Entre la infinidad de cosas que podríamos indicar respecto del himno “Tomorrow belongs to me”, hay una que no podríamos pasar por alto: la estructura musical subyacente.
¿Cómo darle fuerza a un tema? ¿Qué se necesita para hacer que un conjunto de notas impacten sobre el cuerpo humano y, apelando a su dimensión subjetiva, generen una respuesta a nivel fisiológico suscitando lágrimas, estremecimientos, sonrisas, etc?
Claramente, “Tomorrow belongs to me” no es ingenua respecto de estas cuestiones en tanto su compositor, John Kander, se sirve de cada recurso posible para hacer de su pieza un sinónimo de fuerza musical explosiva.
Tan sólo tres minutos serán suficientes para que el público se vea conmovido por un arrollador desfile de acordes mayores marchando con firmeza en un ¾, e imprimiendo a cada paso la marca de sus borceguíes. Las voces, gradualmente sumadas a lo largo del himno, también realizan su aporte para hacer de una única voz inicial un coro multitudinario final, reforzando el carácter de unidad en la solemnidad de las armonizaciones vocales.
Sin embargo, aún nos queda mencionar el condimento secreto de esta increíble receta de fuerza musical. Para eso, haremos un simple análisis estructural de la progresión de acordes y la variación de tonos, porque es allí donde reside gran parte de su potencia.
El himno comienza en Sol# –en todos los casos, siempre se tratará de acordes mayores- y el joven canta las primeras dos estrofas en ese tono, moviéndose entre Sol#, Do# y Re#; tal es la simpleza de la composición, sólo tres acordes varían en cada estrofa, lo cual, estaría indicando algo de lo que intentamos demostrar. Pero sigamos: la tercer estrofa ya no comienza en Sol#, sino en Do#, imponiendo una progresión de acordes que si bien conserva la variación anterior, esta vez se mueve sobre Do#, Fa# y Sol# ¿Qué pasó? El himno subió dos tonos y medio (de Sol# a Do#). Ahora bien, esta alteración no durará más que una estrofa; la próxima exigirá a los cantantes impostar sus gargantas y acomodarse a un Re (tenemos así una nueva estructura Re - Sol - La), lo cual, implica un aumento de medio tono (de Do# a Re). Lo mismo sucederá para la siguiente estrofa, esta vez elevada a un Re# (con la estructura Re# - Sol# - La#), indicando una nueva alteración: esta vez el himno volvió a desplazarse medio tono arriba (de Re a Re#).
Resulta innegable el hecho de que cuando un film se torna absolutamente previsible puede curar hasta el peor de los insomnios, en muy pocos minutos. En este sentido, cabe mencionar la necesidad de que el espectador se vea sorprendido por el devenir de lo inesperado, siempre en relación a cualquiera de los elementos que componen la película –su trama, su imagen, la música o los efectos especiales, por mencionar algunos.
Respecto del film que nos ocupa, con la estructura musical de “Tomorrow Belongs to me”, el director se asegura de sorprender al auditorio, por lo menos, tres veces en tres minutos: 1) Con la primera alteración de dos tonos y medio; 2) Con la segunda, al subir medio tono más y, 3) Con el último aumento de medio tono, hasta el Re#.
Definitivamente, junto a los acordes mayores y el carácter simple y repetitivo de las estrofas, el empleo casi abusivo del aumento de tono se vuelve altamente efectivo a la hora de generar en el público –por lo menos, en el de occidente- la experiencia emotiva que implica contemplar oyendo la aludida escena de Cabaret.
Así, la fuerza del himno se vuelve cada vez más viva, llegando a su punto más intenso justo en el momento en el que convergen las numerosas voces al unísono, donde el carácter estructuralmente repetitivo de las progresiones de acordes nos anticipa su última gran sorpresa con ese pasaje al Re#: “¡Levántense, levántense, la música nos pertenece!”.