Introducción
En el campo del Psicoanálisis, suele decirse que el adicto es alguien que rompe absolutamente con el Otro y que posee una certeza de goce en relación a la sustancia/objeto: sabe que aquello otorga un goce y no hay pregunta al respecto. Este posicionamiento subjetivo reviste un desafío muy particular en la clínica, en tanto se intenta ofertar un espacio para la palabra allí donde el paciente ha encontrado otra solución para su angustia, por lo cual cabe preguntarnos: si realmente se ha producido una ruptura absoluta con el Otro, ¿por qué consultan estos pacientes? ¿Qué particularidades reviste su entrada en análisis?
A partir de buscar respuesta a estos interrogantes, consideraremos que se trata de una de las modalidades del padecimiento psíquico que no se organiza según las vías de las formaciones del inconsciente, en tanto la escena analítica no se encuentra comandada por un movimiento libidinal que se ordene respecto del despliegue de la cadena de saber inconsciente.
El recurso del cine como caso clínico
Tomaremos como material para el análisis una de las historias presentadas en el episodio Black Museum de la serie televisiva Black Mirror (Charlie Brooker, 2011-2017), ya que consideramos que el cine permite desplegar, a partir de recortes de pocos minutos de duración, una verdadera ocasión de pensamiento donde se despliega la subjetividad de los personajes y donde es posible ubicar la singularidad que el caso presenta. Esta narrativa es particularmente propicia para la lectura de algunas presentaciones clínicas actuales, como las adicciones, que revisten gran complejidad y sobre las cuales suele primar una intención generalizante.
El episodio presenta a Rolo Haynes, quien en el pasado fue un reclutador de investigación neurológica y persuadió al Dr. Peter Dawson para que adopte un implante neurológico que le permita sentir las sensaciones físicas de los demás, transmitiendo información de un cerebro a otro, pero sin que ello acarree consecuencias físicas para él. Dawson utiliza esto para sentir el dolor de sus pacientes, pudiendo reconocer una amplia gama de enfermedades y proporcionar diagnósticos muy precisos. Mientras tanto, también usa la interfaz durante las relaciones sexuales con su novia, aumentando el placer para ambos. Un día, llega a la guardia del hospital un senador que presentaba un dolor desconocido. Dawson continúa usando el implante para arribar al diagnóstico a medida que el paciente agoniza, hasta que finalmente muere. Esto produce en el médico un súbito desmayo, haciendo que experimente la muerte y vuelva del más allá. Dicho suceso modificó el funcionamiento del implante, a la vez que cambió la relación de Dawson con el dolor: ahora le encantaba, lo vivía como placentero. Rápidamente él comienza a utilizar el sufrimiento de sus pacientes para satisfacer su excitación sexual, incrementándose su ansia y cada vez necesitando más. Finalmente, su conducta atenta contra el bienestar de sus pacientes, lo cual hace que sea expulsado del hospital. Padeciendo los síntomas de la abstinencia, comienza a mutilarse a sí mismo. Al darse cuenta de que no puede auto-infligirse miedo (y, por lo tanto, placer adicional), Dawson ataca con un arma de fuego y mata a un vagabundo con quien utiliza el dispositivo; pasaje al acto que finalmente lo deja en estado vegetativo.
Los avatares de la pulsión
A partir de la breve reseña del caso ficcional de Peter Dawson es posible vislumbrar que en estas situaciones clínicas cobran especial importancia el cuerpo pulsional y las acciones impulsivas, puesto que se trata de modalidades particulares de tramitación del padecimiento psíquico a nivel del cuerpo, lo cual supone un estatuto diferente al de las formaciones del inconsciente.
La pregunta de Freud por la problemática de lo pulsional se remonta al lugar formal que tiene el dolor en la teoría psicoanalítica, para lo cual se sirve del par de opuestos sadismo-masoquismo. En un principio, trabajaba con la hipótesis de que el sadismo era lo primario en la constitución subjetiva. Sin embargo, el objeto del sadismo no es cualquiera: es, precisamente, el sufrimiento del otro, por lo cual se formula la siguiente pregunta: ¿cómo podría buscarse el dolor del otro si no hubiera un registro del dolor en el propio cuerpo? (Freud, 1915). No habría posibilidad de pensar al sadismo sin considerar una experiencia masoquista previa, por lo cual se postula el masoquismo erógeno primario. La redefinición del estatuto de lo pulsional se alcanza con la formalización de la pulsión de muerte como “estímulo interior no ligado”, en tanto relaciona el estatuto del dolor y del monto de afecto, a la vez que articula con el problema del sadismo y del masoquismo. En este sentido, Freud ubica un goce pulsional que no cae bajo el principio de placer. Desde esta perspectiva, se resignifica el valor de lo “no ligado”, con lo cual “se redefine el lugar del afecto y la inscripción de lo hostil en relación al “cuerpo propio”, vía la experiencia de dolor” (Laznik y otros, 2003: 6). Dichas tendencias destructivas apuntan a resguardar el placer propio, no contradiciendo el principio de placer, ya que se trata de la trasposición de la pulsión de muerte hacia los objetos del mundo exterior, un desvío hacia afuera, del orden del sadismo. “La trasposición al exterior da cuenta del pasaje de ser un cuerpo a tener un cuerpo, y la libidinización del objeto supone una operación homóloga, en la que lo que se transfiere es el objeto mismo que era el propio sujeto [...]” (Laznik y otros, 2003: 6). Sin embargo, un sector permanece en el interior del organismo porque no toda la pulsión de muerte se traspone al exterior. De este modo, el sadismo permitiría pensar la constitución del cuerpo y del yo, pero existe un elemento que escapa a esta constitución, permaneciendo fuera del cuerpo. Dicho residuo interior de la pulsión de muerte -refugio de la satisfacción pulsional- se ubica por fuera del cuerpo especular.
Volviendo sobre el caso ficcional del Dr. Dawson, ¿por qué a partir del episodio en el cual él vivencia la muerte de uno de sus pacientes su relación con el dolor se ve trastocada? Podríamos tomar lo que presenta Freud (1895) al introducir dos modelos ficcionales para intentar formalizar la constitución del aparato psíquico: la vivencia de satisfacción y la vivencia de dolor. Ambas vivencias comparten un común denominador: la elevación de la tensión en el aparato establece la tendencia a la descarga a través de “vías facilitadas”. No obstante, “el dolor deja como secuela unas facilitaciones de particularísima amplitud” (Freud, 1895: 366). Dicha facilitación pareciera generar en Dawson un nuevo camino hacia la obtención de placer, a partir del dolor ajeno. Es así como se embarca efectivamente en prácticas de sadomasoquismo con su pareja, utilizando el dispositivo de transmisión sináptica como un medio para tener ambas sensaciones: el dolor de ella y el consiguiente placer propio. Este elemento que hasta entonces era utilizado con fines profesionales, pasa a tener la función de instrumento de goce. Aquí se verifica que “no se goza el dolor mismo, sino la excitación sexual que lo acompaña” (Freud, 1915: 123). Dejando de lado los detalles ficcionales en relación al dispositivo que el Dr. Dawson utiliza, entendemos que “una vez que se ha consumado la trasmudación al masoquismo, los dolores se prestan muy bien a proporcionar una meta masoquista pasiva, pues tenemos todas las razones para suponer que también las sensaciones de dolor, como otras sensaciones de displacer, desbordan sobre la excitación sexual y producen un estado placentero en aras del cual puede consentirse aun el displacer del dolor. Y una vez que el sentir dolores se ha convertido en una meta masoquista, puede surgir retrogresivamente la meta sádica de infligir dolores; produciéndolos en otro, uno mismo los goza de manera masoquista en la identificación con el objeto que sufre. [...] El gozar del dolor sería, por tanto, una meta originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es originariamente sádico” (Ibidem: 123-4).
Podríamos conjeturar que la ferocidad con la que se desata la adicción de Dawson se encuentra ligada a aquellos restos de la pulsión de muerte que no han sido traspuestos al exterior. Este campo de goce pulsional que no cae bajo el principio de placer nos acerca a la noción de compulsión de repetición, la cual “introduce una modalidad diferente de tramitación del fracaso de la ligadura, en tanto se juega la aparición de un elemento que vuelve siempre al mismo lugar” (Laznik y otros, 2003: 8). Es ese circuito el que emprende Dawson una y otra vez en busca de la experiencia de dolor, del mismo modo que lo hace un adicto a la droga o un alcohólico, en un eterno retorno de lo mismo. Esta repetición señala la incapacidad de modificar la posición del sujeto frente a ese goce, lo cual en muchos casos lo termina guiando hacia su propia destrucción.
Considerando que ello ocurre con las adicciones (sin importar cuál sea el objeto de la adicción), podríamos leer que los actings, la irrupción pulsional, eterno retorno de lo mismo, son “diferentes maneras de poner en juego la aparición de lo que vale por lo real en el análisis, aparición que implica un obstáculo en el devenir de la cura. Pero, es a la vez su entrada en la escena analítica lo que permite abordar lo que de otro modo hubiera sido inabordable. Así la repetición, en tanto marco de la satisfacción pulsional, permite indagar la singular posición del sujeto con respecto al goce según el modo en que ésta se despliegue en la escena analítica al entramarse con la transferencia” (Laznik y otros, 2003: 8).
Dichas modalidades transferenciales de gran prevalencia en nuestros días presentan una compleja versión del Otro, para la cual la angustia suele ser lo único con lo que se cuenta para responder a una demanda enloquecedora, situación que actualiza la posición traumática inicial -signada por el desamparo, la dependencia y el lenguaje-. El sujeto quedaría entonces reducido a ser un puro objeto de la voz del Otro, Otro que lo requiere en tanto presencia y del cual resulta difícil poder sustraerse. Las impulsiones indican ese borde complejo de la existencia que estos pacientes suelen transitar: El pasaje a la acción, frecuentemente bajo la forma del pasaje al acto, instituye el único modo de sustracción respecto de ese Otro que los melancoliza y atormenta. Precisamente esto es lo que ocurre en la viñeta sobre el Dr. Dawson, en tanto él se encuentra atrapado en la demanda de un Otro que le reclama más y más dolor, de un modo insaciable, sin límite. Se trata de un imperativo de goce que siempre pide más, en el cual no se puede decir que no a la demanda: hay un Otro que dice “tomame”. El sujeto, que no puede faltarle a ese “amante feroz”, se reduce a sí mismo a simples despojos, mutilando su cuerpo poco a poco hasta finalmente precipitarse a la muerte como la única vía para poner fin a aquella demanda intolerable.
Referencias
Freud, S. (1895) “Proyecto de psicología” en Obras Completas, Vol. I, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1915) “La represión” en Obras Completas, Vol. XIV, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1915) “Pulsiones y destinos de pulsión”, en Obras Completas, Vol. XXI, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1924) “El problema económico del masoquismo”, en Obras Completas, Vol. XIX, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1986.
Laznik, D. y otros (2003) “Anudamientos de lo no ligado”, en Anuario de Investigaciones, Vol. XI, p. 447-452, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Laznik, D (2007) “La delimitación de la experiencia analítica y las figuras de lo no-analizable”, en Memorias de las XIV Jornadas de Investigación, Vol. III, Buenos Aires, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.