“el acto es capaz de efectuar en el sujeto una
pérdida sin compensación alguna, una perdida a secas”
Jean Allouch “Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca” (2006) [1]
Una vez más, los escenarios de ciencia ficción son oportunidad propicia para interrogar el modo en que la tecnología se enlaza al campo de la subjetividad. La serie británica Black Mirror nos invita a una lectura que ponga en juego lo diverso – la diversión – no para analizar sus episodios, sino más bien para extraer de ellos aquellas categorías del campo de la subjetividad, del campo de lo humano mismo, que podrían ser interrogadas.
Desde cada una de sus producciones, podríamos considerar permanentes entrecruzamientos con ámbitos como la literatura, el cine y hasta las ciencias exactas. El episodio I de la 2° temporada no es, en este sentido, la excepción. Veremos que el campo de la subjetividad no es allí, sin dudas, un enfoque más entre otros cuando se trata de interrogar categorías como el amor, la sexuación, la muerte y la filiación, entre otras. Mucho más aún en un punto tan caro al psicoanálisis como lo es la posibilidad de que algunos desarrollos científicos se constituyan o no en mediación instrumental frente a la tramitación simbólica de la pérdida.
El episodio, titulado “Be right back”, estrenado el 11 de febrero de 2013, nos presenta en los primeros minutos la imagen de Ash Starmer alienado a la pantalla. La propia Martha, su joven esposa, señala “desapareces con eso”.
Repentina e imprevistamente, Ash muere en un accidente automovilístico, y en los primeros días posteriores a esa pérdida una amiga de Martha la inscribe, casi compulsivamente, en “el programa”. Se trata de un software. Un novedoso desarrollo tecnológico que le permitiría mantener contacto virtual con una inteligencia artificial construida a partir del conjunto de mensajes e interacciones de Ash en las redes sociales. “Ingresas al link y le hablas. Escribes mensajes como un correo electrónico y luego te responde de la misma forma que él lo haría…lo imita. Le das el nombre de alguien, lo ingresa y revisa todas las cosas que alguna vez dijo en línea, sus actualizaciones de Facebook, sus tweets, cualquier cosa pública. Solo di el nombre de Ash, y el sistema hizo el resto. Si te gusta, le das acceso a sus correos privados. Cuanto más material tiene, es más él. No es él, pero ayuda”.
En el famoso discurso de Roma, pronunciado por Jacques Lacan en la reunión inaugural de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP) el 8 de julio de 1953, se sentenciaba: "Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época". Este escenario es también ocasión propicia para interrogar la subjetividad de la época, desde la función y omnipresencia de las redes sociales en nuestra cotidianeidad. ¿Qué noción de sujeto está en juego allí donde alguien es presentado desde esa narrativa cotidiana que puede o no tener lugar en las redes sociales?
Tomando los dichos de la amiga de Martha podemos preguntarnos: ¿Ayuda? He aquí la primera pregunta desde el método de interrogación de la ética: ¿podría inscribirse esta “réplica” como un soporte particular para la tramitación simbólica de la perdida? o ¿estamos frente a una práctica que, bajo el imperio de la ilusión de recuperación del objeto vía la creación de un clon robótico, obtura la tramitación simbólica que el duelo realiza?
El duelo, categoría por excelencia desde el psicoanálisis para dar cuenta de las consecuencias en la estructura frente al ajuste de cuentas con el objeto perdido [2] (que no existe), se presentaría a priori interrogado de este modo.
Cabe allí la pregunta, entonces, respecto de en qué medida el desarrollo científico – tecnológico le ofrece a Martha la oportunidad o la posibilidad de velar la pérdida – muerte – de Ash utilizando este novedoso recurso que recrea una inteligencia artificial que imita -casi a la perfección- la conducta de su novio recientemente fallecido.
Solo 3 años después del estreno del episodio, un diario español [3] nos muestra cómo este tipo de prácticas comienza a formar parte del repertorio de respuestas posibles frente a la pérdida. “Parece un relato de ciencia ficción, pero en realidad no lo es”, dice. Así es como tras el fallecimiento de su amigo Román, Eugenia, puede “traerlo de vuelta” (incluso antes de que se hubiera “ido” para ella) del mismo modo que hizo Martha con Ash, con el apoyo de la inteligencia artificial a través de los miles de mensajes que ambos habían intercambiado a lo largo de su vida.
Responsabilidad subjetiva y duelo
Considerando la noción acercada por Contardo Calligaris sobre la pasión neurótica por la instrumentalización, y desde la perspectiva de la responsabilidad subjetiva, cabe la pregunta por la decisión de Martha de “servirse” de este recurso tecnológico.
Gran parte del desarrollo de Calligaris, a partir de la posición de Albert Speer (arquitecto alemán y ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial) en su propio juicio se orienta a presentar la hipótesis de la alienación subjetiva en juego en la idea de que la técnica en cuanto tal implique necesariamente su ejercicio.
Lo que Albert Speer sitúa como causa de la guerra -el triunfo de la técnica en tanto la guerra fue consecuencia de su desenvolvimiento- sólo puede ser tal en tanto y en cuanto los hombres funcionen como instrumentos, es decir, como parte o engranaje de esta técnica.
¿La disponibilidad de la técnica implica necesariamente su uso?
¿Cuál es el fundamento de la decisión de Martha? Esta pregunta nos orienta en una dirección que interroga de lleno la función del duelo en la estructura, como posición o desafío frente a la inexistencia del objeto. He aquí la ética del duelo en palabras de Jacques Derrida, que solo puede advertirse de modo paradojal: donde el éxito fracasa, y el fracaso triunfa tal como señala el epígrafe escogido.
“Solo podemos vivir esta experiencia en forma de aporía: la
aporía del duelo y de la prosopopeya, donde lo posible permanece
imposible. Donde el éxito fracasa. Donde la fiel interiorización lleva al
otro y lo constituye en mí (en nosotros), a la vez vivo y muerto.
Transformar al otro en parte de nosotros, entre nosotros, y el otro entonces
ya no aparece el otro, porque penamos por él y lo llevamos en nosotros,
como un niño no nacido, como un futuro. E inversamente, el fracaso triunfa: una interiorización abortada es al mismo tiempo un respeto por el otro como otro,
una suerte de tierno rechazo un movimiento de renuncia que deja al otro solo,
afuera, allá en la muerte, fuera de nosotros”
Jacques Derrida “Memorias de Paul de Man” (1998) [4]
La invención del objeto sustituible
En “Duelo y Melancolía” [5], Sigmund Freud se refiere a los pasos lógicos y esperables en este hacer frente a la pérdida, abordando así la diferencia en la estructura entre el duelo y la melancolía, su contracara patológica.
De la mano del dolor (dolus), como una de las raíces etimológicas del duelo, se pone en juego el desafío (duellum) para el sujeto en la medida en que dicha pérdida se consume como efectivamente acontecida. Frente a la pregunta por el trabajo que el duelo implica, es Freud quien señala que ante lo real de la pérdida la primera respuesta es la renegación, o la renuencia a aceptarla, recurriendo incluso a la amentia de Meynert para referirse a la “Psicosis alucinatoria de deseo” como modo de retener el objeto perdido, pagando el costo del apartamiento de la realidad.
¿Podría pensarse la construcción de esta réplica que el software permite -primero soportado en mensajes de correo, luego en la voz de Ash y, por último, en la materialización de un clon robótico hecho a su imagen y semejanza- como un posicionamiento del objeto al modo de la psicosis alucinatoria de deseo? La pregunta por el objeto -desde la versión freudiana del duelo- queda así en el centro del análisis, y ha sido ya largamente cuestionada por Jean Allouch: “Si pierdo a un padre, a una madre, a una mujer, a un hombre, a un hijo, a un amigo, ¿voy a poder reemplazar ese objeto? ¿No se relaciona precisamente mi duelo con él en cuanto irremplazable? [6]
La cuestión central de esta crítica o revisión a la versión freudiana que Jean Allouch lleva a cabo, encuentra su mayor fundamentación en lo que llama una “solución verdaderamente soberbia” al duelo. (Allouch, J. (2006), pp. 49) y halla su soporte en la propia letra freudiana no solo en “Duelo y Melancolía” (1915) sino también en “Lo perecedero” [7] (1916): “Si los objetos son destruidos o si los perdemos, nuestra capacidad de amor (libido) queda de nuevo libre. Puede tomar otros objetos como sustitutos o volver temporariamente al yo”.
¿Qué nos muestra Antígona respecto del carácter sustituible del objeto en el duelo? Ella, cuyo acto está sostenido íntegramente en la imposibilidad de sustitución del objeto de amor. Jacques Lacan señala en dos oportunidades del Seminario VII [8] esta posición según la cual Antígona hubiera podido aceptar un edicto que prohibiera la sepultura de un marido o un hijo, como dos perdidas susceptibles de ser reemplazadas, pero a su hermano Polinices, no.
“¿La razón sería que sus padres están ya alojados en el Hades y que no pueden darle otro hermano? ¿Se trataría de un estado de hecho? Lo incisivo del comentario de Lacan, sin embargo, no reside allí: “…a partir del momento en que las palabras, el lenguaje y el significante entran en juego, puede decirse algo así: mi hermano es todo lo que quieran, el criminal, el que quiso incendiar, arrasar los muros de la patria y llevarse a sus compatriotas como esclavos, [el] que condujo a los enemigos alrededor del territorio de la ciudad, pero finalmente es lo que es. […] Mi hermano es lo que es, y porque es lo que es y no hay nadie más que él que pueda serlo, por esto, en virtud de esto es que avanzo hacia ese límite fatal […] Ese hermano, porque es lo que es, es algo único. Solo esto motiva que yo me oponga a sus edictos” [9]
Esta noción de objeto sustitutivo es la que Jean Allouch retoma para considerar que la versión freudiana y romántica del duelo falla, al no concebir la pérdida de la que se trata como una pérdida a secas. Esa operación de sustitución del objeto es la que haría, desde la perspectiva freudiana, hacer re-existir al objeto que no existe.
He aquí tal vez el punto de mayor lucidez en el desarrollo del episodio de la serie Black Mirror para lo que interesa a nuestro campo. Es central para el proceso de subjetivación en juego en el duelo detenernos en los modos en los que el episodio señala, una y otra vez, los tropiezos en la posibilidad de velar la pérdida -sustituir el objeto- de un modo absoluto. Una y otra vez Martha se encuentra con que ese intento de reencontrar o sustituir el objeto perdido, falla. No hay reemplazo posible.