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Volumen 20 | Número 2
Septiembre 2024 - Marzo 2025
Publicación: 9 Septiembre 2024
Pensar Deligny
Ética y clínica de la exclusión


Resumen

En este texto revisito las marcas dejadas por diferentes encuentros con la obra de Fernand Deligny con el objetivo de pensar posibles vínculos entre los conceptos y prácticas desarrollados por este autor y el campo de los derechos humanos y el cuidado. A partir de un encuentro inesperado con Deligny en la Bienal das Artes de São Paulo, recorro los caminos recorridos antes y después de este encuentro: el trabajo en el campo de la protección de los derechos humanos y con víctimas de la violencia estatal, la escucha de testimonios de personas torturadas en espacios de privación de libertad, la coyuntura política en Brasil con la llegada de la extrema derecha al país, la vida en las Cévennes y la organización de los archivos del trabajo de Deligny, la redacción de la tesis, la formación clínica y la atención a personas víctimas de la violencia, asumen la función de lentes de análisis de los conceptos, dispositivos y prácticas propuestos por la autora. Es a través de estas lentes que el texto propone una reflexión sobre los posibles significados y el poder de pensar con Deligny este delgado umbral entre la violencia y el cuidado. Las nociones de humano, memoria, sujeto, institución, clínica, cuidados, cartografía, exclusión, desigualdad y violencia... conforman este recorrido para abrir una reflexión clínico-política colectiva a partir de Deligny y del trabajo de todos aquellos que le han acompañado en los diferentes empeños que conforman su historia.

Palabras clave: Fernand Deligny | Derechos Humanos | Violencia | Sujeto | Humano | Prácticas asistenciales

Résumé français

Abstract English version

Entre Derechos Humanos, política y clínica

Encuentros con Deligny
Noelle Resende

De vez en cuando ocurre algo. Un momento con una textura diferente marca lo que sentimos como un punto de inflexión, un cambio, el establecimiento de un nuevo proceso. A veces sólo percibimos este tipo de acontecimientos retrospectivamente, en el mismo momento en que nos damos cuenta de que han cobrado impulso y producido efectos. Entonces damos a ese momento –lo hayamos percibido o no desde el principio– el sentido imaginario de la inauguración, donde todo empezó. Hacía tiempo que quería escribir para recordar (y crear) lo que quedó marcado en el proceso de descubrimiento de Deligny. Tras finalizar mi doctorado, sus textos pasaron a ocupar un aquí y allá en mi vida, sin una lectura tan sistemática como la que realicé durante los cuatro años de tesis. Terminé el doctorado algo cansada y agotada (tal vez como la gran mayoría de los que, por alguna extraña razón, pasan por ese proceso) y el momento político de Brasil exigía que mis energías se concentraran en resistir contra el crecimiento de la extrema derecha en el país. Me sumergí en mi trabajo. ¿Abandoné Deligny? No lo creo... De vez en cuando hojeaba líneas sueltas de sus textos, pero sobre todo me acompañó en los caminos que empezaron a surgir en los espacios donde se encontraban la clínica y los derechos humanos. Cuando pienso si me dediqué a su estudio como hubiera querido para continuar el proceso que construí durante el doctorado, me digo que no. Pero la vida tiene sus exigencias y nosotros tenemos nuestras posibilidades. Nos guste o no. Eso es lo que ha pasado y me tranquiliza pensar que eso me ha traído hasta aquí.

En 2022, durante una estancia de tres meses en Bélgica, volví a conectar más decididamente con su obra. Desde entonces, he estado pasando por un proceso de comprensión del significado de estudiar Deligny (sobre todo considerando la realidad sudamericana y los efectos actuales de los largos procesos de colonización a los que hemos sido sometidos), especialmente para el trabajo clínico-político. Este texto es una narración de ese proceso, por lo que la escritura acabó adquiriendo un tono de reminiscencia. Lo que me mueve, por supuesto, no es producir un relato personal, sino intentar pensar, desde una trayectoria concreta, en posibles vínculos entre Deligny y el campo de los derechos humanos y el cuidado. Aunque no explore referencias conceptuales, espero que el texto sea de alguna utilidad para la reflexión entre teoría y práctica.

Conocer a Deligny fue uno de esos acontecimientos que producen lo inesperado en la vida. Este encuentro, que comenzó en una Bienal de Artes en Brasil, pasa por París, las Cévennes, el trabajo con personas afectadas por la violencia de Estado, la formación clínica y el trabajo en el ámbito de la protección de la salud y la salud mental.

Era agosto de 2012 y hacía poco más de un año que había terminado la maestría en la Universidad Federal de Río de Janeiro, en un programa de posgrado en Derecho, donde había una línea de investigación sobre derechos humanos, sociedad y arte. El máster había sido una experiencia agradable y escribir siempre había sido una actividad a la que deseaba poder dedicar más tiempo. Claro que ganarse la vida leyendo, investigando y escribiendo, en un país marcado por la escasa inversión pública y privada en esto que llamamos humanidades y ciencias sociales, no es tarea sencilla. Así que tuve que hacer malabarismos con mi tiempo y, junto con el proceso académico, trabajar en otros frentes. Desde 2008, había estado trabajando en diferentes proyectos en el ámbito de la protección de los derechos humanos. A mediados del primer semestre de 2012, decidí solicitar un doctorado en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, una reputada universidad privada que contaba con una beca pública para programas de posgrado. Presenté un proyecto que dialogaba con mi experiencia laboral institucional y que lo hilvanaba a mi interés teórico de entonces en torno a la obra de Deleuze y Guattari. Reconozco que todo parecía bastante precario entonces.

Una madrugada de agosto de ese mismo año, tomé un autobús a São Paulo para visitar la Bienal das Artes en compañía de unos amigos. La idea, de uno de estos amigos, era ver la obra de Fernand Deligny, que en 2012 formó parte del que es el mayor encuentro nacional de artes de Brasil. Había leído su nombre en algunas notas a pie de página, pero nunca me había parado a investigar sobre su obra. La verdad es que iba más por el paseo que por otra cosa. Son este tipo de cosas las que creo que siempre me dejarán esa molesta sensación de que no estoy a la altura. Es difícil llevar a cabo la seriedad académica necesaria. Aunque mi memoria me hace tropezar a menudo, recuerdo aquel momento con todo detalle. La entrada al espacio donde se exponía la obra de Deligny (y las presencias cercanas, como me daría cuenta más tarde). Los mapas que caían del techo. Los extractos de textos colgados en las paredes. Los mapas en las paredes. Los vídeos con los auriculares a nuestra disposición para escucharlos. Silencio y éxtasis. Ciertamente, para mí se estaba produciendo un encuentro.

Descubrí Deligny tras unos años trabajando con derechos humanos y con colectivos y territorios sometidos a procesos históricos y actuales de violencia. En 2007, justo después de licenciarme en Derecho por la Universidad Estatal de Río de Janeiro, trabajé durante un año en una organización que realizaba investigaciones con el objetivo de producir indicadores efectivos sobre el cumplimiento de los derechos humanos. Me cautivó trabajar en este campo en una ciudad y un país marcados por profundos procesos de desigualdad social. A finales de ese año, me presenté a dos procesos de selección abiertos: uno para coordinar un centro de mediación de conflictos en una favela de Río de Janeiro y otro para cursar un máster.

Fue entonces, en marzo de 2009, cuando conocí las calles de Morro da Providência. Tras una larga subida hasta la plaza principal de la favela, donde hay una pista deportiva que también acoge celebraciones y reuniones, hay que subir una gran escalera que lleva a una pequeña plaza con una iglesia. Arriba estaba la casa donde existió el centro durante dos años. Siempre es muy complejo hablar de violencia. Los procesos son múltiples, conllevan matices que es esencial considerar, tienen singularidades y ambivalencias. Quizás la delicadeza más importante es que estos procesos están anclados en contextos históricos, sociales y políticos que, al ser analizados y transmitidos de forma inadecuada, producen desarrollos teóricos y prácticos también inadecuados. Teniendo esto en cuenta, también es posible decir que una favela es un lugar donde hay violencia, la más grave de las cuales es producida desde fuera hacia dentro, por recurrentes operaciones policiales apoyadas en un discurso racista de guerra contra las drogas. Ese año, por primera vez, experimenté los efectos de esta llamada política de seguridad pública, que masacra a los residentes de las favelas y periferias de Brasil. Lo viví, por supuesto, desde un lugar incomparablemente menos doloroso que el que experimentan estos grupos. El lugar de alguien que no vive en favelas, que es blanco y de clase media. Ese mismo año también empecé el máster, en el que estudié la estructura de la enseñanza, la investigación y la extensión en derecho de los derechos humanos. Y fue justo al inicio del máster cuando conocí y me incorporé al Centro Interdisciplinar de Acciones Ciudadanas, un programa de extensión que atendía las demandas interdisciplinares de las favelas de Maré y Manguinhos. En 2010, me incorporé al equipo de derechos humanos de la organización de la sociedad civil donde se desarrollaba el proyecto de mediación de conflictos.

Así que, en 2012, cuando conocí el trabajo de Deligny, ya tenía más de cuatro años de experiencia práctica en proyectos relacionados con la violencia, la memoria colectiva y los territorios vulnerables. Y fue en este espacio que, en ese momento, Deligny cobró sentido para mí: sus tentativas como inspiración para pensar las dinámicas institucionales de trabajo en este campo; los conceptos de hombre-que-somos, humano, gente, nos-otros (y las ideas que se despliegan a partir de ellos) como soporte para pensar la noción de humanidad que sustenta el campo de los derechos humanos; y la cartografía para pensar las singularidades de los arreglos y dinámicas territoriales que componen el complejo mapa geográfico e imaginario de la ciudad de Río de Janeiro.

Estábamos a mitad del primer gobierno de Dilma Rousseff, después de los dos mandatos de Lula como presidente. En otras palabras, llevábamos 10 años bajo el liderazgo del Partido de los Trabajadores. Esto, por supuesto, cambió muchas cosas en Brasil. Independientemente de todas las críticas que se puedan hacer, como las agendas progresistas que no avanzaron, una década había afectado a la relación de fuerzas en Brasil: la Bolsa Familia, las políticas de discriminación positiva y las políticas sociales y educativas en general habían sido capaces de producir efectos en la sociedad. Había más personas negras en la universidad. Los movimientos de las favelas y periferias se volvieron más autónomos (nosotros por nosotros), y los colectivos y organizaciones de la sociedad civil tuvieron (para bien o para mal) una relación más estrecha con el gobierno, llegando incluso a ejecutar políticas públicas de forma externalizada. Creció el número de conferencias democráticas organizadas en los tres niveles de la federación, influyendo en la construcción de las políticas públicas. Era importante pensar en esas institucionalidades: cómo la sociedad civil se relaciona con el gobierno; cómo en tanto activistas nos organizamos y nos relacionamos; cómo cuidamos los procesos institucionales para que no se endurezcan en un lugar de poder mayoritario y reproduzcan lógicas de opresión (incluso en un gobierno de izquierda, claro...); cómo no nos enfervorizamos militando por el respeto y la garantía de los derechos; ¿cómo cuidamos esos procesos? Teníamos que pensar de quién hablábamos cuando hablábamos de sujetos de derechos: cómo entendíamos los procesos de subjetivización; dónde empieza y termina lo que llamamos humano en los derechos humanos; quién queda inexorablemente fuera de lo que concebimos como humano; qué dinámicas de exclusión reitera la narrativa de protección de derechos; cómo entendíamos los poderosos movimientos identitarios que se fortalecían en este período. Necesitábamos pensar de qué territorios y grupos estábamos hablando cuando luchábamos por una sociedad más justa: qué territorios son los más afectados; cómo se construyen las políticas públicas en (y con) estos territorios; cuáles son sus singularidades y poderes; cómo podemos mapear estas dinámicas para construir demandas y políticas más coherentes y adecuadas. Mi interés por Deligny en aquel momento era esencialmente político y fue a través de estas lentes que leí e instrumentalicé sus conceptos. Mi doctorado se desvió por este encuentro y se centró en estas cuestiones.

Junto con uno de los amigos que fueron a la Bienal, habíamos conseguido encargar a Francia un ejemplar de la compilación de escritos de Deligny aparecida bajo el titulo Obras y nos aventuramos a hacer una traducción libre y rudimentaria del francés al portugués. En aquella época, no existía ninguna traducción de Deligny al portugués y casi nadie lo leía por estos lares del Océano Atlántico. Nos reuníamos semanalmente para esta lectura precaria y, debo decir, muy entretenida. Aquí y allá empezamos a hablar de Deligny en los circuitos en los que circulábamos. A finales de 2013, decidí intentar conseguir una beca para hacer un año de doctorado en Francia. El 1 de septiembre de 2014 emprendí lo que iba a ser una gran aventura entre los paisajes de París y la región de Cévennes. Mientras tanto, me habían presentado a un investigador que estudiaba Deligny en la Universidad de París 8 y, al llegar a París, Marlon Miguel me presentó a Sandra Álvarez de Toledo, que trabajaba en la publicación de Deligny por la editorial Arachnéen. Así fue como empezamos a ir juntos a Cévennes y a organizar los archivos de los textos de Deligny que quedaban allí. Fue en este proceso cuando la lectura de sus textos adquirió nuevos colores para mí. Al igual que cuando entré en la Bienal, recuerdo con detalle la primera vez que vi a Gisèle Ruiz y Jacques Lin. Tras un trayecto en tren de París a Nîmes, hay que tomar un autobús hasta la comuna de Saint-Hippolyte-Du-Fort y luego efectuar un ascenso en coche hasta la casa donde Deligny vivió parte de su vida. Esta última parte del viaje, desde la primera vez, la hicimos casi siempre en compañía de Jacques y Gisèle, que nos recogían en coche. Recuerdo la textura del aire, la temperatura y los colores la primera vez que los vi. Recuerdo que entendía muy poco francés cuando muchas personas hablaban juntas. Me sentía como un niño en un cuerpo de adulto, experimentando muchas sensaciones nuevas al mismo tiempo.

Estábamos en Cévennes para organizar los textos de Deligny con vistas a la creación de un fondo en el Instituto de la Memoria de la Edición Contemporánea (IMEC). El trabajo era exigente y metódico. Todos los días de nuestras estancias mensuales íbamos al desván de esta gran casa, donde se guardaba el material. Llegábamos temprano y nos llevábamos un almuerzo para poder quedarnos hasta el final de la jornada. Cuando nos íbamos, Jacques, Gisèle, Christo, Giloue y otros adultos autistas que vivían allí preparaban juntos la cena. La cocina seguía un ritmo que daba la impresión de un director imaginario dirigiendo una orquesta. Con el tiempo, de vez en cuando nos uníamos a la orquesta nocturna y comíamos todos juntos. Sin experiencia en el arte de archivar, ideamos un método que nos pareció apropiado para organizar las más de tres mil páginas que teníamos ante nosotros. Hojas de manuscritos y textos mecanografiados. Propusimos ocho grandes categorías que tenían en cuenta la forma del escrito y el contenido: A - textos sobre el asilo; C - textos teóricos y conceptuales; K - textos sobre el cine y la imagen; L - textos literarios; P - textos de presentación de la red, entrevistas, textos administrativos; R - textos sobre la vida cotidiana de la tentativa; T - textos específicos de la calle de L’Oural; M - manuscritos diversos no identificados. Cada categoría se dividió en subcategorías, con un total de 35 subapartados. Al cabo de un año, acudimos al IMEC para poner este material en consonancia con el que se había enviado allí anteriormente en el proceso de organización de la publicación de las obras de Deligny. Este fue el inicio de la organización colectiva del Fondo Deligny, que continuaría en otras manos en los años siguientes.

Fue durante el año de esos trayectos entre París y las Cévennes que Deligny adquirió nuevas dimensiones para mí. Conocer todos esos textos, intimar más con las diferentes formas de escritura de Deligny, los múltiples temas que componen su obra, pero sobre todo conocer a Gisèle y Jacques, comprender el lugar de sus presencias cercanas en la red, escuchar sus historias, entender mejor los cuidados cotidianos que se construían allí con los niños autistas, me aportaron nuevas perspectivas de lectura. Los textos de Deligny, además de ser políticos, empezaron a tener una textura clínica de cuidados. No creo que a Deligny le hubiera gustado el término “clínico”, pero lo utilizo aquí en el sentido más abierto posible: el de producir cuidados. Tal vez de forma opuesta a lo que solemos considerar una “clínica del sufrimiento mental”, donde a veces se trata más de adaptar a la otra persona a las normas imperantes y a las relaciones de poder que definen la ruptura entre lo normal y lo anormal. Cuando escribo clínica, pienso en su forma clínica, política y estética de crear vida, sostener la posibilidad de encontrar la diferencia y potenciar formas únicas de estar en el mundo.

La verdad es que, para mí, el campo de la lucha por los derechos humanos adquiría cada vez más un rostro también clínico. ¿Cómo escuchar una situación de violencia y violación de derechos sin estar atenta a los procesos de producción de subjetividad y a las relaciones de poder que configuran el relato de un “caso”? ¿Cómo estar presente en un territorio afectado por procesos de vulnerabilización sin ser sensible a sus singularidades? ¿Y cómo pensar en la construcción de la memoria colectiva y en procesos de reparación histórica sin tener en cuenta los efectos de la violencia en la salud mental de grupos y poblaciones, sin tener en cuenta los efectos transgeneracionales de la violencia? Y en la dimensión más interna de la lucha por los derechos humanos, ¿cómo ser parte de movimientos sociales, colectivos, partidos políticos, comisiones gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil sin considerar una dimensión del cuidado que es también inherentemente clínica?

En septiembre de 2015, después de un año de intensidades emocionales y descubrimientos, volví a Brasil para escribir mi tesis, con el deseo de explorar estas costuras entre la política y el cuidado en Deligny. Y me vino bien, porque al llegar participé en un proceso de selección para formar parte del equipo de la recién creada Subcomissão da Verdade na Democracia, un órgano interno de la Comisión de Derechos Humanos de Río de Janeiro. La Subcomisión, con una duración legal de tres años, tenía la misión de investigar los crímenes de Estado (violaciones de derechos humanos) perpetrados después de 1988. Es decir, después de la redemocratización del país. Se inspiró en las “Comisiones de la Verdad” creadas para investigar los crímenes cometidos por el Estado durante la dictadura militar y adquirió fuerza política a partir de ellas. El proceso oficial de construcción de la memoria en Brasil es muy tardío y la consecuencia más grave del olvido es la permanencia de la dinámica oficial de la violencia en el período democrático. También es importante decir que, además de tardío, el proceso ha sido incompleto, no incluyendo la dimensión de la justicia. El no reconocimiento y la impunidad son señas de identidad de la violencia de Estado en Brasil.

La subcomisión tenía tres líneas de investigación: ejecuciones sumarias por parte de las fuerzas del Estado; tortura y espacios de privación de libertad; y desapariciones forzadas. Yo me encargaba de investigar la tortura y otras violaciones en lugares de privación de libertad. Entre otras estrategias de búsqueda de información, el trabajo consistió en escuchar los testimonios de personas afectadas por la violencia: personas que habían sido torturadas, familiares de víctimas y trabajadores policiales y penitenciarios en los lugares donde se producían estas prácticas. Los testimonios fueron acompañados por mí misma, que me encargué de dirigir el proceso y escuchar los relatos, por una persona que filmó y grabó el discurso cuando se autorizó, y por una tercera persona de apoyo para la elaboración de notas escritas. Después, nos acompañó un equipo de supervisión institucional. Poco a poco, a medida que me fui adentrando en este proceso, me di cuenta del contenido clínico del testimonio. Es necesario escuchar de otra manera, estar atento a las asociaciones que no son tan claras, es necesario producir una acogida, construir un espacio –que no es solamente, sino más bien es también una construcción física– para que el discurso pueda tener lugar, es necesario ocuparse de que se produzca un reconocimiento de la violencia sufrida que poco a poco gane fuerza para ocupar el lugar de negación e invisibilidad que hasta entonces había marcado la experiencia de las víctimas. Es necesario identificar y gestionar un trauma producido en una triple asociación perversa: quien debería proteger es el agente de la violencia; quienes deberían reconocer la violencia sufrida la justifican y reclaman aún más; quienes son víctimas de la violencia son siempre considerados culpables de la violencia que sufren (un crimen que pudo haberse cometido –pero que a menudo nunca se cometió– justificaría cualquier tipo de castigo y violación, llegando hasta la tortura y la muerte).

La protección de la salud mental es sin duda una cuestión crucial para la protección de los derechos humanos. Fueron tres años intensos que marcaron mi carrera para siempre. Tres años que añadieron nuevas dimensiones a este hilvanado clínico-político con Deligny. ¿Cuál es el límite para considerar a alguien humano? ¿En qué momento comienza un proceso violento de deshumanización y exclusión? ¿Cómo se definen los comportamientos normales y anormales? Un extraño límite de lo que se reconoce como humanidad parecía permitir prácticas de violencia casi inimaginables contra ese remanente que no lograba cruzar esa tenue línea imaginaria (y muy concreta). ¿Cómo cuidar de esa franja que queda, un remanente humano-no humano? ¿Cómo producimos cuidados frente a las prácticas de exclusión oficiales e históricas? ¿Qué es una clínica eficaz para las personas afectadas por la violencia de Estado?

Teníamos que construir juntos. Estas preguntas no tienen exactamente una respuesta y se necesita un colectivo, una red, para avanzar en intercambios y propuestas de cuidado en el campo de la violencia. En 2017, junto a ese amigo que nos había propuesto ir a la Bienal en 2012, tomamos la idea de la balsa y lanzamos una invitación a “pensar juntos” a una red transdisciplinaria que pensara las prácticas de cuidado en su vida cotidiana: cineastas, psicólogos y psicoanalistas, abogados, músicos, bailarines... Fueron casi dos años de encuentros repartidos en el tiempo en los que, a partir de convocatorias en torno a Deligny, intentamos pensar colectivamente este gran tema: ¿cómo producir cuidados? Cada persona propuso una experiencia basada en el trabajo que estaba realizando y experimentamos con estas preguntas en nuestros pensamientos y nuestros cuerpos.

En aquel momento estaban pasando muchas cosas en Brasil. Acabábamos de pasar por un golpe de Estado, Marielle [1] había sido asesinada, compañeros de armas sufrían la violencia generalizada y Bolsonaro había llegado al poder. Veíamos al desnudo la intensificación de las prácticas de violencia y exclusión contra aquellos que, en un momento histórico-político dado, son considerados inferiores a la humanidad. Sí, la definición de humanidad es ciertamente política y no meramente biológica. Para ser humano hay que tener ciertas características, pero sobre todo no tener otras: no ser negro, no ser indígena, no ser transexual u homosexual, no vivir en determinadas regiones... y así sucesivamente. El cuidado y la política iban definitivamente de la mano y pensar en estos temas junto con Deligny parecía tener cada vez más sentido. Me parecía que Deligny nunca había separado estos significados: sus prácticas de cuidado acompañaban los efectos de la política de su tiempo.

A principios de 2019, me fui a trabajar a Brasilia. Era necesario construir formas de resistencia ante las amenazas de graves reveses. Pero me di cuenta de que también me dejaba afectar y sufría por todo esto. Decidí aceptar una invitación para trabajar en Bahía, al darme cuenta de que podría alejarme, al menos un poco, de los efectos más directos del gobierno de extrema derecha que había tomado el poder en Brasil. Fui a coordinar un programa para reducir el número de personas privadas de libertad. Los conceptos y las prácticas de Deligny me acompañaron en todos estos caminos. La práctica cartográfica se había convertido en una herramienta cotidiana. Construía mapas mentales que me ayudaban a comprender los flujos de poder con los que me relacionaba. Los lugares de pasaje y aquellos donde todo se detenía; aquello que, ante una interrupción brusca, podía producir nuevos movimientos. Las cartografías de la organización de los vectores de fuerza que debía aprender a manejar apoyaban la definición de las acciones que me esforzaría por sostener. Las prisiones, desde que desgraciadamente existen, se convierten en territorios de vida para aquellos cuya condena determina que deban permanecer allí durante menos o más tiempo. Visitar las prisiones es una experiencia dura. Visitar las prisiones en Brasil es una experiencia que mata un poco por dentro. Allí también, los mapas dibujados por las presencias cercanas viajaron por mi cabeza y me dieron algún tipo de apoyo para mi trabajo. Se producen muchos mapas entre los espacios físicos, los funcionarios de prisiones, la policía, los equipos psicosociales, las diferentes categorías de presos, el equipo responsable de la alimentación, el equipo médico, los representantes de los órganos responsables de las inspecciones, los familiares que nos visitan. Era necesario comprender estos mapas para acercarse a ese espacio y poder producir alguna forma de intervención.

Viví en mi propio cuerpo este trabajo en Bahía, como una experiencia del testimonio de las personas víctimas de privación de libertad. Y mi deseo de acercar mi trabajo en el campo de los derechos humanos y la atención a la salud mental era cada vez mayor. Decidí que era el momento de volver a Río de Janeiro y empezar la formación clínica en una escuela de psicoanálisis que sabía que era una institución pluralista y abierta. Hasta el día de hoy, recuerdo el consejo de un colega que había comenzado esta misma formación un par de años antes: «No digas nada sobre Deligny en tu entrevista para la selección». Por supuesto que lo hice. En lugar de desaprobación, hablar de Deligny provocaba curiosidad. No sé si sirvió de algo, pero sí sé que a principios de 2020 empecé a formarme en psicoanálisis. Y decidí empezar a formarme en esquizoanálisis junto con una asociación recién creada. La perspectiva clínico-política del esquizoanálisis, su proximidad al debate sobre la violencia y las dimensiones interseccionales de los procesos de producción de subjetividad, me parecieron una buena manera de condimentar mi formación en psicoanálisis.

Había defendido mi tesis doctoral en 2016 y en aquel momento apenas se hablaba de Deligny. Con motivo de la defensa de mi tesis, organizamos el primer encuentro internacional sobre Deligny en Río de Janeiro. Desde entonces, se han celebrado otros. Los libros de Deligny también se han traducido al portugués y al español. En los últimos años, las publicaciones de Deligny han empezado a circular más en Sudamérica y cada vez vemos a más gente utilizando sus conceptos en distintos campos. En Brasil, vemos a Deligny circulando en el mundo del arte, pero también, aquí y allá, en el campo que llamamos “psi”. Creo que el trabajo sistematizado por Deligny –un verdadero trabajo colectivo en el que los amigos íntimos de Cévennes desempeñan un papel destacado, pero también todos aquellos que lo han intentado a lo largo de su vida– puede ser poderoso en diferentes campos. En la protección de los derechos humanos, a veces demasiado vinculada al ámbito del derecho, Deligny ayuda a reflexionar críticamente sobre el concepto de sujeto de derechos, el lugar de la memoria y, por tanto, de las políticas de reparación, el umbral entre lo normal y lo anormal, las estructuras institucionales creadas y mantenidas en nombre del cumplimiento de la ley, los límites de lo humano y los procesos de exclusión. Fue a partir de este Deligny que pasé al campo clínico. Y entré en este campo desde mi experiencia de protección de los derechos humanos. El primer servicio que presté fue a un defensor de los derechos humanos que había sido amenazado. Es una casualidad que produce la vida. He tenido el privilegio de seguir su trayectoria hasta hoy, muy de cerca. Como parte de nuestra formación en esquizoanálisis, pasamos a formar parte de una red de atención a personas afectadas por la violencia de Estado gestionada por la Defensoría Pública del estado de Río de Janeiro. Diferentes instituciones y grupos del ámbito de la atención se organizan para recibir las demandas de atención en salud mental de las personas que acuden a la Defensoría Pública en situaciones de violación de los derechos humanos. El trabajo de Deligny me ayuda a desarrollar un abordaje clínico que escucha atentamente las singularidades de cada caso. Las historias de cada persona y las implicaciones de la gran historia en los procesos que acompañamos. Los diferentes factores interseccionales que atraviesan a cada individuo y modifican el grado de humanidad desde el que cada sujeto se reconoce en un contexto determinado.

Lo que denominamos el trabajo de Deligny, que para mí es el trabajo de muchos que le han acompañado, inspirado y permitido escribir, me ayuda a pensar el acompañamiento clínico como una presencia cercana y a construir la sensibilidad afectivo-espacial necesaria para construir las posiciones que potencian la escucha y la intervención en las prácticas asistenciales. Cada día que veo a alguien, se arma una cartografía. Los mapas de los encuentros se superponen y poco a poco es posible seguir el cuidado de los estratos de vida que emergen. Y junto a los caminos que emergen, acompañamos la creación de nuevos caminos que esperamos sean más poderosos y vivificantes. En la clínica, siempre se trata de crear dispositivos –verbales y no verbales– que nos ayuden a no anquilosar nuestra escucha, a cuestionar los supuestos desde los que escuchamos e intervenimos, a crear otras formas de escuchar que no sólo impliquen palabras. La espacialidad que Deligny siempre puso en primer plano en sus diferentes intentos me acompaña en mi trabajo clínico en los contextos más diversos. Siempre es el recorrido de un cuerpo y sus marcas lo que seguimos en la clínica.

La clínica y el trabajo con personas afectadas por la violencia de Estado nos han hecho aprender que la línea que separa lo humano de lo no humano no es inmóvil. Cambia en función del contexto político, geográfico y económico. Quizá no haya nada más inventado y arbitrario que la idea de lo humano. Si bien en las ciencias biológicas este concepto puede ser más fácil de delimitar, cuando pasamos a las relaciones en el mundo (y no es que la biología no esté también en el mundo, pero ese es otro debate...) nos damos cuenta de cómo la noción de lo humano sustenta relaciones de poder y dominación. Que sirve más para determinar lo negativo que para proteger lo positivo. La deshumanización es la base sobre la que se establece la humanidad. Tal vez no sean los humanos los que necesiten protección, sino aquellos que, en un contexto determinado, son categorizados como inferiores a la llamada humanidad.

No dudo de la necesidad de construir lecturas de Deligny atentas a las minucias más sutiles de los conceptos y contextos que impregnan su obra. Lecturas teóricas de calidad que permitan manejar los conceptos. Esto me causa curiosidad e interés. Por otro lado, también me atrae pensar en los usos –quizás a veces traicioneros, pero espero que nunca descuidados– que su obra y el esfuerzo colectivo de quienes construyeron esta vasta obra pueden tener en los campos de investigación y trabajo que me movilizan. En el encuentro entre los derechos humanos, la política y la clínica. Para mí, escribir este recorrido se convierte en una oportunidad para nuevos procesos que quiero cultivar, pero espero que, lejos de ser personal, este escrito pueda contribuir de alguna manera a otros encuentros con la obra de Deligny.

Referencias

Deleuze, Gilles. Critique et clinique, Paris, Les Éditions de Minuit, 1993.

Deligny, Fernand. Œuvres, Paris, Éditions Arachnéen, 2007.

Deligny, Fernand. L’Arachnéen et autres textes, Paris, Éditions Arachnéen, 2008.

Humphreys, Derek. En Rue, Trajectoires psychiques et dispositifs cliniques de l’exclusion. Paris, Ithaque, 2023.

Lin, Jacques. La vie de radeau, Marseille, Le mot et le reste, 2007.

Macherrey, Pierre. De Canguilhem à Foucault, la force des normes, Paris, La Fabrique, 2009.

Miguel, Marlon ; À la Marge et Hors-champ. L’humain dans la pensée de Fernand Deligny, Paris, 2016.

Resende, Noelle; Miguel, Marlon. Fernand Deligny e o gesto da escrita: escrita-traçar, território comum e iniciativa popular, in Cadernos de Subjetividade, n. 18, pp. 137-151, São Paulo, 2016.

Resende, Noelle. Do Asilo ao Asilo, as existências de Fernand Deligny. Trajetos de esquiva à Instituição, à Lei e ao Sujeito. Tese de Doutorado. PUC-Rio, 2016.


[1Marielle Franco era una mujer negra, nacida en las favelas de Maré, socióloga y activista de derechos humanos. Afiliada al Partido Socialismo y Libertad (Psol), tras coordinar durante muchos años la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, Marielle fue elegida concejala en 2016. Fue asesinada por motivos políticos el 14 de marzo de 2018.



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Número Actual
Volumen 20 | Número 2
Editorial
La actualidad de Fernand Deligny en las practicas contemporáneas
Derek Humphreys 

Líneas, mapas y cámaras:
Marlon Miguel 

Deligny: un pensamiento en acto
Bertrand Ogilvie 

A falta de nuestros sentidos
Marina Vidal-Naquet 

Poner la vida en obra
Marlon Miguel 

Contra la deshumanización, cartografiar la errancia, acoger la diferencia
Derek Humphreys 

Entre Derechos Humanos, política y clínica
Noelle Resende 

La séptima cara del dado
Fernanad Deligny 

Interlocuciones
La ética y la resonancia
Ignacio Trovato 

Interlocuciones
La psicoterapia en situaciones de exclusión:
Derek Humphreys 
Martín Lamadrid 

   

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