El filme australiano "Claroscuro", Shine en el original, fue dirigido por Scott Hicks (1996) sobre un guión original de Jan Sardi. Recorre treinta años de la frustrada carrera del pianista David Helfgott. Conviene sin embargo tener presente, como fue intención del propio guionista, que "Claroscuro" no es una película biográfica y que su protagonista es un personaje de ficción. Lo abordaremos entonces, en su condición de criatura engendrada por la trama discursiva, el universo simbólico a que la obra invita.
El Padre y la verdad
¿Qué nos permite desear? Un imposible que denominamos castración. Un imposible que el hijo recibe del padre como herencia. Padre es aquel que no sabe nada de la verdad, y lo que transmite a su hijo es justamente esa imposibilidad de saber.
¿Qué le transmite Peter Helfgott, un fornido polaco de cincuenta años a su hijo David?: ¿Sábes, David Mi padre jamás me permitió tener música; tienes mucha suerte. Cuando tenía tu edad me compré un violín. Ahorre para comprármelo, era muy bonito. Sábes qué pasó? Me lo rompió. Tú tienes suerte, hijo. La castración no golpeó a Peter Helfgott en su condición de hijo; en consecuencia, no podrá acceder por el camino adecuado a lo que constituye la función de padre. A la par de la gastada anécdota del violín, le hace escuchar a su hijo hasta el cansancio el "Tercer Concierto para piano de Rachmaninoff": la composición más difícil del mundo; algún día la podrás tocar y harás que me sienta más orgullosos de ti... -Rachmaninoff, no me hagas reír! Es sólo un niño. Quien se opone de este modo es Ben Rosen, miembro del jurado de un concurso en el que David participó. Con tan solo nueve años, interpretó la Polonesa de Chopin.
- Elegiste una pieza muy difícil, David. -La eligió mi papá. - Le enseñaré algo mas conveniente. Comenzaremos por Mozart. Estoy seguro de que David podrá ganar muchos concursos si recibe la instrucción adecuada.
El profesor Rosen introduce el elemento simbólico de la prohibición. Su intervención apunta a sostener la fundación del deseo en la ley, en tanto prohibición de goce Encarna así la figura del padre imaginario, que funciona como barrera a ese goce que aniquila a David en su condición de sujeto deseante.
Pasan los años y David, ya adolescente, se presenta a otro concurso. Gracias a Mozart, obtiene el primer premio: un viaje a los EEUU, que le abre la posibilidad de consagrase como pianista.
Solo es un niño, Señor Roses. Todavía moja la cama. La que habla ahora es Rachel, la madre de David. Su bonita cara está ensombrecida por la expresión vacía de años de sumisión: Es su padre quien debe decidir.
Desde el lavadero, Rachel observa a padre e hijo jugar...Soy de hierro, nadie puede hacerme daño! Ella advierte que hay allí algo mas que juego y diversión, pero calla.
Se somete al autoritarismo de un padre que no hace sino excluir el Nombre del Padre de su posición en tanto significante.
- Sé qué es mejor; David. Lo sé porque soy tu padre y esta es tu familia. Tu patria es esta, perteneces a esta casa. Nadie te querrá tanto como yo; yo siempre estaré allí, por los siglos de los siglos...
Un padre debe ignorar cosas. Algo en él no debe saber; es preciso que su saber fracase. Helfgott padre, en cambio, dicta cátedra sobre todos los asuntos de su hijo. Sabe lo que le conviene, conoce la clave para su felicidad. No se subordina a los magisterios; legisla, educa acerca de todo. Y ese empeño por legislar es el índice mismo de que la ley para él es letra muerta. No hay nada que él no sepa, que él ignore, pretende mantenerse todo el tiempo en la verdad, cuando de la verdad, uno cae.
En nombre de su amor, retiene a David comprometiendo su destino. Se trata de un amor que al no soportar la caída del objeto, impide que el goce condescienda al deseo. El Otro, en su función, no encierra ningún saber que pueda presumirse como absoluto. En el caso de Helfgott padre, algo en la estructura persiste como goce ilimitado. Costado perverso del goce paterno, el Otro queda reducido al objeto "a".
Un padre que nombra
Un recuerdo infantil de otro personaje del filme, la escritora Katherine Prichard , introduce una diferente figura de la función del padre. Relato dentro de otro relato, no rebaja su presencia; todo lo contrario, subraya su afirmación. A la pregunta de David acerca de cómo era su padre, Katherine responde con la siguiente evocación:
Siempre estaba trabajando en el estudio. "Vete Kathie, estoy escribiendo", me decía siempre. Un día, yo era muy pequeña, me enojé tanto que vacié los tinteros en su mesa y pinté garabatos en su trabajo, en muchas hojas. Cuando me vio se quedó si habla, hirviendo de cólera; yo lo podía sentir. "¿Qué estás haciendo?", me gritó. Hubo un silencio terrible. Yo me limité a mirarlo y a decirle: " Vete papá, estoy escribiendo". Corrió hacia mí y me abrazó tan fuerte que casi no podía respirar. Siempre decía que ese había sido mi primer pinito literario.
Efectivamente, el padre es aquel que nombra. Esos garabatos constituyen una marca, un trazo abierto a la lectura. Allí se encuentra impreso un sujeto por venir. La transgresión de la niña es sancionada por su padre como acto. El la acompaña en el atravesamiento de cierto umbral; el umbral que encuentra, mas allá de la ley ese efecto real que designamos como plus de goce. Así, tendrá chance de inscribir su nombre en la literatura universal.
El trazo que representa al sujeto no puede producirse sin que algo se haya perdido. Si tal operación se cumple, dará lugar a un objeto que responderá, no al goce, sino a su pérdida; una creación cuya apuesta es la obtención de un goce diferente. La creación artística exige poner en cuestión el supuesto de un sujeto del saber. Es condición para la creación del arte que algo permanezca irreductible al saber del Otro.
David fracasa en esa empresa, no puede establecer esa distancia. El ejercicio de su arte precisa construir un continente para el vacío que sanciona la exclusión del goce. Así como, entonces, dando al silencio una envoltura, su virtuosismo podrá encontrar su lugar en el escenario del Otro.
Nota: Este texto resume el artículo "Locura y creación en Claroscuro", incluido en el libro "Contornos de lo real. La verdad como estructura de ficción", Letra Viva ediciones, Buenos Aires, 2000.