Introducción
En la actualidad, diversas corrientes de pensamiento cuestionan y reflexionan sobre las modificaciones producidas en el seno de la institución familiar y sobre el rol que tiene la mujer en las familias monoparentales y homoparentales –y en la sociedad en sentido amplio–. Asistimos a una época donde las nuevas técnicas de reproducción humana asistida han proliferado, hasta llegar a permitir la clonación como posibilidad de la reproducción de la especie sin pasar por la cópula sexual, entre otras cuestiones. En medio de semejantes cambios a nivel social, político y científico resulta imperativo en nuestro campo poder pronunciarnos y realizar una reflexión crítica de los acontecimientos que se nos presentan, sosteniendo una mirada que permita alojar la singularidad del caso por caso.
El presente trabajo propone una lectura de la serie televisiva “El cuento de la criada” (HBO, 2017), basada en la obra literaria homónima de Margaret Atwood (1987), la cual resulta de gran interés contemporáneo puesto que su trama permite poner en tensión categorías y valores que subyacen a la lógica mercantil de la actualidad. En un escenario distópico se evidencia cómo la raza humana se ve comprometida debido a la infertilidad de las mujeres, consecuencia de la contaminación ambiental. Por ello se establece como política pública la abolición de los derechos de las mujeres y su consecuente utilización para la procreación, en caso de que resulten aptas.
La serie hace eco, de una manera explícita, de la característica distintiva del sistema patriarcal respecto de la concepción de la mujer: el mandato social de la maternidad. El patriarcado considera la reproducción como una función social básica, en la que las mujeres juegan un papel indispensable. En esta perspectiva, la conversión de la capacidad biológica de las mujeres respecto de la gestación en un imperativo normativo naturalizado, ha servido, entre otras cuestiones, para consolidar y reforzar las relaciones de poder sexista (Martí Gual, 2011). Vemos cómo esta característica del orden patriarcal, se materializa a través de los políticos tecnócratas de la República de Gilead, quienes consideran necesario instaurar un régimen que garantice la reproducción como el fin último de la especie humana.
Las no–mujeres: de la historia de la sexualidad a las “perversiones”
La categoría de las “mujeres ilegítimas” o “no-mujeres” que encontramos en la serie resulta particularmente interesante ya que en ella se encuentran quienes no se ajustan a los parámetros morales que el régimen impone: son las lesbianas, las prostitutas y las infértiles. Estas mujeres son confinadas a trabajar en las minas, sometiéndose a trabajos forzados que casi inevitablemente las llevan a la muerte. Cabe preguntarnos: ¿hasta qué punto aún hoy continuamos sosteniendo tal categorización? ¿cómo ha variado la concepción que se tiene de la sexualidad a lo largo de la historia?
Siguiendo los desarrollos de Halperin (2000), es posible señalar que el sexo no tiene historia, en tanto se trata de un hecho natural, que se funda en el funcionamiento del cuerpo y por ello queda por fuera de la historia y la cultura. En cambio la sexualidad sí es una producción cultural, que representa la apropiación del cuerpo y de sus capacidades fisiológicas por un discurso ideológico. En este sentido “la sexualidad no es una cosa, un hecho natural, un elemento fijo e inmóvil en la eterna gramática de la subjetividad humana, sino ese juego de efectos producido en los cuerpos, conductas, y relaciones sociales por un cierto despliegue de una tecnología política compleja” (Halperin, 2000: 21). Es notable cómo se han ido configurando distintas identidades sexuales, las cuales responden a diversas condiciones sociopolíticas. Por ejemplo, en la Grecia clásica el sexo no expresaba tanto disposiciones internas o inclinaciones, sino que servía para posicionar a los actores sociales en los lugares asignados a ellos, en virtud de su posición política, en la estructura jerárquica de la forma de gobierno de Atenas. Así, se trataba de una acción llevada a cabo por alguien socialmente superior sobre alguien inferior, siendo algo asimétrico. “El sexo efectivamente dividía y distribuía a sus participantes en categorías distintas e inconmensurables, categorías que eran completamente congruentes con las categorías sociales de supraordinado y subordinado” (Halperin, 2000: 37). Esta cuestión se ve retratada claramente en la serie, puesto que el régimen de Gilead se propone la perpetuación de la especie a partir de la utilización de mujeres gestantes, puesto que las Criadas no son consideradas madres de esos niños/as por nacer, ni se espera de ellas su posterior crianza. Ya desde el inicio se vislumbra el carácter desubjetivante de dicho proceso, en tanto la fecundación se produce como consecuencia de un encuentro sexual entre el comandante y la criada en cuestión, pero en donde la misma se encuentra absolutamente invisibilizada y cosificada, reducida a su órgano sexual reproductivo, lo cual se evidencia en el ritual de la ceremonia –relación sexual entre el comandante y la criada–. Los distintos estamentos o jerarquías sociales (Comandante, Esposa y Criada) se hacen visibles en este acto, en el cual la asimetría es más que evidente ya que la Criada se encuentra allí como un mero objeto, reducida a su órgano reproductor. En este sentido, la sexualidad estaría constituida por los mismos principios sobre los cuales la vida pública está organizada (Halperin, 2000).
Por otra parte, si bien actualmente “entendemos la sexualidad como una característica positiva, distintiva y constitutiva de la personalidad humana, como la base caracterológica de los actos, deseos y placeres sexuales de un individuo, la fuente determinada de la cual procede toda expresión sexual” (Halperin, 2000: 23) esto no siempre ha sido así, sino que según Padgug
“la cópula, el parentesco, la familia y el género, no formaban parte de nada parecido a un campo de la sexualidad. Más bien, cada grupo de actos sexuales estaba directa o indirectamente conectado con [...] patrones de instituciones y pensamiento que tendemos a ver con carácter político, económico o social, y las conexiones iban en contra de nuestra idea de sexualidad como una cosa, separable de otras, y como una esfera separada de la existencia privada” (en Halperin, 2000: 24).
A partir de lo desarrollado, podemos señalar entonces que así como la concepción que se tiene de la sexualidad se encuentra ampliamente relacionada y condicionada por el sistema sociopolítico y cultural de una época, también los valores morales que establecen qué es normal y qué es patológico han ido variando a lo largo de la historia. Cabe preguntarnos ¿hubo pervertidos antes de la última parte del siglo XIX? Siguiendo a Davidson (2004), la perversión y los pervertidos fueron un invento del razonamiento psiquiátrico y de las teorías psiquiátricas; por lo cual la palabra “heterosexual” significaría en sí misma una forma histórica específica de organizar los sexos y los placeres.
Volviendo al material cinematográfico, en principio abordaremos específicamente el caso de las lesbianas, que por ser homosexuales parecieran perder en Gilead su condición de mujeres. Históricamente las formas de ordenar el sexo, los géneros y la sexualidad han variado radicalmente, lo cual cuestiona la idea de una heterosexualidad esencial e invariable (Katz, 2007). El surgimiento de la noción de homosexualidad se da en el marco del intento desde la medicina de categorizar las llamadas perversiones sexuales. Davidson señala que hubo tres etapas que difieren en su conceptualización de dicha “enfermedad”:
“En la primera etapa, la más breve, se consideró que la perversión sexual era una enfermedad de los órganos reproductivos o sexuales. La segunda etapa, a pesar de reconocer en la práctica clínica que las perversiones eran anormalidades del instinto sexual, insistió en que la psicofisiología del instinto sexual [...] acabaría por ser comprendida con los avances del conocimiento, en términos de neurofisiología y neuroanatomía del cerebro. [...] La tercera etapa consideró las perversiones como desviaciones funcionales puras del instinto sexual, no reducibles a la patología cerebral. Las perversiones pasaron a verse y tratarse en el plano de la psicología, no en el plano más general de la anatomía patológica” (2004: 27-28).
A partir de la consideración de la homosexualidad como una desviación funcional, las explicaciones por su causalidad dejan de referirse al estado mórbido de algún órgano (el cerebro y los órganos reproductivos) y comienza a hablarse del instinto sexual. Según Krafft-Ebing, “dada la oportunidad de satisfacción natural del instinto sexual, toda expresión de él que no se corresponde con el propósito de la naturaleza –es decir, la propagación– debe ser considerada perversión” (en Davidson, 2004: 45). Encontramos que esta explicación decimonónica de la homosexualidad resulta ser idéntica a la que se presenta en la novela de Atwood, en tanto el fin último es la reproducción de la especie y la sexualidad se ve reducida a ello. Si tomamos la primera definición médica del concepto de perversión, la cual data de 1842, encontramos que ésta es “una de las cuatro modificaciones de la función en la enfermedad; siendo las otras tres el aumento, la disminución y la abolición” (Davidson, 2004: 43). En este sentido, otras mujeres que integran la categoría de “ilegítimas” son aquellas que presentan una especie de aumento del instinto sexual, las cuales son consideradas promiscuas por disfrutar del acto sexual y no ponderar el objetivo de la reproducción. Lo más notable de la bibliografía psiquiátrica de la época en cuanto a la perversión es que no se propone ningún marco explicativo que diera cuenta de dichas enfermedades puramente funcionales, ya que no se encontraba todavía un concepto claramente formulado de la enfermedad (Davidson, 2004).
Si bien la nosografía expuesta hasta aquí corresponde a los inicios de la psiquiatría, resulta pertinente hacer una lectura crítica para indagar sobre los argumentos que tal vez se esgrimen en la actualidad y que sustentan discursos moralizantes, los cuales muchas veces se presentan de forma solapada y no tan abiertamente como en la obra “El cuento de la criada”. Vemos allí cómo el delito o transgresión de las mujeres radica en no tener relaciones sexuales con el fin de la reproducción, ya sea porque son infértiles y no pueden, porque eligen como partenaire a alguien del mismo sexo o porque llevan una vida “promiscua” y disfrutan del acto sexual, lisa y llanamente. Siguiendo esta línea, Judith Butler ubica que la opresión no se ejerce simplemente a través de actos de abierta prohibición, sino de modo encubierto, “a través de la constitución de sujetos viables y de la correspondiente constitución de un dominio de (in)sujetos inviables –abjetos, podríamos llamarlos– quienes no son nombrados ni producidos dentro de la economía de la ley” (2000: 97). Podríamos pensar que además de quitarle a las Criadas su condición de sujetos, reduciéndolas meramente al órgano reproductivo, lo que resulta aún más claro en la serie es la categoría de “no-mujeres”, quienes pasan directamente a ser parte de un dominio de lo impensable e innombrable; en tanto se las priva de su humanidad.
¿Sexo o sexualidad? Aportes desde el psicoanálisis
Entendiendo que la asunción de una posición sexuada es algo construido a lo largo de la historia singular de cada quien, se intentará ahora aportar una mirada desde el psicoanálisis sobre los avatares de la posición sexuada. En principio, es notable que ha sido a partir de la obra de Freud que se modificó y amplió la noción de sexualidad, puesto que en “Tres ensayos de una teoría sexual” (1905) planteó por primera vez la posibilidad de disolver toda la noción de sexo en una reorganización de los placeres corporales, en tanto que describió ciertos fenómenos que tenían poco que ver con lo que, hasta él, se había entendido como específicamente sexual (Bersani en La Tessa, 2012). En este sentido, el concepto de sexualidad, y con él el de una pulsión sexual, tuvo que ser ampliado hasta encerrar en sí mucho más de lo relativo a la función procreadora. La concepción misma del cuerpo cambia radicalmente, al Freud desplazar “la genitalidad –por ese movimiento radical que realiza con su descubrimiento del inconsciente y la ampliación del concepto de sexualidad– de cualquier posibilidad de comando de la erogeneización del cuerpo, éste ya no responde libidinalmente hablando a su configuración biológica” (La Tessa, 2016: 45).
La diferencia de los sexos en el psicoanálisis a partir de Freud se fundamenta en la oposición falo-castración. Hay un sólo principio del sexo en el inconsciente: el falo. Es alrededor de esta oposición que se organiza la sexualidad dentro del campo abierto por Freud, produciendo una clara ruptura con el orden biológico. Desde muy temprano en su obra se pregunta por la sexualidad femenina, no porque pretenda indagar qué es la mujer, sino cómo es su devenir y cómo se desarrolla a partir de lo que llama la disposición bisexual. Al abordar la cuestión del Complejo de Edipo, resulta evidente que su progreso no es igual para el niño que para la niña. Existe para ella una fase preedípica en la cual el objeto de amor es la madre, si bien luego dicha ligazón con la madre se trocará por la ligazón con el padre. Freud (1933) señala que no se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedípica. Dado que en la fase fálica el quehacer masturbatorio de la niña tiene como zona erógena rectora el clítoris, en su vuelta a la feminidad deberá cambiar entonces no sólo el objeto (la madre por el padre) sino también la zona erógena (el clítoris por la vagina), lo cual no ocurre en el varón, que retiene ambos.
Según el autor, la diferencia anatómica entre los sexos no puede menos que imprimirse en consecuencias psíquicas. “El complejo de castración de la niña se inicia con la visión de los genitales del otro sexo. Se siente gravemente perjudicada, a menudo expresa que le gustaría tener también algo así, y entonces cae presa de la envidia del pene, que deja huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su carácter” (Freud, 1933: 116). El descubrimiento de su castración constituye un punto de viraje en el desarrollo de la niña, en tanto hace responsable a la madre de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio. A partir de allí parten tres orientaciones del desarrollo: “una lleva a la inhibición sexual o la neurosis; la siguiente, a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, la feminidad normal” (Freud, 1933: 117).
Aquí nos abocaremos a la segunda de las reacciones posibles tras el descubrimiento de la castración femenina: el desarrollo de un complejo de masculinidad. Éste consiste en que “la niña se rehúsa a reconocer el hecho desagradable; con una empecinada rebeldía carga todavía más las tintas sobre la masculinidad que tuvo hasta entonces, mantiene su quehacer clitorídeo y busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el padre” (Freud, 1933: 120). De este modo, el decurso del desarrollo evitaría el giro hacia la feminidad, el cual se encuentra signado por la pasividad y se daría una elección de objeto en el sentido de una homosexualidad manifiesta. Freud (1933) señala que en estos casos también toman por objeto al padre durante cierto lapso y se internan en la situación edípica, pero luego son esforzadas a regresar a su anterior complejo de masculinidad en virtud de las infaltables desilusiones con el padre. También puede sobrevenir otro proceso, llamado desmentida, en el cual “la niñita se rehúsa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón” (Freud, 1925: 272). En ambos casos considera que la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea. En este punto es posible ver cómo en “El cuento de la criada” pareciera estar subyacente el mismo argumento con respecto a la homosexualidad femenina: el castigo a las lesbianas consiste en la ablación del clítoris, como un modo de localizar anatómicamente aquello que consideran una perversión o desviación de la sexualidad.
Por otro lado, entendiendo que desde la perspectiva psicoanalítica la diferencia de los sexos no es un dato de entrada, sino que “se construye a través de la historia singular del deseo –que nace a partir del deseo del Otro–, de las identificaciones, de las fijaciones de goce, de la operatoria de la castración, del lazo con los otros y de la encarnación de los significantes en el cuerpo” (La Tessa, 2016), es posible complejizar la cuestión de la diferencia de los sexos a partir de la lectura que realiza Lacan. Según él, los hechos clínicos demuestran “una relación del sujeto con el falo que se establece independientemente de la diferencia anatómica de los sexos y que es por ello de una interpretación especialmente espinosa en la mujer y con relación a la mujer” (Lacan, 1958: 654). La presencia del falo en tanto significante tiene diversos efectos, entre los que se ubica “una desviación de las necesidades del hombre por el hecho de que habla, en el sentido de que en la medida en que sus necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él alienadas” Lacan, 1958: 657). Dado que la necesidad perdida en cuanto tal, por no poder articularse en la demanda, el deseo muestra su carácter paradójico, desviado, errático, excentrado, incluso escandaloso, por el cual se distingue de la necesidad. Aquí Lacan redobla la apuesta freudiana, al establecer que por estructura lo atinente al deseo no puede estar prefijado de antemano.
Asimismo, con el desarrollo de las fórmulas de la sexuación aporta un tratamiento totalmente novedoso de dicha diferencia, planteada en términos de una diferencia entre goces: el goce totalmente fálico y el goce no totalmente fálico. Es a partir de la escritura de las fórmulas que Lacan postula la imposibilidad de la escritura de la relación/proporción sexual (La Tessa, 2012). Esta imposibilidad radica en que no puede articularse como saber y ello será lo real de la sexualidad: hay algo en el campo de la sexualidad que no es coextensivo al campo de lo simbólico; y será justamente esta imposibilidad la que “nos impide ser prescriptivos en cuanto a cualquier tipo de normatividad sexual” (La Tessa, 2016: 46). Las fórmulas de la sexuación cuestionan los binarismos hombre-mujer y hetero-homosexualidad. Al primero como estereotipos del patriarcado, y al segundo por establecer como patología todo lo que “se desvía” de la heterosexualidad. Estos binarismos dejarían arrojados al terreno de la patología toda otra posición sexuada o elección sexual que no responda al modelo heteronormativo (La Tessa, 2016: 50). Retomando la obra de Freud, la pulsión comienza por definirse sin relación directa con un objeto que la satisfaga, es decir que el objeto es “cualquiera”, contingente, no tiene previa determinación y no es dictado en absoluto por la misma pulsión. Con este movimiento Freud deslocaliza de entrada la heterosexualidad y, por lo tanto, la heteronormatividad (La Tessa, 2016). En la misma línea, la lectura de las fórmulas implica un desabrochamiento entre sexo y sexuación, dado que no importa el sexo biológico que porte quien puede ubicarse en cualquiera de las posiciones de goce, las cuales son distintas maneras de hacer con la castración. A su vez, propone un desabrochamiento entre sexuación y género, en tanto éste sería aquello que se dirime en el terreno de las identificaciones, lo cual se encuentra en relación a la fantasmática y el objeto a (La Tessa, 2016).
Reflexiones finales
El material de la serie, con su escenario distópico, resulta una vía regia para analizar problemáticas contemporáneas que revisten enorme complejidad y un desafío constante para nuestro quehacer como analistas. Si bien excede los límites del presente trabajo, “El cuento de la criada” permite abrir ciertos interrogantes en relación no sólo a la diversidad de discursos que se entraman en torno a las posiciones sexuadas, sino también con respecto a la figura mujer-madre, en tanto mandato social, y particularmente en esta historia a los aspectos singulares que se ponen en juego en la mujer-gestante. No es posible pensar uno sin el otro, ya que la constitución subjetiva responde a los discursos hegemónicos de la época, entre los cuales ubicamos, transversalmente a lo largo del tiempo, el discurso heteronormativo del sistema patriarcal. Es precisamente dicha imbricación de diversas coordenadas epocales las que se han puesto de relieve al procurar historizar sobre la noción de sexualidad y, particularmente, la constitución subjetiva de la posición sexuada en la mujer.
Referencias
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Chiacchio, C. (2010) “Poder, violencia y lenguaje: The Handmaid’s Tale de Margaret Atwood” en Fazendo Género 9. Diásporas, Diversidades, Deslocamentos. Disponible en: http://www.fazendogenero.ufsc.br/9/resources/anais/1278276822_ARQUIVO_Poder,violenciaylenguaje.TheHandmaidsTaledeMAtwood.ChiacchioUNLP.pdf
Davidson, A. (2004) La aparición de la sexualidad. Barcelona: Ediciones SA Alpha Decay.
Freud, S. (1925) “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” en Obras completas, 19, 259-276. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1933) “33ª conferencia. La feminidad” en Obras Completas, 104-124. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Halperin, D. (2000) “¿Hay una historia de la sexualidad?” en Grafías de Eros. Argentina: Edelp.
Katz, J. (2007) The invention of heterosexuality. Cap. 4: “Before heterosexuality”. University of Chicago Press. USA. Ficha de la Cátedra: Resumen traducido al español.
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Martí Gual, A. (2011). Maternidad y Técnicas de Reproducción Asistida. Un análisis, desde la perspectiva de género, de los conflictos y experiencias de las mujeres usuarias. Universitat Jaume I.