Volumen 15
Número 2 Septiembre 2019 - Marzo 2020
Publicación: Octubre 2019 Ignacio Martín-Baró: 30 años
Resumen:
En su ensayo "Psicología de la caricia", Ignacio Martín-Baró señala que la caricia es una de las expresiones más propias del ser humano: “la caricia con la mano adquiere un rango peculiar de expresividad. Porque la caricia, en el hombre, se reviste de trascendencia.” Introduce así algunas ideas que permiten analizar la escena relatada por Suzanne Hommel en el film documental sobre Jacques Lacan. Este breve comentario introduce el valor de ese testimonio, a la vez que lo problematiza.
"Geste à peau": Martín Baró y Suzanne Hommel: una interlocución filosófico-analítica
La imborrable caricia de Lacan
Eduardo Laso
Recibido 10/6/19 - Aprobado 10/7/19
Universidad de Buenos Aires
Un psicoanalista se levanta de su silla para acercarse a su analizante y acariciar tiernamente su rostro. Estamos ante una escena que bien podría calificarse como transgresora de la posición de neutralidad y abstinencia del analista. Se trata de una intervención en acto de Jacques Lacan a una de sus analizantes, relatada por ella misma a Gerard Miller 40 años después:
“Estaba hablando con Lacan de un sueño que tuve: “Me levanto a la mañana a las cinco” y agrego: “Es a las cinco que pasa la Gestapo para llevarse a los judíos a sus casas”. En ese momento Lacan saltó de su silla, se me acercó y me dio una caricia extremadamente gentil en la mejilla. Yo lo entendí como un “geste à peau”. [1] Es un gesto verdaderamente tierno, debo decir, extraordinariamente tierno. Y esa sorpresa no disminuyó el dolor, pero hizo algo más. La prueba es que cuarenta años después, cada vez que lo cuento, aún puedo sentirlo en mi mejilla. Fue un gesto que apeló a la humanidad, algo así…”.
Se trata de un acto con valor significante, en la línea de un discurso sin palabras, como prefería Lacan, quien nunca transmitió esta intervención en su enseñanza, por lo que no pretende ser elevada a paradigma de intervención analítica. No pretendemos aquí hacer un elogio de las intervenciones en acto que en algún momento se pusieron de moda en los consultorios porteños, como si actos y palabras fueran diferentes, cuando en rigor decir es un acto. Se trata de entender esta caricia en el contexto de un análisis en transferencia, y de situarla no en la vía de abusivos toqueteos eróticos, tiernos o paternalistas que podrían desprenderse de una rápida lectura de la escena, sino en un decir ligado a los dichos de la analizante. Sin perder de vista también que un psicoanalista puede no saber lo que dice, pero tiene que saber lo que hace.
En su ensayo Psicología de la caricia, el psicólogo jesuita Ignacio Martín Baró plantea algunas ideas que permiten arrojar luz sobre la escena relatada, así como problematizarla. [2] Baró señala que la caricia es una de las expresiones más propias del hombre: “la caricia con la mano adquiere un rango peculiar de expresividad. Porque la caricia, en el hombre, se reviste de trascendencia. Acariciar con la mano, algo tan sencillo como pasar suavemente la mano por el rostro de una persona o por el lomo de un animal, es una acción de mucho más contenido que agarrar un cigarrillo, empujar una puerta o pulsar un botón. En la caricia se plasma, para bien o para mal, el ser del hombre”. [3] Y agrega que la caricia es palabra, lenguaje revestido de carne y modulado por el movimiento. Retengamos la ambigüedad del “para bien o para mal”, la plasmación del ser del que acaricia y el hecho de que en tanto modo de expresión, la caricia entra inevitablemente dentro del malentendido y el equívoco, propios del lenguaje. Si el movimiento de la mano en contacto con otro cuerpo deja de ser movimiento para convertirse en sentido, éste puede ser ambiguo.
Dice Baró que en la caricia el hombre proyecta la palpitación de su ser: deja en ella estampados sus deseos, ilusiones, esperanzas. Y agrega otra dimensión específica enlazada a la caricia, en tanto ésta involucra el cuerpo a cuerpo en un entre-dos: “La palabra se comunica por las ondas sonoras, la caricia se traduce en el contacto. Se diría que la caricia lleva en sí misma una vibración específica…”. [4] Movimiento, vibración, palpitación. Modos de introducir el goce por el cual “la piel pierde su objetalidad y se hace susurro de amor”. [5] Baró dice bellamente esta unión inextricable entre palabra y gesto que es la caricia: “palabra táctil humana hecha de sensaciones y silencios”. [6]
La caricia comunica goce. Ya tempranamente en su obra, Freud ubicaba en las caricias y cuidados brindados al niño por el primer Otro, el estímulo que operaba abriendo circuitos pulsionales. Al punto tal de que toda la superficie corporal del infante es potencialmente zona erógena. En el seminario El sinthome Lacan define la pulsión como eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir.
En esta misma línea, Baró señala que la caricia –como la palabra–, vibra, expresa, trasmite, pone en comunicación. “La caricia alegra o entristece, pide o da, concede o niega, consuela o enfurece. No hay caricia que no despierte una reacción en nuestra interioridad, por más oculta o inconsciente que esa reacción sea”. [7] Se trata de un modo de comunicación primario que se tuvo con el primer Otro, y que nos constituyó como cuerpo erógeno. Palabra hecha carne, que encarna el lugar del deseo del Otro para el sujeto acariciado, y que comunica goce y la ilusión de ser para el Otro.
Baró se apoya a Martin Buber para distinguir entre caricia-diálogo y caricia-monólogo. En esta última no se dirige a nadie, sino que sólo busca la sensación de acariciar, donde el otro deviene objeto. [8] Como contraparte, nuestro jesuita hace una elegía de la caricia-diálogo, sumándose al pensamiento de Buber en la creencia de una comunicación plena de yo a tú: “La caricia adquiere la plenitud de su ser cuando se hace diálogo, es decir, cuando es el vehículo de comunicación entre dos seres personales, un yo y un tú, enlazados existencialmente en la vibración de un nosotros”. [9] Se trata de las ilusiones del amor, del hacer uno a partir de dos, en donde la palabra se sustituye por el contacto; vía que se pretendería más auténtica y sin las barreras del malentendido del muro del lenguaje. Sólo que al psicólogo Baró le resulta inevitable introducir una terceridad que no es Dios, cuando agrega que “la interpretación de una caricia es algo inconsciente, y sólo asequible a la persona acariciada”. [10] Esta dimensión de lo inconsciente, va más allá del yo y el tú, e involucra el fantasma. Por lo que no hay ninguna comunicación directa y sin malentendido entre dos existencias. A lo que se le agrega la ambigüedad de la caricia como dos aspectos inevitablemente presentes en la misma –y no dos formas de caricia diferentes, como el autor postula–: la caricia que comunica y la que goza o “monologa” son dimensiones de la misma caricia. La caricia comunica goce y sentido, más allá de las intenciones del que acaricie. Porque su sentido depende del Otro, que le devolverá al que acaricie su mensaje en forma invertida. Una caricia puede ser entendida como ternura, invitación a tener sexo, conmiseración, gesto hipócrita, piedad, y un largo etcétera. Todo lo cual nos introduce al problema de la caricia de Lacan.
Gestapo/caricia/geste à peau
Lacan escucha el relato del sueño de una analizante. “Me levanto a la mañana a las cinco” cuenta su paciente y asocia: “Es a las cinco que pasa la Gestapo para llevarse a los judíos a sus casas”. Lacan le acaricia tiernamente el rostro. Ella entiende geste à peau.
Descartemos que el acto de Lacan involucre no se qué equivocidad de las intenciones hacia su analizante. Y aceptemos que su caricia no entra en las variantes descriptas por Baró. No es la caricia que apunta a la plenitud buberiana del yo al tú en la “vibración de un nosotros” absolutamente alejado de todo lo que Lacan ha dicho sobre la intersubjetividad como ilusión de la psicología. Tampoco de la caricia-monólogo, vale decir, el impulso del Sr. Lacan de acariciar a su paciente vaya uno a saber por qué cuestiones personales de su goce, o qué intenciones paternalistas. En un análisis no se trata de la psicoterapia torpe del consuelo y la palmada.
Se trataría aquí de una caricia con valor significante para introducir un equívoco respecto de un decir de la paciente, en el contexto de un diálogo particular: uno que se dirige no al tú sino a lo inconsciente. Lacan pone en acto una caricia en las coordenadas del diálogo analítico que, como tal, apunta a lo inconsciente de aquella que recibe la caricia, justo en ese preciso instante en el que ella habla de la Gestapo. Lacan transforma con ese gesto a la Gestapo en geste à peau, para esta paciente angustiada que recuerda que a las cinco de la mañana la Gestapo salía a deportar judíos. No se trata aquí de la comunicación de los cuerpos en la ternura amorosa, sino de la sustitución de un significante por otro, en un acto que apuesta a metaforizar y producir un pas de sens respecto de un recuerdo traumático. De Gestapo a geste à peau. Una caricia que no entra en el régimen de la ternura o la compasión –del que Baró hará un catálogo y una semblanza de las formas en que los humanos nos reconocemos en ese gesto de afecto–, sino de la operación de vaciamiento de sentido y acotamiento del goce.
Esta solución no resuelve sin embargo el problema planteado. Porque Lacan no elige el acto de decirle a la paciente “geste à peau”, volviendo equívoco el significante Gestapo, sino que la acaricia. Si es cierto que, como Baró destaca, la interpretación de una caricia es algo inconsciente y sólo asequible a la persona acariciada, y considerando al acto de Lacan como apuntando a lo inconsciente de esta analizante, resta de todos modos la pregunta de por qué lo hace con una caricia y no con una palabra. Siendo que la caricia, a diferencia de la palabra “geste à peau”, porta inevitablemente un plus de goce para aquel que la recibe de su analista. ¡Y nada menos que de Lacan!
Si se trata en el sueño de que Gestapo viene al lugar de geste à peau, esa vía significante soportada en la letra nos permite leer que en este sueño no se trata de nazis sino de caricias. Sólo que al poner en juego Lacan una caricia y no la palabra caricia en francés –y aún cuando nuestra perspicaz analizante logra leer en ese acto al significante concernido– el gesto tierno de Lacan porta un exceso que inhabilita la asociación con el sueño y deja una marca en la memoria y la mejilla de esta mujer. Cuarenta años después, ella testimonia de esto diciendo que se trató de un gesto “extraordinariamente tierno” que la sorprendió. Modo de decir de un exceso que no parece haber promovido el trabajo con el significante en torno del sueño mismo. “Fue un gesto que apeló a la humanidad, algo así…”, dice ella, con lo que incluso a pesar de haber advertido el valor significante en juego, persiste como más destacado el contacto de la mano en su rostro, que es significado en la vía religiosa que Baró trabaja: gesto de trascendencia, plasmación del ser del hombre, presencia del otro, plenitud de lo humano, etc.
Y ella señala algo inquietante como resto no elaborado de la operación de análisis: la caricia no disminuyó su dolor, pero cuarenta años después, todavía siente su mano en la mejilla cada vez que narra el episodio. Estamos aquí muy lejos de la caída del lugar del analista o del vaciamiento de su ser, al producir algo que deja una huella imborrable en el cuerpo de esta analizante: un eco hondo que resuena en su rostro y lleva por nombre “Jacques Lacan”.
[8] “Es una mano que sólo exige, que busca su sensación, que se recrea en sí misma. La caricia no busca al otro, no quiere trascenderse a sí misma: quiere el contacto para sí, y la vibración que debería caminar hacia otro ser, choca con la barrera de lo acariciado, que ya no es sino objeto. (…) La otra persona ya no es un tú con el que se busca la comunicación, es un objeto al que se busca porque me causa placer”. Ob. cit., pág. 498.