El tema del que voy a hablar me resulta por demás atractivo, ya que toca todos los ámbitos de la vida; hablaré de algo que para mí es muy complejo: la responsabilidad del sujeto frente a su propio acto. Para ello elegí un tema que toca la veta de lo cotidiano: el aborto.
¿Qué es un acto? Un acto implica una decisión tomada por fuera de los otros, sin los otros. Implica una decisión por fuera de lo moral –del bien y del mal–, una decisión –esto quizá los sorprenda– por fuera de la ley. Una decisión por fuera del temor y de la temeridad, ya que cuando alguien es temerario se precipita a una acción no calculando sus riesgos. Un acto supone una decisión de alguien que no se retrasa, que no se precipita, que no se calcula y que no espera. En consecuencia, un acto es una decisión y no una acción.
No es una acción moral, ni legal –aunque en general se piensa un acto en acción–, ni jurídica, ni histérica ni obsesiva. Un acto implica una decisión sin socios –igual que en la muerte, ya que no hay socios para la muerte.
Implica algo que no es la muerte y ante lo cual, sin embargo, uno está solo, sin socios del pasado, o sea, más allá del síntoma, entendiendo el síntoma como aquel momento del pasado que da al sujeto una pertenencia, una identidad.
Una decisión sin socios del presente, es decir, una decisión más allá de la política; no es una decisión respecto de un acuerdo, de un consenso político. Y también es una decisión sin socios del futuro, más allá de aquel fantasma que uno recrea para imaginar lo por venir.
Un fantasma es eso, en general es ruidoso, es algo que uno imagina cuando imagina lo peor y cada uno tiene una forma de imaginar lo peor, aunque a veces hay formas comunes. Entonces, un acto es una decisión más allá del síntoma, más allá de un acuerdo político y más allá de aquello por venir.
Un acto implica una decisión que tiene consecuencias para quien lo produce y también para los otros. Pero para los otros, mi acto constituye una acción. Lo que los otros ven en la dimensión de mi acto es una acción, por eso nadie puede juzgar a otro por su acto, pero sí por sus acciones.
Hay una película, o miles de películas que llevan un extraño nombre y tienen diversas consecuencias. El título es "el aborto". A veces el aborto es una decisión, a veces es una conmoción, a veces es una transgresión, a veces es una elección, a veces es una obligación, o un terror, o un error.
En consecuencia, si lo pensamos desde la dimensión del sujeto, sería muy difícil decidir sobre el aborto. Lo que es un hecho es que hay aborto para la mujer. Pero podríamos preguntarnos ¿no hay aborto para el hombre? Efectivamente, el aborto no es un hecho para un hombre, pero si lo pensamos a nivel acontecimiento, sí lo es.
No a nivel corporal, porque se realiza sobre el cuerpo de la mujer, pero a nivel del cuerpo pulsional –de un hombre o de una mujer–, un embarazo es interrumpido para ambos. El hombre puede eludir al cirujano, al juez, incluso hasta puede eludir su moral. Pero lo hará siempre a condición de engañarse, de dormir en los signos de un guion ajeno.
Vamos a tomar este tema del aborto no sólo por lo inmemorial de su existencia, sino porque el tema nos permitirá ejemplificar el concepto de responsabilidad.
Para despejar este campo, comenzaré por explicarles qué es lo que no es un acto a nivel responsabilidad del sujeto. No lo consideraré desde el campo moral –no vamos a considerar si el aborto está bien o si está mal, si es bueno o si es malo para alguien. Voy a definir la moral como la pertinencia de la conducta de un hombre con respecto a otros hombres. Es temporal, está inscripta en una época histórica y geográfica –si me permiten la expresión–. Es inherente. Es condición necesaria para que haya un lazo social posible entre la gente, porque la moral permite que haya signos y ellos son los que nos permiten hacer lazo social, unos con otros. La moral se sostiene del ideal del yo dominante en una época. El vestido, el sexo, el aborto, las costumbres, la moral se transmite –como el superyo– por la voz de los padres, se hereda naturalmente con la lengua con la cual uno se constituye como ser hablante. Con eso que me hablan me constituyo en ser hablante, y eso que me hablan va a constituir mi superyó.
La decisión en el campo moral calcula los pros y los contra, las ventajas y las desventajas, como cualquier decisión que uno toma habitualmente. Toma los consejos y las críticas. Es decir, la decisión en un campo moral se juega en la herencia y hace a la pertenencia. Porque la responsabilidad por una decisión moral se reduce a ser amado o no por los otros significativos de un sujeto. Si alguien toma una decisión en términos morales, la consecuencia de esa decisión es ser amado u odiado.
En el niño, sus decisiones morales se reparten entre la culpa y el castigo como pérdida de amor. Un niño va asumiendo una moralidad con relación a sus decisiones, con relación a lo que Freud nos enseñara con respecto a la crianza, la culpa y el castigo, con respecto a la pérdida del amor. En un adolescente, en ese gran teatro donde los valores aún no comercian con su puesta a prueba, allí la decisión o la determinación moral, también se juega con relación a la pérdida o no del amor –con todo lo que ello implica, el dinero, las salidas, en fin, todas las formas de manifestación del amor de los padres de un adolescente.
En el campo de la decisión moral, el adulto ya es poseedor de las claves para tener un secreto. Entonces su decisión se dirime entre el engaño y la confesión.
En consecuencia, no vamos a considerar el aborto desde su aspecto moral.
Tampoco desde el aspecto jurídico. O sea, si el aborto es legal, ilegal, punible o no punible. Y entonces voy a definir lo jurídico de este modo: supone una decisión consensuada y por escrito sobre la legalidad o ilegalidad de una práctica. A diferencia de la moral, que no es consensuada, sino que es natural y tiene que ver con la lengua con la que me están hablando, con la cual me están criando.
La legalidad es necesaria para el funcionamiento de los seres humanos y al mismo tiempo es injusta para cada uno de ellos. Es justa para todos. También es temporal, ya que las leyes van cambiando siguiendo los tiempos y las distintas decisiones. También es inherente, forma parte de la posibilidad de lazo social entre la gente. Porque es heredera de la condición moral, ya que es muy difícil que alguien pueda sostenerse en la dimensión de la legalidad si no ha tenido alguna condición moral. Sin la condición moral, la ley es un capricho de quien la inventa.
Esa ley se sostiene de la relación entre el ideal de esa época y la decisión política en esa misma época. Quiere decir que para que una determinada moral se ordene en términos de consenso, en términos de una escritura hay una relación entre el ideal y la política. Entonces, la decisión para un campo legal se ubica gracias a la letra, que es impersonal. No es de nadie; la letra es una escritura y reparte a cada cual lo suyo.
La legalidad castiga desde las verdades que pueden leerse en ellas y no siempre se lee de igual modo la verdad en ella.
La verdad jurídica ordena las acciones de los sujetos desde la voluntad acordada por escrito. Y esa voluntad acordada por escrito es del Estado. Una legalidad sin sujeto o sin Dios –en el mejor sentido–, cuando la ley es demasiado justa excluye la verdad del hombre. ¿Qué implica entonces la responsabilidad en el campo jurídico? La responsabilidad se reduce a ser castigado o absuelto por un delito que el Estado testifica. Y también implica el amor o la pérdida de amor, pero no ya la pérdida del amor de los padres, sino la pérdida del amor del Estado, de la polis, que castiga –cuando castiga– con un estatuto que es siempre igual, que es la condición de paria. Desde la antigüedad hasta ahora y bajo distintas formas, el que es castigado, el que sufre esa pérdida de amor en relación con esa ley escrita y consensuada, es castigado con el retiro de la ciudad –expulsado de la ciudad o encerrado en la cárcel–.
Tampoco voy a considerar la responsabilidad del aborto desde el punto de vista religioso, desde la legalidad de los dioses. Vamos a tomar el mandamiento central del "no matarás". La letra escrita dice eso. Ese mandamiento es inmemorial, porque es un mandamiento que asegura "la palabra" como lazo social entre los hombres. El "no matarás" permite que los hombres hablen. Desde allí, ese "no matarás" tendrá diferencias entre las distintas religiones, la católica, la protestante, la judía, las orientales.
Para introducirnos en lo que sería la clave de este campo religioso podríamos establecer qué quiere decir el "no matarás". ¿Qué podemos leer en ello? En principio, sólo puede matarse lo que vive. Ya que no puede matarse lo que no vive y no puede matarse lo que ha muerto. Ahora bien, matar lo que vive implica especificar desde qué concepto nosotros decimos "vive". Sólo puede matarse lo que vive, pero lo que vive, en tanto incorporado a la vida afectada por la muerte.
Con lo cual estoy postulando que hay la vida no afectada por la muerte. Que hay la muerte, y que entonces habrá una vida afectada por la muerte. El mandamiento "no matarás" se refiere a la vida afectada por la muerte. Voy a tratar de ejemplificarlo. Vamos a suponer que aquí tenemos tres lapiceras de distintos colores y que sabemos son lapiceras. Yo podría decir, esta es una lapicera, esta es otra lapicera, y esta es otra. Podría haber más, y, sin embargo, yo seguiría diciendo lo mismo. Pero, sin embargo, cada una de estas lapiceras es distinta de la otra. Entonces ¿por qué yo las llamo lapiceras a todas? Es que yo tuve que perder primero la materialidad de cada una de ellas para tener este significante, o representación, o idea. De lo contrario, a ésta la hubiéramos llamado verde, a ésta amarilla, a ésta blanca, y no hubieran sido "lapiceras". Para yo poder llamar a las tres "lapiceras" tengo que haber perdido la materialidad de las tres. Llamaré a lo anterior: vida –la existencia misma–.
Cuando yo la llamo "lapicera" pierdo las lapiceras para poder tener una palabra lapicera que las nombre a todas. Voy a llamar a eso muerte, porque necesito en la palabra lapicera prescindir, matar la materialidad, la objetividad de todas esas lapiceras que tenemos entre las manos.
Una vez que yo tengo la palabra lapicera le doy vida a cada una de ellas y las puedo llamar lapicera, lapicera, y lapicera.
Esta vida, en la cual yo ya las puedo llamar "lapiceras", está afectada por la muerte, ya que yo necesitaba hacerlas desaparecer para poder apropiarme de esa representación lapicera para que, estas tres –que siguen estando todo el tiempo– cobren vida para mí. Si no hubiera representación lapicera, las lapiceras vivirían eternamente, serían una pura vida sin muerte, sólo habría transformación.
Es necesaria la muerte de la pura cosa para dar lugar a esa cosa que somos. Esta muerte lleva a la vida –ya que gracias a eso hay lapicera, hay amores, hay odios–. Yo me transformo, envejezco y en algún momento seré abono. Quiere decir que mi existencia no transcurre por la pura vida sin muerte. Soy efecto de la posibilidad y ese es el soporte de mi existencia, es decir, de la vida. Por eso de un hombre queda una tumba y una lápida. Ya que si no quedara, significaría que ese hombre transcurrió sólo por una pura vida sin muerte. Tumba y lápida es la escritura que asegura que no sólo somos ese soporte viviente, sino que somos alguien que nació en tal fecha, etc. Esa escritura –que a tantos les ha sido negada– es la que atestigua que hay una muerte que lleva a la vida.
La "cosa en sí" kantiana es un intento de cernir la pura vida. El hecho de que la pura vida sin muerte esté perdida, no significa que no exista. Porque de repente, la dimensión de la pura vida nos recuerda que es actual, todo el tiempo, sólo que está perdido en "esta vida" que es la que estamos llevando. No olvidemos que hay una muerte que lleva a la vida, y otra que lleva al cementerio.
Entonces, sólo puede matarse lo que vive, pero siempre en tanto lo que vive está incorporado a la vida afectada por la muerte. Es decir, toda esa red de nombres, que es el habla, eso es lo simbólico, eso es la lapicera, el árbol, etc. Lo simbólico es ese cuerpo de representaciones que no es una, pero que permiten una y otra y otra.
Entonces, ¿cuándo vive alguien? Todas las religiones coinciden en que hay vida dentro del cuerpo de la madre. La religión cristiana dice: la vida comienza cuando se unen el óvulo y el espermatozoide. Entonces es como la lapicera: a partir de allí, para los cristianos, eso vive. Por lo tanto, interrumpir eso es atentar contra la vida. Por lo tanto, a partir de ese momento rige el precepto "no matarás". Los judíos dicen: hay vida a partir de los siete días de la unión de óvulo y espermatozoide. Allí el "no matarás" regirá desde el séptimo día.
En consecuencia el "sólo puede matarse lo que vive" es en este sentido, y en este sentido es que se aplica el mandamiento. Por lo tanto, ese "no matarás" vale para el hombre y no vale para el animal. Para los animales no hay "no matarás" –aunque para los animales domésticos el mandamiento tiene algo de valor, porque si el perro mató al gato que amabas, para él se va a cumplir el "no matarás". ¿Me entienden?
Ahora bien, veamos qué campo abre lo religioso. Ya vimos qué campo abre lo moral y qué campo abre lo jurídico, el Estado.
La letra religiosa, a diferencia de la voz del superyo y a diferencia de la letra de la ley, es intemporal, es inherente a la creencia. Nadie cambió el texto de la Biblia o del Corán a lo largo de los años. Podrá leerse diferente –es lo que hacen los concilios religiosos– no cambiar la letra sino producir otra interpretación. Sin embargo, la lectura que de la letra se hace es intemporal, ya que no es lo mismo la lectura que hace la iglesia hoy que la lectura que se hacía hace cien años. Esa letra se sostiene de la relación entre un mandamiento –cualquiera de ellos– y la posibilidad de lectura que sobre ella se hace. La Biblia es del orden de lo universal, pero también permite la singularidad de la lectura.
La religión es una verdad moral que ordena las acciones de los sujetos desde la voluntad, otorgada por escrito desde la autoridad de cada iglesia. Y en este sentido es política y permite un derecho a la lectura. La responsabilidad del campo religioso articula cuatro cosas: el amor, el castigo, el arrepentimiento y el perdón. El perdón es lo más arduo a determinar. Un conocido teólogo dice: "el perdón de Dios no tiene motivos, el de los hombres, sí". Esto quiere decir que si alguien comente un crimen, los hombres lo perdonan o lo castigan de acuerdo a si ha cometido o no el crimen. Pero como la religión no es una religión para los justos, el perdón de Dios llega, hayas cometido o no el crimen, en caso de arrepentirte, es decir, sos aceptado entre los otros.
¿Qué implica ese acto de arrepentirse, cuando arrepentirse no es para evitar la muerte? Bueno, de ese arrepentimiento se trata, ése que tiene que ver con el perdón.
Pero no vamos a considerar el aborto desde el punto de vista religioso.
Tampoco desde el punto de vista de la neurosis. Porque la decisión de un aborto puede ser múltiple. El aborto puede ser un síntoma, por ejemplo, una identificación a un determinado personaje familiar ("¡uy, yo aborté como mi tía!"), o puede ser una identificación histérica, que asegure una pertenencia ("somos cuatro en la oficina que abortamos"), o puede ser un acting out, es decir, una demostración de una parte de la historia familiar que ha permanecido sin texto en la transmisión de la genealogía familiar, pero que ha sido transmitida. Como un acento puesto sobre algo: algo que uno siente que le pasa y que aunque no quiera, le vuelve a pasar. Tiene casi el olor a tragedia. Los romanos, que eran tipos inteligentes, decían que los hombres eran larvas, muñecos de alambre manejados por ancestros. Un hombre puede nacer, vivir y morir como una larva o puede advenir hombre. Cuando yo decía que un aborto puede ser del orden del acting out, quería decir que es una mostración sin texto de un aborto que tuvo consecuencias dos generaciones atrás.
Pero también un aborto puede ser una deuda, una identificación, un lapsus, un olvido, un robo, o una venganza. Por lo tanto, no vamos a considerar el aborto desde la estructura del sujeto, es decir, desde la neurosis.
Llegamos entonces al punto. Si no vamos a considerar el aborto desde ninguno de los puntos anteriores, vamos a considerarlo desde la responsabilidad subjetiva. Y cito una frase a propósito de Truman, que dice que ese sujeto es el sujeto de la renuncia, el que puede sustraerse a dormir en los signos de un guion ajeno, ya que puede –cuando puede– elegir o no, renunciar o no, a dormir en esos signos. El mayor signo del guion ajeno es que el horizonte está pintado. Y yo me animaría a preguntarle a cada uno, si ha recorrido la fóbica instancia hasta ese horizonte pintado por los otros. ¿Cuántos de todos ustedes han ido a tocar la tela de ese horizonte? En consecuencia, yo me voy a permitir agregar algo a la frase: es el sujeto de la renuncia, que puede sustraerse a dormir en los signos de un guion ajeno creyéndolo propio . Porque ese engaño es el que nos permite vivir. A todos nos permite vivir. Todos estamos clonados. Todos estamos mirados en tanto somos sujetos de todas esas palabritas que, como "lapicera", nos dieron vida.
Entonces, un sujeto es moral, es jurídico, es religioso y es neurótico. Ahora, la pregunta es: ¿se va a morir tal cual ha sido hecho, o tiene alguna alternativa? ¿Se va a morir dormido en ese guion, o va a tener algún instante por fuera de la ley, por fuera de la moral, por fuera de los otros? Un instante que llamaremos de despertar con relación a este dormir en los signos. Y si queremos considerar la responsabilidad del sujeto –que como vimos no es nada de todo lo anterior–, entonces ¿qué nos queda? La incertidumbre del hombre que abre la puerta. Nos queda la incertidumbre en el horizonte. Parecía que eso era lo último y se abre una puerta. ¿Qué es lo que hay más allá de ella? Hay las líneas punteadas del tiempo 3 del esquema que nos propone Michel Fariña en el artículo sobre el film The Truman Show. En realidad lo que hay es lo que había antes, sólo que él, ahora, está en otra posición. Nada más. Las líneas punteadas del tiempo 3 abren un otro tiempo en que un hombre produce efectos que le retornan. Puede dormir en los signos de un guion ajeno, o puede abrir esa puerta más allá del horizonte hacia un tiempo otro, el tiempo del despertar.
Entonces nos queda otra decisión por fuera de la moral, por fuera del bien y del mal, por fuera de la ley, por fuera de la pertenencia, por fuera de la creencia, por fuera de la familia, por fuera del Estado y también por fuera de la neurosis. La mayoría de los abortos, de las decisiones sobre los abortos, se toman por dentro de algunos de estos campos. ¿Qué querría decir que la decisión de un aborto se tomara por fuera de esos campos? Como verán no es nada fácil decir por fuera. El arte es una posta para esto, ya que si uno se pone por fuera es un creador, que va más allá de su tiempo, que ha dejado un trazo de ese pasar por fuera. Pero el problema de los hombres no se dirime en el campo del arte, sino en el campo de la vida. Así que si todo esto, que es la moral, la ley, la creencia, la pertenencia, la familia, el Estado, la neurosis, ya existía, entonces, ¿yo qué soy? ¿Qué es lo propio más allá de la filiación, más allá de lo que se me transmitió como hombre? ¿Qué soy más allá de este hijo, o de este estudiante? ¿Qué soy? Si fui hablado, ¿qué soy? Si no soy la filiación a ese otro, a nivel moral, a nivel religioso, a nivel político. Si no soy eso, ¿qué soy?
No podría decirles nada sobre la responsabilidad por el acto, no podría decirles nada sobre eso si no puedo plantearles alguna cuestión con relación a la pregunta "qué soy". Si todo eso ya existía, ¿qué es lo propio más allá de las palabras, más allá de lo que las estructuras determinan? ¿Qué soy más allá del amparo, del lazo social? ¿Qué soy cuando no soy esa angustia que me urge a retornar a esos campos donde puedo sobrevivir? Habría que preguntarse: ¿hay algo realmente propio, algo que no pertenezca a esas personas, a esas palabras, a esas escrituras?
Si todos esos campos son "todo", ¿puede haber algo que sea propio y que no sea ese todo? Eso que buscamos hasta el cansancio, que resignamos desde el cansancio. Quiero proponerles algo para pensar: todo suena. Que lo moral, que lo religioso, que lo jurídico, todo suena. Todo es sonido, organizado desde antes de que yo lo pueda leer. Si todo eso suena, la única posibilidad de lo propio es el silencio. Cuando yo soy silencio, cuando no soy ni la palabra que me nombra, ni el grito que me calla, ni la mano que me acaricia, ni el pan que me alimenta, ni el destino que me contaron. Cuando yo no soy todo eso, yo soy silencio. Un silencio raro, porque no es silencio, ya que todo sigue sonando y yo no puedo callarlo. Un silencio cuando no puedo callar ese estrépito del mundo.
Sorprendámonos con una breve frase de Lacan: "el sujeto es un defecto en la pureza del mundo". Si uno es un silencio y el mundo es un estrépito, ese silencio es un defecto en la pureza estrepitosa que suena todo el tiempo en el mundo. Pero entonces, ¿uno es un defecto? Uno es un silencio entre los otros. Hay responsabilidad con respecto a los demás hombres, con respecto a las leyes, con respecto a la letra religiosa, y con respecto a la neurosis. Ahora bien, ¿hay responsabilidad respecto al propio silencio?
Quiero hacerles intuir algo muy difícil, que a mí me costó muchos años de mi propio análisis. Llamar silencio a eso que en las aulas se escucha como "la castración". Al silencio al que yo me refiero es a un silencio que no existía en el mundo, porque yo no existía. Entonces digo: ustedes son y han sido creados. El silencio es aquello que permite el pasaje de creado a creador.
Uno es lo creado, lo hablado, lo ordenado –y está todo bien–, porque si no te hubiesen hablado, si no te hubiesen dicho, no existirías. Pero el silencio es aquello que permite el pasaje de creado a creador. Entonces la pregunta que tendríamos que hacernos hoy es: ¿hay responsabilidad en desistir de ser creador? ¿Hay responsabilidad en desistir de transitar ese pasaje de creado a creador? Si la responsabilidad es la habilidad para responder, la responsabilidad por el acto de ese sujeto es responsabilidad por ese uno –donde eso era, el sujeto debe advenir–, donde eso creado era, "uno" ha de advenir.
Tomemos el ejemplo de Picasso, que para pasar de la época azul y rosa, produce un silencio, y desde su silencio reorganiza la pintura. Antes no existía ese silencio que implica la muerte de toda la pintura que existía hasta ese momento. Entonces, ¿quién responde por la responsabilidad subjetiva? Está mal decir "quién" responde porque "uno" está solo, uno es solo.
Entonces no es quién responde, sino qué responde, porque nadie hay para saberlo. Sólo uno. Sólo uno sabe, en relación con la responsabilidad por el acto en tanto sujeto. No en tanto hombre, en tanto niño, en tanto moral. En esta soledad no es nada sencillo mirar el rostro de lo propio, porque allí no encuentra espejo. Ningún par podrá revelarnos lo que de impar nos es propio. Por lo tanto, esperar del otro la respuesta a la pregunta quién soy, implica lo necesario, porque es necesario esperar de un par saber lo que de un par no tengo. Pero ese silencio –que es lo impar– ningún par podrá revelarlo. Ningún par podrá revelar jamás lo que de mi par no es propio.
Entonces, con tanto despelote, ¿por qué hacerlo? Es necesario preguntarlo en alguna dimensión ética de estas aulas, porque ustedes van a acompañar a alguien en ese camino en tanto analistas. Y hacerlo es hacerlo en la ley de abstinencia. Es abstenerse de su moral, de su política, de su religiosidad, de su relación con la ley. Escuchar más allá de lo que de su par soy. Escuchar más allá de eso implica sostenerse de algún modo en esa dimensión de la responsabilidad por el acto.
La responsabilidad es en este caso de escuchar, pero si vamos a acompañar a alguien ¿por qué hacerlo? ¿Para qué hacerlo? Es más, ¿será posible que ustedes lo hagan si no se han hecho la pregunta de adónde llegaron? ¿Será posible? Y en el caso de que se la hayan hecho, después de haberlo hecho, ¿tendrán ganas de acompañar a alguien a hacer todo ese camino y encima de querer que sean muchos?
Quizá la respuesta se encuentre a solas. A solas se tiene la convicción de la existencia. Ese es el marketing en esta Facultad. Porque quizá, si uno puede llegar hasta ese lugar, pueda tener una existencia no miserable, es decir, que no espera del otro. Freud decía que el psicoanálisis no enseña a vivir, que tampoco puede hacerlo. Y es tan sencillo como eso. El psicoanálisis prepara para la muerte: ¿qué es eso?, ¿para qué muerte prepara, para ésta o para la del cementerio? ¿Era acaso fatalista Freud? ¿O acaso él sabía que la única fortaleza de un hombre es haber dejado de esperar a un padre? Es decir, asumir la condición de su acto, de su condición a solas. ¿No será esto, aquello que pone en paz a un sujeto con su existencia, más allá de las demandas con que ha sido hecho? Les hago una última pregunta: ¿hemos ganado algo con estas consideraciones respecto al aborto?
Les dejo la palabra.