Film: “La trama de la vida”
Título original: “Brodeuses” (Francia, 2004)
Dirección: Éléonore Faucher
Guión: Éléonore Faucher y Gaëlle Macé
Música: Michael Galasso
Elenco: Lola Naymark (Claire), Ariane Ascaride (Mme. Mélikian), Marie Félix (Lucile), Thomas Laroppe (Guillaume).
Claire y Mme. Mélikian son dos mujeres cuyas vidas comienzan a entramarse a partir de un nacimiento que se acerca y una muerte recientemente ocurrida: Claire es una adolescente que está embarazada sin quererlo, y Mme. Mélikian, una madre que ha perdido a su único hijo en un accidente con su moto. Un pequeño taller de bordado en un pueblo de Francia, lugar obligado de aislamiento para una y aspiración de un trabajo placentero para otra, será el ámbito de encuentro donde ambas relanzarán su deseo.
Claire está atravesando el sexto mes de un embarazo que no buscó y que no ha hecho más que desencadenar el fin de una relación de pareja que no tenía posibilidades de subsistir. Detesta su trabajo como cajera de un supermercado y se niega a compartir con su entorno lo que le pasa. Prefiere que se compadezcan de ella por otra causa, y miente, entonces, diciendo que tiene cáncer y que engorda porque toma cortisona.
Para sostener una representación acorde con el tratamiento, actúa una escena donde se arranca mechones de su cabello rojo -que luego ocultará bajo llamativos turbantes-, cabello que constituye el rasgo más sobresaliente en la protagonista y que cautiva la cámara de la directora del film.
Claire tampoco decide anunciar su estado a su familia, y comienza a recortar la idea de entregar al bebé en adopción. De hacerlo, podría llevarlo a cabo de manera anónima, desprendiéndose de su producto y excluyéndose de la cadena genealógica. [1]
Cuando Claire comienza a trabajar en el taller de Mme. Mélikian, lo que equivale a decir que logra ingresar en su austera reclusión, ambas componen un juego de miradas donde se superponen imágenes y lugares. La figura de Claire parece precipitarse de manera inevitable en el lugar vacante del hijo muerto, cuyo rostro se enmarca en la pared. Sus miradas no se encuentran. Un pudor cauteloso parece advertirle a Claire que no puede sumarle una observación obscena a tanto dolor.
Mme. Mélikian no ha podido aún comenzar el duelo por una pérdida infinita, sin medida previsible, y por eso se arrojará luego, ella misma hacia ese abismo de soledad, con un intento de suicidio. El lugar del hijo, ante la eventualidad de ser ocupado imaginariamente por otro, se torna por completo inadmisible. Sólo causando su propia muerte evitaría transitar el camino demarcado por la ausencia del objeto amoroso.
El duelo requiere que el sujeto se anoticie de la pérdida del objeto en los tres registros [2]. En un primer tiempo, exige del acontecimiento de dar por perdido aquello que, irremediablemente, no tendrá retorno. Es el tiempo que inicia la privación en lo real, y es esta falta lo que agujerea de manera intolerable la existencia de Mme. Mélikian.
Sin embargo, el acto de escritura [3] de la pérdida de ese objeto en tanto irrepetible, es lo que le puede permitir al sujeto abrir la posibilidad de investir otros objetos, siempre y cuando no desafíen ocupar el lugar de aquel que está en falta.
Mme. Mélikian podrá poner en marcha otra vez su deseo, junto a esa joven que se le presenta como una hija, justamente en la medida en que no lo es, en que no ocupa su lugar, en que inaugura un espacio nuevo en el que ella puede representar a una madre, sin serlo.
Un hijo adviene en el lugar de la falta en el Otro, falta que no quedará por ello colmada ni clausurada pero que será causa de un deseo en el Otro. Por eso es posible pensar el duelo cuando se pierde a alguien para quien se ha sido causa de su deseo, es decir, se puede hacer un duelo por la pérdida de un padre o una madre. Pero cómo pensar la inscripción de la pérdida cuando se trata de una orfandad subvertida.
Bordeando un duelo que tal vez nunca finalice por completo, Mme. Mélikian tendrá la oportunidad de crear un nuevo lugar donde encontrarse con Claire.
Por su parte, el hijo de Claire continúa gestándose sin que ella haya decidido aún ser su madre. No quiere saber si se trata de niño o niña, y pide a quien le realiza una ecografía que le anote el sexo en un papel, que guardará celosamente.
Su propia madre tampoco quiere saber, no ve lo que resulta evidente: la panza de Claire que crece, como un cáncer. Aun cuando se aliviana de ropas y su vientre se expande, ofreciéndose a la mirada de su madre, ésta no quiere ver. Y Claire calla su angustia.
Por el contrario, sus palabras brotan cuando menos lo espera. Acompañando a pescar a Guillaume, hermano de su mejor amiga y sobreviviente a su vez del accidente donde perdió la vida el hijo de Mme. Mélikian, se desencadena lo que ya no podía detenerse: la seducción y la revelación de un embarazo que él ya había percibido. Guillaume devuelve al agua un pez, luego de retirarle con cuidado el anzuelo, porque descubre que “es hembra y tiene huevas”. Claire escapa de la escena mientras enuncia un “yo también tengo”, que propicia que él la siga. Luego de que ella le hace tocar su panza - aquella parte de su cuerpo que él teme porque es signo de una madre-, el temor se disipa y puede encontrarla como mujer. Ella bien podría ser causa, para él, en una paternidad posible.
Es este encuentro con la posibilidad del amor el que dará un vuelco en la relación de Claire con su maternidad. Podemos pensar que allí recompone un circuito de deseo donde deja de ser un cuerpo agobiado por la fertilidad inesperada para reencontrarse en otro cuerpo. “Los cucús usan nidos ajenos”, le había dicho a Mme. Mélikian, cuando se predisponía a entregar al bebé por nacer. Pero es a partir del encuentro amoroso con otro hombre que ella, como mujer, puede decidirse a ser madre.
Guillaume, azarosamente, la confronta con la eventualidad de la muerte del deseo. Al salvar de la muerte a un pez hembra porque porta nuevas vidas, Guillaume le ofrece, sin proponérselo, dar cabida en su propio deseo a aquella vida que ella ha gestado. Lejos de constituirse como lo moralmente aconsejable, se torna fundante de su maternidad en la medida que da nuevo impulso a su deseo. Ser deseada le permite desear. Ese cuerpo extraño en su propio cuerpo que lo contiene, eso que fue un cáncer, podrá advenir a una trama de la vida simbólica que lo espere al nacer.
Mme. Mélikian será la primera que escuche la decisión de Claire. Esa mujer que, por el contrario, encuentra un vacío en su condición de madre, comenzará a contarle cuán difícil le fue también a ella descubrirse embarazada. Un diario íntimo de aquel entonces esperaba ser entregado a su hijo cuando llegase a ser padre, porque antes no habría sido el tiempo de comprender. No pudo entregarle a ese hijo el legado de la dura versión de su origen, pero pudo darle a Claire, esa adolescente fecunda que le salvó la vida cuando ella quiso quitársela, la posibilidad de alojarla como si fuese una hija y ayudarla a bordar lentamente su deseo.
Es en la tarea que desarrollan en común, en los magníficos bordados que producen anónimamente para célebres diseñadores parisinos, donde dan paso a la propia creación. Allí, dos mujeres nuevas se reencuentran al fin.
Texto inédito.