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Volumen 17
Número 1
Abril 2021 - Agosto 2021
Publicado: Mayo 2021
Series y desfondamiento


Resumen

Palabras clave:

Abstract English version

El hombre del magnetófono

La violencia de la voz

Carlos Guzzetti

Colegio de Psicoanalistas

En noviembre de 1967 la redacción de la revista francesa “Les Temps modernes”, dirigida entonces por Jean Paul Sartre, recibe la siguiente carta:

«Querido C. Aquí me tienes escapado del manicomio, evadido de un tercer piso sólo con una mano rota —y la policía pisándome los talones… Pero la mano no está tan rota como todo eso: ahí está el texto adjunto que es, al parecer, bastante punzante —evidentemente se ha perdido algo por culpa de ruidos en la grabación. ¿Es publicable? ¿Puede interesar a «Les Temps Modernes?» Es fácil y divertido de leer, y breve. Si deciden publicarlo, habría que precisar varias cosas: tengo 33 años y entré para analizarme en casa del doctor X. a los 14. Hubo algunas interrupciones, pero no tomé la decisión de suspender las sesiones definitivamente, en contra de la opinión del doctor X., hasta la edad de 28 años. Tres años después de esta suspensión —en noviembre de 1967— propuse al doctor X. la entrevista cuyo final se reproduce aquí. Creía que debía participarle el resultado de mis reflexiones, hechas en el intervalo, sobre el fracaso de lo que había sido esta interminable relación analítica… Propongo como título: «Diálogo Psicoanalítico». Ya verás que termino la entrevista con un «continuará», esperando de este modo desencadenar esta continuación indispensable, pues quedan aún por revelar muchas cosas. Pero hasta ahora, varias tentativas para obtener un nuevo encuentro han sido dejadas sin respuesta por el doctor X. Tenme al corriente. Un abrazo.» A.

Sartre decide publicarla, con la oposición de otro de los miembros de la dirección, Jean Bertrand Pontalis. Así, en el nº 274 de abril de 1969 aparece lo que se tituló “El hombre del magnetófono o diálogo psicoanalítico”, acompañado por un comentario del propio Sartre, una breve objeción de Pontalis y un artículo crítico del novelista Bernard Pingaud.

Jean Jacques Abrahams, joven hombre de teatro belga, decide, a los 28 años, después de 14 años de análisis, volverse contra su psiquiatra, Jean-Louis Van Nypelseer. Será internado de oficio luego de esta grabación, escapará del hospital Brugmann y huirá a EEUU desde donde publicará en 1976 “El hombre del magnetófono” en forma de libro.

El texto completo puede consultarse en:
El hombre del magnetófono http://coldepsicoanalistas.com.ar/j-p-sartre-j-b-pontalis-b-pingaud-dr-x-y-a/

Es preciso hacer alguna aclaración sobre el valor de este documento. No se trata de reivindicarlo como un acto libertario del paciente contra el totalitarismo del encuadre, como sugiere Sartre, porque desde otro punto de vista todo el registro podría leerse como un pasaje al acto de A., que ya había dado muestras de una seria inestabilidad psíquica.

La entrevista gira alrededor de los reproches que le hace a su antiguo analista de “haberle llenado la cabeza durante años”, de haber interpretado hasta el agotamiento su complejo de castración y de no haber nunca asumido su “responsabilidad” como terapeuta. Le dice: “de sesión en sesión arrastra a sus víctimas con el problema del padre”… “usted abusa…”. “Tiene que rendirme cuentas” exige.

Las intervenciones del D. X. están básicamente referidas a la presencia del grabador: “se acabó con el magnetófono!… o retira ese magnetófono o no diré nada más… Ud. es peligroso porque niega la realidad…Ud. tiene su magnetófono…”
“Dr. X. — Pues bien. Estoy en mi derecho de no hablar ante un magnetófono.
A. — Está en su derecho, naturalmente, y no se olvida de decirlo; gracias… Se siente acusado y habla como un americano que no hablará más que en presencia de su abogado… ¡Siéntese!”

La entrevista va subiendo de tono al punto que el Dr. X. intenta llamar a la policía. Insiste en acusar a su ex paciente de “violencia física” por el hecho de tener el magnetófono. Finalmente, la situación se sale de cauce y el analista termina pidiendo socorro a los gritos. Les propongo escuchar este pasaje de la grabación disponible en Internet, para percibir el clima emocional del momento:

el hombre del magnetófono click aquí: https://youtu.be/0DjMh7jhSyI

Este diálogo, dice Sartre, “…saca a luz…la irrupción del sujeto en el gabinete analítico”. Terrible evidencia, si para eso es preciso llegar a tales extremos. ¿Acaso este destino del vínculo transferencial no es resultado de un proceso? ¿En qué medida el analista es también responsable de un acto como el de A.? A. piensa que su responsabilidad es total y le exige rendición de cuentas.

El recurso que utiliza es la inversión de la relación de largos años de sumisión a las interpretaciones de su analista. Largos años donde el sujeto no entraba en escena. Ahora es él quien tiene el poder, de decir, de reclamar, de exigir una respuesta responsable, tal vez de encontrar en el Dr. X un sujeto también, no sólo la fría fachada profesional escudada en sus teorías. Se instala así una especularidad extrema: “el que lo dice lo es”.

El acto de A. hace estallar los límites del encuadre, dejando en evidencia los resortes en que éste se sostiene, rígidos y frágiles a la vez. Ahora el poder lo tiene A. y el arma que utiliza es el grabador. Allí se refleja, como en un espejo, el poder del analista.

Ahora A. puede gritarle: “¿Quiere dejar de actuar como un niño?” ya que durante años el niño había sido él, infantilizado en la transferencia.

“Si soy peligroso no lo soy para el pequeño Juanito, soy peligroso para el médico, para el médico sádico, no para el pequeño Juanito; éste también ha sufrido bastante; no tengo ganas de pegarle… pero el médico, el psiquiatra, el que ha tomado el lugar del padre, ese, se merece unas patadas en el culo.”

El argumento defensivo del médico es que A. es peligroso porque niega la realidad. A eso Sartre acota: “¿Qué es la realidad cuando el lenguaje analítico, desdoblado, repetido en eco, anónimo, parece haberse vuelto loco?” La locura de la especularidad, dominio de lo imaginario donde la palabra tiene poco lugar.

Ahora bien, el poder de A. está en el magnetófono, que al Dr. X le resulta aterrador. A eso se debe su negativa a mantener un diálogo razonable. Ante el grabador no está dispuesto a hablar.

La insistencia de A. en que el Dr. X. no es capaz de mirar a la gente cara a cara nos pone en la pista: un exceso se tramita en el vínculo transferencial y esa cantidad excesiva y no asimilada es la voz en su materialidad, demasiado real sin la modulación del rostro del interlocutor. Un tiro por elevación al uso del diván -del que Sartre se aprovecha-, pero también un alerta respecto de la impasibilidad y ritualismo del Dr. X. El terror que le tiene al grabador responde a lo mismo; escuchada desde fuera la propia voz siempre tiene un costado siniestro y, además, es una evidencia ante cualquier controversia. Ahora bien, ¿el diálogo psicoanalítico habría sido otro off the record? La “violencia física” que alega el Dr. X. es la presencia del grabador, testigo intolerable en manos de A. No sabemos si él mismo utilizaba un grabador con sus pacientes.

El final de la historia vuelve las cosas a su sitio: A. será internado por indicación del Dr. X. La publicación es su revancha.

Hay que considerar el contexto histórico: en una sorprendente coincidencia temporal, sólo unos pocos días antes de la carta de A., Lacan había pronunciado la famosa alocución titulada “Proposición del 9 de octubre sobre el analista de la Escuela”, donde establecía los mecanismos de autoridad en la institución que había fundado 3 años antes. Volveremos luego sobre ella. También en ese año apareció el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. La antipsiquiatría estaba en pleno auge en Gran Bretaña y en Trieste, el Che acababa de ser asesinado en Bolivia, estamos a unos pocos meses de las jornadas de mayo del 68. Se vivía un clima tórrido de debate intelectual y político y el psicoanálisis estaba en el centro de muchas polémicas.

En la redacción de “Les temps modernes” convivían Sartre y Pontalis, entre otros. Sartre reconoció que el texto en cuestión había “dividido profundamente” a la redacción. Mientras él se consideraba un compañero de ruta crítico del psicoanálisis, Pontalis y Pingaud opinaron que la publicación contribuiría a desacreditar la práctica analítica. Así es que “El hombre del magnetófono” se convirtió en proyectil en ese campo de batalla.

No obstante, algunas afirmaciones del filósofo son más que pertinentes:

“La inversión de la praxis demuestra claramente que la relación analítica es violenta en sí misma” (pág. 82).

Tal vez por razones algo diferentes, no podemos dejar de coincidir. La asimetría, marcada por el amor, como en Freud o por el saber y su “sujeto supuesto”, como en Lacan, el poder sugestivo de la palabra del analista en transferencia tiene un corazón de violencia. Recordamos la atención con que Ferenczi se ocupó de ella. La distinción que hace Piera Aulagnier entre violencia primaria y secundaria es una herramienta útil para pensar este punto.

Este material también fue objeto de una alusión de Deleuze y Guattari en “El antiedipo”, argumentando contra el totalitarismo edipizante:

“En el frontón del gabinete está escrito: deja tus máquinas deseantes en la puerta, abandona tus máquinas huérfanas y célibes, tu magnetofón y tu bici, entra y déjate edipizar” (pág. 61).

Incluso había corrido el rumor de que el analista en cuestión no era van Nypelseer sino el propio Lacan, lo que se demostró totalmente falso. Sencillamente se trató de un intento de desprestigiar completamente al psicoanálisis, en particular al movimiento lacaniano.




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