ISSN 1553-5053Sitio actualizado en   septiembre de 2023 Visitas:

Volumen 12
Número Especial

Noviembre 2016
Publicación: Noviembre 2016
La ética en la escuela según Los Simpson


Resumen

¿Bajo qué condiciones un niño de diez años puede hacerse un tatuaje? Hace 25 años, el capítulo inaugural de la serie Los Simpson nos confrontaba con esta situación, cuando Bart pide a sus padres un tatuaje como regalo de Navidad. La historia nos permite distinguir el campo de la moral, con sistemas de valores que cambian de una época a otra, del terreno de la ética, la cual propone une una reflexión que trasciende las contingencias espacio-temporales.
¿Qué ha cambiado y qué permanece respecto de la función de un padre y de una madre ante los requerimientos de sus hijos?

Palabras clave: Tatuaje - escuela - ley

Abstract English version

[pp. 5-11]

¿Tatuajes en la escuela primaria?

La lección inaugural de Los Simpson: moral y ética

Moth(er): introducción de Bart Simpson

La temporada 1992-1993 de Los Simpson marcó el pico más alto de audiencia en los Estados Unidos y es una de las más recordadas también en Argentina, coincidiendo con su incorporación como material para la enseñanza de la ética en la Universidad de Buenos Aires.

De aquella experiencia nos interesa retomar la que hemos considerado su "lección inaugural" y presentado en una conferencia en la Universidad de Mar del Plata , publicada como “La ética de lo simbólico en la era de lo formal”. A dos décadas y media de distancia, vamos a recrear el sentido de aquella lectura, porque entendemos sintetiza el valor estético y conceptual que contiene la serie y que permite organizar un programa completo de transmisión de la ética en educación a partir de episodios emblemáticos.

Esta potencia de pensamiento contenida en la serie quedó anticipada ya en su primer episodio. Pleno de pequeños hallazgos, tomemos aquél que fue objeto de nuestra primera reflexión. Se trata de una secuencia que podría resumirse así: el pequeño Bart Simpson, en un rapto de amor hacia su mamá Marge, decide tatuarse en el brazo el clásico corazón con la palabra "madre". Sin informarle a ella de su iniciativa, acude a un local y queda fascinado por uno de los modelos disponibles:

La cámara imaginaria enfoca el corazón e inmediatamente los ojos soñadores de Bart, que fantasea cómo lucirá el corazón tatuado sobre su brazo:

Inmediatamente encarga la tarea y el tatuador comienza a trabajar sobre su brazo, pero en mitad de la tarea, mamá Simpson irrumpe en la escena. Horrorizada, interrumpe la tarea del tatuador, y sin escuchar explicaciones de su hijo, se lo lleva en busca de un médico para que borre la escritura de su brazo. Bart se queja y reitera sus buenas intenciones y su declaración de amor, pero la escena no puede ser más patética, porque el tatuaje interrumpido muestra sobre su brazo un corazón que encierra ahora a un texto trunco:

La palabra MOTH, que en inglés significa "polilla"... Los tres fotogramas integran una secuencia que va de la fascinación y la fantasía soñada hasta la dura realidad. Todo un logro del guión sobre el que vale la pena reflexionar.

Hay un efecto de corte: fue justamente la irrupción de mamá Simpson la que realizó la intervención no calculada que generó la ecuación madre = polilla. Lo hilarante de la escena proviene del cariñoso ridículo en que ella queda ubicada al deslizarse hacia esa condición: una "polilla" en el corazón de su hijo.

Para quienes están entrenados en psicoanálisis, no se escapará aquello que mamá Simpson vino a suspender intempestivamente: un acto de amor juzgado por ella excesivamente desproporcionado para un niño de la edad de Bart. Esa prohibición abre el camino de lo simbólico.

Es precisamente esa condición de polo estructurante en Marge Simpson, la que hace posible el efecto del deslizamiento mamá = polilla, efecto que hemos anotado y que escribiremos de ahora en más: moth(er).

Es esa marca en el cuerpo de Bart la que explica por qué el lenguaje humano es lo simbólico. ¿En qué se sostiene el acto de mamá Simpson? Ella viene a interrumpir, dijimos, una acción considerada excesivamente precoz para un niño. ¿Cuál es esa acción? Justamente una declaración de amor, de carácter indeleble, inalterable y permanente. Es ése y no otro el sentido del tatuaje: una marca para siempre.

Para quienes conocemos la serie no habrá dudas sobre las razones que asisten a mamá Simpson. Si a alguien autorizaría ella a grabar su nombre en el brazo –y esto incluso habría que verlo– sería a Homero. El mensaje para Bart es contundente: un niño no decide, a esa edad, una tal declaración de amor, y menos aún si ésta va dirigida hacia su madre.

Es claro entonces el sentido de la interrupción: interceptar el destino incestuoso del tatuaje original, desviándolo en esa fórmula casi cómica que muestra al pobre Bart declarando su amor... a una polilla. Es justamente ese efecto de desplazamiento el que hace a la función simbólica. Al negar a su hijo semejante iniciativa, su madre abre en él la condición de posibilidad para que, algún día, Bart pueda grabar en su brazo el nombre de una mujer, que como todos sabemos será cualquiera menos el de ella.

Universal, particular, singular

Se trata ahora de reconocer, entre la maleza de la anécdota, la dimensión universal contenida en semejante acto. ¿Qué es un padre, qué es una madre? ¿Podemos distinguir lo esencial de la función de Homero y de Marge en nuestra historieta? Observen que Homero ni siquiera está presente en la escena. Seguramente estará trabajando, ganando el pan de cada día, holgazaneando en la planta nuclear, eso no importa. Lo que nos interesa es que Marge, está enamorada de él, o sin decir tanto, que ella ha depositado en él su objeto de deseo. Y como Marge duerme con Homero, o sueña con él, no hay lugar allí para el amor de Bart.

¿Percibimos ya que se trata de la función de interdicción? Si casi, como en un ejemplo de libro, es Marge la ejecutora de un mandato que la trasciende y que otorga más presencia que nunca a la ausencia de su marido.

Si despejáramos todavía más el panorama, si borráramos por un momento al papá y a la mamá de caricatura que antes dibujamos, si sólo quedara de todo ello la función de un adulto sobre un niño, hallaríamos sin problemas el sentido de esa prohibición. No todo es posible para un niño. Busquemos allí la referencia teórica que mejor nos cuadre: castración simbólica para el psicoanálisis, función de interdicción o ejercicio de los límites para la psicología, tampoco hace aquí a la cuestión. Lo importante es la evidencia de esa prohibición que constituye la función de la Ley. Como lo demuestra exhaustivamente la clínica, sin ella la condición de la especie está en riesgo.

Ahora bien, ese universal de la castración simbólica o de la interdicción, no se realiza sino en la forma de lo singular. ¿Qué significa esto? Que nada sabemos de él sino a través de su emergencia singular. En nuestro ejemplo, la fórmula moth(er), “mamá polilla”, será la marca que realice, en el cuerpo de Bart, la función universal de la interdicción.

De allí en adelante, nunca más las polillas serán para Bart lo que eran antes. Como en cada uno de nosotros, esa marca significante ordenará el curso de las tiradas que nos esperan en la vida. El carácter singular se evidencia en las circunstancias irrepetibles de la experiencia, que ahora ustedes pueden ir ya reconociendo.

No existe entonces lo universal sino a través de lo singular y recíprocamente, el efecto singular no es sino una de las infinitas formas posibles de realización de lo universal. La llamada castración simbólica no es finalmente más que un concepto, que como tal no se realiza sino en formaciones siempre singulares –el efecto moth(er) de nuestro ejemplo. Este último, recíprocamente, no es otra cosa que un efecto significante singular, posibilitado por la existencia de la Ley, o lo que es lo mismo, por la condición simbólica de la especie.

Hablamos entonces de la dimensión universal-singular, para subrayar el carácter indisoluble de sus términos, dimensión sobre la que se comenzará a dibujar el horizonte de la ética.

Aprovechamos para introducir aquí un comentario liminar a propósito de un equívoco bastante difundido. La categoría de lo universal, de la que hablamos antes, suele ser confundida con la de lo general. Existe cierta tradición incluso, que usa ambos términos de manera equivalente. Sin perjuicio de las discusiones que ello promueva, digamos que existe una diferencia radical entre ambas categorías. Lo universal –ahora nombrado universal-singular– constituye aquel rasgo que es propio de la especie: su carácter simbólico. Lo general, en cambio, es lo que pudiendo ser una característica de todos los miembros de una especie no hace sin embargo a su condición misma. Recomendamos para saldar este equívoco la lectura, o relectura, de un pasaje incluido en un seminario que Jacques Lacan dictó entre noviembre de 1954 y Marzo de 1955, publicado en español como El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. En su tercer capítulo se discute exactamente esta cuestión. Transcribimos un fragmento de la respuesta de Lacan, invitándolos a consultar el texto completo, que mantiene toda su actualidad:

(...) Lo universal simbólico no tiene ninguna necesidad de difundirse por toda la superficie de la Tierra para ser universal. Por otra parte, que yo sepa no hay nada que constituya la unidad mundial de los seres humanos. No hay nada que esté concretamente realizado como universal. Y, sin embargo, desde el momento en que se forma un sistema simbólico, éste es completamente, de derecho, universal como tal. El hecho de que los hombres, salvo excepción, tengan dos brazos, dos piernas y un par de ojos -y por otra parte esto lo tienen en común con los animales-, el hecho de que, como se dijo, sean bípedos sin plumas, pollos desplumados, todo esto es genérico, pero absolutamente no universal. (Lacan, 1955, pág. 36-37)

Ahora un ejemplo incluido en los materiales de Psicología Política diseñados junto a Narciso Benbenaste. Una consigna de investigación propone la siguiente situación: una asamblea vota por amplia mayoría destruir la biblioteca de la Facultad; cuando se va a efectivizar la medida, un pequeño grupo se opone. ¿Es democrática o autoritaria la actitud del pequeño grupo? Se trata de analizar la pertinencia, desde el punto de vista que aquí nos interesa, de la decisión de mayorías y minorías. Es evidente que si la opción de destruir la biblioteca fuera mayoritaria, incluso unánime, tendría con ello carácter general, pero no se acercaría por ello ni una pizca a lo universal.

Hemos anunciado este apartado con la secuencia universal, particular, singular. Lo hicimos así, en la secuencia de una tradición un tanto escolar que nos llevaría de la mano, indicándonos una correspondencia: uno, algunos, todos. Pero vamos percibiendo viendo que las cosas no son tan lineales. Acabamos de sancionar que nuestro universal no se correspondería con el todos cuantitativo, que reservaríamos más bien a lo general.

Hemos dejado, sin embargo, pendiente aún la categoría de lo particular. ¿Por qué la hemos relegado? Justamente porque su importancia es directamente proporcional a la complejidad que entraña.

Digámoslo de una vez: lo particular no puede comprenderse separado de lo universal-singular, y a su vez, eso que hemos llamado universal-singular no existiría sin lo particular. Ante todo, lo particular es un efecto de grupo. En otras palabras, un sistema de códigos compartidos. Si dijimos antes que lo universal-singular denotaba lo propio de la especie, lo particular será el soporte en que ese universal-singular se realiza.

Para explicarlo de manera más explícita, pero sin perder la complejidad en juego, volvamos a nuestro ejemplo, proponiendo un pequeño esquema para organizar las ideas que hemos desplegado hasta aquí:

¿Cómo se lee esto? En el centro de la escena, como en filigrana, nuestro corazón roto. La columna de la izquierda muestra nuestras categorías: lo universal-singular en los pisos superior e inferior, ligados entre sí, y en el medio lo particular. La segunda y tercer columna representan las dimensiones que analizaremos de nuestro ejemplo. Comencemos por el costado izquierdo del corazón. ¿Qué leemos en el piso superior? Lenguaje. Se trata de la graficación de nuestro comentario anterior: lo universal es el lenguaje, dijimos. Por lo mismo, en la parte inferior escribimos exactamente su complemento: Habla. Debido a que existen las infinitas posibilidades significantes del lenguaje, el habla de cada sujeto es singular. Se trata del moth(er) al que venimos haciendo referencia. La línea universal-singular se realiza entonces en la correspondencia lenguaje-habla.

Hasta allí lo conocido, pero ¿qué hemos introducido como novedad? Justamente el campo de lo particular en el que leemos ahora: lengua. ¿Qué significa esto? Directamente, que lo universal-singular del lenguaje-habla no puede realizarse sino sobre un determinado campo de códigos compartidos. La lengua constituye la dimensión particular porque es ella la que sostiene, sobre las espaldas de su espectro de posibilidades, los márgenes de lo universal-singular. Decimos la lengua y no simplemente el idioma, aunque es evidentemente es este último el que soporta toda la estructura significante.

En nuestro ejemplo, este campo de lo particular es especialmente visible. Se trata ante todo del idioma inglés. El neologismo moth(er) no se realiza en abstracto, sino en la materialidad de una lengua. El efecto hilarante se sustenta en un código compartido. En este caso es el idioma inglés el que soporta el equívoco. Podemos verlo: el fallido es intraducible, ¿qué significa que es intraducible? Que el episodio de los Simpson no tiene ningún sentido para los espectadores que no hablan inglés. De hecho, en la televisión nadie lo tradujo y por supuesto mucha gente se perdió la humorada...

En otras palabras: no cualquier lengua soporta cualquier cosa. Esto es más fuerte aún si se percibe que no se trata sólo del idioma. Decimos la lengua para expresar algo que va incluso más allá.

Tomemos por caso el corazón. Tenemos allí otra lección extraordinaria sobre el campo de lo particular. ¿Qué es un corazón? Podemos decirlo a coro: el símbolo del amor. ¿Cómo lo sabemos? Porque el mito latino de Cupido, con su cara regordeta y sus flechas enlazando los corazones de los amantes forma parte de nuestras representaciones desde siempre. Porque compartimos ese código común, porque somos de la misma parroquia. Nadie nos lo enseñó nunca y sin embargo lo sabemos. Están allí las experiencias compartidas por un grupo cultural, los picnics del 21 de setiembre y el nombre de aquella chica junto al nuestro, grabados en la corteza de un árbol… del parque Pereyra-Iraola o de Palermo, (nunca nadie logró hacer semejante proeza con un cortapluma, pero igual nos reconocemos, mitología mediante, en la escena).

Más aún, el efecto hilarante de moth(er) requiere, para su eficacia, una parroquia aún más estrecha. Nos estamos riendo finalmente de que, para Bart, mamá quedó convertida en una polilla.

Veamos entonces la columna derecha de nuestro esquema. En la parte superior leemos castración simbólica, interdicción. Se trata de la prohibición que instaura la Ley en tanto universal. El efecto singular de esta interdicción, la fórmula moth(er) también nos es conocida. Las vicisitudes del sentido que esa fantasía tendrá para Bart son del orden de lo singular. Para quienes estén familiarizados con la escritura lacaniana hemos escrito allí, como otra opción posible, la fórmula del fantasma S

No hace falta aclarar que el fantasma es siempre singular. Imaginemos por un momento a un Bart Simpson ya adulto, que sólo se interesa por las mujeres cuyas ropas se encuentren algo, digamos, agujereadas, raídas. O un Bart porteño que acuda a su analista para lamentarse: cuando hago el amor me quedo apolillado. Encontraremos la emergencia del sujeto en esa marca que organiza en él la condición del goce.

¿Qué hemos agregado al esquema, ubicado en el campo de lo particular? El complejo de Edipo. Se escucha decir por ahí que el complejo de Edipo es universal y sin embargo lo situamos en lo particular. ¿Por qué? Simplemente porque el crimen de Edipo plasmado en la célebre tragedia de Sófocles es sólo una de las formas posibles para representar la sanción de un acto prohibido. Las culturas africanas cuentan con otros mitos en los que alojar esa misma condición exogámica. Como lo ha señalado George Steiner, aún nos preguntamos por qué un puñado de antiguos mitos griegos, Edipo, Narciso, Prometeo, Ícaro, Antígona, continúa modelando nuestro sentido del yo y del mundo. En cualquier caso, se trata de las fuentes indiscutidas de la inspiración occidental, y tenemos que vérnoslas con ellas.

Esto se hace aún más patente cuando, como en el ejemplo de Los Simpson, se apela, casi, a una cultura del Edipo. No es casual que esta referencia provenga de un guion originado en los Estados Unidos, donde el psicoanálisis ha sido banalizado hasta la caricatura. Ustedes saben: papá, mamá y el nene. No como funciones simbólicas sino como personas de carne y hueso.

Epílogo: ética y dialéctica en Los Simpson

En 1992, dictando esta clase ante un nutrido auditorio de estudiantes, hicimos la pregunta ¿Alguien tiene un tatuaje? Se levantaron apenas dos manos. Dos décadas más tarde habría que preguntar más bien quién no tiene un tatuaje… todavía. Ello resulta una prueba clara del carácter particular, temporal, de la moral y de la estética. El episodio de Los Simpson trata esta cuestión, en la medida que introduce la pregunta sobre la pertinencia del tatuaje en niños que cada vez son más precoces. Pero no se limita al tratamiento estético-moral del problema, sino que va más allá.

Mientras que la discusión sobre la oportunidad o no de un tatuaje en un niño de diez años puede ser materia opinable, la decisión de que este tatuaje suponga una declaración de amor indeleble a la madre, sigue resultando objetable. Y ello no por razones contingentes espacio-temporales, sino por motivos estructurales. En este segundo caso los argumentos no son ya morales sino éticos.

Notemos de paso el movimiento dialéctico que ha tenido lugar. El anhelo de conformar a su madre lleva a Bart a elegir el tatuaje MOTHER. Momento de la afirmación inicial. Pero la empresa naufraga cuando Marge interrumpe la acción, operando como negación. Pero a su vez la lectura de MOTH(ER) permite una nueva inversión dialéctica que constituye una negación de la negación: Bart se reencuentra con su madre en el punto justo en el que la castración lo restituye como hijo. El fracaso de la operación del tatuaje es su triunfo. En términos hegelianos, la caída es ya su propia superación.

Ahora bien, el pasaje de la mamá-polilla ocupa apenas un segmento de treinta segundos en el episodio inaugural de Los Simpson, lo cual abre la pregunta inevitable: hasta qué punto los guionistas han calculado este movimiento suplementario. Y una vez más debemos responder: no lo sabemos ni tampoco importa. El movimiento está allí, y puede ser leído situacionalmente resignificando todo el episodio, interrogando la función de Homero y de Marge, más allá de la contingencia de aquellas navidades. En su programa inaugural, la serie se adelanta a sí misma, y sin calcularlo, anticipa una de las claves de su permanencia como genuino acto de interpelación ética de la sociedad contemporánea.



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