Obreras y obreros salen de la fábrica de la familia Lumière y una rudimentaria cámara registra el evento. La escena dura apenas un minuto y está ya consagrada como acta de nacimiento del cinematógrafo. No deja de sorprender que el primer film de la historia retrate un hecho social por excelencia: el trabajo.
De allí en adelante, el cine no dejará de ocuparse de los problemas de su tiempo, con películas memorables, cortometrajes de antología y documentales imprescindibles. La perspectiva de sus realizadores y la de quienes aprecian su arte con mirada crítica se convertirá en el núcleo esencial del acontecimiento creador.
Este número de Aesthethika presenta una pequeña muestra de este fenómeno, en el que la perspectiva, el punto de vista del espectador, se (des)encuentra con el del artista, ofreciendo siempre una sorpresa, una imprevista invención.
El antecedente es seguramente la primera puesta en abismo de la historia del cine: una película dentro de la película, filmada por Buster Keaton en 1922 para su mediometraje Sherlock Jr.. Se trata de las tribulaciones de un proyectorista que luego de acomodar la cinta y dar comienzo al film se queda dormido y sueña que ingresa en la pantalla. Y una vez dentro de la película empieza a notar cómo por obra del montaje el espacio se transforma incesantemente, confrontándolo con lo desconocido. En un lúcido comentario, Gustavo Diéguez lee el episodio en sintonía con el desconcierto generado por la pandemia de Covid: un siglo más tarde, el film es recuperado para pensar la amarga contingencia sanitaria, y en ella lo atemporal de la incertidumbre humana. [1]
En esta línea de impensada actualidad, se incluyen cuatro miradas sobre un documental reciente de Netflix: Three Identical Strangers, que relata un inquietante experimento social realizado en los años sesenta del siglo XX. Sebastián Piasek, Elizabeth Ormart, María Elena Domínguez y Eduardo Laso analizan el material, ubicando así las coordenadas éticas que permitan pensarlo frente a los desafíos de nuestra época.
Desde Colombia, un equipo de investigadoras liderado por Boris Pinto nos ofrece una puesta al día del tema de trasplantes leído a partir de documentales y ficciones cinematográficas, con el acento en la dimensión de justicia, presente o ausente en ellos.
Y nuevamente un cortometraje: profesoras, investigadoras y tesistas de la UBA ofrecen un conversatorio sobre el short film que obtuvo el premio Oscar de la academia para la categoría en 2017: The Silent Child. Débora Nakache, Marta Sipes, Patricia Alvarez, María Elena Domínguez, Florencia González Pla, Paula Mastandrea y Lucía Amatriain presentan el interés psicoeducativo, ético y de derechos contenido en la trama.
Siguen un par de artículos especialmente sugerentes, que dialogan sobre dos formas originales del cortometraje: el minuto Lumière y el film haiku. El primero, a partir de uno de los referentes en el tema, el brasileño Cezar Migliorin, quien nos recrea su abordaje del minuto Lumière en educación; el segundo, una puesta al día del film haiku, preparado por Irene Cambra Badii desde Barcelona junto al equipo de UBA.
Finalmente, una separata sobre las versiones cinematográficas del cuento de Borges “Emma Zunz”, publicado originalmente en 1948. La obra fue llevada a la pantalla en una docena de ocasiones, la mayor parte de ellas en formato de cortometraje. Se presenta una panorámica, como marco de un texto original de Sergio Zabalza que delimita, a propósito de la historia ideada por Borges, la tensión entre la crítica literaria y la lectura psicoanalítica.
Cierra el número una reseña de Débora Nakache sobre los jóvenes 20 años del certamen “Hacelo Corto”, una de las más innovadoras propuestas educativas devenida a la vez acontecimiento artístico.
Una curiosidad: la salida de las obreras de la fábrica Lumière en Lyon tiene su réplica no calculada en una escena de la versión de Emma Zunz realizada por Leopoldo Torre Nilsson en Buenos Aires. Entre uno y otro film ha transcurrido exactamente medio siglo (1895-1955). Las circunstancias y los lugares han cambiado, pero el núcleo permanece: se trata, como tantas veces en el cine y en la vida, de anónimas mujeres trabajadoras.
Pero el cuento de Borges, ambientado temporalmente a medio camino entre las dos películas, recupera el nombre de una de estas mujeres: Emma Zunz. Y su historia, singularizada por el cine, la rescata de la ignominia y nos invita a hacer algo con la explotación, social y subjetiva, que trasciende los tiempos.