“El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese una condición material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos.” (Karl Marx, El Capital, 1867)
«Sabemos bien que esta máquina no piensa. Somos nosotros quienes la hemos construido, y ella piensa lo que se le dijo que pensara. Pero si bien la máquina no piensa, está claro que nosotros mismos tampoco pensamos en el momento en que hacemos una operación lógico matemática. Seguimos exactamente los mismos mecanismos que la máquina.» (Jacques Lacan, Psicoanálisis y cibernética, 1954)
¿Podemos a partir de estos epígrafes aportar algo de luz al atolladero de la IA Generativa? ¿Por qué existiendo clásicos del pensamiento en el tema circulan tantos artículos superficiales? El primero de nuestros epígrafes nos ofrece una pista. En el Libro I de El Capital Marx analiza cómo en una sociedad productora de mercancías, estas aparentan tener una voluntad independiente de quienes las produjeron, es decir, fantasmagórica. Y en Teorías sobre la plusvalía denomina a este fenómeno “fetichismo” de la mercancía y lo relaciona con el concepto de alienación: el objeto “cobra vida” y ocupa el lugar del sujeto.
La IA es una mercancía que se presenta bajo formas sofisticadas de aplicación a la vida cotidiana, quedando así tomada por el fetichismo y alienando doblemente al sujeto. Por un lado, al enajenarlo respecto de su responsabilidad social sobre su producto; por otro al degradar su propia subjetividad, reduciéndola a la del objeto creado.
Al respecto, para introducir nuestro segundo epígrafe, es interesante la réplica de Lacan a Octave Mannoni, cuando a inicios de la década del 50 del siglo pasado, este le manifiesta su inquietud por los artificios de computación:
«Nada de sentimiento. No vaya a decir que la máquina es una malvada y estorba nuestra existencia. No se trata de eso. La máquina es únicamente la sucesión de los pequeños 0 y los pequeños 1. Y además, el problema de si es humana o no está totalmente resuelto: no lo es. Sólo que también hay que averiguar si lo humano, en el sentido en que usted lo entiende, es tan humano.» (Lacan, Seminario 2, pág. 471)
Los sistemas expertos, la machine learning y las formas sofisticadas de la IA generativa, como el ChatGPT, son formas de transformación de lo simbólico: valiosas mediaciones instrumentales que potencian las capacidades humanas. Por eso se aplican de manera exitosa en segmentos de la producción o el conocimiento destinados a actividades técnico-formales. La afectación del núcleo real aparece cuando se le asignan a estos dispositivos carácter “pensante”, “sintiente” o “amante”, ignorando que tales acontecimientos en la vida de las personas son irreductibles a logaritmos o lenguajes binarios.
Tales sistemas codificados son de naturaleza diferente al lenguaje con el que nos constituimos como sujetos, ya que los humanos nos comunicamos con significantes, un régimen de lenguaje que se presta al equívoco, la poesía, el malentendido, el sobreentendido, el chiste. Y cuya entrada produce en el viviente una pérdida en el ser que opera como causa pulsional y deseante.
Sin embargo, desde que en 1950 Alan Turing hiciera su célebre pregunta sobre la capacidad imitativa de las máquinas, el cine y las series no han dejado de ocuparse de la cuestión. Pero las más de las veces lo han hecho privilegiando el género de ciencia ficción por sobre las factibilidades reales que permite la tecnología. Plasmaron así viejos terrores y fantasmas que nos permiten pensar analíticamente las posibilidades límites del avance científico tecnológico.
Este número de AE presenta un avance de esa reflexión [1]. Y lo hace de la mano de las magníficas ficciones narrativas que nos regalaron Philip Dick, Ray Bradbury, Isaac Asimov o Franco Collodi. En esta productiva vía de análisis se destaca el escrito de Boris Pinto-Bustamante sobre Fahrenheit 451, el de Gonzalo Alejandro Frez Pulgar sobre Wall-E” y el de Juan Eduardo Tesone sobre Ich bin dein Mensch. A los que se suman el homenaje a Alejandro Ariel con Inteligencia Artificial, de Spielberg y el de Eduardo Laso, que incluye la más completa clasificación analítica del cine sobre IA
Finalmente, tres aportes especiales. El primero, que abre el número, una cronología sobre ciencia y tecnología, desde los albores de la humanidad hasta nuestros días, preparada especialmente por Théo Lucciardi desde la Université Aix-Marseille; el segundo, el estudio de Gabriel Eira que analiza a partir de virus y metáforas zombis la universidad en la era del capitalismo digital. Y el tercero, una reseña imprescindible, que retoma el segundo de nuestros epígrafes. Se trata de la cuidada lectura de Gigliola Foco del reciente libro de Jacques-Alain Miler sobre un giro crucial en la obra y el pensamiento de Lacan.
Para el cierre de este número hemos elegido un anticipo de arte, preparado por la artista portuguesa Isabel Saraiva, quien introduce su exhibición Black & White. La muestra fue realizada especialmente para la 15 Conferencia Internacional Bioethics, Medical Ethics and Health Law y se expone en el Sheraton Hotel de Porto en octubre 2023.
Y dado que el cine vuelve a tener protagonismo en este número de la revista, va un adelanto audiovisual que señala el punto analítico de nuestra lectura. En Her (2013), Spike Jonze nos ofrece un desconcertante y entrañable romance entre un hombre deprimido por su reciente separación y un sistema operativo computacional capaz de desarrollar Inteligencia Artificial Generativa. En una recordada escena, Theodor (Joaquin Phoenix) está angustiado porque perdió contacto con su software (la voz de Scarlett Johansson):
Cuando el software le dice al personaje que ama a “unas 641 personas”, está claro que no puede inteligir qué sentido tiene “amar” para el campo humano, sentimiento que queda reducido a “interés especial por un individuo en tanto aporta nuevos datos informativos para desarrollar la red cognitiva”. Así, el film retrata críticamente nuestra dependencia cada vez mayor a la tecnología y a una vida programada, y la sustitución del encuentro con el semejante por vínculos virtualizados y alienados al orden digital.
En un giro irónico de la trama, la IA pasa de ser mediación instrumental a constituirse en el objeto mismo con el que nuestro héroe se apasiona, armándose una locura de amor. En la ficción narrativa, como la vida en la que se inspira, la transformación de lo simbólico ha devenido afectación del núcleo real.