Introducción a la interdisciplina del caos [1]
Si bien el término circula por todas partes, la interdisciplinariedad no es algo que se improvisa. En el Centro de estudios de lo viviente de la Université Paris Diderot tenemos una práctica asidua que supone ante todo estar atentos, pacientemente atentos, a las problemáticas de las otras “disciplinas”: que un físico sepa escuchar a un psiquiatra, que un filósofo se instruya con un ingeniero de sonido, que un historiador confronte la historia total de un Jules Michelet temiendo el caos, con la habilidad de los juristas para definir una legalidad en un mundo de fragmentación sin soberanía.
El efecto retroactivo producido por este ejercicio es el de comprender mejor que cada una de nuestras disciplinas halla su consistencia a partir de ciertas elecciones cuyo valor relativo no aparece sino justamente confrontado a las elecciones “de los otros”.
Al elegir el “caos” como tema de estos trabajos sobre “el caos”, se podría pensar que nos estamos complicando aún más la tarea, en tanto este término es objeto de discusiones al interior de cada disciplina. Por eso mismo, el caos es un buen tema. Porque confronta cada uno de nuestros emprendimientos con lo que en ellos hay de paradoja. Ello ha hecho posible extraños y apasionantes encuentros: el abismo según el « hiperkantiano » Hermann Cohen y el caos en Gilles Deleuze, las condiciones de la determinación en física y el modo de dirigir una cura analítica, que requiere que el analista acepte situarse al borde de lo imposible o de lo impensable y pueda decir, sin embargo, en qué ello constituye un método.
¿Cómo, en la búsqueda científica y en las prácticas humanas, el pensamiento aborda los fenómenos que sabios, artistas, terapeutas y filósofos acostumbran llamar caóticos?
Al reunir a especialistas de algunos “casos” de caos, no buscamos unificar esos campos a través de extrapolaciones sin método sino, por el contrario, confrontar algunas situaciones de investigación: en efecto, no toda confrontación con lo desconocido que se aborde con un nuevo paradigma necesita recurrir a la noción de caos. ¿En qué “casos” nos vemos en la necesidad de confrontar física, escritura de los sonidos y de la composición musical, indeterminación de las decisiones judiciales, narración histórica, clínica de lo extremo que no prejuzga la locura como déficit?
En los pocos ejemplos que retuvimos aquí, se trata asimismo de entender si los problemas planteados se articulan o no con los mitos del origen de nuestras culturas y con las filosofías que, desde Demócrito a Hermann Cohen y a Gilles Deleuze, pensaron la racionalidad no como un orden inscripto en lo que es, sino como un modo de ordenar lo caótico. Por lo tanto, la actividad racional de determinación en los saberes, las prácticas terapéuticas, las iniciativas de creación, así como los escollos y las metamorfosis que tejen los destinos de la sexuación, todas esas producciones tienen en cuenta el hecho de que los conceptos y las formas se definen en relación con un caos a transformar más que a reducir.
Partíamos de la idea de que la noción de caos, en la diversidad de sus usos, permite comprender cómo se renuevan las racionalidades. Al término provisorio de ese recorrido se desprende una línea de fuerza: en las ciencias llamadas duras, se trata de determinar cómo se plantea y se resuelve la disputa sobre la indeterminación o cómo el determinismo se transforma sabiendo distinguir entre determinismo y previsibilidad. De allí se define conceptualmente una distinción pura entre la indeterminación y la determinación. Lo caótico no es reserva ni poder de renovación aun cuando sea afrontando un fenómeno caótico que la razón científica se inventa y descubre la razón de tal fenómeno.
La eterna cuestión de saber si el desorden y el azar pertenecen al fenómeno mismo o más bien a nuestro método para abordarlo tiene como efecto conceptual el trazado de una oposición estricta entre lo caótico y la determinación, aun cuando se determine una razón del caos. Por el contrario, en las prácticas y los saberes que deben permanecer en lo informe, ya sea el caos sonoro para un ingeniero de sonidos que “ordena” un espectáculo, ya sea para un psicoanalista que experimenta su propio extravío cuando una de sus pacientes que ha estado largo tiempo sin rumbo “se compone” de golpe, el caos es más que lo opuesto exclusivo de la razón que de él emerge, es el espacio de resonancia y el abrigo necesario.
Es por lo tanto coherente que Gilles Deleuze y Félix Guattari, quienes en ¿Qué es la filosofía? propusieron hacer del caos ya no un ser y un estar sino un movimiento de velocidad infinita, hayan sabido renunciar también a la imagen de un mundo que sería indemne de los actos por los cuales ese caos se modula fijándolo relativamente. El desafío filosófico es el de evitar tener que inscribir el caos en el ser o el no-ser. Por esta razón, ciencia, filosofía y arte que “recortan” de diversas maneras el caos, son llamados sus hijos, como en el mito. Al confrontar las “ciencias verdaderas” con las que no lo son en la medida en que los actos y los pensamientos de estas últimas inventan prácticas que aceptan inspirarse en el caos, hemos caído en la siguiente pregunta que ocupa, desde el inicio a nuestro grupo internacional de trabajo: ¿Cómo se renuevan las racionalidades? [2]