Nada esconde tanto como lo que muestra,
que la verdad, Aletheia.
Jacques Lacan, El Atolondradicho
Una mujer a la que el terror le exige “LA” verdad.
La necesidad de justicia reclama también por ella [1].
Los espectadores necesitan heroínas.
Pero Lucía está en El Salvador; Lucía es DE El Salvador… Esa tierra doblegada por la sangre derramada desde el poder. Sangre que emana desde una pretendida “LA” verdad: implacable, totalitaria, siniestra, única; en fin, mortífera en su intento de imposición, de exigencia de un Todo absoluto. Aquella tierra donde los Padres Jesuitas pagan con sus vidas el intento por sostener su verdad.
Pero la tierra de Lucía cabe en una preposición:
Ella es una mujer… DE El Salvador.
Esa mujer que había buscado fervientemente “trabajar para los Padres” (tales sus dichos), sabe lo que en esa noche se gestó. Ella vio lo que no se debía ver. Lo ominoso, ese “ladrón en la noche” [2], se le presentó engendrando su clamor “¡Le pegaron a los Padres! ¡Alguien debe hacer algo!”, dirá espantada mientras se dispone a rezarle al Padre Salvador. Y es desde allí que se dispone también a hacer lo que hay que hacer. No quiere dejar su tierra, pero el deber llama. En el nombre del Bien y del Padre orienta su por-venir (Derrida, 2012) [3]: “El Padre Yaco decía que era bonito Miami” será el dicho que la empujará a salir de su tierra natal. Porque ella también porta una verdad:
Su tierra es la de(l) Salvador…
Devota, agradecida, cándida, con sed de justicia, persiguiendo el bien, se dispone al viaje necesario. Pero es que esa otra tierra, la de una verdad singular, exterior a la familiar, a la que dirigirse, se encuentra aún por construir. Ficción fundadora que la alejaría de la farsa [4] que impone el terror como encerrona en la dualidad verdad - mentira.
Pero es desde esta oscura latitud donde se encuentra, que la exigencia de LA / UNA verdad (la única admitida por el terror) la acosa, la denigra, la injuria, denosta su decir ultrajando su cuerpo, aún sin tocarlo: mantener su boca cerrada respecto de cualquier otra verdad que la exigida. No ha lugar para una verdad, SU verdad, para otra verdad.
Denostada POR ser mujer: “puta”, “mentirosa”; obligada a callar. Lo perverso reclama, inquiere que “nada nuevo bajo el sol”; que lo no sabido no se sepa; que no se quiera saber es la sentencia anticipada de una vida desterrada. Pero ella es mujer. Y la lógica binaria sabe que ella sabe. Le impone un saber; le atribuye un “ser”. Y ella sabe… El interrogatorio la encuentra en su tierra:
En el nombre del (los) Padre(s), salvar la verdad del Salvador.
Decíamos que la tierra de Lucía cabía en una preposición: ella es una mujer DE El Salvador. La denigran POR SER MUJER. Y el problema allí es que también esa es su tierra familiar, conocida: la del tributo y la entrega al Padre, al Todo; aquello que no deja un resquicio para lo que Lacan nos señala acerca de lo que LO FEMENINO introduce/agrega: el no-todo (Lacan, 1981). Desterrada de una tierra propia, por fuera de toda asignación/imposición de “ser” desde un comienzo, diversas figuras pueden ocupar el lugar del tirano entonces. No hay refugio.
Y es que la exigencia del terror se personifica en los militares, claro está: “Empecemos de nuevo”, “Vamos de nuevo”, sentenciarán una y otra vez en los interrogatorios. El círculo de la repetición está signado, presiona, corroe, aplasta, acalla: “Empecemos de nuevo”.
Pero el problema allí es que bajo el disfraz del bien y de lo familiar (su marido la quiere “salvar” también), esa misma exigencia, ese mismo “ser hablada”, ese absolutismo, ese Todo que avasalla, que impone, signó su camino desde un principio: “El padre me dijo que cuidara de mi familia” recuerda en el momento de la decisión crucial:
— Yo tengo que pensar en ustedes.
— Entonces no digas nada (le dirá su marido ahora, en línea con la farsa que intenta para “salvarla” en el interrogatorio).
— No mi vida. Nunca fuimos a la UCA, será su respuesta.
Ella obedecerá, acallará la verdad de los hechos, ahora en nombre de otro “salvador”, el familiar. Lucía tampoco se aventurará hacia otra posible una SU verdad. Lo femenino no logra tomar lugar en esta mujer.
Nada esconde tanto como lo que muestra…
Los designios “todistas” del Superyó-Padre (y su contraparte, la desesperada pretendida consistencia de LA mujer como defensa) encuentran su paraje y desde allí hacen su trabajo…
Sabemos que lo que llamamos el “despliegue de lo simbólico” [5], lejos de tratarse de hacer juegos de palabras, implica la posibilidad de un pasaje del dicho al decir (Lacan, 1981), un atravesamiento hacia el camino del Habla (Heidegger, 1987) donde se anude con un Real; un puente, más bien un salto (Heidegger, 2003) hacia otras latitudes (Heidegger, 1994).
Todo un mundo cabe en una preposición:
Avasallada POR ser mujer
pero también
Habitando las tierras DE El Salvador
Y el decir, cuando realmente tal, armará nuevos mundos. Mundo humano como ficción que instaura esa “lejana tierra interior” de una verdad propia, singular. Ese punto “éxtimo” [6] respecto de las vías del Padre y el Superyó [7] inaugurará lo inédito de UNA (ya no LA) verdad por fuera del saber, del bien, de lo impuesto. Tra(n)s –más allá, atravesamiento– de las puertas del Otro y sus designios, una posible otra realidad. El puente cuyo suelo posibilitaría un pasaje desde aquella preposición: “DE”, hacia un posible “TRA(N)S” sería una vía, abriría una salida posible hacia otras tierras.
Ahora bien, atender el consentimiento –o no– para ello se torna una obligación ética para el espectador devenido ahora analista [8]. El público quiere heroínas; muchas veces el analista “exige” “implicación”; denosta a quien “se niega” a obedecer su furor curandis. Se desoye así que el exceso de implicación con el Todo, que el empuje a permanecer en las tierras de la repetición ya es el que dirige la batuta desde el comienzo.
Y la Decisión de exiliarse de ello en algún punto de nuestra existencia, jamás puede ser exigible, siquiera, esperable; en cambio, una posible “espera sin espera” nos propone Jacques Derrida como apuesta (Derrida, 2013). Lo insondable de una Decisión, la más singular, requiere de su cuidado, reclama tan sólo el cálido gesto de señalar su camino, cuando se presentan índices de que ello es viable.
El terror exige, impone; la escucha de –y el consentimiento con– lo posible –y el atravesamiento de lo imposible que conlleva–, se llama Abstinencia.
La Decisión es insondable y al “pagar con su persona” (Lacan, 1987) el analista desiste del tributo exigido a pretendidos héroes y heroínas.
No, no tratamos con héroes ni heroínas.
Mundo humano pues, que en su complejidad nos guíe, nos enseñe, creando así un fecundo camino posible hacia otras tierras, aquellas donde la verdad singular de cada quien pueda, con sus posibilidades y obstáculos, eventualmente, aletheiar.
Puntos de fuga presenta: Una mujer en las tierras DE(l) Salvador from Puntos de fuga (Psicoanálisis) on Vimeo.
Referencias
Derrida, J. (2013). “Cierta posibilidad imposible de decir el acontecimiento”, en Decir el acontecimiento ¿Es posible? España: Arena Libros.
Heidegger, M. (1987). “El camino al habla”, en De camino al habla. Barcelona: Serbal-Guitard.
Heidegger, M. (1994). “Construir, Habitar, Pensar”, en Conferencias y artículos, España: Serbal.
Heidegger, M. (2003). “El salto”, en Aportes a la filosofía. Acerca del evento. Buenos Aires: Biblos.
Heidegger, M. (2005). Introducción a la fenomenología de la religión. Madrid: Ediciones Siruela.
Lacan, J. (1976-1977). Seminario 24 - L´insu que sait de l´Une-bévue s´aile à mourre. Inédito (Traducción de Susana Sherar y Ricardo Rodríguez Ponte para la Escuela Freudiana de Buenos Aires).
Lacan, J. (1981). El Seminario - Libro 20 - Aún. Barcelona: Paidós.
Lacan, J. (1987). “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2. México DF: Siglo XXI.
Lacan, J. (2006). Seminario 23 - El Sinthome. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (2012). “El atolondradicho”, en Jacques Lacan Otros escritos. Buenos Aires: Paidós.