Con su investigación sobre la obediencia Stanley Milgram esperaba poder determinar los factores sociales que favorecían la sumisión a órdenes crueles, permitiendo así arrojar luz sobre el genocidio nazi perpetrado durante la Segunda Guerra Mundial. Su esfuerzo apuntaba a poder prevenir, en base a ese conocimiento, futuras comisiones de crímenes masivos así como la sumisión acrítica a la autoridad de los miembros de la sociedad. Su investigación iba en un sentido diferente de toda la orientación de la psicología experimental de la primera parte del siglo XX, preocupada por desarrollar técnicas de adaptación y condicionamiento de los sujetos.
Si hubo una crítica al experimento Milgram que resultó suficientemente sustentable y que tuvo como consecuencia impedir sus futuras réplicas, fue que inevitablemente provocaba altos niveles de stress y dolor psíquico en los sujetos de experimentación. Tal dolor se esperaba fuera uno de los factores disuasorios para que el sujeto tomase en consideración lo que estaba llevando a cabo, y en consecuencia desobedeciera y se detuviera. Pero lo que ocurría es que la mayoría de los sujetos llegaban obedientemente hasta el final. Lo hacían a disgusto, en un estado de profundo malestar, pero lo hacían. Indirectamente, el experimento tenía así el resultado no buscado de provocar sufrimiento en los sujetos que se prestaban al mismo. Ni el principio del placer ni la moral social oficiaban allí como frenos.
La clave para comprender este fenómeno no la termina de dar la Psicología Social, más centrada en una descripción de factores contingentes que en entender las condiciones estructurales desde donde dichos factores resultan operativos. Es Jacques Lacan quien ofrece una clave al proponer una teoría que da cuenta del modo como se constituye la subjetividad en la relación al Otro por vía de una operación de alienación a los significantes vehiculizados en la demanda. El experimento propone al sujeto repetir la situación de alienarse a un Otro ubicado como lugar de Sujeto supuesto Saber para hacerlo consistir, poniendo en suspenso el dolor que la experiencia le provoque así como las consideraciones de la moral social del amor al prójimo a las que pudiera suscribir.
Al provocar dolor psíquico en los participantes, el experimento entraba claramente en conflicto con el Código de Núremberg de 1947, que establece parámetros éticos en materia de experimentación con seres humanos. La American Psychological Association (APA) -que representa a los psicólogos de Estados Unidos y en cuyo seno se elaboró uno de los Códigos de ética más destacados de la profesión [1]- planteó en consonancia con el Código de Núremberg, normas éticas específicas en el capítulo dedicado a experimentos con consignas engañosas que hizo inviable la posibilidad de repetir el experimento tal como su autor lo había diseñado. En la versión del Código de 1992, en su apartado 6.15 El engaño en la investigación, inciso b) sostiene que “los psicólogos nunca engañan a los participantes de la investigación acerca de los aspectos significativos que podrían afectar su disposición a participar, tales como riesgos físicos, malestar o experiencias emocionales displacenteras” [2]. Con la reforma del Código de 2003, los límites son más explícitos: en el punto 8.07 Engaño en la investigación, inciso b) directamente afirma “los psicólogos no administran consignas engañosas a los eventuales participantes en investigaciones que les pudieran causar dolor físico o un severo malestar emocional”. [3]
Que posteriormente miembros de aquella distinguida Asociación de psicólogos hayan participado en la asesoría y ejecución de torturas para la CIA no deja de resultar un hecho aparentemente paradójico: la Asociación que en su momento propuso reglas éticas limitadoras de experimentos que pudieran potencialmente infligir daño psíquico a sujetos, termina participando en la comisión de daño psíquico y físico a personas detenidas ilegalmente, por sospechas de vinculación con organizaciones terroristas.
Luego del 11 de septiembre de 2001, los estándares éticos de la APA se empezaron a aflojar, a la luz del llamado patriótico de George Bush Jr. de emprender una lucha contra el Mal. Y aquellas investigaciones oscuras de la psicología orientadas a la Guerra Fría –que nunca cesaron de desarrollarse bajo cuerda- cobraron nuevo valor, pero se requirió que la participación de los psicólogos no fuera obstaculizada por límites éticos y legales. Se verifica así, una vez más, aquella frase de Lacan respecto de la psicología, “que ha descubierto los medios de sobrevivirse en los servicios que ofrece a la tecnocracia; o incluso, como concluye con un humor verdaderamente swiftiano un artículo sensacional de Canguilhem: en una resbalada de tobogán desde el Panteón a la prefectura de policía”. [4] A esta coyuntura no se libra ni siquiera el experimento Milgram, dado que los resultados obtenidos, y que para el autor debían servir para prevenir otra Shoah, pueden ser perfectamente tomados en cuenta para el uso contrario.
Esta “resbalada” de la psicología a la que esta disciplina parece tan propensa, debía ser factible de no ser detenida por objeciones de conciencia ni conflictos éticos en el contexto de la Guerra contra Al Qaeda. Así que desde el Estado norteamericano se pasó a redefinir el alcance del término “tortura”, de modo de excluir de la misma determinadas prácticas de interrogación que provocan dolor y stress infinitamente mayores que las del experimento Milgram, para así poder llevarlas a cabo sin obstáculos legales, por fuera del territorio norteamericano. Y del lado de la habilitación de los profesionales psi para su colaboración en interrogatorios a detenidos, la APA modificó el punto 1.02 Relación entre ética y ley, que en la versión de 1992 planteaba claramente que frente a un conflicto entre los principios ético-profesionales y la ley del Estado, debían prevalecer los primeros [5]. En la reforma de 2003 sostiene que frente a un conflicto entre responsabilidades éticas de los psicólogos y las leyes, éstos manifiestan su compromiso con el Código de Ética y realizan los pasos necesarios para resolverlo. Pero agrega: “Si el conflicto es irresoluble por estos medios, los psicólogos pueden adherir a los requerimientos que exigen las leyes, las regulaciones u otra autoridad legal” [6]. Con esta reforma, el código de ética profesional se aproxima al célebre chiste de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. De esta manera se pretendía garantizar que la prestación de servicios demandados por organismos del Estado (para el caso, la CIA) no entrase en conflicto con las normas de ética profesional (aunque bien mirada, tal modificación abre la puerta a la “obediencia debida” a órdenes crueles, en conflicto con los mismos principios éticos que explícitamente están en la base de los Códigos de ética). Pero para la participación de los psicólogos de la APA en estos oscuros menesteres no se necesitó de la aplicación de los factores de la obediencia destacados por Milgram: la participación fue buscada voluntariamente.
Recientemente el Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos presentó las conclusiones del “Estudio del Comité del Programa de Detención e Interrogaciones de la CIA”, sobre lo ocurrido en Guantánamo:
- La CIA empleó torturas (llamadas eufemísticamente “técnicas de interrogatorio mejoradas”) sobre alrededor de 130 prisioneros, [7]
- Las torturas no sirvieron para obtener ninguna información útil en la lucha contra el terrorismo islámico,
- La CIA ocultó información sobre sus programas al Presidente y al Congreso,
- El personal que condujo el programa no tuvo la preparación adecuada,
- Hubo una activa participación de diversos profesionales de la salud en el programa de torturas de la CIA.
Dejemos de lado algunas conclusiones, entre sí inconsistentes, del informe del Comité (¿el problema fue que se emplearon torturas, o que no se obtuvo información útil de las mismas? De haberla obtenido, ¿sería diferente la situación? ¿El Presidente y el Congreso ignoraban todo lo que sucedía en Guantánamo, o hubo decisión política de no querer saber (lo que ya se podían imaginar), para poder alegar luego que no sabían?). Uno de los puntos del informe involucra a los profesionales de la salud en la participación del programa de torturas. Y más concretamente, a psicólogos de la APA, que dirigieron la operación de interrogatorios.
¿Por qué la CIA acude a los servicios de los psicólogos para llevar a cabo sus mal llamadas “técnicas de interrogación reforzadas”? Hay allí un supuesto respecto de la profesión: creer que los psicólogos estaríamos capacitados para determinar si alguien miente. Especies de Sherlock Holmes de la mente humana, los psicólogos reuniríamos los conocimientos teóricos y técnicos adecuados para sacar de mentira, verdad, cual polígrafos detectores de mentiras. Hay una suposición en la doxa reinante, a la que no somos ajenos los mismos profesionales psi, de sostener que la psicología estaría especialmente capacitada para –desde una posición de Amo- develar los secretos de la mente humana, incluso si el sujeto que tenemos enfrente se resiste. Verdaderos no incautos psi, capaces de develar los más recónditos secretos de la mente de los otros con solo mirar y observar, esta impostura favorece el prestigio y el mercado profesional, al cual nos prestamos respondiendo a las demandas sociales. En este sentido, el psicoanálisis asume otra posición respecto de esta impostura. En el psicoanálisis, la función Sujeto supuesto Saber es el pivote de la transferencia, necesaria para llevar a cabo un análisis. Sólo que ubicamos ese lugar en el inconsciente del analizante, y no en el analista. No ocupamos el lugar de Amo del saber sobre lo que le ocurre al psiquismo de nadie; sólo contamos con un saber-hacer que favorezca la emergencia de lo inconsciente reprimido, y una teoría que nos permite leer aquello que emerge como verdad semi dicha en el discurso del analizante. No es lo único que hace el analista, pero para lo que sigue alcanza.
Cuando Lacan señalaba que la psicología había descubierto los medios para sobrevivirse en los servicios prestados a la tecnocracia, ¿de qué servicios se trata?: de la práctica educacional y adaptativa que ofrece para satisfacer la demanda particular que realiza el paciente a su sufrimiento tanto como las demandas de diversas instituciones sociales (escuelas, juzgados, hospitales, las fuerzas armadas). Carlos Sastre planteaba que la psicología es “la combinación de una práctica naturalista de manipulación de los hombres con un discurso humanista que justifica esa manipulación bajo el pretexto de restituir al hombre a su esencia o a su origen. (…) Conócete a ti mismo para ganar los derechos de orientar a los demás, esta es la máxima implícita en los requerimientos del ejercicio profesional”. [8] Este proyecto “bienintencionado” de esclarecimiento del otro oculta el ejercicio de control que se pone en juego, así como el carácter político de los instrumentos empleados: la psicología postula de un instrumental supuestamente científico –y por ende supuestamente “neutral”- (generalmente tomado de las ciencias naturales: véase por ejemplo el modelo informático del cognitivismo, o el modelo etológico del conductismo), con la que legitima sus técnicas. Con estos papeles, encarnando el lugar de Sujeto supuesto Saber de la mente humana, los psicólogos son convocados para los más diversos pedidos sociales, en los que se supone que siempre tendrán algo decisivo que decir.
Al contratar psicólogos de la APA para participar y asesorar en estos “interrogatorios reforzados”, uno podría ingenuamente suponer que la intención de la CIA respondió a un esfuerzo por mejorar la obtención de información, bajo el supuesto que los psicólogos son capaces de extraer datos decisivos sobre los interrogados a partir de pequeños indicios verbales y gestuales. Al modo del personaje encarnado por Tim Roth en Lie to me, la psicología es llamada desde el lugar de Sujeto supuesto Saber: profesionales de la mente que pueden por medio de la escucha y la observación, llegar a los más íntimos secretos de las personas. Expertos en el arte de apelar al andamiaje teórico y técnico de la psicología, mucho más sutil y supuestamente eficiente que la picana. Con lo cual la intervención por la palabra y la perspicacia supuesta de los psicólogos entrenados en entrevistas e interrogatorios abría un capítulo más “humanista” en el escenario de Guantánamo. Tal mistificación de la profesión resulta un bluff con el que la psicología vive para presentar sus credenciales ante las autoridades y sacar provecho económico y prestigio.
Pero no fue un Paul Ekman (el psicólogo que inició el estudio de las emociones y expresiones faciales, y sirvió de inspiración a la antedicha serie) el que acudió a Guantánamo. Fueron psicólogos como Jim Mitchell y Bruce Jessen quienes se ofrecieron. Y dadas las propuestas de estos dos sujetos, cabe la pregunta de para qué quería la CIA a estos personajes, dado que ésta no es precisamente ignorante en materia de torturas… Para qué querían los psicólogos servir en Guantánamo, puede tener en cambio una respuesta más cínica: 80 millones de dólares, cargos elevados y reconocimiento del Estado por los servicios a la patria parecen ser argumentos suficientes para tirar la ética profesional por la borda. Para que participaran en torturas los miembros de la APA no se requirió de la obediencia, ni de la ideología patrioteríl. Alcanzó la ambición personal y el dinero.
Jim Mitchell, trabajó en una unidad de la fuerza aérea de EEUU como experto en las técnicas de tortura del ejército chino, y desde esta expertise entrenaba al personal militar a resistir interrogatorios en caso de ser capturados. Luego de retirarse de esta actividad docente, y después del 11/9, funda una consultoría psicológica. Por esa época conoce a quien fuera presidente de la APA desde 1996, Martin Seligman, célebre psicólogo y autor de textos de “psicología optimista” de enorme éxito editorial tales como Learned Optimism, Authentic Happiness y What You Can Change and What You Can’t. También es famoso por sus investigaciones en psicología. Quien fuera presidente de la APA había llevado a cabo experimentos en los que se sometía a perros a choques eléctricos para estudiar sus respuestas. Descubrió que si al principio los perros atacaban con furia, luego de repetidas torturas con electricidad los perros se quebraban y ya no reaccionaban, al punto de dejarse torturar sin siquiera intentar defenderse o escapar. Estos “descubrimientos” lo condujeron a elaborar la teoría de la “impotencia aprendida”.
Jim Mitchell tomará nota de estos “progresos” en el saber para ofrecer los servicios de su consultoría psicológica a la CIA, mediante un programa de interrogación basado en la tortura y la teoría de Seligman. Para este proyecto sumó a Bruce Jessen, un psicólogo amigo de la época en que entrenaba a los soldados a tolerar interrogatorios. Ambos consiguen un contrato con la CIA de 81 millones de dólares, luego de presentar su propuesta a las autoridades, muy explícita por demás, en sus objetivos: “nuestras técnicas de interrogatorio deben ser tan duras y brutales como cuando se usan aviones para derribar edificios”. Cabe agregar que estos psicólogos ignoraban todo del mundo árabe (lengua, idioma, creencias, ideología, coyuntura política, etc.) ni jamás tuvieron experiencia de campo en la lucha contra el terrorismo. Sólo sabían de torturas. Menos sabían lo que se sabe de ellas desde hace siglos: que no hay manera de obtener datos fidedignos mediante estas técnicas aberrantes: sólo cumplen la función de arrasar la subjetividad de aquellos sometidos a ella.
Durante siete años, hasta la suspensión del Programa en 2009 por el presidente Barack Obama, estos psicólogos aplicaron a los prisioneros la técnica del “waterboarding” (ahogar a una persona con toallas mojadas), golpes y lanzamientos de detenidos contra una pared durante horas, privación del sueño atronando a los sujetos con música a todo volumen y poniéndolos en posiciones incómodas durante días, enemas de alimentación y de hidratación, y diferentes situaciones de humillación que se volvieron célebres por las selfies que algunos soldados se sacaban con los prisioneros. Hay testimonios de situaciones de torturados en las que los mismos agentes de la CIA –ciertamente más avezados en la temática de quebrar voluntades– consideraban inútil seguir “interrogándolos” porque no se obtendría nada de ellos, pero a pesar de eso, nuestros “expertos” psi insistieron en proseguir con los procedimientos.
Son muchos, demasiados, los profesionales de la salud que diseñaron y participaron en el trato degradante y la tortura de detenidos en ese lugar de no lugar que es la prisión de Guantánamo. En “Los Médicos y la Tortura: Lecciones de los Médicos Nazis”, [9] Michael Grodin y George Annas se preguntan por los factores que predisponen a los médicos a participar de violaciones de derechos humanos. En el artículo acumulan factores tales como la psicología individual, su sentido de la omnipotencia, el desdoblamiento de la personalidad, la obediencia a la autoridad, la desresponsabilización y los contextos grupales y sociales. Uno reconoce en este listado algunos de los factores despejados por Stanley Milgram.
Nos interesan los psicólogos y la APA, por su papel destacado en la organización del sistema de torturas, así como en su tarea de encubrimiento legal de las acciones llevadas a cabo en Guantánamo. El reciente Informe Hoffman detalla las graves violaciones a la ética profesional perpetradas por psicólogos de la APA. Resulta irónico que la misma institución que se indignó con Milgram, al punto de plantear límites a ese tipo de experimentos por causar dolor psíquico, haya participado en la comisión de torturas en Guantánamo. Como si hubiera un doble estándar ético: a los sospechados de terroristas no les cabe el trato que se le debe a los seres humanos. En el fondo se trató de hacer negocios con la CIA, una transacción en la que resulta obvio que los psicólogos no están allí para enseñarles tortura a los militares, sino sólo para hacer presencia legitimadora ante posibles terceros legales. Con ellos presentes a cargo de los interrogatorios siempre se puede alegar cínicamente que se están tomando recaudos especiales con los detenidos: la prueba es que hay presencia de profesionales psicólogos, que son una garantía de que no se están violando derechos humanos básicos…