El problema sexual es uno de los más recientes que ocupan a la ética en la actualidad. No debemos olvidar que en la antigüedad, aún en los tiempos más remotos, el mismo tema se había instalado entre los pueblos más disímiles, sólo que no se le atribuyó un gran espacio como sí ocurre en la actualidad.
Tal vez el único medio para evitar y prevenir daños en la ética sexual de jóvenes y adultos, desde el siglo XVIII hasta ahora, haya sido brindar información racional [Aufklärung] adecuada sobre la vida sexual y su base psicológica. Por ejemplo, Rousseau en el cuarto libro de la novela educativa “Emile, ou de l’education” recomienda proveer de información sexual a los jóvenes mayores de dieciséis años. Rousseau consideraba como parte esencial de la formación para su alumno imaginario Emile la organización de visitas a prostíbulos acompañado con pacientes con sífilis , todo con el fin de esclarecerlo sobre los riesgos de la enfermedad. Como un amigo significativo y seguidor de las ideas de Rousseau, Basedow, contemporáneo y conocido de Goethe, ganó notoriedad en Alemania por apoyar la educación sexual [Aufklärung] de la misma manera que lo hicieron otros educadores de jóvenes. En estos círculos, apareció la sugerencia de mostrar adecuadas disecciones de cadáveres para que la educación sexual se visualice mejor. Percibimos claramente que la enseñanza sensata de preguntas relacionadas al sexo es tan valiosa hoy como en los tiempos de la ilustración [Aufklärungszeit], tal como oportunamente fue señalado por Kant. Numerosas disertaciones, muestras, películas, escritos y artículos adhieren a esto. Notemos sin embargo que algunos de ellos carecen de valor y son incluso perjudiciales.
¿Cómo juzgar esta difusa actitud orientada hacia lo racional en cuestiones de ética sexual? Sin lugar a dudas el pensamiento y la racionalidad pueden y deben aplicarse a todas las cuestiones, incluyendo a la ética y a la ética sexual en particular. Negar esta necesidad significa también continuar con el problema en cuestión, así como cualquier proceso que pueda resultar de ello. Por sobre todas las cosas, ese sería el peor error posible. En el Fausto de Goethe Mefistófeles dice con justa razón: “Si desprecias la racionalidad y el conocimiento, poderes supremos de la humanidad, entonces ¡te tengo!”
Hasta aquí todo debería estar claro. Sólo que no debemos dejar de lado el hecho de que el hombre no es exclusivamente un ser pensante y en él lo racional no representa todos los impulsos de la mente. La omisión de este hecho psicológico se encuentra extendido y se suele olvidar que al hombre se le atribuyen fuertes impulsos y sentimientos. Y debido a la fortaleza de tales impulsos internos es extremadamente difícil subordinar la ética sexual sólo a lo racional: debemos reconocer que el impulso sexual puede ser extremadamente poderoso. En general, estos impulsos son tan fuertes que el hombre suele rendirse ante ellos, aún si la razón le dice que se verá perjudicado al hacerlo. Como ejemplo del impulso real para la auto preservación: un hombre que se está ahogando se ‘agarrará’ de lo último que encuentre, o aun de su salvador si acaso hubiese uno, incluso si sabe que puede complicar su rescate, o tal vez llegar a hacerlo imposible. Un deseo de auto-preservación trabaja de manera ciega en este caso y la razón no tiene poder para dominar. Un impulso similar de resistencia existe en el impulso sexual, especialmente si la persona se encuentra ‘bien dotada’ o trastornada a causa de una enfermedad.
Para observar un caso extremo: un hombre con orientación homosexual puede llegar a considerar su orientación sexual errónea, no natural, o enferma; por lo tanto será infeliz por el resto de su vida. A pesar de que su raciocinio pueda llegar a considerar esto como anormal, él no puede alterar ese impulso y frecuentemente no puede evitar actuar. De manera similar, esto también se aplica a ambos sexos en lo que atañe a la simple o mutua masturbación, una mala costumbre ampliamente difundida. Aun el impulso sexual natural, más o menos sano triunfará sobre la razón o las enseñanzas –resulta obvio que una persona flemática se encuentra en menor peligro que una persona sanguínea. En tal situación es evidente que las enseñanzas racionales bien intencionadas puedan dar resultados opuestos a los buscados, de manera especial en individuos que se pueden exaltar fácilmente. Un viejo ejemplo se encuentra en la Biblia: a pesar de que las cuestiones sobre la vida sexual se discuten de manera sencilla y con libertad, se evita cualquier detalle seductor, estando ausentes los dobles mensajes y las atmósferas sensuales. Aún hasta el presente, dar clase a los jóvenes sobre tales pasajes se considera peligroso y hoy encontramos ilustración de esto en películas educativas públicas: mientras que se presta poca atención a las películas educativas estándares, siempre se observa con detenimiento las películas sobre educación sexual. Esto pone en cuestión que el interés esté impulsado por lo racional, indicando más bien que tal iniciativa se debe, aunque no de manera consciente, a lo sexual.
No es novedad, que la racionalidad no sea el impulso que conduce las demandas de la promoción de la ética sexual. Rousseau y Basedow, anteriormente mencionados, son francos opositores de este exagerado razonamiento [Vernünftelns]. Ya en tiempos lejanos se hicieron intentos para influenciar de manera directa, desde la niñez, el llamado sentimiento moral [moralisches Gefühl] en la ética sexual. Por supuesto, esto estaba dirigido a incentivar la ética sexual en los adultos.
¿Qué consecuencias prácticas resultarían del impacto significativo del impulso humano y su influencia e impacto en la ética sexual? Es evidente repetir de manera explícita lo que ya se ha mencionado, en el sentido de que uno no puede prescindir de la educación sexual racional. Es sólo nuestra razón la que puede convencernos de considerar de manera seria no sólo el aspecto racional, sino también el psicológico en el sentido más moderno. Uno de los medios para lograr esto es ocuparse de la religiosidad activa. Se espera mucho del despertar y el fortalecimiento de los sentimientos morales [moralische Gefühle], como se los llamaba durante el Siglo de las Luces, en nuestro área específica, lo cual implicaría el cultivo de un sentido de la vergüenza. Para lograr esto, es esencial deshacerse de influencias dañinas. Debemos prestar mucha atención a la amplia oferta de literatura, en su mayoría ilustrada, sobre temas sexuales. No se debe prestar atención sólo a publicaciones nuevas, sino también a escritos clásicos. Sólo deseo mencionar aquí a los cuentos de ‘Las mil y una Noches’, el ‘Decameron’, de Boccaccio y ‘Las aventuras de casanova’. Que estos escritos no estaban solos en el pasado está probado por las serias advertencias de un pedagogo ya mencionado, Basedow, contra aquellas lecturas inapropiadas, sensualmente excitantes. Lo más importante sería un estilo de vida en esa dirección. Incluyen esto una dieta balanceada con porciones de tamaño apropiado a intervalos de tiempo adecuados, principios higiénicos aplicados a la vestimenta, lugares para vivir (especialmente acondicionamientos para dormir), que tanto el trabajo como la recreación se encuentren en proporciones adecuadas (ni mucho ni poco de cada uno), y que en lugar de los placeres mundanos, debería haber ejercicio físico y diversión sin tener obligaciones (deportes, caminatas, jardinería, etc.). Defendiendo la regla de oro: ¡Al que madruga, Dios lo ayuda! Un tratamiento más exhaustivo de temas importantes (por ejemplo el tema del alcohol) no se puede hacer aquí en este momento. Ellos son mejor tratados por médicos competentes y experimentados.
Es de especial importancia en la niñez y en la juventud una influencia directa en la ética sexual, a la que no se accede desde la educación racional solamente, ya que uno siempre debe balancear el peligro del daño moral contra la posibilidad de un impacto exitoso en la educación. No requiere prueba alguna el hecho de que aquí comienza el desarrollo de la ética sexual en aquellos que pronto devendrán adultos.