Then she found me (USA 2008, Cuando ella me encontró, Argentina 2009) es un film dirigido y protagonizado por Helen Hunt junto a Bette Midler, que narra los avatares del deseo femenino en torno a la maternidad.
Si bien la trama principal se desarrolla con un formato lineal y por lo tanto no reclama del espectador un esfuerzo para vincular escenas entre sí, también admite un recorrido por fuera de foco, donde un transcurrir más sutil y acaso también más esencial va deslizándose de manera algo velada. Es decir, se trata de un film que da lugar tanto a dejarse llevar por el plano de las resoluciones esperadas y los lugares comunes, como a dejarse atrapar por algunos fragmentos casi evanescentes que permiten recortar el siempre problemático interrogante sobre el deseo femenino. No caben dudas de que nos encontramos ante una historia previsible, pero no toda.
April es una mujer que trabaja rodeada de niños pero no consigue engendrar el propio. Casada con Ben -un hombre todavía muy ligado a su propia madre- y rondando ya el último tramo de su fertilidad, nos deja saber desde los inicios del film que ella es una hija adoptada por una familia de tradición judía y que tiene un hermano menor que ha sido procreado por sus padres. Esta madre que adoptó pero también engendró, enferma ya y acompañada por sus dos hijos en el hospital, aconseja a April que adopte, asegurándole que no hay diferencia en el amor de una madre entre un hijo biológico y uno adoptado.
Sin embargo, April ha encontrado en la mirada de su madre algo que hace diferencia respecto de su hermano menor, una mirada en la que encuentra un plus dirigido hacia el hijo que sí ha podido engendrar. Luego de la muerte de la madre, no obstante, sabremos en palabras de su hermano que esa mirada dirigida al lugar de único hijo biológico, lejos de constituir un privilegio, le ha resultado a él un exceso difícil de soportar. Se trata de una escena breve, en la que ambos hermanos dan cuenta de que el lazo de fraternidad no se constituye sino en relación a un orden de filiación, y que esta se funda en la transmisión de una falta.
Luego de una búsqueda infructuosa, April queda embarazada de su marido, Ben, el mismo día en que él decide dejarla. Pero recién se anoticiará de ello seis semanas después, cuando se acuesta por primera vez con Franck, padre de un alumno, a quien su esposa abandonó junto a sus dos pequeños hijos. Es aquí donde se abre claramente una pregunta por el deseo femenino.
Todo embarazo, aun cuando se trate de uno esperado, sorprende a la mujer por el hecho de su misma eventualidad. La revelación del embarazo es un acontecimiento que conmociona en lo más profundo la posición femenina. El deseo de hijo suele ser complejo, ya que allí se articulan los fantasmas de ambos miembros de la pareja, anudados a su vez con los de sus respectivas familias. Las condiciones a partir de las cuales este embarazo se produce, como consecuencia de una determinada sexualidad en juego, no quedan desligadas tampoco al modo en que el embrión es acogido en el cuerpo de la mujer.
En el caso de April, ese embarazo producido en medio de la ruptura con su marido y descubierto tras el encuentro sexual con otro hombre, deberá ser puesto en interrogación en relación con su propio deseo, todavía en sombras. Queda claro que metaforiza un encuentro fecundo con Franck, en tanto recién allí registra signos en su cuerpo del estado de gravidez, pero April no duda respecto de a quién debe atribuir la paternidad biológica.
Dado que lleva en su vientre el hijo que tanto tiempo había buscado tener con su marido, intenta con múltiples torpezas recuperar la relación con él, poniendo en evidencia –aunque no tanto para sí misma – que lo hace moralmente obligada por las circunstancias. La presencia tanto de Ben como de Franck en los controles del embarazo, más allá de un distendido paso de comedia, no hace sino confirmar que la acompañan solo de manera solidaria, sin que ninguno de estos dos hombres pueda disponerse a encarnar el lugar del padre y considerar seriamente al otro como un intruso.
Al poco tiempo April pierde el embarazo y ese episodio, que por un lado la libera de decisiones que empezaban a perfilarse como postergadas, por otro la lleva a confrontarse con su propia verdad en tanto admite que no se trataba de un hijo deseado. De alguna manera, queda concernida como sujeto en lo azaroso de la pérdida.
Será otro encuentro en la vida de April el que la colocará de nuevo ante el enigma del deseo, pero esta vez (u otra vez, si consideramos la escena en el hospital con su madre adoptiva) desde el lugar de hija. Bernice, una famosa conductora de televisión, busca contactarse con la hija que tuvo a los quince años y dio en adopción. Fue una decisión para la cual Bernice, claramente, no se amparó en su condición de vulnerabilidad. Tenía sobradas razones para posicionarse como víctima. Sin embargo, la entrega en adopción no fue el resultado de aquellos momentos difíciles en que estaba expulsada de la casa de sus padres, quienes la habían arrojado al desamparo de la calle al no aceptar su embarazo temprano. La decisión de dar a April en adopción fue causada por desear una vida para sí misma. Quizás un acto de responsabilidad de cara a un deseo que transcurría por unos carriles que no conducían a la maternidad. No en ese momento.
Enfrentada al producto de su fecundidad, una mujer que no logra tejer una trama simbólica para recibir al niño que ha gestado se encuentra inevitablemente convocada a decidir algo sobre su futuro. Cederlo en adopción es uno de los caminos posibles frente a tal encrucijada.
Es necesario separar la madre de la mujer para pensar las cuestiones que le atañen precisamente como mujer, más allá de la procreación. Es una mujer (y no una madre) la que entrega su producto, para que entonces sí pueda advenir una madre en otra mujer. Dispone al niño como hijo para otra, a la que le supone un deseo que lo hará nacer en una trama simbólica que no es la suya.
Bernice, en esa ocasión, produjo un acto cuya dimensión no admite retorno. Un acto cuya apuesta dirime un desvío en la ruta preexistente para esa niña, instalando en su origen otra constelación familiar. Pero la dimensión de acto no está dada por la decisión de desprenderse de la niña, pues esto podría resultar razonable para la instancia yoica, un alivio para su propio sufrimiento como adolescente expulsada de la familia, o incluso un valiente enfrentamiento a la posible condena social. No es un hecho producido en el campo de la moral, sino un acontecimiento en soledad. La dimensión de acto está dada por lo que tiene de creador, posibilitando que una nominación recaiga sobre esa niña, al tiempo que en alguna medida su posición subjetiva quedará conmovida.
Ya en la madurez, y luego de hacerse una vida donde algo de su devenir deseante como mujer quedó plasmado, Bernice se vuelve nuevamente presente en la vida de April. La busca –y la encuentra– cuando se entera que sus padres adoptivos han muerto. Acaso un signo distinto, de prudencia y cuidado por el otro, en una mujer acostumbrada a que se cumplan los caprichos que permiten la fama y el dinero en abundancia.
A partir de la insistencia de Bernice y a pesar de los reparos de April, ambas mujeres se darán la oportunidad de hacer algo con aquella historia que las une. Para Bernice se trata de reanudar un lazo, menos en el sentido de restablecer algo interrumpido que de volver a anudar. Cuando la entregó en adopción espió el nombre de los padres que iban a recibirla, quizás fantaseando que no sería una despedida radical y absoluta. Para April se trata de crear un lazo inédito con alguien que es tan cercano y tan ajeno a la vez, y también tan públicamente conocido y tan íntimamente desconocido. Para April es dejarse adoptar de nuevo… por su madre biológica.
Es posible que aquí radique la ubicación de ese sujeto que sólo en función gramatical, sin nombre y sin parentesco, da soporte como lugar vacío al título del film: she (ella). Lugar que, con un pequeño agregado en la traducción, podría convertirse para April en la pregunta “¿quién es ella cuando me encontró?”.
A partir de este encuentro, April intentará saldar algo de su propia historia al mismo tiempo que de su propia maternidad. Dará para ello otro rodeo, andando y desandando una incursión por técnicas de reproducción asistida con donante anónimo, hasta recalar finalmente en la decisión de adoptar una niña de otra etnia. Ni obturando su falta con pura tecnología ni clausurando su deseo como mujer, April deviene madre, finalmente, junto al hombre que ama.
Tres generaciones a través de las cuales la fecundidad, el amor y la filiación se desencuentran y se anudan en los tiempos del deseo.
Referencias
Ariel, A. El estilo y el acto, Manantial, 1994.
Caruncho, C. & Alfano, A. “Adopción: un acto de entrega”, en Psicoanálisis y el Hospital, N°30, Ediciones del Seminario, 2006.
Chatel, M.M. El malestar en la procreación, Nueva Visión, 1996.
Lacan, J. El Seminario 7 La Ética del Psicoanálisis, Paidós, 1992.
Roudinesco, E. La familia en desorden, Fondo de Cultura Económica, 2003.
Texto publicado originalmente en Congreso Online de Ética y Cine 2011