A la memoria de Guillermo Vilela
Una multitud de escenas extrañas emergen de esta pandemia que todo lo abarca. En esa extrañeza, el contagio es una posibilidad tangible y nos obliga a mirar de soslayo el horizonte de muerte que solíamos desconocer cada día.
La época redobla la exigencia subjetiva para habitar la ajenidad de lo incierto: irrupciones en abanico que alteran nuestros hábitos domésticos y trastocan drásticamente nuestros planes. El resultado más inmediato es una verificación inquietante: lo frágil de la realidad que nuestro fantasma nos había construido.
Las regulaciones sanitarias decididas por el Estado –que se orientan hacia la preservación de la vida– imponen un aislamiento que prohíbe las reuniones y libre circulación. En esta tierra hecha de exilio, la muerte de un ser querido toma las marcas de un dolor vivido en desamparo; redoblado por la ausencia del cobijo colectivo que acompañe al ritual necesario para la despedida. ¿Cómo velar a los muertos sin velatorio, sin velo ritual?
Este es un tiempo donde se teje con hilos precarios la espesura del duelo.
A veces, apoyarse en experiencias anteriores puede servir para afirmarse precariamente ante lo desconocido. Tal vez por eso es que se agitan –en la vía más corrosiva de esta realidad de pandemia– los espectros de nuestro pasado más crudo. Asoma así, en varios comentarios escritos que lo señalan, el recuerdo de la dictadura y la figura del desaparecido que impuso al duelo obstáculos tan crueles y descarnados.
Ahora bien, es imprescindible distinguir aquel contexto y el que ahora nos tiene sitiados. Contamos con muchos testimonios escritos, fílmicos, fotográficos y plásticos que dan cuenta del trazado singular que debió recorrer cada uno de los familiares de desaparecidos para construirse la posibilidad de un duelo. Desde los contornos de cuerpos vacíos, faltantes, silueteados en las entrañas de las calles, tatuados en las veredas y mirándonos desde fotografías que pueblan con nombres, fechas y rostros de cada desaparecido, pasando por los epitafios publicados por cada familia en el diario Pagina12, hasta los escritos donde testimonio y ficción rizan amorosamente–de un modo tan potente en la invención– un dolor singular, generando escritos únicos y conmovedores. Todo ese trabajo (el durcharbeiten freudiano) fue gestado por la ausencia del cuerpo que opuso así una resistencia feroz a la despedida.
Acerca de este modo de la despedida, un ejemplo de otra topografía lo encontramos en el comentario que Paul Celan hace a Ingeborg Bachmann de su poema Fuga de la muerte: “para mí también es lo siguiente: un epitafio y una tumba (…) También mi madre tiene sólo esa tumba” luego de desaparecer en un lager del nazismo. La muerte escrita desbarata la impudicia de un plan perpetrado para intentar borrar la humanidad misma de la muerte. La palabra escrita de Celan es un límite ético a la voluntad doblemente homicida de lo insepulto.
Volviendo a nuestras tierras, parece que debemos repensar nuestra experiencia actual cargando con esa tragedia. Sin embargo, las coordenadas actuales impiden una correspondencia. Aquella situación como referencia (por la que se sigue atravesando), es un problema para pensar las condiciones del duelo en época de pandemia. Que no se trate de muertos en el contexto de un genocidio perpetrado por un Estado asesino, es insoslayable. Que, además, no haya desaparición del cuerpo, barre con cualquier analogía posible.
Ahora bien, no parece que esa insistencia en recordar el más grave episodio de nuestra historia resida en un error de reflexión. Por el contrario, nos parece que aquel hecho, que porta todas las insignias de lo siniestro, impregna nuestro modo de mirar a quienes debemos despedir.
Pero hay algo más en esa comparación que es necesario destacar: de esas trabajosas construcciones duelantes hemos saltado a las que hoy son necesarias cuando el aislamiento social obligatorio nos despoja del velatorio necesario, del acompañamiento imprescindible, de la inhumación. Si bien no estamos ante el Estado terrorista sino frente a un momento del Estado que antepone la vida a la economía (exactamente lo contrario de aquella dictadura) y que busca preservar la salud de la población, no por ello se debería desdeñar lo que ese cuidado descuida en nombre de las sinceras buenas intenciones. ¿Podremos objetar el carácter colectivo, masificante, de algunas medidas que descuidan otros aspectos cruciales para los sujetos parlantes en nombre del cuidado biológico de la vida?
Lo objetemos o no, lo cierto es que tenemos que lidiar con una nueva realidad que se recorta en la geografía de este tiempo que atravesamos. No contamos con antecedentes próximos que nos permitan apoyarnos para pensar la cartografía del dolor en el contexto actual: la presencia de los amigos y muchos deudos se reduce a ser virtual. Que se entienda: la inscripción simbólica de esa pérdida en lo real siempre es en soledad. Pero la época le impone a esa elaboración en soledad el peso mortificante de lo solitario.
Para Freud el dolor, la hemorragia de dolor en el duelo, supone un tránsito para que ese dolor que toma la existencia y el cuerpo de los deudos (su pesar, su desinterés por el mundo exterior, por cualquier goce que pueda ofrecerle la vida) pueda volverse un duelo fecundo. ¿Habrá que resignarse entonces a cierta permanencia de la herida por faltar a la cita encerrados en nuestras casas? ¿Habrá que poner en suspenso el dolor hasta el fin de la pandemia, a la espera de algún ritual vicario y de los abrazos que no aceptan sustitutos? ¿El duelo es sólo de ese modo?
Tal como lo destaca Philippe Ariés, la relación del humano con la muerte ha ido variando; al compás de esos cambios, también los ritos que cada cultura, cada grupo, se da para velar. Más allá de esas variaciones, hay ceremonias que ofician tanto de sanción para la muerte como de puesta en marcha de un trabajo que se orienta a velar. Los ritos funerarios son, como Lacan nos ha enseñado, el conjunto del aparato significante –el andamiaje que posee la cultura misma– puesto al servicio de un sujeto abismado en los bordes de un agujero en lo real, incolmable por cualquier significante. Ese andamiaje no es soslayable, como tampoco lo son las palabras que se ofrecen quienes se reúnen entorno al que se despide. Relatos, anécdotas, descripciones, lágrimas, risas y silencios compartidos en un modo de la presencia del otro que se torna insustituible. Es el lenguaje mismo intentando surfilar con palabras el desgarro en el lienzo subjetivo que la pérdida produce. Las redes sociales, tan proclives a la exhibición de lo íntimo, son, en esta ocasión, los muros públicos donde se escriben las palabras de amor a la espera del momento de los abrazos. La palabra insiste, sortea la amenaza viral, se aventura, saltea las calles solitarias y se hace oír donde se la espera.
Finalmente, si hemos traído a colación los espectros de la dictadura que evoca esta pandemia, no ha sido para afirmarnos en una crítica a algún paralelismo que, buscando aliviar, desoriente al pensamiento. Lo hemos hecho especialmente para destacar una coordenada que, a fuerza de mucho dolor singular y colectivo, sería conveniente tener siempre presente: el carácter de invención que conlleva todo duelo.
Un duelo inventa, cada vez, el duelo mismo.
¿Y cómo pensar esa invención despojada de ritos, privada del más mínimo contacto con el cuerpo de los deudos? Quizás no estemos en tiempo de respuestas, pero sí en la construcción de preguntas que comiencen a poner un focoamable y a ser causa de algún borde posible en medio de tanta imposibilidad. ¿Vamos a hacer del encierro de los cuerpos en la pandemia el confinamiento de alguna palabra porvenir? A su tiempo, a su modo, cada quien tomará su palabra para responder.
Buenos Aires, abril 2020 [1]
Referencias
Ariès, P.: El hombre ante la muerte, Taurus, Montevideo, Uruguay, 2011.
Bachmann, I. & Celan, P.: Tiempo del corazón. Correspondencia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Argentina, 2011.
Freud, S.: Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, tomo 2, Madrid, España, 1981.
Freud, S.: Duelo y melancolía, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, tomo 2, Madrid, España, 1981.
Freud, S.: Inhibición, síntoma y angustia, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, tomo 3, Madrid España, 1981
Harari, R.: Palabra, Violencia, Segregación y otros impromptus psicoanalíticos, Catálogos, 2007, Buenos Aires, Argentina.
Lacan, J.: El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Paidós, 2016, Buenos Aires, Argentina.
Lacan, J.: El Seminario, Libro 7 La Ética del Psicoanálisis, Paidós, 1997, Buenos Aires, Argentina.