Eric Hobsbawm dijo que el siglo XX empezó en 1914, con la primera guerra mundial. Y en esos días nació Matilde, el 29 de julio.
Nuestros padres llegaron a Argentina para dejar atrás la pobreza y el racismo de la vieja Europa, como suelen decirle. Y a los pocos años se juntaron para fundar una tranquila y progresista familia al amparo de la paz y la movilidad social de aquellos tiempos. Matilde fue su segunda hija y todo iba más o menos bien hasta el crac del 29, cuando mi padre se fundió, como se decía entonces, definitivamente.
Los hermanos mayores salieron a buscar trabajo y Matilde, con su inglés aprendido en el Liceo y sus 20 años salió a la intemperie y se empleó en una empresa de importación-exportación para usar su particular taquigrafía y los idiomas que iba inventando al ritmo de las demandas patronales.
Un día, en el subterráneo que corría por la calle Rivadavia, y se llamaba Anglo, conoció a Italo Constantini, el famoso Kostia. Ella llevaba en la mano no sé qué libro y Kostia llevaba otro y así empezó una amistad que duró muchas décadas. Pero también se abrieron puertas y ventanas de nuestra casa de la calle Guayaquil y entraron los vientos, quizá los vendavales del siglo XX: Freud, Trotsky, Proust, la bohemia porteña con Juan Carlos Onetti, Jorge Michel, Jorge Abelardo Ramos...y tantos otros y otras, y los cafés y las caminatas por Corrientes, y el cine club, y la música.
La poesía se convirtió casi en una moneda de cambio: yo era la menor y para los cumpleaños de mis compañeras llevaba de regalo un verso propio, dictado a Matilde, y por mí ilustrado, ya que en casa no había plata para comprar regalos.
Esa es Matilde en mi memoria, la hermana que me enseñaba largos y tristísimos versos, y llenó la casa de saberes y tormentas.