Alejandro Ariel solía citar a Heidegger como lector de la poesía de Hölderlin: “quédense sin juntarse los árboles del bosque mientras están de pie”. Aquello que nos permite ver un bosque, un conjunto de árboles y no un caos, es la distancia entre árbol y árbol. Es ese espacio de luz el que nos deja ver la armonía y nos sustrae del puro desorden sin principio ni fin. La nominación del grupo queda así marcada por la justa distancia entre sus integrantes. Una curiosa unión definida por esas peculiares lejanías.
Su libro “El estilo y el acto”, de cuya primera edición se cumplieron 30 años, ha sido una de las obras más influyentes para ese curioso encuentro entre psicoanálisis y arte. A la manera de esos bosques intensos y penetrantes, coexisten en su singularidad la danza, el teatro, la música, la literatura… y por supuesto el cine. Alejandro Ariel cultivó un modo de transmisión en el que se reunían el estilo del artista y el acto analítico, ambos en la síntesis hegeliana del acontecimiento creador. Por eso sus seminarios y conferencias están plenos de referencias literarias, plásticas y musicales. Menciones a la “Noche transfigurada”, de Arnold Schoenberg, al Paul Auster de “La invención de la soledad”, a la Siri Hustvedt de “Todo cuanto amé”, o al cine disruptivo de Yorgos Lanthimos, con su inquietante “Canino”.
Este número de Aesthethika está dedicado a compilar una pequeña porción de su obra: sus comentarios de películas. Y ve la luz a un año de su fallecimiento, como un gesto de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y hacer algo con su enseñanza. De ese bosque inagotable y vital que fue su transmisión oral, su escritura en acto, hemos elegido diez intervenciones. En todos los casos, respetando la transcripción de sus seminarios y clases universitarias, en los que se sostiene su estilo.
Comenzamos por su texto breve sobre Casablanca, con el que en los años 90 iniciamos junto a Carlos Gutiérrez un ciclo de ética y cine en la UBA, dedicado a la moral de los bienes. El escrito integró luego un capítulo del libro “Ética y cine”, editado por Eudeba en 1999. No era la primera vez que un psicoanalista reflexionaba sobre este clásico del cine, ni tampoco sería la última. Pero la mirada de Ariel resultó suplementaria del resto, al ubicar el justo punto del deseo de Rick.
Le sigue su intervención sobre la secuencia inicial del film “El color de la noche”, del cual el propio Ariel escribió: “En ocasiones el cine nos permite abordar escenas largamente temidas, frecuentemente imaginadas con terror. Si hay algo que –lo sepa o no– un analista teme cuando toma a su cargo un tratamiento, es una escena como la que inicia el film “El Color de la Noche”. Son cuatro minutos. El resto de la película es olvidable. Pero estos primeros cuatro minutos son inolvidables.” [1]
Ese texto dio inicio a un ciclo de conferencias sobre la responsabilidad, ya anticipado en su original lectura de la decisión de Rick en “Casablanca”. Le siguió su conferencia sobre “La responsabilidad ante el aborto”, que si bien no abordaba un film sentaba las bases para su perspectiva teórica, que se adelantó en dos décadas a los debates del nuevo siglo sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Este texto, en que se menciona a The Truman Show, junto a su clásico "moral y ética", se incluyen al final de este número a manera de anexos metodológicos.
Vino luego uno de sus más bellos escritos, “La responsabilidad de ser padre”, transcripción de su lectura de la película “Magnolia”, de Anderson. Leemos allí: “quien no vaya más allá de su genealogía, la tenga que agradecer o no, será siempre un hombre hablado. Curarse es dar la posibilidad de que exista el azar”.
Su trabajo siguiente abordó una de las películas más inquietantes de la serie, “Old Boy”, una variación coreana del Edipo Rey de Sófocles, para la cual Ariel preparó una edición de 25 minutos que se proyectó en el aula mayor de la sede de Independencia 3065 antes de su intervención, que tituló “La responsabilidad ante la hipnosis”.
Su presentación sobre el excelente film inglés “El último verdugo” coincidió con dos estrenos cinematográficos en los que se enmarcó su conferencia. Uno de ellos, el de la producción argentina “Wakolda”, de Lucía Puenzo, y la otra la portentosa “Hannah Arendt”, de Margarethe Von Trotta. Ambas tienen como dato curioso la presencia de escenas ambientadas en la Argentina de 1960. En una de ellas, Hannah Arendt, judía alemana refugiada en los Estados Unidos, lee en el New York Times la noticia del secuestro de Eichmann en Buenos Aires por un comando del Mossad y su traslado a Jerusalén para ser juzgado. En la otra, es Josef Mengele, escondido en un pueblito del sur de la Argentina, quien lee en el diario local la misma noticia. La simetría de las escenas nos remite a las discusiones sobre Eichmann y la responsabilidad, renovadas a la luz del 40 aniversario de la experiencia de Stanley Milgram. La visión de un funcionario cometiendo atrocidades en medio de las rutinas domésticas fue la que dio lugar a la tesis de la banalidad del mal por parte de Hannah Arendt, tesis que retorna con el verdugo Pierrepoint, personaje central del film que analizó Alejandro Ariel aquella noche.
La siguiente presentación no tuvo lugar en la universidad, sino en la Fundación Estilos y estuvo dedicada al film “12”, un homenaje de MIjalkov al cumplirse los 50 años del estreno del clásico de Lumet “Twelve Hungry Men”. La historia original, ambientada en la New York de los años 40 se traslada a la Rusia del siglo XXI, y le permite también a Ariel suplementar la pieza clásica. Se despliegan allí sus perspectivas sobre la ética deliberativa, la ética de la reflexión y finalmente la dimensión del acto.
Y por supuesto, tratándose del tema de la responsabilidad no podía faltar “La decisión de Sophie”, de Alan Pakula, que Ariel eligió abordar evitando transitar los carriles tradicionales, introduciendo una distinción que va a ser crucial desde el punto de vista ético. Sophie está en una encrucijada: o bien pasará toda su vida torturándose y preguntándose por qué eligió lo que eligió, quedando así absolutamente tomada como socia de ese campo que el Otro le impuso, o tendrá, más allá del dolor que ello suponga, la convicción de que no quiso elegir. En palabras de Ariel: “ella eligió en tanto mujer, pero en tanto sujeto, no eligió. Su pregunta no será entonces por qué a mi hija y no a mi hijo. Son las torturas morales en un caso, y la dimensión ética, en el otro”.
Esta serie de clásicos del cine se cierra con su presentación de “El cisne negro”, de Aronofsky. Allí Ariel retoma su pasión por la danza y hace del ballet del film la ocasión para tratar la relación, a la vez posible e imposible, entre una madre y una hija.
“88 Minutos”, protagonizada por Al Pacino, como aquella “El color de la noche” con Bruce Willis, pueden ser consideradas películas menores. Pero en este tipo de filmes, seguramente prescindibles desde el punto de vista cinematográfico, es donde se aprecia mejor el método de lectura ético-clínica que propone Ariel. “88 Minutos” es un policial que transcurre casi en tiempo real y que Ariel vio la noche previa a su conferencia. Y como lo explica en la introducción de su charla, fueron el vértigo arrollador de la trama y la mirada de Al Pacino los que lo llevaron a alterar el programa original. Como alguna vez escribió Nacho Lewkowicz a propósito del fragmento y la situación, son esos detalles –la cuota de adrenalina durante una proyección, o los ojos desorbitados de un actor– los que recortan una historia. Y por esa vía, Ariel hace de un mero entretenimiento, ocasión de pensamiento. Un policial para el olvido deviene un inesperado y lúcido tratado sobre el libre albedrío.
Y cerramos la reseña con un episodio de Black Mirror. Si el cine fue el gran arte del siglo XX, en lo que va del XXI, al decir de Wajcman, reinan las series. Y entre ellas se destaca un episodio que marcó una época: “Himno Nacional”, el primero de la saga de cuatro temporadas y un film creados por Charlie Brooker. La presentación de Ariel fue precedida de la proyección de aquellos cinco minutos geniales en los que el Primer Ministro de Gran Bretaña es despertado por sus asesores para confrontarlo con una decisión atroz. Y la lectura de Ariel, sorprendente como siempre, lleva el caso a su clímax de abordaje a la vez clínico y social.
Fue su última presentación. Llegamos a publicar su texto en un libro colectivo en el que los episodios de Black Mirror hacían interlocución con la obra de M.C. Escher, bajo el ambicioso título “Ética y política de las distopías”. [2]
Pero en ese verano de 2020 la pandemia puso fin, entre otros, a ese bello sueño. Y los escenarios de la serie devinieron pesadilla universal. Ariel ya no pudo volver a las aulas y tres años más tarde debimos lamentar su muerte.
A un año de esa despedida, este número de la revista es un reencuentro con su obra. Un gesto de fidelidad a un estilo que ha marcado ya a varias generaciones de docentes, estudiantes y analistas. Como el propio Ariel lo escribió en su comentario de Casablanca, a propósito de otra despedida, la de Rick: “Las paralelas se acompañan. Sueñan siempre con el abrazo. Nuestro hombre ha transformado la ironía en lucidez. El sujeto es ese destino, sólo cuando existe en la decisión de afrontar la oscuridad. La luz no envejece.”