Introducción
Strindberg (1849-1912), dramaturgo sueco, va a proporcionarnos una perspectiva del problema de la paternidad que pone en escena de un modo trágico. La obra en la que nos detendremos se llama: “Fadren” (El padre). Fue escrita a principios de 1887 y su estreno tuvo lugar en Copenhagüe a fines del mismo año.
Según Jesús Pardo, su comentador y traductor al castellano, la producción de Stridberg está enlazada autobiográficamente y se reflejó ¿especialmente? en su obra “Inferno” como consecuencia de una crisis psicosomática. Pardo señala que Strindberg contó -entre otros disparadores- con un artículo de una revista francesa que había anunciado, por la época, la “inminente vuelta del matriarcado a la sociedad europea”. Esto hizo “hervir” en él la idea de una inminente lucha entre los sexos. La posta que toma Strindberg es el enfrentamiento con “los feministas en la principal palestra que ellos mismos habían escogido para la lucha, o sea el teatro” [1].
La característica que se mantiene en los dramas conyugales de Strindberg, se encuentra empeñada en una dura contienda entre marido y mujer, y parece coincidir con su vida privada extendida a sus tres matrimonios y numerosos noviazgos que, connotados por el fracaso, concluyeron en una posición -éste es al menos el comentario- misógina.
Los personajes de “El padre”: Adolf, Capitan de Caballería; Laura, su mujer; Bertha, hija de ambos; Doctor Östermark; el Pastor, hermano de Laura; el Ama; y Nöjd, el asistente.
El drama centraliza al Capitán en la figura de “El padre”.
Strindberg acompañó para el estreno una carta acerca de las característicasque pretendía del personaje, para el que había pensado “a un actor dotado de humor sano que, con un tono de hombre de mundo, superior y, al mismo tiempo, irónico sobre sí mismo, un poco escéptico , consciente de su propia superioridad, va serenamente al encuentro de su destino, envolviéndose al morir, en esa tela de araña que él, por sus propios medios no puede desgarrar” [2]. El papel también será llevado a cabo “de manera delicada, suave, resignada, como un espíritu, fuerte en otros sentidos, que acepta el destino moderno cuya forma es la pasión erótica.(...) Para mí, sobre todo, representa una virilidad que se trata de rebajar, para engañarnos y reducirnos al tercer sexo. El hombre sólo deja de ser viril ante la mujer, por la razón que es así como ésta le quiere, y la ley de la adaptación al medio nos fuerza a hacer el papel que la amante nos exige” [3].
El traductor agregará que el personaje Adolf esta inspirado en los oficiales alemanes que Strindberg conoció y trató en Baviera -donde fue escrito el drama- y que forjó el ideal viril y marcial que admiraba en ese ambiente de “patriarcado y disciplina”.
La idea central de la trama es una intriga, no a la manera del género negro, como algo a dilucidar, sino que resulta de la intriga como incertidumbre ¿La mujer le ha sido infiel?
El efecto de esta incertidumbre alcanza su máxima intensidad en la pregunta por la paternidad. Se trata en definitiva si es o no el padre de Bertha. El resto de la obra es justamente el despliegue de esta incertidumbre y la inquietud que despierta la certeza materna en el Capitán.
La pieza, ambientada en una discusión contemporánea hace de los particulares en juego, una disputa particularista en la que pueden centrifugarse al menos tres preguntas que hacen a la problemática que nos interesa: a. por la maternidad, b. por la paternidad, y c. ¿qué es un hijo? En definitiva el problema de la filiación en la teoría.
I. Las articulaciones de la pieza
Vamos a comentar brevemente la pieza (tragedia en tres actos).
Primer acto
Desde el comienzo el tema nodular de la obra es rápidamente introducido. El Capitán intenta convencer a su cuñado (el Pastor) para que dé un sermón a Nöjd (su asistente militar) por haberse “trajinado” una vez más, a la muchacha de la cocina. El Capitán dice haberlo intentado todo con él, incluso algún que otro golpe, pero sin ningún resultado. Se espera que Nöjd se case con la muchacha o que mínimamente se haga cargo del niño que ha nacido. Van inmediatamente al grano:
- “Capitán: O sea en una palabra, ¿eres tú el padre de la criatura o no?
- Nöjd: ¿Y cómo se puede saber una cosa así?.
- Capitán: ¿Cómo? ¿Es que no lo sabes?
- Nöjd.: Bueno, no, eso no se sabe nunca.
- Capitán: ¿No estabas solo allí?
- Nöjd: Bueno, sí, solo en aquel momento sí que estaba, pero lo que ya no se puede saber es si es uno el único.”
La escena concluye cuando el Capitán muy enojado hecha a Nöjd. La siguiente discusión empalma directamente con la entrada de Laura, esposa del Capitán. Pelean por la educación de Bertha -hija de ambos-. El padre desea que la hija continúe su educación en la ciudad, y la madre quiere que siga en la casa. Transcribimos parte de la escena cuarta:
- Capitán: La ley vigente dice que los hijos han de educarse en la fe del padre.
- Laura: Y la madre no tiene nada que ver con esa cuestión.
Capitán: ¡Nada en absoluto! Ha vendido barato su derecho a primogenitura a cambio de que el hombre la mantenga a ella y a sus hijos.
- Laura: ¿De modo que no tiene ningún derecho sobre sus hijos?
- Capitán: ¡No, ninguno en absoluto! Una vez que se ha vendido una mercancía se pierde todo derecho a recuperarla y quedarse con el dinero.
- Laura: Pero si el padre y la madre deciden juntos...
- Capitán: Pero no sé como va a ser eso posible. Yo quiero que viva en la ciudad, y tú que siga en la casa. La media aritmética exigiría que se quedase en la estación del ferrocarril, a mitad de camino entre la ciudad y esta casa. O sea que es un problema sin solución, ¡ya lo ves!
- Laura: ¡Pues entonces no hay más remedio que acabar con él!, ¿qué hacía Nöjd aquí?
- Capitán: ¡Eso es un secreto profesional mío!
- Laura: Sí, un secreto que saben todos en la cocina.
- Capitán: ¡Pues entonces también debieras saberlo tú!
- Laura:- Es que lo sé.
- Capitán:- ¿Y tienes lista la sentencia?
- Laura:- ¡Es la ley la que dicta!
- Capitán:- ¡Pero la ley no dice quién es el padre de la criatura!
- Laura:- No, pero eso se suele poder averiguar.
- Capitán:- Pues la gente sensata afirma que es cosa que nunca se puede llegar a saber.
- Laura: ¡Sí que es notable eso! ¿No se puede saber quién es realmente el padre de un niño?
- Capitán: ¡Se asegura que no!
- Laura: ¡Pues sí que es notable! ¿Y cómo es que entonces el padre tiene tales derechos sobre los hijos de una mujer?
- Capitán: Los tiene únicamente si asume los deberes, o si éstos le son impuestos. Y en el matrimonio no existen dudas sobre la paternidad.
- Laura: ¿Que no hay ninguna duda, dices?
- Capitán: No. ¡Bueno eso espero, por lo menos!
- Laura: ¿Y si la esposa ha sido infiel?
- Capitán: ¡Ese caso no es el nuestro! ¿Tienes algo más para preguntar?
- Laura: ¡No, nada!
- Capitán: Bueno pues entonces me voy a mi cuarto, y ten la bondad de llamarme cuando venga el doctor.
Este es el cierre de la escena quinta, la duda ya ha sido sembrada en el Capitán (Cuando se supone que la discusión entre ambos es en términos de cierta generalidad, el Capitán bruscamente la hace personal cuando su esposa hace referencia a la infidelidad: “¡Ese caso no es el nuestro!”).
La espera del doctor Östermark -y el lugar que ocupa en la pieza- está directamente asociado por los biógrafos de Strindberg a una consulta que efectivamente fuera realizada por Siri, primera mujer del autor.
“...había ido en 1886 a ver un médico, que le reveló la enfermedad mental de su marido; Strindberg temía que las intrigas de su mujer le encerraran en un manicomio. Los celos suelen ir unidos a la manía persecutoria, y en el Capitán de Caballería vemos al mismo Strindberg, que quiere una confesión clara de la infidelidad de su mujer, porque, así perdería el temor a la locura y a ser encerrado” [4].
De esta forma el traductor intenta darnos un perfil “psicológico” no sólo del autor sino de su reflejo directo en el personaje central de la obra. Mas allá del dato biográfico, es interesante el cambio de lugar que se opera en el Cápitan. El primero cuando interroga a Nöjd y aún cuando posteriormente discute el tema con el Pastor. Su posición no admite cuestionamientos. ¿Cómo puede ser que Nöjd interrogue la certeza de su paternidad? Esta pregunta -la posición de la misma- es alterada en la discusión con Laura parcialmente: “la gente sensata afirma que es cosa que nunca se puede llegar a saber...” [5] .
Subrayamos sensata; algo de la sensatez iría al lugar de la sospecha. Hay gente sensata (aunque el Capitán lo discuta) que dice que una certeza tal no es posible. El reconocimiento es parcial, y la certeza es puesta inmediatamente del lado del matrimonio. Si efectivamente se trata de la paranoia del caso, es transparente el momento en que el Capitán ofrece las herramientas de su inminente acoso, indicando al partenaire en donde es posible apretar para acrecentar su goce. La sombra de la duda que se proyecta sobre la certeza, amenaza con la locura. Le da las llaves al partenaire.
Es Laura quien recibe por primera vez al médico, y al abordarlo tiene ya un plan preestablecido.
- Laura: Hay circunstancias en las familias que es preciso ocultar al mundo, por razones de honor y conciencia...
- Doctor: Excepto al médico.
- Laura: Claro, y por eso tengo yo el penoso deber de contarle a Ud. toda la verdad desde el principio.
- Doctor: ¿No podríamos dejar esta conversación para después, cuando ya haya tenido yo el honor de ser presentado al Capitán?
- Laura: ¡No! Tiene que oírme a mí primero, antes de verle a él.
- Doctor: Ah, es que se trata de él.
- Laura: Sí, de él, de mi querido y pobre marido.
- Doctor: Me deja Ud. preocupado, señora, y créame que comparto su dolor.
- Laura: (Saca un pañuelo.) Mi marido es un enfermo mental. Y ahora lo sabe Ud. todo, y podrá juzgar por sí mismo.
Lo que sigue es un intento de sustentar la enfermedad mental de Adolf.
Strindberg no deja en ningún momento su “lucha de los sexos”, de manera que no pierde oportunidad de ridiculizar a las mujeres. Su “mujerío” en la tragedia esta compuesto por la convivencia con cuatro mujeres: Laura, Bertha, el Ama y la suegra. Estas mujeres, asociadas en torno a cuestiones místicas y fuertemente supersticiosas, se oponen al Capitán. Hay en suma cosas que tienen que ver con el espiritismo que ellas practican y que en definitiva llevan a Bertha a la necesidad de despejar la situación. Interpelará a su padre porque la abuela dice que ve cosas que él no puede ver, pues no sabe hacer encantamientos, y agrega que ella “...es capaz de ver cosas que tú no ves”.
- Capitán: ¡Pues si dice eso miente!
- Bertha: ¡La abuela no miente!
- Capitán: ¿Y por qué no?
- Bertha: Porque entonces también miente mamá (...) ¡Si dices que mamá miente, ya no te creo más!
- Capitán: No he dicho tal cosa, y por eso me tienes que creer si te digo que tu bien, tu porvenir, exige que te vayas de esta casa. ¿Quieres irte? ¿Quieres ir a la ciudad a aprender algo útil?
- Bertha: (...) Sí, sí.
- Capitán: ¿Y si mamá no quiere? (...) Lo que pasa es que si tu quieres una cosa y yo también la quiero , pero ella no la quiere, no sé cómo nos las vamos a arreglar.
En este momento entra Laura, y cuando ve que padre e hija estan conversando , propone dejar a Bertha decidir sobre su futuro. Ahí nomás se tiene la impresión de que el conflicto podría concluir, pero el Capitán se precipita: “¡No! No permito que nadie se meta en lo que es mi derecho, ni mujeres ni niños. Anda, Bertha, vete de aquí”.
La discusión por el “bien” de la niña pasa a ser secundaria simplemente con la sugerencia de que sea Bertha quien decida. Para el Capitán debe ser el padre quien decide. Tenemos aquí claramente delimitada la paternidad imaginaria, no precisamente el lugar otorgado por el hijo, sino el lugar desde donde él pretende agenciar la paternidad. Es esto mismo lo que es cuestionado por Laura al enterarse de que Bertha se irá, evidenciando así la falsedad de la propuesta que solo es estratégica:
- Laura: ¿Es esa tu decisión?.
- Capitán: ¡Sí!
- Laura: ¡Pues entonces no tendré más remedio que ver la manera de impedirlo!
- Capitán: ¡No podrás!
- Laura: ¡Cómo que no! ¿Es que piensas que una madre va a dejar que su hija se vaya a vivir entre gente mala, a oír que las cosas que su madre le ha enseñado son tonterías, para verse luego despreciada por su propia hija el resto de su vida?
- Capitán: ¡Y acaso piensas tú que un padre va a tolerar que mujeres ignorantes y presuntuosas le digan a su hija que su padre es un charlatán!
Laura volverá aquí con los argumentos que había expuesto Adolf.
- Laura: Eso, para el padre, debiera tener menos importancia.
- Capitán: ¿Y por qué?
- Laura: Pues porque la madre está más cerca de los hijos desde que se ha descubierto que nadie puede saber en realidad quién es el padre.
- Capitán: ¿qué tiene que ver eso en este caso?
- Laura: ¡Pues que no sabes realmente si eres tú el padre de Bertha!
- Capitán: ¿Que no lo sé?
- Laura: ¡Claro que nó!, si no lo sabe nadie tampoco lo puedes saber tú!
- Capitán: ¿Hablas en broma?
- Laura: No, lo que hago no es más que aprovechar tus enseñanzas. Y además, ¿cómo sabes que no te he sido infiel?
- Capitán:- De mucho te creo capaz, pero no de eso, ni tampoco de hablar de ello si fuera verdad.
- Laura: Bueno supón que yo prefiriese cualquier cosa, ser rechazada, despreciada, lo que fuese, con tal de conservar conmigo a mi hija y tener dominio sobre ella, y que ahora te fuese sincera, diciéndote: Bertha es hija mía, pero no tuya! Supón...
- Capitán: Calla.
- Laura:- ¡Bueno, supóntelo; entonces, todo tu poder se vendría abajo!
- Capitán: ¡Tendrías que demostrar que no soy yo el padre!
- Laura: ¡No sería muy difícil!, ¿quieres que lo haga?
El Capitán ha quedado desconcertado. Lo que ha imaginado de la paternidad ha sido disuelto de un plumazo, al encontrarse con el veto certíssimo de la maternidad. Es como si cristalizáramos el pasaje entre el primer y segundo tiempo del Edipo. La madre fálica que no quiere soltar a la niña, el padre que sanciona no la reintroyectarás pero que se queda apoltronado en la imagen de la ley, él es la ley que decide. La castración simbólica opera - debiera operar- pero sin quedarse en la atribución fálica. La posibilidad denegada a Bertha a decidir, no permite pasar a un tercer tiempo en que el falo es articulado a la cultura. La disputa queda pegada -supuestamente- a una lucha de los sexos, lucha fálica, que queda cristalizada en la disputa imaginaria a “puro” particular en la que cada quién pretende avanzar sobre el otro. La forma extrema -si pudiéramos definirla así- desemboca en el enfrentamiento a muerte que propone el particularismo.
Segundo acto
La primera escena de este acto encuentra a Laura al Doctor conversando sobre el problema del Capitán. Laura se anoticia de la posibilidad de declarar la incapacidad de su marido. E inmediatamente cargará las tintas sobre la locura de Adolf soportada en la desconfianza de su paternidad.
El médico duda pero finalmente accede a acelerar la cuestión convencido por los argumentos de Laura. De modo tal que se arbitrarán los medios para que el Doctor -patraña de por medio- espere al Capitán hasta su vuelta.
El siguiente es un fragmento de la conversación que mantiene con el Dr. Östenmark tendiente a demostrar que no hay posibilidad de dar estatuto científico a la paternidad.
- Capitán: ¿Es cierto que se obtienen potros listados al cruzar una cebra con una yegua?.
- Dr.: (sorprendido). ¡Sí, es completamente cierto !
- Capitán: ¿Y es también cierto que los potros siguientes siguen teniendo listas si se continúa la cría con un semental?
- Dr.: Sí, también eso es cierto.
- Capitán: O sea que en ciertas circunstancias, un semental puede ser padre de un potro listado, y al revés, ¿no es así?
- Dr.: ¡Sí, eso parece!
- Capitán: Resumiendo, que el parecido de la progenie con el padre no prueba nada.
- Doctor: Bueno...
- Capitán: O diciéndolo de otra manera que la paternidad no se puede demostrar.
- Dr.: Bueno..., es decir...
- Capitán: Ud. es viudo , y ha tenido hijos ¿no?
- Dr.: Pues..., sí...
- Capitán: ¿Y no se siente a veces ridículo como padre?. A mi me parece que no hay nada tan cómico como ver a un padre con su hijo por la calle, o como cuando se oye a un padre hablar de sus hijos, “los hijos de mi mujer”, es lo que debiera decir. ¿No se daba cuenta Ud. de lo falso de su posición, no tuvo nunca tormento alguno de duda?. No quiero decir, por supuesto, que tuviera Ud. sospechas, eso no, porque, como un caballero que soy, doy por supuesto que su esposa estaba por encima de toda sospecha.
- Dr.: No, si quiere que le diga la verdad, nunca tuve dudas, pero le diré, capitán, a los hijos de uno hay que aceptarlos de buena fe, como dice Goethe, y en eso estoy de acuerdo con él.
El capitán avanzará de aquí en más, subrayando el carácter genérico de la mala fe de la mujer y de su instintiva maldad.
- Dr: Capitán, sus pensamientos parecen estar tomando un cariz enfermizo, y debiera Ud. tener cuidado con ellos.
La conversación entre ambos se torna insostenible y el Capitán decide despedir al Dr. pues además se ha dado cuenta que Laura escucha tras la puerta.
Al parecer todo depende en este momento de que Laura saque al Capitán de la duda, pues él pide expresamente que lo libere de sus sospechas. En cierto modo es tarde aunque Laura le jure por dios y por todo cuanto le es sagrado, de que él es el padre de Bertha. Ya no hay retorno.
En fin, luego de este desgarro final, queda focalizado en la pieza, el tema de la lucha de los sexos, en la que Laura resultará el mas alto exponente del feminismo y del matriarcado. De hecho cierra el segundo acto con estas palabras:
- “Ya has cumplido con tu misión, necesaria por desgracia, como padre y sostén de la familia. Ya no me haces falta, de modo que te puedes ir. Te puedes ir ya que comprendiste que mi inteligencia era tan fuerte como mi voluntad, pero no quisiste reconocerlo ni aceptarlo...!”.
Adolf le tira una lámpara y se cierra el telón.
Tercer acto
Vamos directamente a las tres últimas escenas de la pieza.
Bertha se acerca al Capitán. Le pregunta si sabe lo que ha hecho, si no ha reparado en el daño que podría haber infligido a su madre al tirarle la lámpara...
- Capitán: ¿Y qué?
La respuesta de Bertha resulta más de lo mismo:
- “¡No eres mi padre si hablas así!”.
Se prepara ya el fin que adviene con la muerte del Capitán por un ataque de apoplejía. El mensaje implícito es de alerta sobre una “vuelta del matriarcado que entonces justificaría una “reacción” masculina [6].
En cambio vamos a proponer -para centrifugar de la pieza- la muerte de Adolf como una muerte por incertidumbre.
II. El problema de la paternidad desde la teoría psicoanalítica
La complejidad del concepto hace que pasemos sin solución de continuidad por distintas posiciones. He aquí el primer obstáculo que presenta un concepto que de ninguna manera puede dar continuidad en el intento de sistematizarlo teóricamente. Dicho de otra manera se trata del interrogante que presentan dos posiciones articuladas con una tercera no articulable.
Este lugar que aunque articulador no resulta articulable es lo que el psicoanálisis define como falo. Al plantearlo así solo estaremos centrando la funcionalidad estructural, pero este es sólo un aspecto de la paternidad sobre el niño.
El otro nivel que quizá no pueda ser completamente aislado de este primero, es el de la paternidad sobre la paternidad: ¿Qué es una madre y un padre, para la madre y el padre? cuando la proyección resultante de un término sobre otro se complejiza del mismo modo que la proyección de imágenes entre espejos enfrentados. Ese resultado no es sólo de orden imaginario.
Si para comenzar enfocamos esto, desde el punto de vista -por ejemplo- de la denominada “díada”, estamos en principio frente al mismo tipo de problema. Decimos díada y pensamos enseguida en la relación madre-niño que corresponde al primer tiempo del Edipo. Pero se trata de una relación de dos sólo en lo más imaginario de su acepción. Esto es algo del orden de un manifiesto, nunca hay dos aunque se trate de un comprobable empírico. Aunque no se vean más que dos, de un modo o de otro está el falo terciando en la relación. Para nosotros entonces no se trata de cualquier relación “diádica” sino de una diada fálica, porque necesariamente la constitución de la misma es operada por la relación de la madre al falo al que daremos ya mismo su dimensión: es el soporte y el referente de la ley. ¿Pero de qué modo esta ley está jugada en la relación?
Este interrogante es un operador sugerido para la lectura que intentaremos de “Fadren”.
a) La madre faliciza al niño: decirlo de este modo no indica demasiado, hay que aclarar que madre-fálica es una posición frente al infans, ese que aún no habla; o también -como definía Américo Vallejo-, el mudo: la posición objetal del niño en esa relación tan especial de la díada fálica.
Entonces, en relación al niño, no hay duda; es (o debe ser) un objeto falicizado, que en otro orden de circuito caracterizaríamos como objeto de deseo de la Madre. Con un pequeño desliz podemos -como se ve- pasar de circuito con solo decir que el niño es un objeto de, partícula indicadora de posesión. Digamos entonces que madre-fálica es una operación constitutiva universal-singular (como ecuación simbólica creadora de la situación) posición, lugar frente al niño, que articulado por lo particular se asimila a la composición de la realidad psíquica social y personal atravesada por el deseo; o sobre un fondo de deseo. Como se ve no son circuitos en estado puro sino de mixtura en los ejes propuestos.
Con cierta facilidad podríamos inferir que madre-fálica responde a las características de lo particular-imaginario y de hecho no sería una proposición falsa; pero decimos que son circuitos absolutamente solidarios, porque es la operatoria del falo-articulador lo que ubica al niño en un horizonte de deseo, de completud, brújula indicadora en estos tópicos, de la idea de propiedad.
El componente más imaginarizado surge de la idea que el niño pertenece a alguien porque justamente es el niño de alguien. Pero ésta no es una situación que deba eternizarse, es sencillamente un pasaje.
El tipo de pertenencia que queremos señalar para ese momento es el mismo indicado en la metáfora de la pupila, la pupila del ojo. Se trata de esa pupila o esa “niña del ojo” (kore en griego) en la que la pupila del ojo queda en el lugar de la niña, o de la muchacha del ojo. Una metáfora tan extendida en todas las lenguas que, según Corominas, puede tacharse de “internacional” en cuanto a su funcionalidad.
¿Por qué esa parte del ojo recibe tal denominación? El pupilaje es el estado del que se halla sujeto a la voluntad de otro que le da de comer. Un pupus (en latin niño del que pupillus es diminutivo) originalmente es un huérfano. Tentativamente, es el huérfano que va a ocupar el lugar de pupilo. Pero específicamente apuntamos a que la metáfora explica el hecho de que vemos reflejada nuestra imagen en la pupila del otro. Más allá de la metáfora, los efectos están asociados a las vicisitudes de la pulsión escópica; es decir no es algo que simplemente se “vea”: no se trata de la visión sino de la mirada.
Es un detalle bien fino y por supuesto no está dado que el efecto de pertenencia se dé en todos los casos; dicho de otro modo, que hay condiciones específicas en que la pupila del ojo se apropia del pupus, pero solo cuando hay efecto de mirada. Ya sabemos, se puede ver sin mirar, y la mirada no tiene relación estricta con la visión.
La metáfora en relación a los escópico tiene distintas articulaciones. Comienzan con Freud y luego se articula -más desarrolladamente- en el estadio del espejo de Lacan. Es el resorte mas imaginario-fantasmático, pero trampolín al fin de la extrapolación simbólica.
Entonces, el ejemplo adquiere peso porque nos estamos refiriendo a la constitución no solo del moi, sino del Je. Es decir de la serie de identificaciones -raíz de su importancia- para la constitución de lo imaginario y lo simbólico.
Por ahora nuestro recorrido ha señalado al niño como objeto, y como sujetado al otro, el niño en un campo de pertenencia que es el de la madre-fálica. En resumen algo de esta coyuntura es necesaria en sentido lógico para que el objeto niño sea adoptado en el sentido de pasaje de huérfano a pupilo del ojo, esto es lo que va a darle de comer en tanto que objeto de la pulsión escópica en coalescencia con la oralidad. “El cálido fluir de la leche materna” es la excelencia señalada por Freud en cuanto a las condiciones, pero no la única variante. Se trata de maternalizar el fluido que puede ser de vaca o de mujer; no son cuestiones del yo, o del voluntarismo...
b) Frustración; privación; castración (la teoría falocéntrica)
Hemos dicho que la madre faliciza al niño aludiendo a una función, incluso un lugar o posición frente al infans. Pero en ese recorrido no hemos dicho, ex profeso, que necesariamente se trate de la madre biológica del niño. Por el contrario esa función agencia en primer lugar la adopción del niño sin mas trámite que la articulación del falo, sin su operatoria la adopción no sería posible. Estamos planteando la adopción mas allá de su sentido vulgar.
Ahora podemos expresarnos de otro modo , la función que opera sobre el niño puede ser denominada como de atribución fálica: alguien se atribuye el falo que el niño encarna. Es un proceso de adopción estructural que tiene lugar más allá de lo biológico y quiere decir que aunque el niño sea legítimo, en el sentido biológico, podría no ocupar ese lugar. La ecuación simbólica a la que se refiere Freud -compuesta de términos como regalo-heces-niño-falo- puede tornar distintas formas según la función a despejar. Así como las heces -en tanto que producido- adquieren valor simbólico: un niño vale un falo si es que se recibe un regalo (del padre). Fuera de las coordenadas simbólicas el niño sin falicizar puede quedar en el lugar de resto, no como cociente del deseo de los padres sino como puro desecho; es decir, sin esa operación simbólica podemos encontrar, por ejemplo, un niño arrojado a un basural aunque se trate de un hijo biológico.
El agente no es la persona sino la matriz simbólica. Por la operatoria exclusiva de esa matriz avendrá el espacio para la metáfora paterna que en términos estrictamente psicoanalíticos delimita el alcance del concepto del padre simbólico cuya factura es de corte significante. Cuando Freud dice que la castración es asignada al padre está diciendo que no es necesaria la presencia del padre , sino que esa posibilidad va mas allá de la presencia-ausencia del “hombre”. Otro modo de decir lo mismo es a través de la fórmula: es el significante el que crea el lugar y no al revés.
Muy genéricamente hemos afirmado dos cosas; primero, en relación a la función madre-fálica el lugar que marca la falicización del niño en dialéctica con la ley del deseo para lo cual no es indispensable una persona determinada o de condiciones biológicas; y segundo, que desde esa marca es posible el advenimiento del trabajo de la metáfora paterna. En ellas sin embargo hay que señalar al pasar, que de todos modos existe en el primer caso la condición de certeza, de marca, es en ese sentido que madre hay una sola, es certíssima incluso en el caso putativo: es la marca de su deseo.
Al revés, aunque la paternidad biológica esté fuera de sospecha, el padre simbólico no reside en el hombre que esté en juego, es un resorte de la incertidumbre; la vuelta de esto es ese saber supuesto al padre. Es en este punto en donde resulta potable el conflicto de “Fadren”.
El Capitán es fiel a su particular y la operación -que será pura pretensión, siempre- es imponer desde su condición biológica de padre -imposible de soportar en la certeza- una incidencia mediadora de Padre simbólico. Al revés, la presencia o ausencia del Padre biológico ceden el paso ante la incidencia del padre simbólico; pero su figura depende (y hay que dar a esta palabra toda su dimensión) en tanto la madre se significa como dependiente del padre que legisla desde su deseo. La ambigüedad del discurso de la madre posibilita imaginariamente en el niño la ilusión de sustituir al padre en la satisfacción del deseo materno. Es decir se potencia el imaginario justamente en la actividad humana que se caracteriza como la única en ser pasible de ser satisfecha imaginariamente: la sexual. (Mientras una prenda intima puede satisfacer sexualmente -condición fetichista- el “hambre” sexual, la desadecuación hace que justamente ese objeto no convenga a la satisfacción de otro tipo de hambre).
El tema del objeto se torna una vez mas decisivo en la articulación de los registros. En este sentido la teoría lacaniana [7] brinda tres modos específicos que se relacionan lógicamente en tres operaciones. Lo que estamos diciendo aquí es que hay distintos modos de actualizar la falta de objeto segun la intervención.
Si el modo es:
La primera cuestión para aclarar desde esta propuesta es que cuando Freud viene a decirnos que la castración es asignada al padre, estamos refiriendo justamente a la operación que pone en juego la falta de objeto de modo simbólico (lo que define a la operación castración como eminentemente simbólica) el objeto sobre el que recae no es un objeto real (puesto que la castración no lo es) sino imaginario.
¿Como articular entonces los modos de la falta de objeto con las cuestiones que tienen que ver con la paternidad ?
Estamos tocando una constelación conceptual. Por un lado esta en juego la organización y la constitución de un sujeto, pero además hay puntos conectivos a otros problemas, por ejemplo aquel que plantea Joël Dor: “Subsiste a todas luces, el problema de saber por qué y cómo se deja un padre destituir de la función simbólica que le corresponde representar. Este ‘eclipse’ no deja de estar acompañado sin duda, por cierto goce complaciente en dimitir de ella. La cuestión sigue abierta.” [8]
Puede hablarse aquí de cierta coalescencia. La función paterna es lógicamente necesaria; representarla es contingente a los efectos de su encarnación, de manera que podría ser arbitraria sólo en principio, pero hay que señalar a alguien, esto es discursivamente dirigido a alguien caracterizado como “padre”. El significante hace al lugar, sin él no hay lugar y ese lugar en tanto tal, es el significante del Nombre del Padre. Se trata de dos elementos, ese significante del lugar y la vestidura del mismo, aunque lo mas real de esa vestidura esté soportada por ejemplo en una fotografía.
Si existen dudas en cuanto a la veracidad del padre biológico podría llamarse a comparecer (si es que se trata de esto) al padre-del-esperma . Esa similitud genética -sin embargo- no podría prevalecer sobre lo simbólico sin más trámite. Podríamos caer en el espejismo -por ejemplo- de que el padre “real” (confundido con lo verdadero) se soporte en lo que se diga de una foto si hubiese sido la única imagen que un hijo pudiera tener: “este es tu papá”; o si se prefiere en lo “real” de una imagen impresa, y lo que quedaría perdido (en el sentido de fuera de la simbolización) sería la imagen misma.
Nos interesa de esto en definitiva que el padre real “... no es más que un efecto de lenguaje y no tiene otro real” [9] Esta última frase está tomada de un seminario en el que Lacan hace observar que la noción de padre real es científicamente insostenible. Se puede coincidir en que el padre real es el espermatozoide y “hasta nueva orden a nadie se le ocurrió nunca decir que era hijo de tal espermatozoide” [10]. Lacan se corre así de las objeciones soportadas en exámenes de grupos sanguíneos, de factores RH y en esta línea podríamos agregar los últimos avances genéticos. El Padre real podría confundirse muy rápidamente con el padre biológico y aún así, nada de esto tendría que ver con la función del padre. Nada de esto último habría podido asistir al Capitán de “Fadren” descentrado en definitiva de ese efecto de lenguaje aunque su paternidad biológica resultara verdadera. Lo que el Capitán espera es una certeza imposible: que lo real le dirija la palabra: “eres el padre”. Pero lo real nada dice. Si el esperma salió de su dotación no es desde él que pueda autorizarse y, en la obra, Laura pesca esto muy rápidamente.
Desde Lacan el planteo se revierte: ¿qué sucede cuando en un psicoanálisis, una mujer sale embarazada? Es evidente que algo sucedió allí. ¿Habría algo de la paternidad puesta en juego en ese análisis aunque el psicoanalista, obviamente, no haya intervenido en el terreno espermático?
Se ensancha de este modo el horizonte: la mujer puede darle un hijo a su marido y que sea hijo de otro cualquiera “...precisamente de quien ella hubiera querido que fuese el padre, aunque no haya jodido con él... [11] Resuena como en Freud aunque no lo esté diciendo en los mismos términos; quiero decir: no se trata de un otro cualquiera sino de un padre, del que quiere un hijo; o como gustaba articular Freud en el giro: recibir de regalo un hijo.
Ese ropaje es constituido desde el hijo y es lo que conocemos teóricamente como Padre imaginario. Lo imaginario en este sentido es equivalente en importancia a su función simbólica pues no podrá ser cualquier imaginario. Muy por el contrario es la musa inspiradora de la “novela familiar”, que indefectiblemente, deberá ser llevada a cabo para en definitiva hacer fallar la ley; aparece como contradicción y sin embargo es una paradoja. Es lo paradoxós de la función: su coalescencia.
Para el Capitán, prima lo que él imagina comprender sobre qué es un padre; y distinta es la perspectiva desde Bertha en su mirada al padre; no se conjugan recíprocamente. Lo que el Capitan imagina comprender de la paternidad -ese conocimiento- pone en juego a “su padre imaginario” y no tiene, o no debería tener, por qué recubrir el imaginario de quien lo señala como padre. En una palabra, no hay interés por la hija como sujeto deseante, lo que va en desmedro del lugar que podría configurar: no hay hija sino una preocupación que es por el presupuesto paterno de Adolf: ser o no un padre como el padre que imagina comprender, lo cual engloba su teoría sobre el derecho de la adquisición de una mercancía y sus regalías. Nuevamente rozamos el tema de la operación simbólica. Adolf dice que la madre vende, cuando en realidad si una mujer esta embarazada el giro popular es: “está de compras”. El tema lleva grabado el asunto de la deuda y la posibilidad equívoca de su cancelación, puesto que en los términos de la lucha que emprende el Capitán por la atribución fálica sencillamente intenta resolver mediante un pago -los gastos de Bertha, etc.- una deuda que es estructuralmente incancelable; es decir, su propia deuda si él es el hijo del padre. Algo así como un endoso [12].
Bertha desde su propuesta podría satisfacerlo imaginariamente en el orden de los bienes materiales. Pero para esto -según lo que hemos expuesto más arriba- Bertha debe convertirse en un mero objeto imaginario, y en tanto tal queda obturada su posibilidad subjetiva. En la pelea por el falo, es Bertha el campo de batalla entre los padres, y la disputa es -insistimos- por pura atribución.
Desde el otro extremo del “potro”, que para Adolf puede ser listado o no, Laura pide que Bertha decida a sabiendas -esa es su apuesta- que hará lo que su madre dice. Tampoco esta operación favorecerá la posibilidad subjetiva, es parte de la encerrona al Capitán cuya posición es transparente.
Ese anquilosamiento en la rivalidad imaginaria de los padres no puede sino causar estragos en el nivel simbólico.
Momento en que la obra vacila, cuando parece que algo puede resolverse a expensas de Bertha como sujeto deseante, -representado en la pieza como posibilidad de elección-, marca la declinación del Capitán a ocupar el lugar de la representación de la ley, porque eso exigiría su propia castración en términos simbólicos; es decir que su presupuesto allí lo correría de la disputa por la atribución fálica. Tal vez es esto lo que vale -valor de goce- como renuncia. Se dirá probablemente que muy a su pesar, y en esto se puede coincidir.
Por esto decíamos que el Capitán es fiel a su particular, en los términos de la creencia de que su paternidad es verificable sólo desde un Otro que lo determine aunque este le exija ya no una castración simbólica (en los términos de atribución de ese objeto imaginario -Bertha- que satisface ilusoriamente su deseo) sino lo que hace coincidir la desaparición con su desaparición real. Confirma con esto la exigencia del Otro y fundamentalmente su existencia, en este sentido la muerte del Capitán podría configurar un pasaje al acto.
En los términos que hemos propuesto hay dos momentos en la operación de la castración: 1) sanción de la ley que no es más que hacer la ley del deseo de la madre, y 2) la sanción en relación a la propia intención de atribución.
En el lugar de la castración, cuya operatoria hemos definido como haciendo la sustracción simbólica de un objeto imaginario (Bertha como término de satisfacción supletoria), el Capitán representa el modo de la privación en donde intenta sensibilizar la falta con la ausencia real de Bertha, como si se tratara de un objeto simbólico para el deseo de la madre. Así ambos se privarían de Bertha sin necesidad de algo a “mitad de camino”. Una elección de Bertha (y no el cociente del deseo de los padres; es decir el resto) bajo la hegemonía de la ley de la castración simbólica y no como apéndice del padre autorizado en su imaginario.
El padre es muerto; esa última escena de la tragedia es el punto de partida de la estructura.
Texto publicado originalmente en Michel Fariña, J.J. y Gutiérrez, C. (Comps.) (2001) La encrucijada de la filiación. Tecnologías reproductivas y restitución de niños. Buenos Aires: Lumen. pp.