Introducción [1]
Filosofías del lenguaje: un abordaje plural
En su libro Historias de cronopios y de famas, el escritor argentino Julio Cortázar presenta un jocoso “Manual de Instrucciones” que incluye “Instrucciones para llorar”, “Instrucciones sobre la forma de tener miedo”, “Instrucciones para darle cuerda al reloj”, “Instrucciones para subir una escalera”, etc. Vea, como ejemplo, un fragmento de esta última:
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas (…) Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza… Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundir con el pie antes citado) y llevándola a la altura del pie, se la hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en primer descansará el pie. (…La coincidencia de nombres entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie) (p. 25).
Espero que esta pieza literaria haya hecho reír al lector, porque la elucidación de los motivos de esa risa es uno de los temas centrales del presente libro. La bufonería del texto de Cortázar muestra los límites de una cierta perspectiva filosófica sobre el mundo y el resultado extravagante de pretender superar esos límites a cualquier precio. Por el contrario, reconocer abiertamente tales límites deberá llevar a una actitud pluralista, en lo que se refiere a los diversos puntos de vista asumidos sobre una misma cuestión. No intentar hacer manuales de instrucciones en donde no se pueden hacer.
La cuestión es, en el presente libro, el lenguaje, y las diversas filosofías que fueron constituidas sobre él, y que quedaron claramente formuladas, especialmente, en el pasado siglo XX. Todos esos abordajes tienen límites y pueden ser criticados unos a partir de otros; cada uno de ellos es, de cierto modo, el explícito límite de los otros. Por eso, el tema de esta obra no es la filosofía del lenguaje, porque, según mi perspectiva, no existe tal cosa, sino las filosofías del lenguaje, en plural: ese plural es el tema de este libro. Pero el lector atento verá que la filosofía del lenguaje es tan sólo un motivo para aclarar la naturaleza y los límites de la filosofía tout court, tal como yo los entiendo.
Parto de la perspectiva de que se debe considerar como “filosofía del lenguaje” todo lo que los filósofos pensaron y desarrollaron en términos de reflexión sobre el lenguaje, independientemente de sus perspectivas y metodologías de acceso (analítica, hermenéutica, fenomenología, filosofía trascendental, crítica de ideologías, psicoanálisis). Tal postura será discordante con respecto a lo que habitualmente se entiende en el planeta Tierra por “filosofía del lenguaje”, y también relativamente a la actitud de prácticamente la totalidad de la comunidad filosófica mundial, en lo que se refiere a los límites de esa disciplina en su actual configuración académica. Sin embargo, pienso que tomar posición contra esa tendencia deberá ofrecernos no tan sólo una visión más integrada y enriquecida de los estudios filosóficos sobre el lenguaje, sino que además podrá ofrecernos una consciencia más aguda acerca de las tentativas de tratamiento y solución de muchos de los problemas que preocuparon a los “filósofos del lenguaje” en su actual sentido restringido. Mi idea es que esas cuestiones son mejor visualizadas no dentro de una única perspectiva, sino en la confluencia de varias de ellas.
¿En qué consiste exactamente este sentido restringido de “filosofía del lenguaje”? Veamos, como ejemplo:
Este libro fue escrito partiendo de una cierta orientación filosófica – aquella que es designada en sus líneas generales por la expresión “filosofía analítica”. Hay mucha especulación en torno del lenguaje, partiéndose de puntos de vista muy diferentes y, en este caso, los problemas asumen configuraciones muy diversas. No es posible ni conveniente que en un volumen de esta dimensión se examinen todos los tópicos filosóficos del lenguaje. A título de compensación, incluí en la bibliografía algunas sugerencias de lectura sobre eses otros tópicos (William Alston, 1977, p. 24).
La identificación de “filosofía del lenguaje” con “filosofía analítica del lenguaje” no siempre es tan honestamente explicitada como en el texto de Alston. En la mayor parte de los textos sobre la materia, tal identificación se toma como evidente e indiscutible. Cabe comentar, adicionalmente, que, a pesar de haber sido enunciado, en la bibliografía proporcionada por Alston no se incluye ningún texto sobre fenomenología o hermenéutica del lenguaje, ni de cualquier otro abordaje filosófico de los problemas del lenguaje, fuera de la literatura analítica. La no-inclusión de esas otras fuentes no parece, en absoluto, provenir de las meras “dimensiones” de la obra, sino de limitaciones más profundas. Hay ciertas cuestiones (la dimensión poética del significar, los vínculos entre la temporalidad de la consciencia y la significación de expresiones, etc.) que la filosofía analítica del lenguaje no plantearía aunque tuviera veinte volúmenes disponibles para llenar. De esta forma se ponen los límites de una cierta forma de actividad filosófica, valiosa e importante únicamente dentro de sus límites, como cualquier otro abordaje.
Otro ejemplo un poco más reciente es el texto de Tyler Burge titulado Philosophy of language and mind: 1950-1990, en que el autor estudia la ascensión y decadencia del Positivismo Lógico a través de un análisis de problemas con el principio de verificabilidad y de las críticas posteriores de Quine, por un lado, y de los filósofos del lenguaje ordinario, por el otro; más adelante, el autor estudia la influencia de Frege sobre la tradición lógico-construccionista, la contribución de Donald Davidson para la teoría del significado y la teoría de la verdad, la teoría intencional de Grice, las teorías referencialistas de Kripke y Putnam y el desarrollo de los problemas de “filosofía de la mente” desde la tradición behaviorista hasta el funcionalismo y sus recientes críticos. Se trata, evidentemente, de un report acerca de la filosofía del lenguaje creada dentro de la tradición analítica, en lo cual nada se menciona, ni se puede mencionar –dado el carácter perfectamente definido del paper– sobre las investigaciones fenomenológicas, transcendentales o hermenéuticas acerca del lenguaje, dentro del periodo mencionado en el título del artículo.
La tendencia de la presente obra es precisamente la contraria a la asumida por Alston y Burge, entre miles. Pero no porque se intente, a partir de una exposición plural, huir de los marcos de referencia analíticos o reducir su importancia, sino, por el contrario, porque se piensa que es a partir de esas contraposiciones con filosofías no-analíticas que una analítica del lenguaje adquirirá una comprensión más profunda de sí misma y de los problemas que aborda. Este punto de partida pluralista no es aquí adoptado tan sólo como estrategia externa, sino, porque pienso que la substancia y la fuerza de cada una de las posturas filosóficas en lo que se refiere al lenguaje tan sólo se manifiesta en toda su plenitud y riqueza en confronto con las otras, delineándose relativamente a ellas, y no, por así decirlo, “en sí mismas”. Parafraseando lo que Norberto Bobbio (1979, p. 18) dijo cierta vez sobre el marxismo (“Una de mis frases preferidas es que hoy no se puede ser un buen marxista siendo sólo marxista. Pero el marxista tiene una tendencia irresistible a ser tan sólo… marxista”), podría decirse que hoy no se puede ser un buen filósofo analítico siendo tan sólo analítico. No obstante, el analítico tiene una tendencia irresistible a ser tan sólo…analítico. [2]
Diferentes opciones teóricas, metodologías de acceso y sensibilidades frente al mundo darán origen a muchas y variadas filosofías del lenguaje. No es mi intención construir aquí un libro meramente erudito sobre el sentido de cada una de esas tendencias. Mi interés es tratar de presentar una idea acerca de la propia naturaleza del filosofar y de la verdad filosófica, investigación que será favorecida por la reflexión plural a respecto de la cuestión del lenguaje. A la luz de esa reflexión, la monopolización de la expresión “filosofía del lenguaje” por parte de uno de los muchos abordajes posibles, dentro del restricto dominio de la filosofía desarrollada en el siglo XX, será visto tan sólo como un hecho histórico que todavía deberá ser debidamente situado e interpretado.
Yo quise ya presentar aquí la actitud pluralista general de la presente obra, pero debo suspender en este punto la reflexión sobre pluralismo, que será retomada y llevada adelante en la parte IV, después de que hayamos hecho todo el recorrido reflexivo propuesto por el libro en sus primeros capítulos.
El lenguaje en la constitución de conceptos
El principiante en este tipo de estudio podría pensar que todo lo que de importante pueda ser indagado a respecto del lenguaje, podrá ser dicho hoy por la Lingüística, que a partir de Saussure y Bloomfield, pasando por la revolución chosmkyana de los años 1950 y 1960, y llegando hasta las actuales investigaciones en este campo, se desarrolló de manera asombrosa, siguiendo una metodología científica rigurosa. A principio, se podría responder nuevamente lo que siempre se ha dicho, que la filosofía no está interesada en las lenguas étnicas por sí mismas, en las lenguas que surgieron históricamente y como existen actualmente de hecho, que es lo que parece constituir el interés específico de los lingüistas. La filosofía está más directamente interesada en estructuras conceptuales, en posibilidades, en categorías de comprensión del mundo, más que estrictamente en “hechos” de la lengua. Se debe preguntar, entonces, qué significa estudiar filosóficamente el lenguaje.
Una actitud intuitiva inicial, fuertemente ligada a la tradición y a la visión vulgar del mundo, consiste en pensar que las cuestiones del lenguaje deberían ser de importancia secundaria para un filósofo, una vez que éste está interesado en encontrar los conceptos y categorías que le permitan saber qué son las cosas mismas, y no tan sólo enfocar el lenguaje que utilizamos, por necesidad, para vehicular nuestros conocimientos sobre las cosas, lenguaje considerado habitualmente como un simple “medio de comunicación”: es el mundo lo que realmente interesa, se dirá, y no el lenguaje. Sin embargo, a lo largo de la historia de la filosofía europea, de manera lenta y fragmentada, se va adquiriendo aguda consciencia del hecho de que el lenguaje es algo más que un simple “vehículo” de transmisión de conceptos ya totalmente constituidos de antemano, para empezar a ser considerado como una estructura constituyente (o co-constituyente) de conceptos. Es en el siglo XX, sin embargo, bajo las más diversas perspectivas, que esa consciencia se agudiza y encuentra sus más claras formulaciones.
Se podría decir, para inicio de reflexión, que el lenguaje interesa a la filosofía en la medida que sea entendido no tan sólo como “vehículo” de conceptos, sino como un ámbito en lo cual los conceptos son constituidos, conceptos que permiten articular el mundo con el objetivo de volverlo significativo para nosotros. De esta manera, conceptos y significación van juntos. Esta “significatividad” será entendida de maneras muy diversas por las diferentes filosofías del lenguaje, y consecuentemente la constitución de conceptos también será diversamente entendida. Denomino esta concepción, en oposición a la teoría vehicular, concepción constitucional del lenguaje. El filósofo está interesado en la idea de la participación del lenguaje en la constitución de conceptos, de los conceptos que les interesan para relacionarse con el mundo (no sólo cognitivamente, como veremos). De esa actividad lingüístico-conceptual surgen las categorías de captación de lo real, algunas de ellas muy básicas, otras derivadas, sin que se pueda trazar líneas totalmente nítidas entre los conceptos así generados y sus articulaciones en el lenguaje.
Pero, ¿qué lenguaje? Si no se trata de los lenguajes étnicos históricamente dados, ¿cuál es el lenguaje capaz de constituir conceptos? ¿Se trataría de algún tipo de estructura más general, no siempre manifiesta en las estructuras superficiales del lenguaje, y que estaría como presupuesta o embutida en todas las lenguas históricamente dadas? Esas articulaciones conceptuales más generales aparecen, claro está, en los lenguajes étnicos existentes, pero el filósofo está interesado primordialmente en una estructura conceptual, presente en los lenguajes particulares de maneras diferentes. Contra la mencionada intuición vulgar, claro que son “las cosas mismas” lo que interesa al filósofo, pero las cosas constituidas en la mediación de una estructura lingüístico-conceptual: paradójicamente, será por medio del lenguaje constituyente de conceptos que se podrá llegar “a las cosas mismas”. Está claro que no es posible sentarse en el concepto de silla, tampoco en la palabra silla; necesitamos de una silla real. Pero, para expresar lo que significa “sentarse en una silla” necesitamos constituir lingüísticamente el concepto de silla. (La razón por la cual no podemos sentarnos en un concepto debería ser esclarecida por medio de la constitución del concepto de “concepto”). Al mejor entendimiento de esta estructura conceptual, en sus diversas configuraciones, y del carácter no meramente “vehicular” del lenguaje, está destinada la presente obra.
La primera tesis fundamental de este libro consiste, pues, en que la filosofía del lenguaje debe ser entendida pluralmente. Una segunda tesis es que todas las filosofías del lenguaje del siglo XX asumen, de maneras muy diferentes, una concepción constitucional del lenguaje, abandonando o por lo menos cuestionando la concepción puramente vehicular. Sostengo que la tematización y superación de una teoría puramente vehicular, en la dirección de una teoría constitucional, del lenguaje es algo común a todos los abordajes que, en otros aspectos, son profundamente diferentes y antagónicos. Esa constitución de conceptos por medio del lenguaje se entiende de muchas maneras, así como las relaciones entre conceptos y lenguaje y la propia noción de lo que sea un lenguaje. En su crítica a la “filosofía lingüística” (que yo llamo aquí filosofía analítica del lenguaje), Mundle (1975, p. 134) denuncia el modo vacío e impreciso con que los filósofos analíticos han solido usar el concepto de “concepto” y la diferencia entre palabras y conceptos: “Pocos filósofos oferecen voluntariamente una explicación de la relación entre hablar de ‘conceptos’ y hablar de palabras, y aquellos que lo hacen tienden a crear malentendidos”. En el presente libro, una caracterización única de “concepto” no se puede dar, pues los conceptos serán concebidos de diferentes maneras por diferentes filosofías del lenguaje.
Mundle se pregunta si entender conceptos no será algo nítidamente diferente de entender el uso del lenguaje, ya que los niños y animales como las ardillas pueden entender, por ejemplo, lo que significa que una fruta (una nuez, digamos) está lista para ser comida. Pero, ¿conocen ellos el “concepto” de nuez? Parecería que sí, a pesar del hecho de que ni el niño ni la ardilla tienen dominio del uso del lenguaje, ni saben cómo se usa “nuez” dentro del mismo. Sostendré que filosofías del lenguaje que acentúan las categorías plenamente articuladas de entendimiento del mundo (como, en general, ha sido el caso de las filosofías analíticas) tenderían a decir que en estos casos el concepto de nuez no fue stricto sensu captado, mientras que filosofías del lenguaje que acentúan los procesos temporal-históricos de captación primaria de significaciones del mundo (como en general, ha sido el caso de las filosofías hermenéuticas y fenomenológicas) tenderían a decir que, en esos casos, el concepto de nuez fue, de alguna manera, captado. Filósofos analíticos que aceptasen que fue, en ese caso, captado un concepto de nuez podrían defender su posición ampliando su noción de lenguaje o haciendo intervenir acciones no verbales, pero continuarían sin introducir en el análisis elementos temporal-históricos de tipo hermenéutico. Sin embargo, en definitiva, no hay respuestas absolutas y generales para la cuestión de lo que sea un concepto. La constitución de conceptos en el lenguaje está afectada por el pluralismo de perspectivas. Toda la cuestión de conceptos deberá ser retomada y analizada en cada una de las perspectivas debatidas, y confrontadas con otras constituciones.
La relación de conceptos así constituidos con el mundo será funcionalmente diferente en las diversas filosofías del lenguaje: en algunas de ellas serán generados conceptos con funciones estrictamente cognitivo-referenciales; en otras, conceptos con una función interpretativo-comprensiva; en otras, conceptos con una fuerte función descriptiva, y en algunas, aún, conceptos con funciones claramente deconstructivas (o “desenmascaradoras”). Estas últimas están justificadas, como veremos, porque mientras en el caso de todas las primeras mencionadas, está siendo supuesto el lenguaje como una instancia esclarecedora y mostrativa, las funciones deconstructivas contemplan la posibilidad, siempre abierta, de que el lenguaje esté siendo usado también para escamotear, disfrazar y deformar. De esta manera, en las diferentes filosofías del lenguaje, los conceptos deben hacer cosas diferentes, relacionarse con el mundo de maneras diversas: pueden definir, caracterizar, comprender, elucidar, sustituir, prever, clasificar, organizar, referir, enmascarar, desenmascarar. Cada una de esas funciones estará vinculada a una función del lenguaje, a una manera de tornar el mundo (no tan sólo cognitivamente) “significativo”. Así, la significación comprenderá todas esas funciones: habrá conceptos que vuelven significativo al mundo desconstruyendo, otros lo vuelven significativo interpretándolo/comprendiéndolo históricamente, otros intentando crear mecanismos de referencia directa, y así siguiendo. Pero en ningún de estos casos el lenguaje habrá sido tan sólo un vehículo de conceptos ya constituidos. En todos ellos, los conceptos son constituidos en un proceso que involucra al lenguaje de manera esencial.
Fenomenologías del lenguaje constituyen conceptos como descripción, fenómeno, reducción, actitud natural, consciencia intencional, trascendental, eidético, noesis, noema, sentido, notificación, signo, intención significativa, objeto intencional, constitución, tiempo interno, mundo-de-la-vida, etc. Analíticas del lenguaje constituyen sentido, referencia, representación, sin-sentido, función, objeto, composicionalidad, verofuncionalidad, sustitutibilidad, extensión, intensión, cuantificación, discurso indirecto, oblicuidad, contexto, acto de habla, índice, mundo posible, designador rígido, rigidez obstinada. Hermenéuticas del lenguaje, conceptos como comprensión, malentendido, interpretación, histórico, temporalidad, significación, empatía, aproximación al objeto, diálogo, efectual, pregunta, habla, poético. Metacríticas del lenguaje, conceptos como alienación, ideología, falsa consciencia, inconsciente, intención no manifiesta, represión, etc. Algunos conceptos serán presumiblemente constituidos en todas las filosofías del lenguaje (tales como lenguaje, significación, sentido, referencia al mundo, objeto, etc.), pero, ciertamente, de maneras muy diferentes, y en interacción con los conceptos más específicos de cada perspectiva (en la fenomenología, significación es inseparable de intencionalidad; en la psicoanálisis, significación es inseparable de inconsciente, etc.). La función de esos conceptos se determina dentro de sus respectivos contextos teóricos: verofuncionalidad no es un concepto que funcione hermenéuticamente dentro de una filosofía analítica del lenguaje, historia efectual en la hermenéutica de Gadamer no es un concepto que funcione tan sólo referencialmente y eidético no desempeña funciones deconstructivas en la fenomenología de Husserl.
Muchos pensadores filiados a la Lingüística (como es el caso de Chomsky) han desarrollado investigaciones sobre la naturaleza constitucional del lenguaje, en el sentido aquí presentado. En esos casos, diré que los lingüistas, a veces, desarrollan estudios filosóficos del lenguaje (del mismo modo que no todo lo que los físicos afirman sobre el mundo lo afirman como físicos). En ese sentido, aunque los límites entre Lingüística y Filosofía puedan ser considerados como razonablemente nítidos, los límites entre lo que lingüistas y filósofos efectivamente hacen no siempre han sido nítidos.
Funciones cognitivas, interactivas y usufructivas del lenguaje. Analítica, Fenomenología, Hermenéutica y Metacríticas del lenguaje: sin-sentidos, incomprensiones y distorsiones básicas.
Estuve obstinadamente repitiendo, en la sección anterior, las palabras “no sólo cognitivamente”. Voy a aclarar esto mejor. En un abordaje plural como el que aquí se propone, el lenguaje (y los conceptos) no podría ser entendido tan sólo en una de sus funciones constitutivas. Lo que caracteriza a los diversos abordajes sobre el lenguaje consiste, entre otras cosas, en la particular acentuación de una y de otra de determinadas funciones del lenguaje. En la concepción constitucional, las filosofías del lenguaje se ocupan de una estructura lingüístico-conceptual, concebida de diferentes maneras, que permiten tornar el mundo “significativo”; pero las diferentes filosofías del lenguaje se destacan por las distintas nociones sobre lo que sea “significativo” y de cómo se alcanza y se formula esta “significatividad”. Es muy importante entender, desde el inicio de la reflexión, que la significatividad del mundo, constituida por las estructuras lingüístico-conceptuales, no se reduce a una significatividad tan sólo cognitiva. Proporcionar una significación para el mundo no consiste tan sólo en encontrar las condiciones lingüístico-conceptuales para conocerlo, sino también las condiciones para actuar sobre él, para interaccionar con él, para transformarlo, y también para usufructuarlo, aprovecharlo o lidiar con él, en el sentido del “padecer”. Estas últimas son las funciones vinculadas al dualismo placer/dolor, que serán fundamentales en las filosofías metacríticas del lenguaje: del mundo interesa, en este caso, no sólo su estructura objetiva, ni tan sólo la posibilidad de transformarlo o de actuar sobre él, sino también el mundo como objeto de usufructo, de dolor, de placer, o, en sentido genérico, de padecimiento (páthos).
Lo que es objeto de usu-fructo o de padecimiento no es buscado ni para ser objetivamente referido ni para ser prácticamente transformado, sino para dejarse afectar por él, o para “dejarse estar” en él (sin que esta actitud se desvincule de un “conocer” el mundo o de un “actuar” sobre él en otros sentidos, no en los sentidos referenciales y prácticos habituales. El usufructo del mundo podrá, incluso, redefinir el conocimiento y la acción). Teoría del conocimiento, ética y estética no son tan sólo tres “disciplinas” académicas, sino tres grandes accesos humanos al mundo, reconocidos desde los albores del filosofar. Tornar el mundo significativo es una tarea epistemológico-ético-estética, en la medida en que no nos apropiamos del mundo sino cuando podemos saber: (a) qué es o qué no es el caso, (b) cuando podemos (inter-) actuar (con) sobre él para hacer que algo que no era el caso pase a ser el caso o viceversa; y (c) cuando, finalmente, podemos usufructuar o sacar provecho y/o padecer lo que es o no es el caso. El lenguaje constituye conceptos apuntando al conocimiento, a la acción y/o al placer/dolor del mundo (y no de maneras excluyentes).
Las estructuras lingüístico-conceptuales están presentes en esta triple constitución de la significación del mundo, y las varias filosofías del lenguaje estudiadas en el presente libro van a diferenciarse por el acento mayor o menor puesto en las significaciones cognitivas, o en las inter-activas, o en las usufructivas. Diferentes filosofías del lenguaje acentuarán una u otra de estas funciones: algunas serán claramente cognitivas, otras van a sostener que todo el edificio conceptual descansa, en última instancia, en un principio de placer/desplacer. Esto indicará igualmente un mayor interés por la ciencia y por el conocimiento objetivo, o por la literatura y el arte, o por las funciones usufructivas y “padecientes”, aunque todas ellas mantengan cierto interés por las tres maneras de “tornar el mundo significativo”. Conocer el mundo no es todo lo que el ser humano puede hacer con él, y muchos pensadores (como Schopenhauer, Nietzsche y Freud) dudaron de la idea de que conocer debería considerarse como la relación más básica y profunda que el humano puede establecer con el mundo. De todas maneras, sin tomar todavía una posición sobre estas prioridades, en este libro el interés cognitivo estará fuertemente relacionado a esos otros intereses; y una filosofía del lenguaje no será considerada mejor o peor, ni más apropiada que otra, o como la única posible, tan sólo porque sea capaz de elucidar, o porque deje de elucidar, las funciones estrictamente cognitivas de la estructura lingüístico-conceptual.
Por otro lado, mi abordaje de estas posibilidades de constitución de la significación será ampliamente negativo, siguiendo el punto de vista que caracteriza mi perspectiva filosófica general sobre el mundo [3]. Tal abordaje negativo, en el ámbito de la filosofía del lenguaje, se pondrá de manifiesto en el hecho de enfocarse aquí no tanto la producción exitosa de significaciones (que, de acuerdo con mi perspectiva, raramente o nunca ocurre), sino, precisamente, se apuntará mucho más los persistentes obstáculos para su instauración. En efecto, en cada una de las direcciones de interés por el lenguaje aquí examinadas, tres tipos principales de dificultades lingüístico-conceptuales se dejarán observar en el proceso de constitución de conceptos: las filosofías analíticas y fenomenológicas del lenguaje están preocupadas con la cuestión de la crítica del sin-sentido y con las condiciones de la expresión significativa. Las hermenéuticas del lenguaje tienen una preocupación especial con los así llamados malentendidos e incomprensiones, que podrán surgir aun cuando el sentido sea razonablemente asegurado. Por último, las que denomino metacríticas del lenguaje (crítica de ideologías y psicoanálisis) estudian el caso de las llamadas distorsiones básicas de la significación, que acontecen aun cuando el sentido (analítico o fenomenológico) y la comprensión (hermenéutica) se hayan establecido.
En este sentido negativo de la exposición, habrá en este libro una especie de rigurosa secuencia de dificultades: las filosofías hermenéuticas del lenguaje serán visualizadas como meta-analíticas, y las metacríticas como meta-analíticas y meta-hermenéuticas, en el sentido de que las últimas son esfuerzos para superar las limitaciones de las dos primeras en lo que se refiere a la captación de lo que impide u obstaculiza la instauración de la significación. Pero mi abordaje es negativo en un sentido más radical: sostendré que, precisamente por la aproximación plural a las filosofías del lenguaje, se puede ver claramente cómo cada una de las filosofías del lenguaje se constituye como la negación del proyecto esclarecedor de las otras, cada una constituyéndose como formulación de las insuficiencias de las otras. Así, más allá de las dificultades en la constitución de las significaciones, apuntadas desde el interior de cada perspectiva (los sin-sentidos en las analíticas, los malentendidos en las hermenéuticas, las distorsiones básicas en las metacríticas), cada una de ellas apunta también hacia el fracaso de los dispositivos esclarecedores de las otras. El estudio de ese múltiple fracaso significacional es otra manera de describir el objetivo del presente libro.
Un libro, muchos libros
El presente es, pues, muchos libros. Es, por lo menos, los 3 siguientes libros: a) un libro de introducción a la filosofía del lenguaje, en el sentido plural antes mencionado, que podrá, incluso, ser utilizado en cursos de esta disciplina (siendo él mismo un libro surgido fundamentalmente de cursos, de una experiencia docente, y no de investigación pura); b) un libro de metafilosofia que expone y ejemplifica una manera de hacer filosofía, siguiendo una visión bastante personal (pluralista y negativa) del mundo y la reflexión; c) adicionalmente, el lector podrá también considerarlo como (¡otro!) libro sobre Wittgenstein (leyendo secuencialmente las secciones I.5, II.3, III. 2,3 y III. 3,3), en la medida en que este singular filósofo fue sucesivamente sometido a las más diversas interpretaciones (analítica, hermenéutico-transcendental, marxiana), transformándose en una especie de muestra viva del confronto de las múltiples perspectivas a respecto el lenguaje. Wittgenstein es mostrado, en este libro, como la personificación (¿involuntaria?) del pluralismo de perspectivas.
Referencias [4]
Alston William. Filosofia da linguagem. Rio de Janeiro: Zahar, 1977.
Bobbio Norberto et alia. O Marxismo e o Estado. Rio de Janeioro: Graal, 1979.
Burge Tyler. Philosophy of Language and Mind: 1950-1990. The Philosophical Review, v. 101, n. 1, 1992.
Cabrera Julio. Crítica de la Moral Afirmativa. Gedisa, Barcelona, 1996 (2ª edición, 2014).
Hacking Ian. Por que a linguagem interessa à filosofia? Editora UnespCambridge University Press, 1999.
Mundle C.W.K. Una crítica de la filosofía lingüística. México: Fondo de Cultura Económica, 1975.
Rorty Richard. El giro lingüístico. Barcelona: Paidós, 1990.