Prólogo
Supongamos que un reportero, micrófono en mano y magnetófono en bandolera, se pasea entre alumnos de liceo de último año o que, junto a un quiosco de periódicos, interpela a lectores del Express, de Dépêche, Le Monde, Le Figaro o Le Nouvel Observateur: «¿Ha oído hablar usted del doctor Lacan?». «Ah, sí, el estructuralista del psicoanálisis...». En virtud de un estereotipo comparable, Roger Clamant convoca a Lacan en un opúsculo: Les matinées structuralistes. [1] E ironiza sobre nuestro autor: «A sus anchas en el preciosismo y la galantería, se caracteriza por un pesimismo secreto en cuanto a la trascendencia de su mensaje: Si se solaza en el hermetismo, es en la medida en que está persuadido de que sus descubrimientos pertenecen a lo frágil».
En lo que a nosotros concierne, siempre hemos distinguido los análisis estructurales, disciplinas científicas derivadas de la lingüística moderna, de las ideologías estructuralistas, que son por sobre todo creaciones de opinión pública.
¿A título de qué podría conferirse el rótulo de estructuralista a la búsqueda psicoanalítica de Lacan? ¿Se trata acaso de una prolongación de la ideología llamada «estructuralismo» con todas las combinaciones que recubre: tanto la etnología de Claude Lévi-Strauss, como las filosofías de Michel Foucault y Jacques Derrida, la lingüística moderna y la retórica general, las teorías literarias de Roland Barthes y Tzvetan Todorov? ¿O será una nueva rama de la investigación científica donde confluyen los dos ramales del psicoanálisis y la lingüística? Aquí el irónico testigo se pronuncia por la negativa: «Es verdad —y hay que reconocérselo— que esta ambición de cientificidad no es tal vez en Lacan más que un truco de ilusionista». Empero, un problema serio no se resuelve a fuerza de ingenio verbal. Al amparo de un consumado arte del «ilusionismo», Lacan se propone fecundar el psicoanálisis por medio del análisis estructural y predica un «retorno a las fuentes», es decir una relectura del texto freudiano. De ahí que el problema fundamental no sea ya el de la legitimidad de un rótulo, sino el de la validez de un enfoque que se pretende científico. Problema siempre difícil toda vez que se fecundan dos disciplinas, dos metodologías: en este caso, el psicoanálisis y la lingüística. Las respuestas a estos interrogantes: ¿ciencia o ideología, ciencia del ilusionismo o frágil preciosismo, retorno a las fuentes del psicoanálisis o proliferaciones bizantinas...?, las pediremos al propio Jacques Lacan. Y esta será la primera parte de nuestro estudio: el discurso de Lacan. Se trata del lenguaje, del discurso en acto, en este caso el propio discurso de Lacan.
Procuraremos traducirlo sin incurrir en excesivas traiciones. Fieles al plan de nuestros primeros estudios sobre el estructuralismo [2],haremos de esta traducción una vulgarización. ¿Acaso traducir no es operar una conversión de un código a otro? Vulgarizar es ante todo descifrar, decodificar un lenguaje instaurado entre miembros de una institución dada —en nuestro caso la institución congrega a Lacan, a sus oyentes y a sus lectores habituales— para someterlo luego a un código distinto, eventualmente más amplio: en este caso, el código del «gran público», el de los lectores no iniciados que quieren «comprender algo». Este discurso de Lacan —este proceso reconstruido de la investigación lacaniana— irá de la intuición primera del psicoanalista hasta las nuevas descripciones de las formaciones del inconsciente (según la metáfora y la metonimia):
1. Del espejo al Edipo.
2. El lenguaje.
3. La necesidad y la demanda.
4. La metáfora y la metonimia.
Irá del primer lenguaje de Lacan, de aquel que dice y describe el inconsciente, a su segundo lenguaje, al metalenguaje [3], a aquel por el cual Lacan, coronando su propia investigación, asigna a esta un lugar en la cultura de nuestro tiempo frente:
5. Al psicoanálisis.
6. A la lingüística.
A decir verdad, estos dos últimos capítulos serán a la vez discurso de Lacan y discurso sobre Lacan. En realidad, será difícil separar lo que dice Lacan de lo que al respecto podemos decir nosotros. En estos dos últimos capítulos seremos nosotros quienes nos encontraremos en posición de coronamiento; Lacan ejecutará la parte esencial del trabajo accionando la cuerda de descenso, pero nosotros debemos sostener la cuerda que la asegura.
La segunda parte de nuestro estudio será exclusivamente, por nuestra cuenta y riesgo, discurso sobre Lacan, a saber un análisis de sus Ecrits según nuestro método, estructural y retórico. La idea de proceder de esta forma nos fue inspirada por las múltiples críticas relativas al esoterismo, a las ambigüedades, al preciosismo de la escritura lacaniana. El esoterismo debe ser despejado, las ambigüedades disipadas, los preciosismos reducidos. Podemos admitir que Lacan sea esotérico, pero nos rehusamos a priori a considerarlo ininteligible y a llamarlo incomunicable. Ha hablado para círculos restringidos, ha escrito sin duda para un pequeño número de lectores, pero ha optado por romper el silencio y comunicar. Solo la locura es afásica en su soledad y solo la experiencia mística es inefable en su intimidad. Comunicar equivale a situarse en algún lugar entre estos dos silencios. Y a la vez en algún lugar entre uno mismo y sus interlocutores. La comunicación no suprime necesariamente la distancia entre el que habla y el que escucha, el que responde. La comunicación es un juego de las diferencias, una individualización de esas diferencias: El que toma la iniciativa va a la cabeza de sus interlocutores hasta el lugar en que estos pueden distinguirlo, oírlo, percibir su originalidad, es decir sus diferencias; y quienes miran, escuchan, deben acortar la distancia sin que ello implique que deban suprimirla. Si el interlocutor quiere a toda costa perder su propia diferencia, su originalidad, ese interlocutor «choca» o se «compenetra». Y a ese «choque» o «interpenetración» se lo denomina: repetición, esnobismo, fanatismo. Aceptar las diferencias es la condición sine qua non del diálogo.
Hemos dicho pues que Lacan comunica... acorazándose o enmascarándose con ambigüedades, preciosismos; esto, en todo caso, es lo que agregan sus críticos y cierta opinión corriente. Observemos más de cerca, en esta segunda parte, de qué manera esta comunicación a la vez se instaura y se acoraza. Para este fin nuestro análisis tomará como mojones:
1. Los índices del Emisor y del Receptor: ¿Cómo se ingeniará Lacan para hablar de sí mismo (emisor) y para marcar la huella de aquellos a quienes se dirige (receptor)?
2. Las sorpresas retóricas: Hermetismo, ambigüedades, preciosismo... otros tantos rasgos atribuidos a Lacan y considerados como coquetería. Es preciso, sencillamente, valorizarlos, emplear en ellos los instrumentos. Acaso lleguemos a captar también algo de la sutileza y del humor lacanianos. Para ello tomaremos como clave de lectura las figuras de estilo y discurso tal como las establece la retórica moderna, en la cual toda figura es una sorpresa con relación al funcionamiento corriente o manifiesto del sentido. Quién sabe si en virtud de una duplicación sutil, de una retórica de segundo grado, no nos depara Lacan sorpresas nuevas, allá donde nosotros esperábamos la sorpresa trivial de un juego retórico de primer grado.
3. Las instancias ideológicas: Los lectores saben que todo lenguaje, salvo quizás el de las matemáticas y el de la lógica, entraña un «exceso», un nivel segundo, el nivel de las connotaciones o resonancias ideológicas. Pero el analista, hasta ahora, se encontraba en su oficio y no podía escapar de él más que por vislumbres intuitivos, pues más allá de cada enunciado era posible «husmear» rancios olores míticos. De ahí los inventarios impresionistas en el más alto grado. Por ejemplo esta frase, extraída al azar de los Ecrits: «Les écrits emportent au vent les traites en blanc d’une cavalerie folie» (Los escritos arrebatan al viento los tratados en blanco de una caballería loca), nos sugiere connotaciones de poesía métrica, hasta rítmica (vent/blanc), burla de sí mismo (escritos en general/Ecrits de Lacan), acumulación impetuosa (tratados en blanco, caballería loca), arbitrariedad suprema del lenguaje (tratados en blanco), esteticismo más allá del escepticismo, etcétera.
Para allanar tales dificultades, para evitar descripciones fantasiosas, intentaremos descubrir las instancias en los «lugares» privilegiados donde normalmente ellas se inscriben: los calificativos y los superlativos, los comienzos y las conclusiones. Esta segunda parte, el discurso sobre Lacan, ¿constituirá entonces un proceso al autor? Quizá sucumbamos a la tentación, si bien haremos todo lo posible por evitar tal presunción. Nuestro estudio tendrá como única aspiración reconocida ensayar métodos de análisis sobre el lenguaje lacaniano, ya que este lenguaje se ha expuesto a la comunicación pública. ¿Cuánto más grande que la reducida, o mejor dicho traducida, quedará, al cabo de estos ensayos, de estos procedimientos, la parte de irreductibilidad del lenguaje examinado?