22:1 Y dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.
Génesis, Capítulo 2
La crisis económica internacional que comenzó con los años ‘20 agudizó los problemas que acosaban a Alemania luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Colapsa el sistema de asistencia y comienza a mirarse el costo de insumos y atención que requieren débiles mentales y físicos, que pasan a ser definidos rápidamente como “pérdida para la nación étnica” y que podían ser destinados a la ayuda social de “mayor valor racial y social”. En el manifiesto político del 23/3/1933 se podía leer: “Que no había ninguna profesión tan significativa como la del médico para la grandeza y el futuro de la nación. Para ejecutar y propagar los conceptos sobre política de población, higiene racial y eugenesia los médicos eran de por sí relevantes” y en esta situación intensificaron la captación de dichos profesionales. La Liga de Médicos Nacionalsocialistas Alemanes pasó de 2.786 miembros al 30/1/1933, para alcanzar la cantidad de 46.000 miembros en 1942 [1].
I
Ambientada en los Estados Unidos de posguerra la novela de William Styron narra la historia de un escritor principiante que llega a Brooklyn en un suave verano de1947.
En la introducción, el autor dirá: “Esta obra es la consecuencia directa de un extraño y apremiante sueño que tuve cierta mañana de los últimos días del invierno de 1974 (...) lo protagonizaba una muchacha a quien traté brevemente en 1947, cuando recién salido de la universidad, vivía en una casa de huéspedes intentando escribir mi primera novela. Mujer joven y hermosa, polaca y católica, mostraba todavía las huellas de su larga permanencia en un campo de concentración. Aún cuando era bastante mayor que yo y se hallaba en plenas relaciones íntimas con un hombre que vivía en la misma casa, la gran atracción que sentí hacia ella me llevó a tratarla de cerca durante algún tiempo (...) con todo, al cabo de un cuarto de siglo la muchacha resucitó en mi sueño, y hoy tengo la certeza de que el destino, a través de aquella evocación onírica, me impulsó a escribir sobre la misteriosa sobreviviente tras dar entrada en mi imaginación a los secretos de su pasado... Por lo tanto, esta obra puede considerarse en ciertos aspectos como una novela autobiográfica (...) El libro es un sincero intento de afrontar el tema mas formidable, trágico y desafiante de nuestro tiempo: la negra noche del alma humana cuando millones de inocentes sufrían y morían bajo la dominación total de los nazis (... ) Así la Sophie de este libro es una fidedigna personificación de aquel espantoso período de horror y sufrimiento.” [2]
En principio, entonces, Styron es el Stingo que llega a Brooklyn para alquilar el condominio en el que conoce a Sophie y a Nathan, una pareja peculiar con la que tendrá una situación triangular. Su interés por Sophie lo lleva a adentrarse en su vida que será por mucho mas tortuosa de lo que ha podido imaginar. Es importante destacar su función de destinatario exclusivo de la situación narrada por Sophie, es él quien levanta el testimonio de The Sophie’s choice que da nombre a la obra: “La elección de Sophie” (El titulo de la novela y del film son traducidos al castellano como “La decisión de Sophie”).
Sophie es polaca y es, en esta ficción, hija del ideólogo para la solución final del problema judío en Polonia, el creador del proyecto “Die vernichtung” -La Exterminación- de judíos. Zbigniew Biégansky era catedrático del derecho; Sophie, en cambio, lo define como un hombre civilizado que sucumbió a la incivilización de su época y lamenta que por “error” tanto su padre como su marido (el último es asistente del primero en la Universidad de Cracovia) fueran deportados a un Lager. En verdad, el error fue olvidar que eran polacos y no alemanes. Las SS levantan a la población universitaria de Cracovia sin verificar –y sin tampoco interesarle– las identidades. En su gran mayoría, aquellos universitarios eran antisemitas y admiradores del III Reich, pero para Hitler los polacos eran enemigos naturales de Alemania.
Pese al amor por su padre y sus ideales, Sophie se relaciona ambiguamente con la resistencia en especial con un amante, Josef que la trata muy bien. Sin embargo, será deportada con sus hijos a Auschwitz pero no por participar con aquellos valientes –pues no puede en definitiva accionar con ellos– sino por traficar un jamón que había adquirido a los campesinos para su madre enferma. Estaba prohibido comer buena carne que sólo podía ser consumida por los alemanes; en una redada es apresada, encarcelada y finalmente deportada.
Recién llegada a la estación del ferrocarril, pero muy tardíamente en la obra, sobreviene el episodio que da titulo a la misma. Dueña de una belleza especial Sophie llama la atención de un SS:
–Eres muy hermosa, me gustaría llevarte a la cama, ¿eres polaca judía?
Sophie ensaya un descargo. Insiste, se trata de un error, es polaca creyente y no judía:
–Soy católica devota y también mis hijos
–¿No eres una asquerosa comunista? ¡Eres creyente! ¿Crees en Cristo el redentor?
–Ja, mein Hauptmann! Creo en Cristo. [3]
–¿No dijo él “dejad que los niños vengan a mí”? Puedes conservar a uno de tus hijos, el otro tendrá que irse.
Sophie, se niega, pero el oficial vuelve a proponer:
–Eres polaca, no judía, tienes el privilegio de elegir.
–No me haga elegir –se escuchó rogar en un susurro– “No puedo elegir.
–¡Transfiere a ambos entonces! –Dijo el oficial a su asistente– “Nach links!
“Mamá”, escuchó llorar a Eva, en el momento en que se interpuso entre los niños, trastabillando. “Tome a la beba” gritó. “Tome a mi pequeña niña”. [4]
Finalmente Jan va al kinderlager, Eva al crematorio nº 2 de Birkenau.
Styron, en el capítulo 15 de su obra, se dedica in extenso ofreciendo detalles sobre el perfil del perpetrador de la situación. El oficial SS es médico y es un dato fidedigno de lo que sucedía en Auschwitz, pues la selección competía en principio a un médico. El incidente en la plataforma es de apenas un par de minutos, la novela lo enriquece naturalmente al comunicar lo que Sophie piensa muy rápidamente en el momento y los agregados que hacen a la construcción posterior para transmitir por única vez su testimonio a Stingo.
Como Sophie desconoce el nombre del médico, Stingo decide bautizarlo: Hauptsturmfürer Fritz Jemand Von Niemand [5], doctor en medicina, quien deja en Sophie una impresión: se le aparece de la nada y desaparece dejando huellas imborrables. Es un oficial de una juventud relativa entre 35 y 40 años, de apariencia delicada. En principio Sophie no le responde por lo burdo del trato, ese “Me gustaría meterte en la cama conmigo” arrancará al narrador el siguiente comentario: “toscas palabras pronunciadas desde un intimidante lugar ventajoso, con crueldad y sin clase, brutales (...) Desagradable forma de hablar para un caballero y médico (quizás hasta aristócrata también) aunque estaba visiblemente y de manera indiscutible ebrio, lo que podía explicar tales groserías”. Sophie lo asocia con un oficial amigo de su padre que conoció ocasionalmente en una visita a Berlín cuando tenía 16 años. “De apariencia nórdica, atractivo, le recordó al joven oficial que la había tratado con máxima indiferencia” [6]
En el momento en que vuelve la mirada sobre ella porque habla en alemán, el médico eructa y le dice que sabe que es polaca, y cuando la interroga un momento antes (“¿no serás una asquerosa comunista?”) lo hace casi desatendiéndose de la situación, en medio de su borrachera, dirigiéndose hacia los otros prisioneros y olvidando por un momento a Sophie. Stingo se pregunta, ¿por qué no jugó el papel de tonta? Si no hubiera hablado alemán, probablemente ella y los niños habrían pasado desapercibidos, era una posibilidad. Pero tenía terror a la selección –“and to dread with fear beyond utterance: a selection”, dice Styron [7] – estaba advertida y no contaba con la ciega y piadosa ignorancia con la que llegaban al lugar una gran cantidad de deportados. Ella sabía lo que sucedía con los que eran seleccionados para Birkenau.
Styron ha sido un estudioso de estas cuestiones y conoce al detalle el modus operandi de la maquinaria de la solución final. Este punto de la novela es absolutamente coincidente con el histórico testimonio de Primo Levi en la llegada a la estación de Auschwitz “Hoy sabemos que con aquella selección rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de nosotros si podía o no trabajar útilmente para el Reich (...) Sabemos también que por tenue que fuese no siempre se siguió ese sistema de discriminación entre útiles e improductivos y que más tarde se adoptó con frecuencia el sistema más simple de abrir los dos portones de los vagones, sin avisos ni instrucciones a los recién llegados. Entraban en el campo los que al azar hacía bajar por un costado del convoy; los otros iban a la cámara de gas” [8]. Una situación similar es testimoniada por otro sobreviviente de Auschwitz en la que ubica un médico al que no tenemos que bautizar: “Las selecciones en las rampas sólo demoraban segundos de tiempo: fuimos separados y formados en fila de a cinco… dos hombres estaban ahí... A un lado estaba el médico, uno de ellos era Menguele...” [9]
El evidente conocimiento histórico de Styron de la situación en los campos de exterminio nazi nos permite ahondar un poco más e introducir un sesgo peculiar de la ingerencia de los médicos y la importancia de su quehacer profesional para el régimen.
Selection- election
La selección entonces es muy rápida, sucede en apenas fracciones de segundos, el doctor elegía a quien quería, todo estaba librado a su voluntad. Cuando el médico se da vuelta al escucharla hablar alemán, ella estaba tan cerca que pudo oler sus vapores etílicos; al girar su cabeza –no pudo mantenerle la mirada– “ella apartó su cara por un instante, mirando de rabillo a una línea de prisioneros vacilantes a través del calvario de su selección, y vio al maestro de flauta de su hija Eva, Zaorsky en el preciso instante de su condena infernal, despachado hacia la izquierda y hacia Birkenau por un casi imperceptible cabeceo del Doctor”. Es ahí donde se dio cuenta que había hecho mal en hablar: “Una idiotez –reconocería después, pero ya era tarde– se dio cuenta que todo lo que estaba diciendo, lejos de ayudarla, de protegerla, la estaba llevando a la ruina”. Por un lado tenemos que lo que desencadena el episodio que desemboca en la elección es el terror mismo: la selección deviene en una elección de Sophie. De modo forzado debe elegir pero, ¿qué decide su elección? Ella elige. La selección pasa a corresponderle a ella, es su “privilegio”.
Choice es en inglés tanto elección como preferencia, pero no decisión como se tradujo en castellano, “La decisión de Sophie”. Sin embargo es claro que se trata de una elección que será vehiculizada por una decisión. I cant’ choose es no puedo elegir y no: no puedo decidir. Lo gritará en alemán “Ich kann nicht wahlen”, no puedo elegir. Jamás podrá superar la situación.
Esta es la tremenda situación de la elección singular, forzada y forzosamente perdedora por la que atraviesa la protagonista, género de elección en el que vamos a detenernos.
La jugada perversa del médico: transforma una selección ordinaria y de oficio en una elección imposible para otro.
En ese escenario, el médico se encarna perversamente en las vestiduras del Otro. Ropaje amo en versión Gestapo, el oficial “sabe” lo que pide. Ella no puede sustraerse de la demanda de elección que es en sí misma tortura pura.
El Otro del particularismo exige el arrasamiento subjetivo. Sería imposible desde el punto de vista lógico pensar en la emisión subjetiva en una situación de apremio de tal magnitud ya que no hay sujeto (del-deseo-inconsciente) en la tortura. Este es un plano, un piso del problema de la situación.
En la novela hay un testigo del episodio, el asistente del médico “el joven Rottenfuhrer”, que no puede creer lo que esta sucediendo.
El análisis, la hipótesis de Stingo, es de sumo interés. Se trata de una especie de “hazaña” cuyo objeto, en la intimidad de su “miserable corazón”, dice: “debió ser la satisfacción de sus ansias de cometer a costa de Sophie o de alguien como ella –de algún débil y vulnerable cristiano– un pecado totalmente imperdonable”. Y por eso es que se convierte el médico para Stingo en un hombre excepcional entre los demás autómatas de las SS: “Bueno o malo aún conservaba en potencia cierta capacidad de bondad, así como de maldad, por lo que sus afanes, del signo que fueran, eran religiosos” [10]. Cuando dice religiosos es por la atención que Von Niemand le presta a Sophie en la manifestación de su devoción católica. Hay un comentario de Sophie sobre sus primeros caóticos días en el campo después del episodio en el que escucha a dos judías alemanas que han pasado la selección. Una de ellas conocía a Von Niemand de un barrio berlinés de Charlottenburg; había conocido al médico cuando ambos eran más jóvenes: “él no la reconoció en la rampa. Y ella, aún cuando no lo hizo enseguida, recordó después que había sido vecino suyo, del mismo modo que nunca había olvidado dos cosas: que era un gran devoto y que siempre había deseado ser sacerdote. Un padre despótico le obligo a estudiar medicina”. [11]
Para introducir, tenemos un segundo punto referente a la religiosidad de Von Niemand, pero que también da cuenta de la sensibilidad de Styron para este tema al señalarlo como un creyente fracasado con ansias de redención. El tema de la embriaguez –que Alan Pakula, escritor del guión y director de la película, no incluye ni necesita incluirlo en la escena– no es un ingrediente más en la novela. Aquí Styron recurre nuevamente a la información, registrada y documentada por distintos historiadores, referente al cumplimiento de obligaciones referidas a la oficialidad SS que por supuesto incluía también a todos los profesionales de distinto escalafón: “Era cierto que las exigencias de la práctica de la crueldad en su nivel primitivo –especialmente en la proximidad de los crematorios– provocaba un gran consumo de alcohol, pero aquel sangriento trabajo corría generalmente a cargo de los soldados rasos, a quienes se permitía (y a menudo lo necesitaban de veras) aturdirse para desempeñar su trabajo. Además de ahorrar a los oficiales de las SS la participación directa en tales tareas, se esperaba de ellos un comportamiento digno, sobre todo mientras cumplían con su deber. Siendo así –pregunta Stingo– ¿por qué tuvo Sophie la extraña experiencia de topar con un doctor como Jemand von Niemand en estado de embriaguez? (...) Tal actitud había de ser muy peligrosa para el doctor”.
D. Goldhaguen, en “Los Verdugos voluntarios de Hitler”, demuestra que no sólo los soldados alemanes y la oficialidad SS recurrían al alcohol sino que sus colaboradores, por ejemplo las conocidas tropas Hiwis, eslavos europeos al servicio del Reich, llevaban a cabo sus ordenes de judenrein –limpieza de judíos– absolutamente embriagados, a punto de constituir una amenaza para sí mismos y para las fuerzas alemanas.
La hipótesis –dotada de un fuerte componente religioso– es que Jemand von Niemand estaba sufriendo la mayor crisis de su vida: “Se estaba desastillando como el bambú, se desintegraba en el instante en que con más fuerza deseaba alcanzar la salvación espiritual. Sólo puede especularse sobre los últimos tiempos de la carrera de Von Niemand, pero si era igual a su jefe Rudolf Hoess, y a la mayoría de los miembros de las SS, era de suponer que se había declarado Gottglaubiger, es decir, que había rechazado el cristianismo para conservar una especie de teísmo. ¿Pero quién podría creer en Dios ejerciendo al mismo tiempo su profesión científica en un ambiente tan repugnante y desalmado?” [12]. Pakula ubica un diálogo entre Hoess y un médico que parece ser V. Niemand, con posterioridad al episodio que hemos tratado, en el que el último confiesa su vergüenza profesional en su desempeño. Naturalmente en ese momento no está ebrio, pero le confía a su superior la desazón de su quehacer profesional: ¿Qué le digo a mi padre cuando me pregunta qué clase de medicina ejerzo en Auschwitz?
“Después de esperar la llegada de incontables trenes procedentes de todos los rincones de Europa y separar luego los que estaban en buenas condiciones físicas, de la patética horda de tullidos, ciegos, de viejos y de niños desamparados, seguramente no ignoraba que la criminal empresa en que colaboraba (algo así como una enorme máquina de matar que regurgitaba pellejos que habían sido humanos) era una burla y una negación de Dios (...) No tenía otro remedio que reemplazar a Dios por la fe en la omnipotencia de los negocios. Puesto que una parte abrumadora de aquellos que dependían de su juicio eran judíos, debió de sentirse aliviado cuando llegó de nuevo la orden de Himmler en el sentido de que todos los judíos, sin excepción, fueran exterminados. Ya no se necesitaría su criterio selectivo. Esto lo apartaría de los horribles andenes y le permitiría entregarse a actividades médicas más normales.(...) Pero las órdenes de Himmler pronto fueron sustituidas por contraórdenes” [13]. El hecho es que el doctor tendrá que volver a los andenes y nuevamente a la selección por la necesidad insaciable de las fauces de Birkenau. Las órdenes definitivas finalmente llegarían y sólo los judíos irían a las cámaras de gas, pero hasta ese momento tanto arios como judíos debían pasar por la selección. Esto es, de acuerdo al análisis de Styron, el renovado e interminable horror que carcomía el alma de Von Niemand, y la razón por la cual se refugiaba en la bebida y en el abandono de la creencia de Dios [14].
Styron sospecha que finalmente encontraría la respuesta para su infinito gozo. Lo ubica por el lado del pecado o mejor con la ausencia del mismo, en suma una cuestión lógica: la ausencia de pecado y la ausencia de Dios estaban inseparablemente entrelazadas. Es otro punto en el que coinciden los historiadores, los perpetradores generalmente han sufrido fastidio y ansiedad, a veces una especial repugnancia pero no un sentimiento arraigado en la culpa. Los testimonios coinciden en obstáculos estéticos, viscerales –asco, etc.– pero no en oposiciones verdaderamente éticas. Las objeciones eran de este estilo: matar, matar en serie hartaba, salpicaba uniformes con restos humanos, y esto resultaba asqueroso, pero no había en líneas generales conciencia de pecado.
Lo difícil era, para este tipo de cumplidores de órdenes, recobrar su “creencia en Dios”, tal vez de ciertos valores, pero a la vez afirmar su disposición para la banalidad del mal a la que se entregaban. En el caso de Niemand la cosa se engarza a ese gran pecado basado en la sutilidad de una elección, para hacerle cometer el pecado imperdonable a otro.
Sophie es apremiada a escoger sin que tenga la necesidad lógica de hacerlo, es una condición necesaria de la proposición que se le hace. Lo extraordinario de la situación es esto: que no puede no elegir. Frente a la diversidad de situaciones que podrían venir a la figura del apremio, esta es absolutamente perversa.
II
Para introducir el género de la disyuntiva que propone lo que llamaremos situación Sophie, vamos a recurrir a una situación que es homologable y resulta de un viejo adagio, cuento europeo, que gira en el mismo sentido lógico de la situación Sophie, en donde una madre es interrogada por sus dos hijos:
–¿A quién quieres más? Preguntan al unísono sus hijos. La madre responde:
–¿Si te tienen que arrancar un brazo cual elegirías, el derecho o el izquierdo?
La respuesta reenviada como interpelación a los niños es: no hay posibilidad de elegir un término de dos que son igualmente necesarios o queridos para alguien, alienando de este modo deliberadamente la posibilidad de elección.
Los niños quedan perplejos ante la pregunta y la madre avanza:
–¿No quieres que te arranquen ninguno de tus brazos verdad?
Como se ve, es un modo de decir: los quiero a los dos por igual, no se puede elegir uno y entonces contesta sin responder la demanda de los niños: “No se puede elegir”. Esta moraleja neurótica y tranquilizadora del adagio, es la misma respuesta de Sophie: “No me haga elegir, no puedo elegir”.
Sin embargo la diferencia es que la demanda del nazi es inapelable, y si pudiéramos trasladarla al adagio sería: ¿Un brazo o los dos? Tener que elegir entre el brazo izquierdo o derecho es al fin y al cabo una elección de la que no podrían sustraerse tampoco los niños. La triquiñuela de la madre del cuento, convierte una pregunta por la preferencia, en una pregunta alienante para no responder. Pero llegado el caso de una verdadera demanda habrá que elegir un brazo y eso no necesariamente implica “desear” perder al que “quiere menos”. ¿A qué negar que el hecho de que alguien sea derecho o zurdo resulta ya una sobredeterminación para una elección forzada y puntual entre dos brazos? Siempre hay alguna preferencia y esto es una condición necesaria para la misma; a nadie se le ocurriría hablar aquí del deseo inconsciente perverso estructuralmente por definición, el problema en este nivel del apremio es más complejo porque la decisión de elegir no le corresponde sino que le es deliberadamente transferida.
El problema lógico de la elección
La primera cuestión es el tipo de elección; no se está eligiendo, por ejemplo, entre cigarrillos rubios o negros, ¿cuál sería el dramatismo de una elección en donde se expresa simplemente una preferencia entre la elección de términos binarios? Si así fuera, existirían varias posibilidades: podría elegir cigarrillos rubios, negros, aceptar ambos o rehusarlos, no quiero cigarrillos; es decir, podría elegir sin mayor perjuicio. En verdad, esto configura por completo al campo desde donde se plantea la elección, no es lo mismo –si se me demanda algo– que el Otro esté o no barrado o que exista la posibilidad de su barradura– en el proceso. No da lo mismo que alguien me pregunte ¿qué prefiero? haciendo espacio, separación, a que se trate de una demanda de elección. Tampoco es lo mismo que la demanda sea de “Dios” o de un semejante, la distancia es de un Otro al otro.
La emisión del sujeto en la enajenación estructural es la división del mismo pero implica en el mismo acto y con la misma lógica la barradura del Otro y eso es la consecuencia: la separación, el segundo operador lógico del proceso subjetivo. Conjunción y disyunción, lo Uno y lo Otro, lo que une y separa. Es el proceso lógico de constitución formal del sujeto.
Ahora, la diferencia lógica que plantea la situación Sophie ubica una elección que lleva consigo la alienación al Otro que exige el particularismo esto es lo primero que hemos tratado: el apremio inapelable.
La enajenación estructural reside en que su causa es la división del sujeto. Una vez más, la o que comanda este tipo de disyunción, es una o que lejos de permitir la conjunción y/o disyunción binaria de un elemento con otro, es conjunción y disyunción a la vez. Se ha designado a esa o como vel de la alienación (en verdad esto es lo que dice Lacan sobre “su” vel de la alienación.)
Para la lógica matemática el vel implica reunión de conjuntos. Boole transpola la operación desde la lógica proposicional en donde se nomina función de verdad a las conectivas extensionales. Hay que recordar aquí que la proposición es una estructura lógica de complejidad diversa que está integrada por términos que ofrecen la propiedad fundamental de ser verdaderos o falsos. En cuanto al uso del término función aquí es lo que propone Fregue, a él se debe la lógica de la función. La diversidad indica la posibilidad de funciones numéricas (cuando es un número) función proposicional (cuando es una proposición) y función de verdad (cuando es un valor de verdad). Es la conectiva misma la que recibe el nombre de functor. Van a interesarnos aquí la función de algunas conectivas, a saber: en la conjunción el nombre (functor) es et: “y”,” “pero”, “aunque”, “sin embargo”. La disyunción inclusiva es la que ubica la función vel: “o”, “o bien”, “o lo uno o lo otro”, (o ambos). La disyunción exclusiva aut: “o lo uno o lo otro (pero no ambos)”, “a menos que”, “salvo que”. Estas proposiciones son llevadas a operaciones aritméticas por Boole. El problema del vel (del o de la disyunción-conjunción) es transportado en términos de la teoría de conjuntos, es lo que hace reunión de conjuntos y es eso lo que implica algo distinto que la suma. Esa reunión binaria tiene que ver con la multiplicación, no con la suma [15]. Una vez que algo se ha reunido, la disyunción se complejiza; una separación (¿hace falta aclararlo?) siempre es compleja.
El factor letal
Cada vez que se configura una elección –no cualquier elección– el vel especial de la alienación se activa. Por ejemplo la estructura edípica alcanza su máxima expresión con el vel que propone la fase fálica en una elección que puede reeditarse en cualquier momento. El niño, dice Freud, es puesto a escoger a expensas de la ley entre el pito o la madre. Un ejemplo es el de la resolución narcisística [16]: es un pito sin madre. Pierde a la madre, pues conservarla implicaría la pérdida de aquello sobrevalorado narcisísticamente, es una reunión que implica reunión pulsional binaria, no se puede quedar con las dos cosas, debe perder una, se divide en esa elección.
La dificultad de una elección tal esta dada por la lógica que imprime el vel. No es lo mismo preferir un término a eliminarlo, porque preferir no quiere decir necesariamente perder el otro término de la elección. Este es el otro piso de la situación, cuando la elección implica eliminar uno de los componentes lleva para Lacan el nombre de factor letal. Se refiere así a un momento de inspiración hegeliana conocido también como el Terror, para poner en evidencia para el campo de la elección el factor letal que caracteriza al vel de la alienación. Se refiere a esto en el transcurso del seminario sobre Los cuatro conceptos de psicoanálisis, luego lo escribe de un modo similar en sus “Escritos” [17] y no vuelve a hablar del tema. La importancia del factor letal radica por un lado en la inclusión de un elemento matemático, el de factor como operador inminentemente modificador situacional; y letal, no en el sentido de muerte o de matar, sino como lo que ocasiona, desenlaza en muerte aún directa, o indirectamente. De modo que al hablar de vel de alienación estamos introduciendo un factor que va a ocasionar muerte, que va a provocar muerte, pérdida, falta de objeto. Dolor a duelar o no, la pérdida es forzosa.
Acaso este proceso estructural nos brinde una hipótesis para la situación Sophie: una elección en donde hay reunión de pulsión de vida y muerte, momento de Terror del factor letal. Quizá la elección narcisística sea la respuesta a la proposición que se deflexiona por la alternativa: la muerte o el falo; vida o castración. El resorte que puede comandar la elección narcisística, no podría ser sin consecuencias, como ninguna elección de esta naturaleza paradojal lo es.
Es lo que introduce aquí el tema de la pérdida, no sólo tiene que decidir quedarse con un hijo, sino que pierde el otro. En la reunión de conjuntos de este tipo se impone la elección entre sus términos para eliminar uno de ellos, siempre el mismo sea cual sea esa elección será: el niño sin la niña. O la niña sin el niño.
Luego, las cosas no pueden quedar en que salvó a uno, porque es la misma lógica que ha condenado al otro. Se trata en la situación de que condene a uno por su preferencia al otro. Eligiendo –prefiriendo– a uno selecciona al otro para la muerte. Esta es la jugada alienante de Niemand.
Pero este es ya otro momento, es aquí donde introducimos el circuito de responsabilidad. La interpelación señalará inevitablemente al momento en que salva al niño, resignificándolo como de condena a la niña. ¿Cómo no sería culpable de esto? Es imposible sacarla de ahí. Es la retroacción que fuerza la interpelación subjetiva y que obliga a volver sobre la acción de elegir. El azar la puso frente a la misma y ahora retorna sobre la pérdida. Es cierto que no podía sino salvar a uno y condenar a otro, pero luego lo simbólico le exige responder por la condena de la niña. Y responde sintiéndose culpable de elegir la muerte para la niña. La culpa se convierte así en un bien que conjura la determinación inconsciente de la elección –sea cual fuere la causa–; esa es la decisión.
Texto publicado originalmente en Aesthethika, Revista internacional de estudio e investigación interdisciplinaria sobre subjetividad, política y arte, Vol 6, N°1, Septiembre 2010, pp. 69-80