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Volumen 14
Número Especial

Septiembre 2018 - Marzo 2019
Publicación: Octubre 2018
Black Mirror:
A través del espejo negro


Resumen

El episodio “Blanca navidad” de la serie Black mirror nos permite analizar los efectos de la ruptura del régimen de la representación. Régimen que implica una lógica que inscribe un agujero, una oquedad que garantiza que no-todo queda identificado. Cuando la tecnología se constituye en el Otro que identifica sin mediaciones, produce un acople entre el dispositivo y el cuerpo sin la pausa que los distingue, sin chances del vacío inaprensible por alguna forma de saber. Los personajes de “Blanca navidad” quedan encerrados en universos completos que parecen borrar la pregunta por el sujeto.

Palabras clave: sujeto | representación | identidad | tecnología | Leviatán

Abstract English version

White Christmas | Blanca Navidad: La tecnología como clausura de la representación

Haydée Montesano

Universidad de Buenos Aires

Las tres historias que componen el episodio especial “Blanca navidad” retoman la tradición iniciada por A Christmas Carol de Charles Dickens -más conocida como “Un cuento de navidad” [1]. En esta novela breve, el espíritu navideño confronta a Scrooge, personaje extraviado en la miserabilidad del capitalismo del siglo XIX, con un futuro desolador si no recupera los valores humanitarios arrasados por la codicia.

Sin embargo, lo que es prevención moralizante en Dickens, en Black mirror se constituye como castigo inapelable; si el espíritu navideño es un representante de Dios que maniobra la alucinación para mostrar el destino atroz, es porque en ese universo hay redención y fundamentalmente porque Dios está incluido en su exclusión.

En cambio, en el universo “Blanca navidad” el dispositivo tecnológico, si bien altera la realidad, no incluye la condición de representar; el intervalo necesario entre dos términos -persona y objeto- para habilitar la representación, quedó abolido en la continuidad: aparato-cuerpo.

Junto a lo señalado, es de interés revisar cómo las diferencias se corresponden con la construcción de las respectivas estructuras narrativas.

La novela conserva el centro en Scrooge, radiando desde él los relatos que funcionan como espejos anticipatorios, siempre con el personaje como eje. Esto determina que el avance de la historia se apoye en la fe, sosteniendo la posibilidad del cambio en Scrooge, el relato nunca lo abandona, lo conserva como el soporte que da sentido al ideal de la moral cristiana. La navidad es la tregua que interrumpe la caída inevitable, es la chance para dislocar el destino que se impone a quien olvida a Dios y se aferra al dinero.

Esta construcción narrativa localiza como principal interés al hombre en la expresión individual del genérico humanidad, regulado por la lógica de un dios que identifica a cada una de sus criaturas.

Por su parte, el episodio Blanca Navidad presenta tres historias que se suceden a partir de los relatos de Matt y Josh. Si bien esta estructura aparenta cierta linealidad, en cuanto avanzamos en la trama se hace evidente una complejidad que importa analizar.

Dos hombres comparten un ámbito cerrado con una única ventana que muestra un paisaje cubierto de nieve, sin posibilidad de identificar otra cosa que un manto blanco. Uno de ellos, Matt, prepara una cena navideña mientras intenta que Josh, el otro personaje, le cuente por qué se encuentra en ese lugar -que ya se empieza a vislumbrar como un ámbito de encierro no voluntario. A pedido de Josh y para ganar su confianza, será entonces Matt quien relata la historia de la razón de su encierro, un delito que deriva en la muerte de dos personas. Una cámara-ojo del tímido Harry expone la intimidad de un encuentro con una extraña mujer, supervisado en tiempo real por Matt desde la ciberred que comanda. Cuando la situación toma un rumbo inesperado, se desentiende del trágico desenlace para no delatar su actividad clandestina.

La segunda historia adviene como explicación sobre el particular trabajo de Matt. Una mujer ha resuelto desdoblar su yo para resolver tareas rutinarias sin contratar asistente, luego de una intervención en la que se extrae la réplica del yo, se lo encierra en una cookie, como memoria externa. Será Matt el encargado de doblegarlo hasta que se someta a su nueva condición. Con maniobras que no reparan en límite alguno, desde la simulación del paso del tiempo hasta formas de extenuación que recuerdan métodos de tortura, consigue la sumisión del yo replicado.

La tercera historia es lo que se constituye en la confesión de Josh lograda por el persuasivo Matt. Su relato se inicia en el punto en el que su vida está equilibrada, trabaja, está en pareja y parece disfrutar de su situación; sin embargo, algo comienza a desmoronarse cuando advierte que su mujer le ha ocultado un test de embarazo con resultado positivo. Esto desata una pelea de tal magnitud que deriva en la drástica decisión por parte de ella, bloquearlo de manera permanente; no podrán verse uno al otro, sólo el contorno de siluetas sin rasgos. Sin embargo, él logra saber que su mujer siguió adelante con el embrazo y puede ver su silueta pixelada junto a una niña. Esto parece constituirse en su único interés, apostarse en las proximidades de la casa paterna de la mujer en cada navidad para ver de lejos a las dos figuras.

Esta regularidad se ve interrumpida por un hecho fatal, en un accidente aéreo pierde la vida su ex mujer y a partir de allí se interrumpe el bloqueo que también afectaba a la niña. Esa navidad será para él la posibilidad del momento tan ansiado, conocer a su hija. Pero las cosas no serán como él espera, la niña tiene inconfundibles rasgos orientales, los que asocia sin vacilar con el amigo de quien fuera su mujer. A partir de esto el desenlace es el peor, en una pelea con el abuelo de la niña termina asestándole un golpe mortal y la peor de las consecuencias: la niña asustada escapa muriendo por el intenso frio al cabo de un día.

Matt ha logrado la confesión de Josh, se devela entonces que el lugar de encierro es una cookie en la que el condenado vivirá una eterna navidad en el ámbito que cometió su crimen.

Es entonces que el gran manipulador está negociando con dos agentes -probablemente de algún tipo de fuerza policial- su eximición de la condena, haciendo valer el cumplimiento de su parte en el acuerdo: lograr la confesión de Josh. Pero estas dos figuras le aclaran que si bien no queda condenado al encierro y puede salir, su existencia en la comunidad está abolida, queda bloqueado.

El bloqueo es un castigo que puede llegar al modo absoluto, un paria social identificable por su acción delictiva en la ausencia de imagen, él rodeado de siluetas fantasmales, los otros verán un manchón rojo despreciable.

Si retomamos el sistema de diferencias planteado entre la novela de Dickens y el episodio de Black mirror Blanca navidad, podemos proponer que el punto radicalmente opuesto es el de la representación; tema que presenta varias aristas según el discurso desde el que se lo piense. Tomaremos dos lecturas de nuestro interés, por una parte aquello que desde la biopolítica nos permite analizar lo que pone en cuestión el campo de la subjetividad en su matriz social y política; por la otra parte, desde el discurso del psicoanálisis la afectación del sujeto en su singularidad.

En los desarrollos de Giorgio Agamben sobre las condiciones actuales del despliegue tecnológico utilizado en los contextos de la biopolítica, se establece un diagnóstico en el artículo “Identidad sin persona” (2011) [2]. Ya su título anticipa dicho diagnóstico; se trata de la abolición del modo de la representación fundante de existencia que articula al sujeto y al otro, entendido este último como localización de la comunidad humana. Para que opere la representación, es lógicamente necesario que la idea de persona sea entendida como una construcción que no admite lo idéntico a sí mismo, tal como lo pone en evidencia el origen del término “persona”. Nacido del per sonare que designaba a la máscara que utilizaban los actores de la Grecia Clásica y, pasando por la antigua Roma que aporta el valor jurídico, anuda la condición de lo “reconocible” con el campo del derecho al llevar la representación al ámbito político. La persona es la resultante de un espacio social, cultural y político, mediado por la preexistencia de la otredad definida según corresponda con cada uno de estos tres espacios, que en su reconocimiento otorga identidad. Como contrapartida, la modalidad más acabada de la biopolítica es la identidad sin persona, en tanto el régimen de identificación mediante los sistemas tecnológicos construye un lugar anónimo. Si la identificación opera con los rasgos biométricos -huellas digitales, retina, código genético- la otredad es un banco de datos que reconoce individuos despojados de su condición de persona; lo que retorna es la ajenitud de las “propias” huellas digitales o código genético.

En este contexto, la per sonare ha perdido su valor y condición; no sólo se pierde el semblante dado a ver al otro, sino que se aplasta la brecha, el aire entre la máscara y el portador. Es en esa oquedad donde existe la hipótesis de un sujeto; el que no se resuelve en el acuerdo moral del reconocimiento y es potencia de existir desde el intervalo de la ética.

Si recuperamos la ficción de “Blanca navidad” advertimos que su estructura narrativa se corresponde con lo propuesto en los párrafos precedentes. Su funcionamiento obedece a una lógica coincidente con el Aleph borgiano, un universo cerrado sobre sí mismo por la inclusión del término que debería estar en falta; esto impide que se lo pueda escribir como el vacío imprescindible del orden simbólico. El Aleph que incluye al Aleph en la réplica infinita, es el universo que porfía en el todo, adecuando un modo del dispositivo tecnológico que desactiva el guión diferencial con el cuerpo, suprimiendo la sintaxis que aloja al sujeto.

Es a partir de esto que se introduce el decir del discurso del psicoanálisis, para el cual la representación se plantea en tanto: “un sujeto es lo que un significante representa para otro significante”, lo que siempre inscribe una sintaxis habilitada por el intervalo entre significantes.

Si lo desarrollado hasta este punto es una articulación específica de un único episodio, cabe la posibilidad de interrogar si acaso la estructura que se evidenció en Blanca navidad replica y amplifica una idea integral de toda la serie. En este sentido, un indicio adecuado es el título, considerando que hay en él una apuesta a nombrar aquello que articula un eje que unifica la obra. El libro de Joan Foncuberta “La furia de las imágenes” (2017) [3] nos ofrece una referencia que aporta datos de gran interés para nuestra pregunta. Comenta que Charlie Brooker -creador de la serie- dice que el título alude a: “ese espejo negro en el que no queremos vernos reflejados” (2017 p.22). Foncuberta se extiende en un análisis que describe la exacerbación de lo que él designa como la tecnoparanoia imperante, a partir de la transformación que produce la tecnología del mundo en que vivimos. En esa línea recurre a dos acepciones del Espejo negro que preceden a Brooker; el primero es “El espejo de Claude”, un espejo creado por el paisajista Claude Lorraine, ligeramente cóncavo y de superficie tintada que permitía abstraer porciones de un paisaje. La segunda, que más interés reviste para nosotros, es la que designa los espejos de obsidiana pulimentada que portaban en el pecho los antiguos dioses Tezcatiplocas de las culturas precolombinas de lengua náhuatl. Estos espejos lograban reflejar en sus oscuras superficies todas las acciones y pensamientos de la humanidad; a lo que se agrega el dato de la llegada a Inglaterra a finales del siglo XVI de estos espejos aztecas, conservados en la actualidad en el British Museum.

Según esta segunda acepción, resulta posible plantear una misma línea de pensamiento presente tanto en el Aleph borgiano como en el espejo de obsidiana, la idea de un universo que cierra como totalidad completa.

Para concluir retomamos la comparación entre la lógica de “Un cuento de navidad” y “Black mirror”, en este caso para situar que en las dos obras está presente el mensaje admonitorio sobre el devenir de la sociedad frente a un cambio que conmueve el orden simbólico vigente. En la novela de Dickens se inscribe un llamado de atención sobre la dirección inapelable del capitalismo, pero se mantiene en el régimen que responde al espíritu del Leviatán, punto de partida del “Contrato social”. Esta noción se apoya en una hipótesis sobre un pasado salvaje, del “hombre lobo del hombre”, por lo tanto el contrato social es una mediación apoyada en la representación política y jurídica que regula el riesgo del retorno de lo que habría sucedido. Más allá de lo cuestionable que nos resulte, no deja de ser una lógica que se abre a un por venir, en tanto formula el poder del Estado como resultante de la representación.

Por su parte, la serie de Brooker trabaja con un régimen temporal opuesto, no se trata de una hipótesis sobre el pasado, sino la clausura del futuro. Si el Leviatán ofició como la figura mítica del mal para rectificar la posición del hombre, en Black mirror el monstruo bíblico retorna como tecnología que sentencia a la humanidad.

Un interrogante sigue vigente, ¿será que el obstáculo es pensar desde un modelo de sujeto inalterable, estático en el tiempo que lleva a evaluar las deficiencias conforme ese punto de partida? A pesar de la sentencia ¿habrá un orden simbólico que aún no logramos leer?


[2Agamben, G. (2011) Desnudez. Adriana Hidalgo: Buenos Aires

[3Fontcuberta, J. (2017) La furia de las imágenes. Galaxia Gutemberg: Barcelona



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