Es posible afirmar, aunque se trate tan solo de una creencia, que lo único que los seres humanos debemos es la palabra de los muertos.
Si quitamos a esa frase el tono grave que ostenta, podremos reconocer en ella lo que enfatiza: se trata de una deuda imposible de pagar, imposible de ser saldada. Una deuda que ha causado el deseo de seguir diciendo con la palabra que nos han donado y de la que podemos apropiarnos sólo al transmitirla. Al modo de Aarón con Moisés, esa transmisión, marcada por una distorsión irremediable, alterada con las señas propias de cada quien, nunca alcanzará la identidad con la palabra que se ha recibido.
Por eso la palabra de Adriana Alfano que aquí queremos prologar, con amor por nuestra amiga y con respeto por su trabajo, es el lugar elegido para un encuentro que quiere evitar el culto a la personalidad y el exceso del pathos. Para quienes la extrañamos, tomar su palabra hace al intento de dibujar los bordes del agujero que su ausencia ha dejado.
En este número especial de Aesthethika queremos ofrecer algunos de los textos de Adriana Alfano que habitan en nosotros y construyen cada día nuestro trabajo de enseñanza, en tanto Adriana, tal como Ignacio Lewkowicz y Oscar D’Amore, no son sólo amigos a quienes tanto hemos querido, y cuya pérdida no deja de dolernos. Ellos son, fundamentalmente, nombres de autor que han hablado con nosotros, que han escrito junto a nosotros, que han hecho traza con su palabra, y que nos han dejado esa deuda que hoy ponemos a hablar dándola a leer.
Entre la herencia y lo heredado hay una diferencia, un desacople, una grieta ineliminable. La herencia está irremediablemente afectada por la pérdida, ya sea porque se la toma para cederla o porque nunca se alcanza a dar lo mismo que se recibe.
La deuda que de ella hemos recibido es causa del deseo de seguir diciendo con la palabra donada, como intento de rescatar, o simplemente evocar, los ecos de una voz que se ha perdido.