“El discurso del Rey” ha sido una película ampliamente comentada. Se la ha abordado desde el punto de vista médico-psicológico, para analizar el tratamiento que en ella se hace del tema de la tartamudez (Ghiselli y Davis, 2011; Belluk, 2011); desde el punto de vista socio-político, para abordar las circunstancias históricas del período de entreguerras; y por cierto desde el punto de vista estético-filosófico para atender al giro de la trama y la peripecia de sus personajes (Michel Fariña, 2012). El presente análisis propone una lectura suplementaria, basada en la literatura, a partir de una escena que abre, en abismo, una verdadera película dentro de la película.
La escena en cuestión resulta especialmente conmovedora. Alberto, “Bertie”, Duque de York, príncipe de Inglaterra, ingresa al consultorio de un nuevo especialista con la esperanza de encontrar una solución a esa trabazón que lo embarga, una tartamudez que parece empeorar ante las miradas expectantes de sus súbditos y de su esposa. El desafío que tiene por delante es la misión de emitir –de una vez por todas– un discurso: una serie de palabras que se deslicen conformando un continuum fónico digno del heredero al trono del Reino Unido.
El tratamiento consiste en la lectura en voz alta de un texto de William Shakespeare, dramaturgo inglés quien, nada más ni nada menos, revolucionó la historia del idioma y retrató las pasiones humanas de forma inigualable. Menuda tarea la que el terapeuta propone, ya que las memorables líneas del bardo isabelino, además de una potencia y belleza sonora que no necesitan traducción, presentan una dificultad agregada: se encuentran escritas en una variante del popular pentámetro yámbico (conocido como “verso blanco” o “sin rima”), muy popular en la época en que la obra surgió y fue representada.
De hecho, una de las frases que componen el texto que debe leer Bertie es la siguiente: “Morir, dormir; Dormir, tal vez soñar.” (Shakespeare, p. 142), fragmento caracterizado por una doble dificultad: por un lado, los requerimientos de la lectura en voz alta de un texto literario (dramático en este caso), con los desafíos de entonación que este comporta; y, por otro, como veremos, la que subyace a la escena, duplicándola: se trata de un príncipe que debe interpretar a otro de igual condición.
Así, el film nos ofrece un acercamiento al padecimiento de Bertie a través de una de las escenas más emblemáticas de la obra de Shakespeare: el monólogo de la primera escena del Acto III de la tragedia de Hamlet. En el drama clásico el príncipe Hamlet, heredero al trono de Dinamarca, se debate en un soliloquio memorable respecto de qué decisión tomar: si elegir “ser” (vengar la muerte de su padre y tomar así el lugar que le corresponde como futuro rey) u optar por el “no ser”, que en la obra se presenta bajo la opción del suicidio (con la certeza de que esto no significará el fin de sus problemas).
Luego de una extensa cavilación la decisión ha sido tomada. La salida de la encrucijada será exactamente su inversión: un paso hacia el interior de la trama, un ardid de ficción dentro de la ficción. Una “puesta en abismo” que recreará la muerte del rey en clave dramática y a través de su representación, revivirá en los espectadores el horror del crimen silenciado. Tal es la invención de Hamlet, una trampa que vestida de ficción permitirá el surgimiento de la verdad oculta y, en consecuencia, constituirá el primer paso hacia el cumplimiento del mandato paterno. La puesta en escena por parte de una compañía de actores ambulantes, del asesinato del padre de Hamlet como espectáculo de entretenimiento para la nueva corte será posteriormente conocida como “la ratonera”; justamente por su función de acorralar al responsable del crimen
Ahora bien, ese espejo teatral que se introduce en Hamlet como artilugio de metaficción que permite a los espectadores ser doblemente conscientes de la condición de ficción dramática a la que asisten, se hace presente de manera análoga en la escena de El discurso de Rey que recuperamos al comienzo. Aunque, ¿de qué modo? No será ya una representación por parte de terceros sino que será el médico tratante, cual director teatral, quien orqueste la escena (musicalizada con una sinfonía de Mozart) y llame a escena al duque para darle cuerpo y, fundamentalmente, voz (“su” voz) a los desvaríos de otro príncipe que duda ante el mandato paterno y, en consecuencia, del rol que sobre él recae. Así, mientras la voz de Bertie duda (su tartamudez es en sí misma una cabal vacilación) y en cada pausa la credibilidad del pueblo (¿su pueblo?) y el linaje paterno se socavan; del mismo modo las contradicciones constantes que caracterizan al monólogo del joven Hamlet llevan a sus compañeros y a la corte a la desesperación (recuérdese aquí la trágica muerte de la desdichada Ofelia).
De esta manera, el monólogo del acto tercero de Shakespeare se actualiza para mostrarnos una imagen invertida (aunque no contraria) en relación con la situación que se encuentra atravesando el duque. Luego de la primera sesión de esta terapia no convencional, de la que Bertie se retira frustrado y maldiciendo, lo encontramos derrotado escuchando música en un sillón. Esto pareciera ser el fin de un tratamiento fallido; sin embargo, permanece en él algún interés que lo motiva a colocar en el tocadiscos la grabación que se realizó durante su lectura. En el momento en el que las siguientes palabras de Hamlet resuenan:
Ser, o no ser, allí reside la cuestión:/ Si es que acaso sufrir en la mente es más noble/ Las hondas y las flechas de una fortuna atroz, / O levantarse en armas contra un mar de problemas/ Y oponiéndose darles un fin. Morir, dormir/ Nada más (Shakespeare, 2006, pp. 141, 142).
En ese acontecimiento (Barthes) somos testigos (primero auditivos, luego visuales) de una transformación que no admite vuelta atrás. Como el loco de Dinamarca que recita su soliloquio sin necesitar ni esperar una réplica, observamos la manera atónita, casi extrañada, en la que el príncipe de York asiste como alucinado escucha a la sucesión de los versos de Shakespeare, recitados por la propia voz que heredará el trono de Inglaterra.
En consecuencia, la película da lugar al diálogo entre dos figuras análogas a través de la introducción de una puesta en abismo que permite redimensionar la situación límite en la que se encuentra Bertie y las tensiones que lo atraviesan en sus padecimientos, a la luz del emblemático personaje de Shakespeare.
Referencias
Belluck, Pam (2011) El discurso del rey refleja lo que hoy se sabe sobre la tartamudez. Disponible en https://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoid=69806
Ghiselli, Nina y Davis, Gina (2011) Stuttering: Fact or fiction? (Tartamudez ¿realidad o ficción?). PsycCRITIQUES, Vol 56(13).
Michel Fariña, J. (2012) El discurso del Rey: un abordaje bioético. En Bioética y Cine. Buenos Aires: Letra Viva.
Shakespeare, W. (2006). Hamlet (en sus tres versiones). Vitae.