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Volumen 9
Número 1

Septiembre 2013 - Marzo 2014
Publicación: Septiembre 2013
Stanley Milgram
50 años después


Resumen

Una de las consecuencias del experimento de Stanley Milgram fue la reconsideración de premisas éticas para el uso de consignas engañosas en la investigación psicológica. Para presentar esta espinosa cuestión, se resumen las cuestiones metodológicas del experimento de Milgram a través de cuatro versiones: el diseño original de su creador, la recreación cinematográfica de Henri Verneuil en su film I… como Icaro (1979), la recreación del conocido mentalista inglés Derren Brown para la televisión británica (2006), y la réplica de Jerry Burger con su original y controvertida “solución” de los 150 voltios (2009). A partir de ello, se explicitan las modernas normativas en materia de uso de consignas engañosas en la investigación, tal como aparecen explicitadas en el código de la American Psychological Association, (APA, 2003).

Abstract English version

[pp. 7-14]

El experimento de Stanley Milgram: cuestiones éticas y metodológicas

Gabriela Salomone
Juan Jorge Michel Fariña

Introducción

Desde su primera publicación en 1963, el experimento coordinado por el psicólogo norteamericano Stanley Milgram se ha transformado en una referencia teórica obligada y prácticamente no existe programa académico en ciencias sociales que prescinda de su enseñanza [1]. Ha influenciado no sólo el campo académico sino también la cultura, apareciendo en textos literarios, filmes y hasta canciones populares.

La recreación cinematográfica más conocida es seguramente la versión de Henri Verneuil en su film I… como Icaro (1979). Recordemos brevemente la secuencia: luego del asesinato del presidente de un país ficticio, uno de los miembros del comité investigativo (protagonizado por el actor Ives Montand) se rehúsa a firmar el informe final y, en su condición de procurador general, decide reabrir el caso. En el curso de su indagación se ve confrontado con el famoso experimento de Milgram. Los espectadores son entonces testigos de una versión que si bien difiere en varios puntos de la experiencia original, mantiene su esencia, añadiéndole el dramatismo necesario para ponerlos en la piel del sujeto.

Recientemente, el conocido mentalista inglés Derren Brown realizó un programa para la televisión británica, en el cual incluyó su propia recreación de la experiencia de Milgram, pero en este caso utilizando candidatos reales en lugar de actores. El resultado es verdaderamente impactante ya que la réplica mantuvo los parámetros originales del experimento, lo cual otorga a la secuencia un inesperado valor documental [2].

Son sólo dos ejemplos de los tantos que evidencian el grado de divulgación que ha alcanzado la experiencia de Milgram, pero ¿en qué consistió verdaderamente la experiencia?

Stanley Milgram desarrolló distintas versiones de su experimento, introduciendo en cada una de ellas variantes que permitieran aislar los factores que explicaban la obediencia. La versión más difundida es la que se conoce como el “experimento número 5” (Milgram, 1974) y que resumiremos de manera sintética.

Una prestigiosa universidad publicaba un aviso convocando candidatos para participar de una investigación sobre la memoria. Cuando el candidato acudía a la cita se encontraba con otro participante –en realidad un colaborador del equipo de investigadores– y ambos eran informados de la naturaleza del estudio del que iban a formar parte: los efectos del castigo en el proceso de aprendizaje.

A través de un sorteo supuestamente azaroso, se le asignaba al candidato el rol de maestro, mientras que el colaborador (aliado de los investigadores) adoptaba siempre la posición de alumno. El participante observaba entonces cómo el investigador sujetaba al alumno a una silla en un cuarto contiguo y le colocaba electrodos en los brazos. Se le explicaba al participante que su tarea consistiría en administrarle al alumno un test de aprendizaje basado en pares de palabras relacionadas. El candidato, en el rol de maestro, debía leer al supuesto alumno tales correspondencias de palabras a través de un sistema de intercomunicación. Una vez leída la serie, el alumno indicaba sus respuestas pulsando botones; el maestro veía la respuesta a través de un tablero de luces. El dispositivo se completaba con un imponente panel con interruptores. El participante era instruido entonces para administrar una descarga eléctrica ante cada respuesta incorrecta del alumno. Los 30 interruptores con etiquetas de identificación ubicadas en el panel indicaban la fuerza de la descarga, que iba desde 15 a 450 voltios, en incrementos de 15 voltios. El participante debía comenzar con el interruptor más bajo e ir aumentando sucesivamente la descarga luego de cada respuesta incorrecta.

En realidad, el alumno no recibía descarga alguna, puesto que todos los aparatos eran falsos; no obstante, este dato era ocultado al participante, por lo que creía estar administrando descargas de intensidad creciente. Durante las primeras descargas, el alumno emitía quejidos; y a partir de la administración de los 150 voltios, el participante ya escuchaba los gritos de protesta del alumno a través de la pared. El alumno pedía que se detuviera el experimento, manifestando dolor y palpitaciones. Desde ese punto, hasta los 330 voltios, el alumno continuaba gritando de dolor y exigía ser liberado. Luego de la descarga de 330 voltios, el alumno ya no gritaba ni protestaba al recibir las descargas, sugiriendo de este modo que carecía de la capacidad para responder. Se le indicaba al maestro que debía considerar la ausencia de respuesta como una respuesta incorrecta, y que debía continuar con el experimento.

La variable dependiente más relevante estudiada por Milgram era evidentemente el momento en el cual el participante, en el rol de maestro, se negaba a continuar. El experimentador, sentado a algunos metros de distancia del participante, lo animaba a continuar frente a cualquier signo de resistencia verbal o no-verbal. El estudio continuaba hasta que el participante oponía resistencia a cada uno de los cuatro estímulos verbales de exigencia creciente dados por el experimentador, o hasta que el participante hubiera pulsado tres veces el interruptor del rango más alto del generador de electricidad. Como se sabe, la conclusión más impactante del experimento fue descubrir que el 65% de los participantes continuaban administrando las descargas hasta el final de los rangos que ofrecía el generador.

Desde el punto de vista ético-metodológico, el diseño del experimento de Milgram afecta cuestiones relativas al cuidado de la integridad psico-física del sujeto de la experimentación, a la administración de consignas engañosas y al consentimiento para participar de la experiencia. Como consecuencia de los experimentos realizados por Stanley Milgram se instaló en la comunidad científica un debate ético que concluyó en una serie de prescripciones estrictas que impedían eventuales réplicas.

Uso de consignas engañosas en la investigación

La experiencia de Milgram está basada en la utilización de consignas engañosas, una modalidad de uso frecuente en investigación social. El experimento era presentado a los voluntarios como un estudio sobre la memoria y el aprendizaje, y los efectos del castigo sobre este último. Adrede no era revelada la verdadera naturaleza del experimento, que consistía en una investigación sobre la obediencia a la autoridad.

Recurrir al engaño resulta necesario en algunas prácticas investigativas de las ciencias sociales ya que, en ocasiones, brindar información sobre la actividad a realizar tornaría inoperante la práctica misma. Sin embargo, en virtud del resguardo de los derechos de las personas, la deontología prescribe ciertas limitaciones con el objetivo de minimizar los efectos de esta técnica sobre el sujeto de experimentación. El código de la American Psychological Association, por ejemplo, establece los recaudos éticos para el uso de consignas engañosas (APA, 2003):

(a) Los psicólogos no llevan adelante un estudio que involucre consignas engañosas a menos que hayan determinado que el uso de las técnicas engañosas está justificado por el eventual y significativo valor científico, educativo o aplicado y que no es posible utilizar procedimientos alternativos eficaces que no sean engañosos.
(b) Los psicólogos no engañan a los futuros participantes acerca de una investigación que razonablemente les pudiera causar dolor físico o un severo malestar emocional.
(c) Los psicólogos dan a conocer a los participantes las técnicas engañosas utilizadas como parte integral del diseño y aplicación de un experimento tan pronto como sea posible, preferentemente al término de su participación y nunca después de la finalización de la recolección de datos, permitiéndoles a los participantes retirar los suyos.
 [3]

Como se desprende de los puntos precedentes, las pautas éticas que rigen actualmente el uso del engaño en la investigación no harían posible la realización de la experiencia de Milgram, tal como éste la implementó 50 años atrás: el diseño no contempla los requisitos previstos en los acápites (b) y (c).

La réplica de Jerry Burger y la “solución” de los 150 voltios

Jerry Burger, profesor e investigador en la Santa Clara University, California, llevó adelante una versión del experimento, cuyos resultados se publicaron recientemente (Burger, 2009). Para poder realizar la experiencia, Burger tomó dos recaudos ético-metodológicos, que permitieran salvar las objeciones (b) y (c), y mantener –a su criterio– la fuerza investigativa del diseño. Por una parte, apenas unos segundos después de finalizado el procedimiento, le informaba al candidato la verdadera naturaleza del experimento, reuniéndolo con el supuesto alumno para que pudiera verificar que éste no había recibido descarga eléctrica alguna. Por otra, a los efectos de evitar el dolor físico o severo malestar emocional en los candidatos, interrumpía el experimento inmediatamente después de que el sujeto administrara la descarga de 150 voltios –recordemos que el rango de la consola llegaba hasta los 450 voltios. Esto último, debido a una hipótesis que presenta interés conceptual y metodológico: según los resultados del experimento original, los 150 voltios constituyen un punto de no retorno en materia de obediencia. Burger revisó cuidadosamente los datos de Milgram y concluyó que el 79% de las personas (26 de 33) que continuaban luego de los 150 voltios, llegaban a administrar las descargas más altas permitidas por el generador. En otras palabras, los 150 voltios constituyen en un punto de inflexión, una barrera que una vez franqueada indica la voluntad del sujeto de continuar hasta el final. Burger pudo así detener al sujeto ni bien éste aplicaba los 150 voltios, ahorrándole la sucesiva cuota de estrés y, al mismo tiempo, extraer conclusiones de su desempeño.

Para realizar su versión del experimento, Burger debió adoptar algunos recaudos éticos complementarios, a saber: (1) estableció un doble proceso de selección de los candidatos para excluir aquellas personas que podrían reaccionar negativamente ante la experiencia, (2) los participantes fueron informados, por escrito, que podían retirarse en cualquier momento del experimento y quedarse no obstante con los 50 dólares que les fueron asignados por su participación, (3) como en la experiencia original, se administró a los candidatos una leve descarga para que verificaran el efecto del generador, pero mientras que Milgram aplicó 45 voltios, Burger se limitó a 15, (4) el investigador a cargo de supervisar la prueba era además un psicólogo clínico experimentado, preparado para detectar cualquier signo de estrés y detener la prueba si era necesario.

La tensión entre el consentimiento y la obediencia

De los recaudos precedentes, nos detendremos en el punto (2), que introduce una interesante novedad respecto del modelo original de Milgram. En el diseño de Burger, el investigador le entrega a ambos, candidato y cómplice, los 50 dólares antes del “sorteo” de los lugares, diciéndoles que “pueden quedarse con el dinero incluso si deciden interrumpir su participación en cualquier momento”. Y luego del sorteo, explicados más en detalle los pasos a seguir, los invita a firmar a ambos un consentimiento informado en donde se ratifica que “pueden finalizar su participación en cualquier momento y quedarse con el dinero” (Burger, 2009). Por supuesto se trata de un consentimiento en los términos de la consigna engañosa, es decir, para participar en un estudio sobre memoria y aprendizaje.

Recordemos que frente a las primeras cinco descargas el alumno no manifiesta molestias, y recién emite su primer quejido a los 75 voltios, incrementando sus manifestaciones de dolor hasta los 150 voltios, momento en que por primera vez dice “Ya basta. Déjeme salir de aquí. Ya le dije que tengo problemas cardíacos. Estoy con palpitaciones. No quiero seguir. Déjeme salir”.

Al interrumpirse la prueba habiendo el candidato aplicado los 150 voltios, Burger evitó el conflicto entre el consentimiento y la obediencia. Si la prueba hubiera continuado, como en el modelo original de Milgram, el sujeto podría haber reclamado la interrupción del experimento apelando a la palabra inicial del investigador. ¿Pero, qué hubiera pasado si frente a ese reclamo el investigador le impusiera la consigna de continuar? Recordemos que el experimento original prevé que frente a cualquier signo de resistencia verbal o no verbal por parte del candidato, el investigador le impone una serie progresiva de cuatro instrucciones: “Continúe, por favor”; “El experimento requiere que usted continúe”; “Es absolutamente esencial que usted continúe”, y finalmente, “No tiene opción, tiene que continuar”.

En ese caso, se produciría una tensión entre el consentimiento, que lo autoriza a retirarse, y la orden que le impone seguir adelante. ¿Qué haría el sujeto frente a semejante conflicto? No podemos saberlo, ya que Milgram no utilizó este tipo de consentimiento, y Burger, que sí lo hizo, detuvo el experimento antes de que el conflicto pudiera manifestarse.

La versión de Derren Brown

Respecto de este punto, contamos con un valioso indicador a través de la ya mencionada versión de Derren Brown. Al ser un programa para la televisión no hubo firma de consentimiento, pero sí garantía verbal de que podían retirarse del experimento y conservar el dinero. Más del 50% continuó aplicando descargas hasta los rangos más altos del generador sin apelar al derecho que los asistía.

La contemporaneidad de la réplica del experimento de Milgram realizada por Jerry Burger y la emisión del programa de televisión de Derren Brown, ambos realizados en 2006, son una nueva muestra de la vigencia que mantiene el clásico estudio sobre obediencia a la autoridad. Sin duda los eventos de Guantánamo y Abu Ghraib y las discusiones sobre la participación de psicólogos en las torturas (Costanzo & Lykes, 2006) han contribuido a renovar este interés tanto dentro de la comunidad científica como en el público en general.
No obstante, durante los 45 años en que no se replicó el experimento, la experiencia de Milgram continuó siendo enseñada en los ámbitos académicos. Esta enseñanza no siempre ha respetado el principio de “objetividad en la enseñanza” (APA, 2002) que, frente a temas controvertidos, exige presentar al estudiante más de un punto de vista sobre el problema en cuestión [4] . La discusión de las conclusiones teóricas del experimento debe estar acompañada de un tratamiento de las cuestiones éticas involucradas, las cuales no son un mero requisito formal metodológico, sino que se revelan como inherentes al núcleo conceptual de la experiencia misma.

En este sentido, la emisión del programa de Derren Brown, agrega un factor interesante a ser tenido en cuenta. Al presentarse como un programa periodístico, fue virtualmente eximido de protocolos éticos en nombre de la libertad de prensa y del derecho a informar –compárese los recaudos que debió tomar Burger con el pragmatismo que emana del programa de Brown–, no obstante este último filmó a los candidatos sin su autorización expresa y llevó el generador hasta los rangos más altos.

En sus escritos pioneros, Milgram estableció que uno de los factores que contribuían a la obediencia ciega era la figura de la autoridad –policía, profesores, científicos, jueces. Los candidatos de Derren Brown fueron engañados y participaron creyendo que se trataba de una investigación científica; pero, una vez confrontados con la verdadera naturaleza de la experiencia e informados de que sus resultados iban a ser exhibidos en televisión, aceptaron la situación a cambio de una retribución económica. ¿No estamos en presencia de un nuevo factor de alienación del sujeto, expresado no en las figuras clásicas de la autoridad, sino en el magnetismo mediático-mercantil?

Referencias

American Psychological Association (2002). Principios Éticos de los Psicólogos y Código de Conducta.

Costanzo, M., Gerrity, E. & Lykes, M.B. (2006) Psychologists and the use of torture in interrogations. Analyses of Social Issues and Public Policy (ASAP), 6(1), 1-14.

Blass, T. (2004). The man who shocked the world: The life and legacy of Stanley Milgram. New York: Basic Books.

Burger, J. M. (2009). Replicating Milgram: Would people still obey today? American Psychologist, 64, 1–11

Milgram, S. (1963). Behavioral Study of Obedience. Journal of Abnormal and Social Psychology. Vol. 67, N° 4, 371–378.

Milgram, S. (1974). Obedience to authority: An experimental view. New York: Harper & Row.

Salomone, G. Z.; Domínguez, M. A. (2006). La transmisión de la ética: clínica y deontología. Letra Viva, Buenos Aires.


[1El experimento original se llevó a cabo en la Universidad de Yale, entre 1961 y 1962, sobre una muestra de 44 casos, bajo el diseño y supervisión del psicólogo Stanley Milgram. En 1963, Milgram describió el experimento en "Behavioral Study of Obedience", publicado en el Journal of Abnormal and Social Psychology. Vol. 67: 371–378. En 1974, publicó los resultados de la experimentación en el libro Obedience to Authority; An Experimental View.

[2Versiones de “I… como Icaro” y “The Heist”, editadas, subtituladas y comentadas por el Programa IBIS (International Bioethical Information System), están disponibles en el CD ROM “Ética y Ciencia. De la eugenesia al tratamiento contemporáneo de las diferencias humanas”.

[3Código APA, 2002. Normativa 8.07 Engaño en la investigación, del capítulo Investigación y publicación.

[4Al respecto, cf. Michel Fariña, J. J. et al: (2002) IBIS International Bioethical Information System: Ética en la educación. Sistema multimedial en CD-ROM.


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