Con el estilo inconfundible de su autor, Ray Bradbury, El niño del mañana [1] presenta un futuro, no del todo distópico, en el que ciertas acciones humanas y algunos fenómenos de la naturaleza han sido suplantados por máquinas. El relato está ambientado en un mundo futuro, ordenado, planificado, previsible, escenario en el que se nos presenta la vida de una pareja a la que, tras una falla en la máquina de partos, da a luz un hijo de peculiares características.
En una escena previa que tiene lugar en la sala de espera de la maternidad, se muestra que la máquina expendedora de café, que responde a órdenes verbales, entrega un pedido equivocado, y luego se disculpa “Perdón ha sido mi error”. Se trata por lo tanto de un futuro ordenado, pero no infalible.
Tenemos entonces la falla de una máquina de partos, que produce una singularidad como Py, nombre con el que la madre bautizará a su criatura. Más allá del relato [2] también existe una versión televisiva, que es a su vez filmación de una puesta teatral. Se trata de una serie realizada en 1982 a la que el paso de los años le ha impreso su marca; ello se advierte en los efectos especiales, hoy superados en realismo y espectacularidad, que le dan un toque bizarro, que tal vez, sea parte de su encanto. Para quienes leímos el cuento antes de ver la serie, resultaba un enigma cómo resolverían los realizadores el aspecto, la peculiaridad de la forma de debía adoptar este “niño del mañana”. Solo consignaré que versión escrita y televisiva, caminan en paralelo, palmo a palmo. Tanto una como otra, resultan elocuentes y son una excelente excusa para analizar el impacto psíquico que produce el nacimiento de un/a hijx que se nombra en su diferencia.
La metáfora –exagerada– de la pirámide azul, ayuda a analizar la sensación que produce aquello ajeno/desconocido nacido de lo conocido. Echa luz sobre texturas y contornos que difícilmente puedan enunciarse en lo teórico y permite su fecunda lectura. La metáfora fuerza el límite: ya en el texto, ya en la imagen aparecen los pliegues del conflicto, lo incontable de lo trágico. Sin embargo, aún se mantiene una tensión por aquello que “queda elidido de las palabras”. [3]
La conmoción, nos traspasa, nos atraviesa y a la vez nos pone en eco a la desconcertante descripción del proceso que transitan Poly y Horn, devenidos padres de una rareza inconmensurable. Estos desgarradores intentos que ambos realizan para entender las peculiaridades de Py, en cierto modo producen un efecto transferencial de empatía con los procesos que transitan tantxs de esxs otrxs progenitores. Sólo al final de la historia -y acaso al concluir la lectura del presente escrito-, la conmoción trasmuta en una acción trascendente.
Casi se nos impone, entonces, examinar las particularidades de vinculación de los padres, del mismo modo que preguntarnos por las modalidades que asume la implicación en las prácticas profesionales con niñxs consideradxs diferentes.
A pesar de que hace ya muchos años que se trabaja la temática de las diferencias, en el sentido común aún persisten concepciones relacionadas con la monstruosidad cuando aquello que le sucede al sujeto se manifiesta también en el cuerpo, afectando su forma. El Síndrome de Down es el mejor ejemplo. Por ello aún parece necesario insistir en visibilizar de qué manera adultos, docentes, profesionales de la educación y agentes psicoeducativos pensamos a lxs niñxs, en particular a quienes son catalogados y nominados como diferentes.
Esas búsquedas de nombres/diagnósticos y estadísticas sobre aquellos que incomodan la línea de encuadre categorial, aquellos cuerpos fuera de las categorías, que a su vez dialécticamente parece dejarlos fuera de todo proceso identitario. Al decir de Delegny [4] nos traen el desencuadre de la figura del sujeto.
Soñar un/a hijx, ADN de nuestros ADNs, imaginarlo desde antes del nacimiento, otorgarle un rostro posible, suponerle un modo de ser, elegir para él o ella un nombre, hacer una prospectiva de sus posibilidades a futuro, darle corporeidad: son todas expresiones de la atribución [5], es esta la manera de subjetivarlx que los progenitorxs tenemos. Complementariamente, pensar niñxs sujetos de nuestra práctica profesional, es contribuir a su proceso de subjetivación. Este delicado proceso siempre entrama, enlaza lo negado, lo real, lo imaginario y lo consciente. ¿Es posible, entonces, pensar un/a hijx al que le falte algo, inarmónico, desparejo, no regular? La respuesta es contundente: no.
No es posible, ya que al percibir lo desparejo, irregular o disruptivo, se producen ilimitados procesos de encubrimiento, negación, frustración, menosprecio, sobreprotección. Imposible pensar las diferencias –con unx mismx– cuando se trata de nuetrx propix hijx. Así, los sentimientos se ven afectados por otras conmociones. Entre afectos y desafectos se cristalizan actitudes laberínticas que envuelven a esx niñx: enmendarlo, remediarlo protegerlo, negarlo, rechazarlo; aun apartarse, rechazarse. Tal ambivalencia se produce en todo acto de crianza de la progenie, pero encarna dramáticas contradicciones en los casos de niñxs consideradxs (vistxs) como pirámides azules.
En ese derrotero de pasiones, padres, madres y profesionales, en busca de un diagnóstico preciso seguro o definitivo, subvierten al sujeto en objeto. Búsqueda siempre errática, el camino es a la vez de desesperación o esperanza, hay en él temor, desaliento, ilusiones, estos trascendentes lazos invisibles son constitutivos de la trama del proceso de subjetivación.
El arte es un viaje destinado a conmover. La conmoción, en este caso, nos traspasa por la descripción del ambivalente proceso que transitan Poly y Horn, devenidos progenitorxs de una rareza. Y como dijimos antes, los dolorosos intentos que ambos realizan para entender las peculiaridades de Py resultan inquietantes. Y efectivamente, será al concluir la lectura, del relato y del escrito, que esa conmoción trasmute en un acto la trascienda.
Un concepto mutante
El concepto de discapacidad, que ha sido analizado por la humanidad a través de varias disciplinas: las ciencias médicas, la filosofía, las ciencias de la educación, la psicología, la sociología, las ciencias jurídicas entre otras, han intentado dar respuestas y a su vez formular nuevas preguntas acerca de los alcances del término. Afortunadamente este concepto, como tantos, muta de significación con el devenir de la historia o con los usos y costumbres, que los nuevos modos de estar en el mundo le imprimen. La concepción de discapacidad cambia, muta, se transforma sin embargo la restricción que produce esta manera de denominar puede ser inmodificable.
¿Será la discapacidad algo relativo a las marcas del sujeto o es una construcción social? La dicotomía no es tal: las restricciones físicas o psíquicas se convierten en discapacidades en virtud del contexto donde se encuentran y en relación a las herramientas culturales existentes en el contexto temporal en que se inscriben. Lo individual y lo social, mancomunados de manera indisoluble y en interacción permanente, hacen de las marcas en el cuerpo un signo de la diferencia.
Como agentes sociales, asistimos, consentimos y colaboramos en la construcción histórica de las restricciones (mentales, motrices, sensoriales, psíquicas) en tanto que debilidad mental, retraso senso-motriz, sordera, ceguera involucran elementos físicos y se refieren a propiedades naturales; [6] La llamada discapacidad, en cambio, “se trata de un constructo social, que no puede ser reducido a las características biológicas de los individuos. Existen rasgos del mundo que son propios, por ejemplo, lo biológico, y otros rasgos que son materia de reglas, de cultura y de sociedad”. [7]
El arte como complemento de lo teórico
“…Eeyore comenzó Terapia Ocupacional, su tarea consiste en colocar palitos chinos en un envase de papel. Al llegar a su casa extiende los palitos sobre la alfombra y procede lenta y laboriosamente a enfundarlos en sus envoltorios de papel. Pero no antes de examinarlos de cerca. Cuando descubría uno roto o partido, exclamaba, lamentándose: - Demasiado malo! ¡Este palillo es una pieza para desechar! Y lo llevaba a la cocina donde lo sepultaba respetuosamente en la basura. [8]
Kenzaburo, Oé “Despertad Oh jóvenes de la nueva era”. Capítulo IV.
Para complementar lo teórico, en ocasiones el arte colabora dando nuevas formas a lo ya conocido. En su novela autobiográfica Oé, K relata su experiencia como padre de un joven que nació con una afección que le produce una minusvalía. El relato, más allá de acercarnos a la perspectiva de los padres frente a la llamada discapacidad de su hijx, promueve una posición hacia comprender las marcas subjetivas de una denominación que pone al sujeto que la porta en inferioridad respecto de otrxs. En el fragmento que hace de acápite, es el propio Eeyore (el joven con restricciones) quien nos permite dimensionar a través de un acto simbólico la crueldad de las nominaciones desvalorizantes y de las marcas visibles e indelebles que dejan en la subjetividad. Por otra parte, la novela nos permite pensar un mundo donde la restricción del sujeto no se convierta en una discapacidad social, de allí el sugestivo título como un clamor a las nuevas generaciones en pos de modificar la conceptualización sobre la llamada discapacidad.
Tal vez podamos propender a construir un cuerpo social cuyas reglas y distribución de funciones no convirtiera en discapacidad una restricción física.
Las escenas en las que Poly y Horn toman conocimiento de las peculiaridades de su hijo nos ponen sintónicos con la marca-nota- disonante que les produce la novedad.
La metáfora se multiplica y asume nuevos significados, la diferencia entre los padres y el hijo es de forma, de color y de cantidades. ¿Y si naciera así? No una sutil diferencia con lo esperable, ¿Si la diferencia fuera dimensionalmente otra?
La certeza, innegable en el momento del nacimiento, inscribe una huella más subterránea que la sospecha o incertidumbre que acompaña toda etapa prenatal o perinatal. Se establecen mecanismos desarticulados sobre los modos de cuidado y crianza. [9] Acompaña el proceso cierta incertidumbre de modelos o modos de crianza, la ignorancia acerca de las posibilidades de reacción de lxs niñxs, y las inevitables preguntas: hasta dónde entiende. Hasta dónde puede. Qué puede. Algo de lo extraño y lo extranjero (xenos), trae la pregunta y sacude el dogmatismo. [10]
Serie y cuento ofrecen pistas suficientes para desandar las fronteras vaporosas del dolor, la perplejidad y de lo dilemático que resulta toda acción sobre lxs niñxs vistos como pirámides azules. Ayudan a pensar el proceso de la constitución subjetiva, resultado de aquello que se produce a través del contacto físico, la significación de los actos y reacciones de lxs niñxs, las regularidades concernientes a los momentos de sueño y de vigilia, los horarios de comida y el lenguaje como mediatizador de las acciones.
Desde una perspectiva histórica se aprecia cómo una misma estructura genética tiene variaciones en su significación social. Durante años, lxs niñxs con estructura genética Trisomía del par XXI” (Síndrome de Down) fueron víctimas de pétreos estigmas: vestidxs de manera casi idéntica, igualadxs tanto en el corte de cabello como en la exclusión del contexto social, fue común también su reclusión lejos del entorno familiar. Los considerados retrasos en las adquisiciones eran vistos exclusivamente a la luz de la etiología genética y la dimensión social de los intercambios necesarios para el desarrollo infantil no era considerada como inherente al desarrollo. Desde ese entramado de representaciones y significaciones, padres, maestros y psicólogos proponían que los procesos de aprendizaje desarrollaran su juego en el marco de la escolaridad especial, necesaria, y paradójicamente discriminatoria.
Lógicamente, plantear el conocimiento escolar como algo que está a disposición y sólo hay que tomarlo, que quien no lo toma es porque no puede, abre una pregunta emparentada con lo educativo escolar: ¿De qué manera el sujeto marcado de esta manera indeleble [11] entrará en relación con los objetos de conocimiento?
El cuento de Bradbury permite vislumbrar una posibilidad de ruptura paradigmática: La desesperación como desesperanza marca los afectos de tal modo que se requiere una urgente determinación: crear códigos comunes, que acerquen, acorten la brecha. Parece el momento de una decisión trascendental. Atravesar vaya a saber qué límites temporales y espaciales, hacer ruptura de quién sabe qué códigos y sumergirse en otra dimensión: la de cada hijx, la del sujeto. La dimensión de niñx.
Referencias
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Film: Tomorrow Child. Versión para la televisión: http://www.imdb.com/title/tt0088591/episodes Bradbury Theater. Se proyectó en tres episodios en 1982.