La compasión por los animales se presenta como un fenómeno empírico del alma humana. Este hecho ha sido expresado, entre otros, por el poeta y filósofo Herder en sus Ideas sobre la humanidad a lo largo de la historia [Ideen zur Geschichte der Menschheit]. El hecho de que este fenómeno se encuentre más o menos presente en un alma humana, también lo asume el Código Penal Alemán cuando expresa en el párrafo 360(13) que la crueldad hacia los animales es una ofensa pública. Excepciones, por supuesto que las hay, pero éstas no pueden cambiar la verdad de tal observación psicológica, al igual que la existencia de personas ciegas se puede usar para argumentar que la capacidad de ver no es una parte esencial de los seres humanos. Tal compasión es ahora el motivo central de la idea de protección animal [Tierschutz]. Por lo tanto no calcula si uno obtiene o no algún beneficio de ella; por ejemplo, Richard Wagner en una carta abierta a Ernst von Weber, bajo la influencia de Schopenhauer, argumenta: [über das Fundament der Moral] “Todo aquel que se indigne ante el sufrimiento de un animal, está motivado por la compasión, y aquel que trabaje con otros en conjunto protegiendo a los animales, lo hace de manera similar también por compasión y no para sacar provecho de ello.”
Y si alguien no aceptara la condición natural de la Ética Animal - como uno la puede llamar, siguiendo a Brenzinger, quien fue el primero en publicar una Ética Científica para Animales [Tierethik] desde una posición ético – legal - no puede, sin embargo, suprimir la cuestión acerca de la relación entre la protección de los animales, por un lado, y la ética, por el otro, para dar respuesta a semejante pregunta. En otras palabras, ¿cuáles son las consecuencias de nuestra relación con nuestros semejantes, los humanos, cuando extendemos nuestra obligación moral más allá,hacia los animales? ¿Acaso no debemos temer dejar de lado nuestra toma de conciencia de la miseria de los animales en relación a los seres humanos? El filósofo Eduard von Hartmann, quien por supuesto no es hostil con los animales, cuestiona eso en su artículo ‘Nuestra Relación con los Animales’ [Unsere Stellung zu den Tieren]. Da el ejemplo de una solterona que alimenta con carne y caramelos a su perro faldero mientras permite que sus empleados sufran hambre. Él también encuentra amor hacia los animales entre amargos misántropos, jueces fríos y crueles hacia los héroes y revolucionarios. A la par que existen esos casos, los argumentos de Hartmann apuntan sólo al falso amor hacia los animales.. Esta clase de amor falso también puede usarse con los seres humanos. Se manifiesta en un desagradable mimoseo, en preferencias injustificables o nepotismo[Vetternwirtschaft], y desgraciadamente, de otro tipo ampliamente difundido. Pero si semejante falso amor hacia las personas, no es un buen argumento contra la ética, tampoco el ocasional falso amor hacia los animales, justifica no protegerlos.
La cuestión central es la siguiente: si tenemos un corazón compasivo hacia los animales, entonces, no reprimiremos nuestra compasión y nuestra ayuda hacia los seres humanos que sufren. Si el amor de alguien es lo suficientemente grande como para ir más allá de los límites de los humanos solamente y ver la santidad aún en las criaturas más miserables, él o ella también encontrará esta santidad en los seres humanos más pobres y en los más insignificantes, los elevará y no los reducirá a una clase social, a un grupo de interés, un partido u otras formas particulares. . Por otro lado, una crueldad sin sentido hacia los animales da cuenta de un carácter poco refinado, el cual puede llegar a ser peligroso hacia el medio humano también. Entre otros pensadores, el filósofo Kant ha insinuado que este hecho es expresamente de gran importancia para la ética social, cuando en ‘Meta physische Anfangsgründe der Tugendlehre’ sostiene que tratar con cuidado y compasión a los animales es una obligación humana hacia uno mismo. La palabra del conde León Tolstoi: ‘Hay un solo paso entre matar animales y matar personas’, podría ser extremadamente fuerte; pero su posición no es otra cosa que el concepto ya desarrollado por Kant.
Sin embargo, sólo la protección animal es efectiva y exitosa cuando se la conoce lo suficiente, o al menos se comprende su naturaleza. El motivo es que sólo podemos proteger a los animales cuando conocemos de alguna manera sus propiedades fisiológicas y psicológicas, y sus condiciones de vida. Por lo tanto, uno de los objetivos principales del movimiento de protección animal es promocionar ese conocimiento, y mejorar la comprensión que tenemos de la naturaleza, promoviendo una toma de conciencia, ampliándola y profundizándola. Semejante interés por la naturaleza no se limitará a los animales, sino se extenderá a las plantas. y (lo que es más importante dentro en este contexto) también hacia los seres humanos.. Si tal objetivo fuera alcanzado aunque sea de manera parcial, podemos esperar, con certeza, una influencia positiva sobre los humanos y su forma de vida. Esto naturalmente, en una actitud normal saludable, que no tiene nada que ver con una vida ilimitada de impulsos sobreexcitados y por lo tanto no naturales. Los cuales, con bastante frecuencia y de manera equivocada, se consideran naturales. El hecho de que esta promoción del conocimiento y del entendimiento de la naturaleza y, por supuesto, del amor verdadero por la naturaleza, tenga también un efecto positivo en la ética sexual no necesita ser demostrado de manera adicional.
Si se comprende que una protección animal comprendida y llevada a cabo de manera correcta funciona de manera positiva en el tema de la ética, entonces, también es verdad que posee un valor en la educación pública y en el conocimiento, lo cual no puede ser subestimado. Por otro lado, todo aquel que ejerza un rol activo en la protección de los animales, apoyará tanto como sea posible actividades éticas generales, las cuales, así como fueron mencionadas, no pueden ignorarse o acallarse.
Una relación cercana entre la protección de los animales y la ética está finalmente basada en que no sólo tenemos obligaciones hacia nuestros semejantes, sino también hacia los animales, incluso aun hacia las plantas –en síntesis: hacia toda forma de vida. Es esto lo que nos permite hablar por lo tanto de una “Bio-Ética”.
La Bio-Ética no es por lo tanto una idea de los tiempos modernos. Ya Montaignefue el primer francés – hasta ahora el primer representante de los sentimientos en la clase media moderna – quien se atrevió a entender que todos los seres vivos tienen el derecho de ser tratados en base a principios éticos: debemos justicia a los humanos, benevolencia y compasión hacia todas las otras criaturas quienes se beneficiarán con ello, como lo expuso en sus escritos de 1588. - Precisamente en el mismo sentido, Herder espera que los humanos sigan el ejemplo de Dios, quien transforma con sentimiento a toda criatura humana y demuestra una empatía con ella tanto como ello sea posible. Él incluye en esto, de manera expresa a las plantas, el teólogo Schleiermacher y el filósofo K. Chr. F. Krause así lo destacan. El primero, en su “Philosophische Ethik”, declara que es inmoral destruir la vida y formas de vida, donde sea que se encuentren, incluyendo a los animales y a las plantas, sin una causa razonable que se asocie con tal acto. El segundo, un contemporáneo de Scheliermacher, solicita en su “Rechtsphilosophie” que toda criatura viviente sea tratada como tal que no sea destruida sin razón; porque ellos todos, plantas y animales, como también los seres humanos se encuentran en un mismo nivel [gleichberechtigt]. Naturalmente no de manera idéntica, ya que cada uno realiza una manera de existencia para alcanzar su destino. Así lo leemos en “Abriss der Philosophie des Rechts” escrito por Krause. – Una nota en el diario del poeta Hebbel nos recuerda sobre la intuición de Herder, según la cual no sólo los seres humanos sino que también todo lo que tiene vida y se mueve [was lebt und webt] ve una luz divina inescrutable que sólo se puede alcanzar por medio del amor.
Se debe mencionar en este contexto, que uno ha tratado de apoyar al pensamiento bioético mediante argumentos biológicos y biopsicológicos, logrando un cierto éxito en ello.
En primer término, puede parecer una utopía darse cuenta de tales obligaciones morales hacia todas las entidades vivas. Sin embargo, no podemos pasar por alto que tales obligaciones morales, en la práctica, se encuentran determinadas por sus “necesidades” [Bedürfnisse] (Herder), y su “destino” [Bestimmung] (Krause). Por lo tanto, la necesidad de los animales parece ser menor en cantidad y menos complicada en contenido que aquella de los seres humanos. Esto es aún más cierto para las plantas, con lo cual las obligaciones morales prácticas, que ya se encuentran presentes hacia los animales crean menores dificultades. Además, tenemos que tener en cuenta el principio de la lucha por la vida y la existencia, un principio que de alguna manera también modifica nuestras obligaciones hacia nuestros semejantes los seres humanos, aún si no nos sintiésemos contentos con ello. Toda nuestra vida y actividad política, en los negocios, en administración, en laboratorios, en talleres, en el campo, es –como Naumann lo ha subrayado- no suele enfocarse en el amor en primer lugar, sino en la lucha con algún competidor. No lo reconocemos con frecuencia, y es legítimo, siempre y cuando tal lucha sea sin odio y de manera abierta y legalmente aceptada. Así como no podemos evitar la lucha con nuestros semejantes, los seres humanos, tampoco podemos evitar la lucha por la supervivencia [Kampf ums Dasein] con otros seres vivos. Sin embargo, ni en el primer caso ni en el segundo, perderemos la idea de obligación moral como principio. Los párrafos sobre las leyes de protección animal en los códigos penales de países civilizados y las actividades de las sociedades de protección animal dan testimonio sobre la manera cómo la protección animal ha devenido práctica. En el campo de la ética de las plantas, nuestra intuición nos lleva a no destruir plantas de manera indiscriminada o cortar flores sólo con el fin de arrojarlas luego negligentemente. Esto también se verifica cuando rechazamos actos insensatos de destrucción por parte de aquéllos que destruyen las coronas de jóvenes árboles a lo largo de una ruta o en un bosque.
De todo esto se concluye a modo de guía para nuestros actos morales el imperativo bio-ético: ¡Respeta todo ser viviente, incluyendo a los animales, como un fin en sí mismo, y trátalos, de ser posible, como tales! Y si alguien no aceptara la validez de este principio, en lo que respecta a los animales y a las plantas, entonces uno debe de todas maneras obedecerlo en reconocimiento de la obligación moral hacia los seres humanos.