabras:
El totalitario tampoco cree en la ficción simbólica, en su versión de la
vestimenta del rey; sabe muy bien que el rey esta desnudo. (…) Pero, en
contraste con la autoridad tradicional, lo que el totalitario añade no es un
“pero sin embargo” sino un “precisamente porque”: precisamente porque
el rey esta desnudo, debemos unirnos más, trabajar por el bien, por ello
nuestra causa es extremadamente necesaria (…) [3] Tal como vemos en esta cita de Žižek, ésta es la presencia de la ausencia que re-presenta el líder a través de la fascinación de las masas, de la ilusión de completud que hipnotiza al pueblo.
Pero volvamos a los conceptos de imaginario, especularidad y mirada. No
pueden comprenderse sin remitirse a la noción de identificación que Lacan extrae de Freud. Lacan trabaja sobre este concepto al hablar del registro imaginario y del registro simbólico. La identificación a nivel imaginario tiene estrecha relación con la noción de Yo Ideal. Es la imagen de lo que nos gustaría ser, imagen de un narcisismo perdido y de una completud solo imaginaria. La identificación simbólica es aquella que representa el
lugar desde donde nos observan, desde donde nos miramos.
La identificación imaginaria es identificación en relación y en nombre de una mirada del Otro. Jugamos un papel identificándonos con un modelo, pero este papel no es sin un Otro que mire, y que importe esa mirada.
Si bien el momento de relación especular que da comienzo a la constitución de un ser humano debe ser mediado por una terceridad, esto no es sin un eterno retorno a la alineación y a la búsqueda de reconocimiento a través de la mirada del Otro. Toda la vida social se sustenta sobre la base de velos imaginarios que buscan la mirada del Otro.
Lacan no solo toma los registros simbólico e imaginario, sino que introduce un tercer registro que es el de lo real. Se aleja del sentido común que entiende real como realidad, para hablar de aquello que escapa a la simbolización, quedando por fuera del lenguaje y siendo resto que escapa a cualquier codificación. En palabras del propio Lacan: “Se podría decir que lo Real es lo estrictamente impensable. Esto sería al menos un punto de partida. Eso haría un agujero en el asunto.” [4] A la vez que es resto,
paradójicamente es plus; en términos Lacanianos hablamos del objeto a. Al decir de Lacan, el objeto a no tiene ser, es el borde de lo Real.
Lacan toma a Heidegger (1927) en varias oportunidades durante sus seminarios; en especial recupera la noción de ser Heideggeriana, que creemos muy emparentada con la conceptualización de lo real. Pero volvamos un momento a la concepción del objeto a en palabras de Lacan: “El factor del a minúscula es estar ligado a los orificios del cuerpo; ¿ Y cuál es la incidencia de que el ojo y la oreja sean orificios también, sobre el
hecho de que la percepción sea para ambos esferoidal?” [5] Esto hace recordar el Theatrum Philosophicum de Foucault, y sus comentarios sobre Deleuze y sus escritos. Tomamos la idea que el acontecimiento, como entrecruzamiento de las líneas de fuga, es el límite de los cuerpos; en palabras de Deleuze, es un incorporal que remite al verbo en infinitivo,
sin remisión a un sentido absoluto, sino neutro. Es lo incorporal e impalpable. Por otro lado lo representable: Es presente pero no es infinitivo, que presenta lo que está presente, que es espejo de representación corporal; pero que difiere de la diferencia, aquella que es paradójica y contradictoria en sí misma. Y la diferencia no es el espejo que devuelve la
unicidad, la imagen de una corporalidad completa; tampoco es la representación que termina por ser repetición de lo mismo. La diferencia es espaciamiento, que no habla, que queda en la oscuridad de la mirada.
Deleuze (1971) también hace referencia a esto al decir que el arte (por ejemplo, el cine) es una crítica de la imagen-representación por medio de la imagen misma que deja de ser representación en el sentido platónico-aristotélico. Se trata de una crítica no conceptual a la imagen.
Lo real es aquello que no se puede ver, donde la mirada solo encuentra la noche, la oscuridad, la nada. Sartre (1945), con el solo nombre de su obra más importante, nos remite a esta problemática: el Ser y la Nada. El ser es aquello de lo que no se puede dar cuenta, sin embargo, Sartre habla de la constitución del sujeto a partir de que es mirado.
Se pierde el propio ser y a su vez el Otro que mira determina una identidad que será el sujeto alienado a la observación de ese Otro que da existencia. Sartre dice que el Yo a partir de este dominio por la mirada será siempre proyecto de recuperación de mi ser.
Solo podrá haber existencia a partir de un Otro que mire y modele un Yo. La alineación a esa mirada que constituye una existencia determinará la eterna lucha del sujeto para liberarse del dominio que lo ubica como objeto del Otro. En términos de Lacan, se traduciría esto en ser objeto del deseo del Otro.
Levinas (1997) agrega en el sentido previamente expuesto, que el Otro antes de ser mirada es rostro. Escapa a toda representación, a toda imagen imitativa, no pudiendo aprehenderlo nunca ya que siempre es evanescente. Siempre se sustrae, siempre se escapa a la codificación, a la significación, a la captura por parte del sentido. Es el enigma que deja abierto un abismo al cual nunca se puede significar. El rostro ofrece a la
mirada solo mascaradas que no terminan de descubrirse ante el Otro. Esto sucede cuando el rostro muestra su desnudez, una desnudez a la que es imposible escapar, no mirarla.
Se muestra en su más terrible miseria, no dejan la opción al Yo, quien pierde todas sus defensas ante el rostro que se impone y se muestra como lo real que irrumpe y que deja desvalido a quien lo mira.
Aunque Levinás podría rechazar esta similitud con la concepción Lacaniana, no podemos dejar de ver que el horror que personifica el rostro en su desnudez, es la misma imposibilidad de simbolización a la cual refiere Lacan al hablar del objeto a.
Levinás (1997) nos dice que las arrugas del rostro son las que lo excluyen de la mirada que pueda darle una consistencia. Frente a la liberación que supone escapar de la alineación del Otro, de la relación sostenida a partir de lo particular, del registro imaginario, quedamos en soledad frente aquello que es el ser y que es (no es) la nada.
Por último, creemos que Derrida (1989) toma todas estas nociones y las continúa trabajando a partir de los desarrollos sobre el teatro de la crueldad, deconstruyendo el sentido de la representación. El autor elabora la noción de lo diferido, que es lo que se encuentra entre la idea y la representación; al borde del código, del lenguaje. Toma a Artaud para decir que se debe acabar con el concepto imitativo del arte, y afirma que el
teatro de la crueldad no es una representación, sino que es lo irrepresentable de la vida misma, actúa no solo como reflejo (agreguemos: reflejo de las multiplicidades) sino como fuerza (Derrida, 1989). Para desarrollar esto, toma como fuente los desarrollos de Heidegger. Al decir de Derrida:
Espaciamiento, es decir, producción de un espacio que ninguna palabra
podría resumir o comprender, en cuanto que aquel mismo lo supone en
primer término y en cuanto que apela a un tiempo que no es ya el de la
llamada línea fónica; apelación a ‘una noción nueva del espacio’ y a ‘una
idea particular de tiempo’. [6]
Volvamos a Deleuze para poner cierre a este trabajo que pretende solo ser, al decir de Castoriadis, un trabajo de elucidación crítica, un trabajo de pensamiento, sin fines u objetivos de totalidad, sino escrito por el solo hecho del pensar sobre revisiones teóricas.
Pensemos en los espejos, en la imagen, en el ser, en el acontecimiento, en lo Real.
Espejos que no re-presenten que no sean re-presivos ni presos del presente, sino que multipliquen, como los cuartos llenos de espejos donde se pierde la lógica identitaria, donde no soy Uno sino múltiples. Espejos que no devuelven el sentido, sino una multiplicidad de ellos, donde se confunden y se mezclan, y se producen nuevas subjetividades. Espejos cóncavos, como el territorio esférico del ojo, que es un agujero, un espaciamiento. Espaciamiento de sentido sin significación, tiempo sin medida cronológica, real que nos muestra el límite de las palabras. Al otro lado del espejo, y allí los acontecimientos, el cuerpo sin órganos, lo incorporal.
En palabras de Deleuze:
Al otro lado del espejo. Allí, los acontecimientos, en su diferencia radical
con las cosas, ya no son buscados en profundidad, sino en la superficie, en
este tenue vapor incorporal que se escapa de los cuerpos, película sin
volumen que los rodea, espejo que los refleja, tablero que los planifica (...)
es siguiendo la frontera, costeando la superficie, como se pasa de los
cuerpos a lo incorporal. [7]
Autor
Julieta Sourrouille es psicoanalista; becaria de investigaciones en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina; docente de la cátedra de Psicología, Etica y Derechos Humanos, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
jsourrouille@yahoo.com.ar
Referencias
Deleuze G. y Guattari F., Mil Mesetas, Editorial Pretextos, Valencia, España, 1988.
Deleuze G., Lógica del sentido, Barral Editores, Barcelona, España, 1971.
Derrida J., “El teatro de la crueldad y la clausura de la representación” en _ La Escritura y la Diferencia, Anthropos, Barcelona, España, 1989.
Descartes R., Meditaciones Metafísicas, Prometeo, Buenos Aires, Argentina, 2002 (1641).
Freud S., Malestar en la cultura. Amorortu Editores, México, 1972 (1929).
Foucault M., Theatrum Philosophicum, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, Argentina, 1994.
Hiedegger M., Ser y Tiempo, Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 2002 (1927).
Lacan J., Escritos Uno, Siglo XXI, México, 1984.
Lacan J., Seminario 20 Aún, Paidos, Barcelona, España, 1985.
Lacan J., Seminario 22 RSI, version electrónica de la escuela Freudiana de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina (1975 a).
Levinas E., Totalidad e infinito, Sígueme, Salamanca, España, 1997.
Sartre J.P., El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, Argentina, 1966 (1945).
Žižek S., El sublime objeto de la ideología, Ed Siglo XXI, Buenos Aires, 1992