“a mujer fría, diría el nuevo proverbio, marido refrigerado”
Jacques Lacan [1]
Algunos como Jacques Alain Miller afirman que vivimos en el siglo de la feminización del mundo. Razones no les faltan, si bien aún se mantienen las denominadas desigualdades de género, el avance femenino en las últimas décadas es arrollador. Ya casi no hay campos de la actividad humana en que la mujer no haya incursionado con éxito. Sin embargo, la tesis de la feminización del mundo merece una lectura allende la mera cuestión de los géneros, esto es: la bipartición que impone el sexo biológico. En efecto, desde el punto de vista psicoanalítico, femenino y masculino suponen dos campos que no se restringen a los parámetros que indica la anatomía, sino a la posición subjetiva frente a la inconsistencia esencial que distingue al ser hablante. Eso que los psicoanalistas llamamos: castración.
Necesario, posible, contingente, imposible
A partir de la excepción lógica que Freud trazó en su tesis de Totem y Tabú, Lacan elaboró las denominadas fórmulas de la sexuación, un complejo esquema de matemas cuya exégesis trasciende por largo los propósitos de este escrito, pero que sin embargo nos basta para señalar un punto clave, cuando de avizorar las trazas de la actual subjetividad se trata. En efecto, aquella excepción encarnada por el padre de la horda no es más que la plasmación -con forma de mito- de una fantasía común a los seres hablantes: a saber: ella/él puede, en cambio yo no. Se trata de la archisabida impotencia que padece el neurótico, motivo de infinidad de consultas que la singularidad de cada sujeto actualiza a su manera en ese conflicto con la ley que, sin embargo, nos brinda una identidad y un lugar bajo la tutela del padre imaginario que todo lo puede. Por algo, “Dios es inconciente”, decía Lacan. Inconciente y necesario para conformar un mundo y una realidad posibles.
Este campo, en el que habitan hombres y mujeres, es sin embargo, dominio del campo macho en virtud de que la bipartición freudiana fálico/castrado deja a la mujer sin universal que la represente. Hay El Hombre, luego hay mujeres, cada uno única en su singularidad.
Pregunta crucial: ¿Cómo distinguir el campo de lo femenino, entonces? Lacan señala dos alternativas, la lisa y llana negación de la excepción (de la castración, o sea) , y por otro: la vía del No Todo fálico, ese rasgo propiamente femenino que hace de la mujer un enigma al que los poetas le cantan por encarnar, en un mismo acorde, la muerte y la belleza, la vida y el dolor, el deseo y el goce. No por nada, Gelman decía: “y tu cuerpo era el único país en el que me derrotaban”. Así, el advenimiento de lo propiamente femenino es contingente, tal como suele presentarse el amor entre dos personas, basta que el cálculo, el miedo, o el ansia de seguridad asomen su nariz en la escena, para que esa Una mujer –fugaz e inaprensible- se retire. Para decirlo todo: lo propiamente femenino es la contingencia.
Ahora bien, la conjunción de la ciencia con el empuje de la última etapa del capitalismo alimenta la dimensión de lo imposible, es decir: el sujeto dueño de sí satisfecho con sus goces y que no necesita a nadie. No en vano, algunos mentan un “individualismo de masas” ( Sloterdijk) y otros -como Alain Ehrenberg- hablan de “La Fatiga de ser uno mismo” [2] para describir los efectos de este orden que amenaza el lazo social. Si el neurótico padece de impotencia, el in-dividuo del consumo transita la locura –que no es psicosis- de estar sujeto a sus caprichos. No hay excepción ni norma que limite su demanda. Se trata de la cara más abominable de la feminización del mundo. Quizás un personaje de televisión nos ayude al abordar este loco empuje en el campo de las neoparentalidades
Violencia Rivas quiere ser mamá [3]
Las nuevas formas de procreación que la ciencia pone a disposición de las personas nos enfrentan a encrucijadas éticas cuya complejidad no admite respuestas unívocas sino, antes bien, una disposición abierta a la novedad y la escucha. Es que en pocos años se han subvertido ciertos enclaves sobre los cuales, para bien o para mal, se asentaba todo el ordenamiento de la sociedad y la familia.
Por ejemplo, aquel viejo adagio que la humanidad había sostenido desde siempre para hacer frente al dilema de la identidad –padre incierto, madre certísima-, hoy ha pasado a ocupar un lugar en el desván de los trastos viejos: un niño, por ejemplo, puede llegar al mundo como resultado de la inseminación de un óvulo cuyo origen no coincide con el del útero que lo alberga. Tal es el caso de las denominadas madres/abuelas, mujeres que, si bien ya no menstrúan, acceden a la maternidad mediante la inseminación de óvulos donados, aunque previamente fecundados con espermatozoides de su propio marido.
Por otra parte, hace ya varias décadas Lacan hablaba del “padre refrigerado” al citar el caso de una mujer que se inseminaba óvulos fecundados con espermatozoides de su amado marido muerto. El propósito de aquel comentario consistía en destacar “que la noción real del padre no se confunde en ningún caso con el de su fecundidad” [4]: el padre es una función que se ejerce a través de un semblante cuya eficacia simbólica produce consecuencias en lo real.
Es que desde la perspectiva ética que orienta la práctica del psicoanálisis, está claro que el sujeto se constituye a partir del deseo del Otro y que, por ende, más allá del método elegido para concebir un niño, será en definitiva este compromiso el que aloje y constituya al ser por venir. De lo que se trata es de discernir quiénes están comprendidos en ese Otro que desea.
Porque, si bien hasta no hace mucho tiempo el privilegio le correspondía a la mujer cuyo cuerpo era sede para la concepción de esa criatura, hoy no siempre es así En efecto, en el caso de los embriones crio conservados -sobrantes de un tratamiento in Vitro- ya no cuenta el cuerpo de una mujer: la composición relativa de ese Otro deseante se ha modificado; cuestión que, por lo menos, amerita un debate serio y despojado de la influencia de verdades dogmáticas. En efecto, ahora que hombre y mujer ocupan la misma posición ante ese óvulo fecundado de manera extra corporal, se impone una pregunta: ¿qué hacer frente a cualquier desavenencia respecto al deseo de ser papá o mamá?
Por ejemplo: después de tener un hijo por inseminación de un óvulo fecundado in Vitro una pareja se divorcia y, con los óvulos sobrantes (siempre se fecundan varios por si una primera inseminación fracasa), uno de los miembros de la ex pareja quiere tener un nuevo hijo en tanto que el otro se niega.
Un reciente fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones resolvió esta disyuntiva -de manera por lo menos discutible-, al otorgarle a una mujer separada el derecho a disponer de unos óvulos sobrantes de un tratamiento anterior exitoso, con el fin de concebir un nuevo hijo sin contar con el aval del varón –el ex marido- que oportunamente colaborara en la fecundación.
Si bien admitieron la existencia de sustanciales vacíos legales, las juezas a cargo del caso fundamentaron el fallo en el hecho de que nuestra Constitución otorga el estatus de persona al óvulo fecundado, a pesar de que el Código Civil detalla que la fecundación debe ser en el cuerpo materno. Es curioso, los mismos argumentos que se oponen al inalienable derecho que asiste a las mujeres embarazadas para disponer y decidir sobre su cuerpo, ahora se utilizan para defender a rajatabla la libre disposición de esos óvulos sobrantes congelados
Está claro que la perspectiva que anima a esta posición tan extrema poco tiene que ver con el respeto a la mujer sino con un fundamentalismo cuyo axioma descansa en el sometimiento a un dogma. Como todo resultado, se le impone a una persona que sea padre por la fuerza ¿Qué clase de violencia opera en este caso?
Violencia Rivas es un desopilante y preclaro personaje que encarna el actor cómico Diego Capusotto. Se trata de una mujer cuyo discurso –entre cínico, desengañado y procaz- no deja un solo ideal, creencia o afecto en pie. Siempre con un whisky en la mano, como la imagen viva de la desmesura, Violencia desenmascara, mediante el procedimiento de citar con todo impudor algunas verdades puntuales, las ficciones que articulan la escena social: el amor, las ilusiones, la buena fe, las convenciones.
Su desquiciada vocación por la Verdad destruye toda posibilidad de encuentro con el otro. Se trata de una violencia que atenta contra los semblantes que articulan el lazo social. Incluso aquellos que sostienen los credos y la fe religiosa.
Esta posición dogmática y fetichista que no escucha ni considera el deseo de las personas respecto a ser papá o mamá se parece a Violencia Rivas: un oscuro rostro de la feminización del mundo.