Hannibal Lecter y el analista lacaniano [1]
La lección socio-ideológica fundamental de Psicosis, de Hitchcock, es el colapso del propio campo de la intersubjetividad como medio de Verdad en el capitalismo tardío, es decir, su desintegración en dos polos: el del conocimiento experto y el de la verdad psicótica “privada”. Sin embargo, ¿significa esto que hoy, en el universo del capitalismo tardío, el psicoanálisis (que en última instancia consiste en la integración simbólica que hacemos de nuestros traumas al narrarlos al analista, quién encarna el gran Otro de la intersubjetividad) ya no es posible?
La fascinación del público por figuras como Hannibal Lecter (el caníbal y asesino serial de las novelas de Thomas Harris) arroja un halo de esperanza: dicha fascinación da testimonio del profundo anhelo por un psicoanalista lacaniano. En otras palabras, Hannibal Lecter es una figura sublime en el sentido estrictamente kantiano, puesto que constituye un desesperado, y fundamentalmente fallido, intento de la imaginación popular de representarse a sí misma la idea de un analista lacaniano.
Del mismo modo, la relación que existe entre Lecter y el analista lacaniano se corresponde perfectamente con el vínculo que, según Kant define a la experiencia de la “dinámica sublime”: un estado entre la salvaje, caótica, indomable y furiosa Naturaleza, y la Idea de Razón suprasensible, que se ubica más allá de cualquier restricción natural. Es cierto que la maldad de Lecter –puesto que él no solo mata a sus víctimas sino que va mas allá, al comer parte de sus entrañas–, tensa, lleva al límite nuestra capacidad de imaginar los horrores que podemos infligir a nuestros semejantes; incluso nuestro mayor esfuerzo para representarnos la crueldad de Lecter falla en captar la verdadera dimensión del acto del analista: al traer a escena la traverseé du fantasme, él literalmente “roba el núcleo de nuestro ser”, el objet petit a, el tesoro secreto, agalma, lo que consideramos como más valioso en nosotros mismos; denunciándolo así como un mero semblante. Es así que Lacan define al objet petit a como la fantasmática “cosa del Yo”; es decir, aquella que confiere al $, en la fisura del orden simbólico, en el vacío ontológico al que llamamos “sujeto”, la consistencia ontológica de una “persona”, la apariencia de una plenitud del ser. Y es precisamente esta “cosa” lo que el analista “engulle” o pulveriza.
Estamos ante la razón de ser del inesperado elemento “eucarístico” en juego en la definición de analista que propone Lacan; a saber, su reiterada alusión irónica a Heidegger: ‘Mange ton Dasein!´ – “¡Cómete tu estar-ahí!”. De ahí que en esta situación resida el poder de fascinación de Hannibal Lecter: en su propia imposibilidad de alcanzar el límite absoluto de lo que Lacan llama “la destitución subjetiva” es que nos permite acceder a un cierto presentimiento de la Idea de analista.
Es en este sentido que en The Silence of the Lambs, Lecter es verdaderamente caníbal, no en relación con todas sus víctimas sino sólo con Clarice Starling: el vínculo entre ambos constituye una imitación burlona de la situación analítica desde el momento en que, a cambio de ayudarla en la captura de ‘Buffalo Bill’, él quiere que ella le confíe - ¿qué? Precisamente aquello que el analizante confía al analista, es decir, el núcleo de su ser, su fantasía fundamental (el llanto de los corderos). Por lo tanto, el quid pro quo propuesto por Lecter a Clarice sería: “¡Te ayudaré si me permites comerme tu Dasein!”. La inversión de la relación analítica apropiada consiste precisamente en el hecho de que, en compensación, Lecter le ayude a rastrear a ‘Buffalo Bill’. En síntesis, Lecter no es lo suficientemente cruel como para ser un verdadero analista lacaniano: en el psicoanálisis debemos pagar al analista para permitirnos servirle nuestro Dasein en bandeja…