Dos amigos contemplan a través de una ventana a la joven Henriette que se balancea de pie en un columpio. Uno de ellos, Rodolphe, se autoriza a sí mismo a irrumpir el espacio íntimo de ella a través de una mirada que la cosifica. Es en ese punto donde el movimiento de cámara pretende, sublimemente, situarnos en los ojos de Rodolphe, en un lugar donde nosotros como espectadores no nos sustraemos de invadir a Henriette.