“El hombre en su orgullo, creo a Dios a su imagen y semejanza”.
Nietzsche
El genio de Borges nos regala en La muerte y la brújula una pieza maestra del género policial. Como brillante creador, diseña cada una de las piezas de este intrincado rompecabezas, dotándolas de la precisión necesaria para producir una obra de arte.
En el principio, nos encontramos con una serie de eventos de difícil solución, frente a los que se alza la perspicacia de Lönnrot, quien es comparado con el célebre Dupin.
Esta indicación que Borges nos ofrece: “Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin,...” será el sendero que nos proponemos recorrer en primera instancia. ¿Qué enseñanza puede extraer el psicoanálisis de la posición subjetiva de Lönnrot?
La cita completa del texto continúa situando tres lugares posibles para este personaje: “Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahúr.”
Entonces, si Lönnrot era un puro razonador al estilo de Dupin, era un creyente fiel de la implacable lógica del pensamiento. Un defensor de sus principios y sus reglas, un hombre que se atiene a la necesidad deductiva. Nunca sería un tahúr, un tramposo. Se nos abre la disyuntiva: o Lönnrot es un Dupin o un tahúr, que a diferencia de Dios (A), juega a los dados.
¿Lönnrot cree en Dios, en tanto gran Otro, o no cree? ¿Qué lugar le da al azar, a la contingencia? Creer en dios es sostener que no existe la casualidad sino la causalidad, que todo tiene una estructura significante y que no hay resto. No hay más allá de la maquinaria significante. El tahúr quiere dominar el azar. Frente a lo real, calcula. Esta es una respuesta subjetiva que encontraremos en Lönnrot.
La carta robada
Edgar Allan Poe, el inventor del cuento policial, escribió en 1848, “La carta robada [1]".
Auguste Dupin, considerado el primer detective de ficción, se vale de su capacidad deductiva y de la lógica para resolver problemas. Dupin combina la lógica pura con la imaginación. Al crear este personaje Poe sentó las bases del género. A su imagen surgirían luego Holmes, Poirot, y tal vez el mismo Lönnrot.
Nuestra hipótesis es que Lönnrot, no es tan Dupin como él cree. Para explicar en detalle esta afirmación vamos a remitirnos al Seminario La carta robada, de Lacan.
Lacan, le ha dedicado un seminario completo a este cuento y numerosas referencias a lo largo de su obra. De todo lo que Lacan extrae de este cuento, nosotros nos quedaremos con la posición subjetiva de Dupin. Para Lacan, Dupin es el único capaz de encontrar la carta robada. Su capacidad radica en poder operar más allá de la lógica binaria usada por la policía. Es capaz de ver lo que otros no ven.
La lógica toda que se encuentra presente aquí en la operatoria policial, es un ejemplo de la operatoria del significante que deja por fuera la verdad. La policía toma el espacio como un espacio euclidiano, lo cuadricula y lo escruta. Busca la carta pero desde la lógica binaria propia de la combinatoria de ceros y unos. Buscar desde la lógica del todo la falta es estéril. La policía no encuentra la carta.
Dupin ve más allá de la realidad fáctica que escruta la operatoria policial, es que sólo en la dimensión de la verdad puede haber algo escondido.
“En lo real, la idea misma de un escondite es delirante: por lejos que haya ido alguien a llevar algo a las entrañas de la tierra, ese algo o está escondido, porque si ese alguien llegó hasta allí también ustedes llegar ustedes. Sólo se puede esconder aquello que pertenece al orden de la verdad. Es la verdad la que está escondida, no la carta. Para los policías la verdad no tiene importancia, para ellos sólo existe la realidad, y por esta razón no encuentra nada. (Lacan, 1966).
Para formalizar la ausencia de relación sexual Lacan recurre a “La carta robada”. En este magnífico cuento de Poe se describe un circuito, una combinatoria, en la que la reina permanece inmóvil. La carta se separa de ella y va ocupando cierto número de lugares, circula entre el deseo de los hombres: el rey, el prefecto de policía, y Dupin. Y actúa de modo tal –dice Lacan– que quien la posee se feminiza. La reina inmóvil permite la circulación fálica. Este resto que emerge en todo sistema significante es el que habilita la no relación sexual. Lacan correlaciona este resto con la posición femenina, este resto es causa de deseo. En este sentido la posición del analista opera como la reina haciendo circular el deseo y señalando la verdad escondida en el significante.
Sin embargo, la apuesta de Lönnrot por la necesidad lo va a colocar en la línea del tahúr más que de Dupin. Si hay algo que Lönnrot no puede ver es la verdad sobre si mismo. Su fe ciega lo lleva a la muerte. La fe, decía Nietzsche, es no querer saber la verdad.
Lönnrot, el apostador
Desde el comienzo, Borges nos anticipa la idea de serie. “El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord,...” –dice Borges–. El texto produce el efecto de la necesidad, la serie queda constituida por el primero de los elementos Y el lector, se ve sorprendido al quedar incluido en el relato. Como cómplice, responsable o víctima de un engaño.
Sin embargo, ¿de quien es la necesidad de que el crimen del rabino se convierta en el primero de la serie?
El día tres de diciembre, el doctor Marcelo Yarmolinsky llegó al Tercer Congreso Talmúdico. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que ocupaba el Tetrarca de Galilea, poseedor de valiosos zafiros. El Dr. Yarmolinsky murió apuñalado, nada le fue robado. Este hombre era un estudioso, un intelectual. En su máquina de escribir había quedado una frase inconclusa: La primera letra del Nombre ha sido articulada.
Los hechos siempre son leídos. El relato de los hechos que nos hace Borges, permite dos lecturas: La de Lönnrot y la de Treviramus.
_ –No hay que buscarle tres pies al gato –decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro–.Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo.
¿Qué le parece?
–Posible, pero no interesante –respondió Lönnrot–. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón”.
Lönnrot apuesta a la necesidad, a la explicación lógica, a la negación de la contingencia. Su hipótesis es interesante porque impulsa a pensar, a encontrar razones, a develar un enigma. Enigma construido por su propia necesidad de reducir la realidad a la lógica. En este punto, su posición es la Hegel: “Todo lo real es racional y Todo lo racional es real”. La realidad es equiparada al manto significante tendido sobre ella, negando de este modo la cosa en sí, antecedente filosófico del objeto a.
Treviranus sigue otra línea y responsabiliza al azar del infortunado asesinato.
Las figuras de Azar (Treviranus) y Necesidad (Lönnrot) son objeto de una escenificación en la que el lector ya ha tomado partido por Lönnrot, en la medida que espera encontrar la serie de crímenes en la trama del cuento.
Lönnrot se ve en la imperiosa necesidad de develar ese misterio que él ha hecho existir ante sus ojos. No puede aceptar la opaca realidad de un crimen azaroso, él le exige interés a los hechos o al menos a las hipótesis explicativas. La suposición de un plan, la exigencia de reducir la realidad a un encadenamiento causal. Nos habla en términos clínicos de la necesidad estructural del obsesivo que pretende reducir lo real a simbólico.
La serie de hechos va quedando conformada de este modo:
Los crímenes no solo describen una serie temporal sino también una serie espacial. La simetría témporo-espacial delimita anticipadamente lo que parece ser el último eslabón de la cadena. El número tres repetido a lo largo de la serie y de todo el relato borgiano, se desdobla. Dos triángulos en espejo dan lugar a un rombo. Se produce el pasaje del nombre de tres letras (Red) al cuatro (tetra). Cuatro son las letras del nombre de dios [2].
“Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetría en el espacio también... Sintió, de pronto, que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió, pronunció la palabra Tetragrámaton [3](de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario”.
Lönnrot sabe que la banda de Red Scharlach lo quiere liquidar, tiene elementos que le permiten conectar a la banda con la serie de asesinatos. Pero no puede abandonar el placer que le proporciona develar el misterio. No se puede sustraer de la necesidad-elección de encontrar la regularidad. ¿Por que rechaza el argumento de Treviranus? ¿Por qué no acepta que es una pantomima? ¿Por qué se niega sistemáticamente a saber del azar? Lönnrot supone una causalidad, una fatalidad, una lógica implacable y es esta suposición lo que produce la fatalidad.
El sujeto, Lönnrot responde a la interpelación del azar apostando a la necesidad, a la lógica, al cálculo y con ella tritura, pulveriza lo real, que queda aplastado en el particularismo del universo cerrado.
El símbolo surge en lo real a partir de una apuesta. La noción misma de causa, en lo que puede implicar de mediación entre la cadena de los símbolos y lo real, se establece a partir de una apuesta primitiva: ¿esto, va a ser lo que es, o no? (...) La apuesta está en el centro de toda pregunta radical acerca del pensamiento simbólico (Lacan, pág. 288).
En otro artículo de la presente edición, Gutiérrez y Montesano sostienen en este mismo sentido que:
Calcular frente al azar es otra de las formas que puede adoptar la respuesta. Pero ese cálculo es siempre un fracaso con relación al deseo. La estrategia que corresponde a la táctica calculadora es la pretensión de dominio de lo real. La de ubicarlo en el terreno de una lógica que torne previsible el resultado, que permita anticipar el desenlace. La consecuencia esperada es la que corresponde a una certidumbre que el cálculo prefigura. Pero cuando esa creencia se despliega el extravío se revela en una sorpresa de doble rostro: esa ilusión fracasa en el mismo momento en que el inconsciente muestra su eficacia al revelar que el deseo tiene martingalas tan certeras como insospechadas para el cálculo. Lönnrot, como señala Borges, tiene algo de tahúr aunque no esté al tanto de todo lo que ello implica. Cabe preguntarse cuál es su apuesta. Su apuesta es a la serie −la malvada serie, dirá el narrador−, aquella que lo sitúa frente a frente con Scharlach. Pero un tahúr hace trampas, se guarda un as en la manga. ¿Podríamos pensar que en esta vuelta Lönnrot reniega de la significación de lo que oculta? Lönnrot es un tahúr al modo como puede serlo cualquier neurótico: aquel que tiene guardado un as en la manga... pero no lo sabe (Gutiérrez & Montesano, 2010).
Tanto el campo del azar como el de la necesidad son ajenos a la responsabilidad, son ajenos al sujeto. Podemos conjeturar que la pertinaz apuesta de Lönnrot sólo puede ser sostenida desde la satisfacción del sujeto obsesivo y por consiguiente, desde su responsabilidad por su elección. Que va hacia la muerte sin percibirlo. Que desestima todo indicio de azar. Que se ve conducido a la casa que describe en su arquitectura el edificio obsesivo. La repetición sostenida hasta el infinito, de galerías y patios. El juego especular que comienza en la primera escena entre Lönnrot y Treviranus y que se juega a lo largo del cuento, encontrando su punto culminante en el enfrentamiento entre Lönnrot y Scharlach.
Y aún en la antesala de la muerte Lönnrot sigue apostando a la necesidad de perfeccionar el mecanismo que lo llevó a la muerte. Le propone a su asesino un laberinto mejor. He aquí otro subterfugio del sujeto obsesivo, creer que la vida no tiene fin. Creer que la vida es un juego en el que hay infinitas oportunidades para seguir apostando a la lógica, una y otra vez.
“Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, en 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy. Para la otra vez que lo mate −replicó Scharlach−, le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es indivisible, incesante. Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego”.
El precio del goce es la muerte del sujeto. Muerte a la que el sujeto apuesta en la repetición de su forma de gozar. Frente a la cita de azar el sujeto se encuentra con lo incalculable. Entonces, como dicen Gutiérrez y Montesano, “Si ‘Dios no juega a los dados’ jugar con ellos significa dejar por fuera a Dios, quien, entonces, no puede funcionar como garante; jugar a los dados es un salto sin red ni determinaciones, por ello en el azar está el sujeto”.
En este cuento Dios está presente en la gramática de su nombre, que es la lógica de su significación. Quisiera concluir con la frase nietzscheana, que bien podría ser sostenida por Lönnrot en el relato borgiano: “Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios, porque seguimos creyendo en la gramática” (1972: 49).
Referencias
Borges, J. (1989) La muerte y la brújula, en Ficciones. Buenos Aires, Emecé.
Hegel, G. (1981) La fenomenología de Espíritu. Buenos Aires, FCE.
Lacan J. (1955) Seminario II. Buenos Aires, Paidós, 1997.
(1966) Seminario La carta robada. En Escritos I. Buenos Aires, Siglo XXI, 1988.
Lima, N. & Michel Fariña, J. (2009) “La carta robada” a través del cine y la literatura. Entwendete, o el sufrimiento de una espera. En www.elsigma.com
Nietzsche, F. (1972) Crepúsculo de los ídolos. Buenos Aires, Alianza.
Ormart, E. (2005) Más allá del sujeto epistémico. En Revista del Instituto de Investigaciones de Psicología, año 10 Nº 1, págs. 97-115.
Ormart, E (2009) Ética y neutralidad. En Revista Universitaria de Psicoanálisis. Universidad de Buenos Aires, Nº 9.