Hamaguchi une a Murakami con Chéjov para contarnos una historia sobre el potencial sanador de las historias, cuando de duelar se trata.
Sabemos, el duelo no es un estado: es un trabajo. Mejor: un tránsito, un viaje. Kafuku podría haberle dicho a Misaki, no "Drive my car", sino "drive my pain". Que conduzca su dolor hacia las bambalinas de su teatro trágico. Ella lo hará con el suyo, compartiendo su propio duelo.
Como espectadores, nos montaremos al Saab 900 del 87, porque también somos murientes necesitados de la palabra y el silencio del otro.