En su acepción más difundida, desfondar significa “quitar o romper el fondo a un recipiente (un vaso, una caja, etc.)”. O en lenguaje marítimo “penetrar, agujerear el fondo de una nave”. Pero existe también otra acepción, que es la de “arar la tierra, hendir en ella de manera profunda, a fin de hacerla más permeable, destruir las raíces perjudiciales y airear las capas inferiores”. En síntesis, el desfondamiento da cuenta de un traumatismo, que puede devenir en una recomposición de lo ya existente, desembocar en lo irremediable de la catástrofe, o bien abrirse a un acontecimiento.
Así lo adelantaba Ignacio Lewkowicz en su libro “Pensar sin Estado”, estableciendo algunas coordenadas del desfondamiento finisecular que le tocó vivir:
Ningún centro configura todo; todos los centros configuran algo. El pensamiento de cada centro está influido (la palabra es justa) por los oleajes de los otros. No se sabe de dónde vienen, no hay corpus ni plano de la situación. Circulan, fluyen, vienen: nos encontramos con ellos. Cada uno diseña su universo; no es afán despectivo: es la forma que adopta el movimiento colectivo de pensamiento sin centro. Estamos siempre recomenzando. No nos une una corriente de opinión o de teoría sino un apremio en el movimiento de pensamiento actual, una corriente de problemas que podemos llamar, para simplificar, siglo XXI. [1]
Dos décadas más tarde de los eventos que dieron lugar a estas reflexiones, Gérard Wajcman sugiere que la serie es la forma que mejor plasma esta ausencia de centro. Porque funda una gramática nueva que rompe con los modos del relato propios del cine, la novela o el cuadro, instituyendo un “relato del mundo” que da cuenta del colapso de la época. Si nuestro mundo está cada vez más estructurado “como una serie americana”, tenemos allí una pista para tratar el contexto actual, en que se desmoronan uno tras otro los ideales del capitalismo. Las series ya no son un mero relevo del cine para el gran público, sino que tienen entidad propia y vienen dando cuenta de ese desfondamiento.
Según Wajcman, “la serie se muestra isomorfa a la crisis, ya que por definición es discontinua. Su relato ha estallado, y restablecer un tipo de continuidad posible suscita a menudo la forma espiral que, geométricamente, se supone se desarrolla según centros múltiples”. Esa ausencia de hilo conductor es evocada en el nombre de la mayor serie de culto de la historia: The Wire. Un cable que ya no existe, y que desnuda los irremediables corto-circuitos del lazo social.
Este número de Aesthethika es un homenaje a esa forma serie, leída como síntoma de los tiempos que corren. Como analizador de una época cruel y desquiciada. Comenzando con nuestro antecedente personal más remoto: la Twin Peaks de los 90, de David Lynch, con su tagline eterno ¿Quién mató a Laura Palmer? Siguiendo con los clásicos Los Soprano, House, CSI, Sense 8, The affair, Breaking Bad, o Game of Thrones. Y por cierto la desconcertante True Detective y toda la saga de serial killers, de Dexter a Luther, pasando por Criminal Minds, Mindhunter, The Mentalist, o su reciente variante forense-policial con la europea Criminal. Y tantas otras que exceden esta crónica y que se contabilizan en sesiones fascinantes frente a la pantalla, pero también en desvelos inquietantes, verdaderas toxicomanías visuales con la impronta metanfetamínica de Breaking Bad.
Como parte de esa crisis que retratan, los artículos de este número inician con el texto de Jean-Claude Milner De cuatro en cuatro, prólogo al libro “Las series, el mundo, la crisis, las mujeres”, de Gérard Wajcman, por lejos la obra más influyente sobre la cuestión. [2]
Sigue una sección para nuevas series: Poco ortodoxa, por Carolina Lizarraga, The One, por Elizabeth Ormart y The Good Doctor / Atypical, por Nicolás Romero, cerrando con el episodio emblema de Small Axe, por Maiten Rodríguez e Ignacio Ramírez.
Tenemos luego un intermedio con una “serie sui generis”, provocativamente anudada por la redacción de AE: el clásico “anti psicoanalítico” El hombre del magnetófono, publicado por Sartre en 1969, sancionado medio siglo más tarde por Pablo Bronstein, Eduardo Laso y Carlos Guzzetti. A las lecturas críticas de los autores, se suma como primicia el estreno de una adaptación teatralizada vía Zoom por el propio Pablo Bronstein como actor, junto a Leo Azamor.
Y nuevamente la serie, con una sección de homenaje a Contardo Calligaris. Recientemente fallecido, el psicoanalista ítalo-brasileño es recordado como pensador y también como autor de la excelente PS!, a partir de tres comentarios de sus episodios. Elizabeth Ormart escribe sobre “Quiero ser quien soy”, Florencia González Pla sobre “La vida en mis manos”, y Gabriela Salomone sobre “¿Es la fantasía un delito?”.
Cierran el número tres reseñas, que son en sí mismas piezas de colección. En primer lugar, el adelanto del libro Spoilear el presente, ideado y coordinado por Juan Pablo Duarte en la Universidad Nacional de Córdoba, con una veintena de artículos originales, incluido un diálogo inédito con Gérard Wajcman.
Continúa la obra de Elizabeth Ormart y Antonella Wagner, Abordajes Psicológicos de la Reproducción Médicamente Asistida, comentada por Evelyn Pasquali, a partir de dos de sus íconos, “Blindspot” y “Frankenstein”, leídas desde la mirada psicoanalítica.
Cierra el número otra perla: la reciente obra de Debora Mauas "Fragmentos de una memoria Visual. Una propuesta curatorial sobre la obra de Marcelo Brodsky, Albertina Carri y Gabriela Bettini", comentada por Florencia González Pla y Juan Jorge Michel Fariña. La reseña incluye algunas de las portentosas fotografías que integraron la propuesta visual para el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Desfilan en esta reflexión sobre las series, además de Wajcman y Lewkowicz, los grandes pensadores del siglo XX y lo que va del XXI: Didi-Huberman, Agamben, Barthes, Benjamin, Deleuze, Derrida, Badiou, Freud, Lacan, Bauman, Foucault, Grüner, Baudrillard, Lyotard, Zizek y Rancière.
No debe extrañar que el psicoanálisis tenga una fuerte impronta en esta serie sobre la serie. En el desfondamiento del siglo que se fue, desde la Gran Guerra, el hundimiento del Titanic y el holocausto, hasta el atentado a las torres gemelas, vivimos a ciegas. Pero hoy hacemos de esa ceguera un rumbo: entre centro y ausencia, para usar la bella figura de Henri Michaux, cuyo dibujo a pluma adorna el banner de este número de Aesthethika.