1. Imágenes
El 22 de noviembre de 1963 acababa de cumplir siete años, cuando se conoció la noticia del asesinato de John F. Kennedy en Dallas. El mundo estaba consternado por la noticia. A los pocos días llegó a mi casa un ejemplar de la revista Life en español, plena de fotografías de los últimos instantes en la vida del presidente de los Estados Unidos. También unas pocas de Lee Oswald, acusado de haber sido el autor de los disparos. Pero Oswald no llegó a ser juzgado, ni siquiera a declarar, ya que fue muerto por el agente Jack Ruby, quien integraba la comitiva policial destinada a custodiarlo. El hecho ocurrió a plena luz del día y fue retratado por los reporteros gráficos que se agolpaban en los pasillos de los tribunales.
Esta última imagen se hizo tristemente célebre y recientemente fue elegida por David Hopkins yTom Kurzanski para introducir su versión en comic book [1] de la Antígona, de Sófocles:
¿Qué nos dicen el guionista y el ilustrador con esta elección? Que la obediencia ciega a la autoridad y las formas de impunidad de Estado han sido y siguen siendo una constante a lo largo del tiempo. La viñeta, ubicada a manera de prefacio de la obra de Sófocles, nos anticipa que la trama presenta una inusitada actualidad, a pesar de los cincuenta años que nos separan de los sucesos de Dallas y de los veinticinco siglos transcurridos desde la tragedia de Tebas [2].
Un mes antes del asesinato de Kennedy, en octubre de 1963, un joven psicólogo publicaba los resultados preliminares de la investigación que llevaba adelante en la Universidad de Yale. El artículo se titulaba “Behavioral Study of Obedience” y apareció en el Volumen 67 del Journal of Abnormal and Social Psychology. Su autor era Stanley Milgram, hijo de judíos refugiados en los Estados Unidos, quien reconocía haberse inspirado para su diseño experimental en el juicio al criminal de guerra Adolf Eichmann, cuyas imágenes habían sido transmitidas profusamente dos años antes por la televisión norteamericana [3]. El propio Milgram se encargaría luego de filmar su experimento, en una película titulada Obedience, realizada por University Park y distribuida por Penn State Audio Visual Services en 1965.
Así, un circuito de hechos se iba anudando a través de las imágenes: la filmación del juicio a Eichmann (1961), la retransmisión via satelite a escala mundial de las exequias de Kennedy (1963), la realización del film de Milgram (1965).
No sería sin embargo hasta una década más tarde cuando este circuito tendría su inesperado abrochamiento. Fue cuando Milgram presentó las conclusions finales de su estudio en un libro de amplia difusión, Obedience to Authority; An Experimental View, publicado en Londres por la editorial Tavistock en 1974. La obra llegó a manos de un cineasta de origen armenio, Ashot Malakian, nacido en Turquía en 1920 y radicado en Francia, donde ya había dirigido varias películas exitosas, entre ellas Mayrig (“Madre”), en la que relataba sus recuerdos de infancia cuando debió huir con su familia luego del genocidio armenio por el ejército turco.
Sensibilizado frente a la impunidad, de la que se habían beneficiado los asesinos de su pueblo, Malakian (conocido por su nombre artístico Henri Verneuil) se propuso hacer una denuncia pública de la patraña que había rodeado al asesinato de Kennedy. Para ello se asoció con el escritor Didier Decoin, quien había sido Presidente de la Société des Gens de Lettres, y juntos idearon un guión que se ajustaba en casi todo a los hechos de Dallas, pero con el aditamento fantástico de la experiencia de Stanley Milgram. La película se tituló I… como Icaro, y se transformó en un clásico del cine político [4]. Malakián/Verneuil dejó siempre claro que a pesar de la ambientación francesa y modificaciones de la trama, la referencia al asesinato de Kennedy estaba fuera de duda. Basten como ejemplos la figura del misterioso “hombre del paraguas negro”, presente en las filmaciones documentales de Dallas y retomado por el guion del film, y por supuesto el nombre del falso asesino Daslow, anagrama de Oswald.
La reconstrucción de la experiencia de Milgram en I… como Icaro ocupa una secuencia significativa del film -15 minutos, más otros 7 de la escena de “debriefing” posterior. De hecho contribuyó muchísimo a la divulgación del experimento y fue profusamente utilizada en cursos de psicología social en distintas universidades del mundo [5]. La recreación teatralizada no es demasiado fiel a la experiencia original, pero cumple perfectamente la función de atrapar al espectador, identificado con la figura del fiscal Henri Volney, el personaje protagonizado por Ives Montand. La experiencia está presentada para ser vista desde el ángulo de un espectador neutral e inadvertido, extendiendo así la ficción del experimento al auditorio en la sala de cine.
2. En perspectiva
Existen al menos tres líneas de fuga para ponderar el horizonte ético de la experiencia de Stanley Milgram. Este número de Aesthethika reúne siete artículos que presentan un panorama de la cuestión. Podemos resumir estas tres líneas como sigue:
1. Debates éticos en torno a la utilización de consignas engañosas en la investigación psicológica -y por extensión, médica y sociológica.
2. Controversia respecto de la aplicación de los resultados de la investigación a contextos diferentes de aquellos que enmarcaron la condición experimental.
3. Debate respecto de las condiciones para la enseñanza / transmisión de un experimento metodológicamente y conceptualmente controvertido.
Para el abordaje del primer punto recomendamos la lectura del artículo de Elizabeth Ormart, Natacha Lima, Flavia Navés y Federico Pena, en el que se presenta la experiencia de Stanley Milgram en el contexto del auge de la investigación experimental en los Estados Unidos –su vinculación con las experiencias de Solomon Asch y Philip Zimbardo. Asimismo, el artículo que compartimos con Gabriela Salomone, el cual discute los modernos criterios en materia de ética en la investigación –el consentimiento informado y la ponderación del beneficio para la ciencia y el daño o efectos nocivos de un experimento. Se incluye allí la discusión emanada de las normativas APA sobre consignas engañosas en la investigación.
El segundo punto es muy vasto y existe amplia bibliografía al respecto. Para el ejemplo princeps del nazismo, recomendamos en este número de Aesthethika el texto de Carlos Gutiérrez, que presenta la cuestión de Eichmann y la responsabilidad. Otros textos ya clásicos son el de Kelman y Hamilton (con el foco en My Lai), y los de Jorge Jinkis, Contardo Calligaris y Miguel Benasayag (sobre la Ley de Obediencia Debida). Sobre este último punto, es impostergable subrayar que en junio de 2005 la Corte Suprema de Justicia de Argentina, en un fallo histórico, declaró la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, mostrando con ello la razón que asistía a los argumentos que desde mucho antes estaban disponibles.
El tercer punto es el menos frecuentado en la bibliografía disponible, con lo cual le dedicaremos un párrafo más extenso de esta editorial. Se trata de las condiciones para la enseñanza de un experimento metodológica y conceptualmente controvertido. Lo cual abre una discusión sobre un capítulo habitualmente relegado de la ética en el campo de la educación.
Frente a la utilización del experimento de Milgram como argumento para la exculpación en casos como el del nazismo, My Lai o Argentina, ¿qué ética para la enseñanza universitaria? Durante años se transmitió en las aulas la experiencia de Stanley Milgram como un capítulo importante de la psicología social. Cuando en 1987 se promulgó la Ley de Obediencia Debida, hubo exigencias estudiantiles para retirar tal enseñanza de los programas académicos. Una vez pasado el torbellino, las cosas volvieron a su curso habitual y actualmente se suele transmitir la experiencia de Milgram desprovista de los debates precedentes.
Un principio importante de la Etica en la Educación es el de la “objetividad en la enseñanza” [6], tanto a la hora de impartir como de evaluar conocimientos. ¿Es posible tal “objetividad”? El principio se enuncia en los siguientes términos: mientras existe consenso respecto de muchos conceptos vigentes, respecto de otros persisten controversias en la comunidad científica; cuando tal controversia supone consecuencias que afectan los derechos humanos el educador tiene la obligación de presentar los distintos puntos de vista existentes.
¿Cómo se aplica este concepto a la enseñanza del experimento de Milgram? Ante todo, transmitiendo la experiencia. Y haciéndolo de manera rigurosa y exhaustiva –de ser posible, con la lectura de los propios textos de Milgram y mostrando el experimento a través de los registros de filmaciones, como la ya mencionada del film Obediencia o la recreada en I… como Icaro, o incluso las más recientes de Derren Brown o El juego de la muerte. Dos artículos incluidos en este número de Aesthethika, uno escrito junto a Irene Cambra Badii y el otro junto a Álvaro Lemos buscan ampliar este horizonte descriptivo de la experiencia, mostrando detalles originales de su presencia en la cultura popular.
Al mismo tiempo, la objetividad en la enseñanza exige presentar las objeciones metodológicas, conceptuales y sobre todo éticas que actualmente pesan sobre el experimento. Para ello, incluimos dos artículos concebidos de manera contemporánea y cuya lectura recomendamos especialmente. Están, como se verá, en evidente tensión. El primero es la versión en español de un texto de Jan De Vos, investigador belga que realiza una crítica a la experiencia de Milgram autorizándose en conceptos teóricos de Jacques Lacan. El otro es la actualización de un texto de Eduardo Laso, que aborda las coordenadas de la obediencia en la perspectiva propuesta por Zygmunt Bauman.
Ambos artículos son parte de una discusión abierta en el terreno del psicoanálisis y las ciencias, la cual tendrá seguramente una saga posterior. ¿Puede el experimento de Milgram ser considerado una confirmación de las tesis freudianas, no obstante la discrepancia abierta de Milgram con tal perspectiva?
Para contribuir a profundizar esta veta, incluimos una breve addenda que recupera dos textos consagrados de Freud y Lacan, poniéndolos en diálogo con la matriz de Milgram.
Medio siglo después, la maquinaria puesta en marcha por Milgram supera por mucho el horizonte de época en que fue concebida. Corresponde a las nuevas generaciones no una relación especular con la experiencia, sino el desafío de recuperarla como renovada empresa de pensamiento.